28 de agosto de 2017

Marchant y A. Sánchez

Baterías, en cubierta, de la corbeta Abtao

El capellán Ruperto Marchant y el comandante Aureliano Sánchez (28 de agosto de 1879)

Vibrantes los ánimos con tan heroicos hechos, luego volvió la monotonía de los primeros meses, mientras se organizaba y disciplinaba el Ejército, hasta que el 28 de agosto se avistó de nuevo el "Huáscar" en son de guerra. 
Esta vez el capellán recibió orden de instalarse en el fuerte Sur. -"Nadie habla en la batería", fue la primera voz de mando del capitán don Benjamín Montoya, al mismo tiempo que ordenaba cargar el cañón de a ciento cincuenta. -''¡Bala sólida!", le dijo a media voz al capellán. El "Huáscar", desplegando una enorme bandera roja, avanzaba brioso y soberbio: 
-"¡Fuego!" resonó en la batería. Un gran penacho de agua fue a bañar la cubierta del monitor, que retrocedía como un caballo violentamente sofrenado. 

-"¡Viva el capitán Montoya!" gritó batiendo su sombrero el capellán, a quien con el estampido, parecía le hubiesen arrancado la cabeza. Una bala de a trescientas, como un huracán: pasó silbando a cuatro o cinco metros por encima de la batería, yendo de rebote en rebote a estallas a retaguardia. Tras ésta, otra a pocos pasos hacia la derecha, y, una tercera, casi en línea recta. Una nube negra de tierra y de cascos de metralla envolvió la batería. Se creyó que el monitor hubiese acertado en el blanco; más no fue así por fortuna, sino que una de nuestras granadas había reventado en la misma boca del cañón, sin causar la menor desgracia.

-"¡Fuego!" volvió a repetir el capitán enardecido: la bala fue a dar de lleno en la popa del buque que se alejó hasta ponerse fuera de tiro. Sin duda este disparo fue el que hizo volar el famoso Cucalón, cuyo nombre se hizo proverbial. Un ayudante llegaba a escape por la playa y ordenaba cesar el combate. La noche no tarda en diseñarse entre la bruma. Cuando amaneció, el "Huáscar" había desaparecido.

Algunas horas más tarde, llegaba al templo el comandante del "Abtao", don Aureliano Sánchez Albaradejo, que tuvo que soportar impávido los disparos del enemigo, con su buque que se hallaba en reparación y los calderos descompuestos, habiendo tenido la desgracia de perder el primer ingeniero, don Juan Mery, y unos seis u ocho marineros. Venía a hacer preparar los funerales. 

El capellán, cuyo buen humor jamás le abandonaba, salió a recibirlo y, cuadrándose militarmente: -"¡Viva el comandante don Aureliano Sánchez Albaradejo, le dijo, que, en la rada de Antofagasta, al almirante Grau, le rompió el pellejo!" En ese instante, el comandante, que era como el petit caporal, se llevaba la mano al rostro, en donde lucía un buen parche, de un astillazo que, por poco lo deja sin nariz.

 
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Marchant Pereira, Ruperto. "Guerra del Pacífico. Apuntes del Capellán de la 1 División". Santiago de Chile, 1914.

Saludos
Jonatan Saona

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