16 de junio de 2023

Ramón Zavala

Ramón Zavala Suárez
Zavala, Ramón A.

Nació el 31 de Agosto de 1853, en una hacienda de propiedad de su familią, denominada "Puquio de San Isidro", situada entre los pueblos de Pica y Matilla del departamento de Tarapacá. Fué su padre don Nicolás Zavala, hábil jurisconsulto, que pertenecía a la célebre y patriota familia del mismo nombre, y a la que en los últimos tiempos le dió fama el doctor don Ildefonso Zavala, que murió siendo Prefecto del antiguo departamento de Moquegua, y que figuró en alta escala, por su rectitud, honradez y energía en la política del país. Su madre, doña Manuela Suárez y Carrillo, a quién abruma el dolor, desciende de una de las principales familias de Trujillo y fué hija del célebre coronel Suárez, veterano de la independencia.

Como ha sucedido con casi toda la juventud de Tarapacá, fué mandado a Chile para que allí recibiese la instrucción media. Esto tiene su natural explicación, pues siendo grandes las relaciones mercantiles que entonces se tenían en esa provincia con esta República, los padres de familia encontraban comodidad para mandar allí a sus hijos, porque con sus relaciones de amistad podían atenderles y proporcionarles los recursos necesarios. Así pues, el joven Zavala fué mandado a Valparaíso, siendo uno de los fundadores del Liceo de Villarino.

Prolijo sería entrar en pormenores acerca de este período de su vida, que, como para todos, corre con igual prisa, y en el cual se distinguió únicamente por su inteligencia y contracción.

Habiendo fallecido su padre, interrumpió a poco la carrera; y regresando a su provincia, ayudó a su hermano en el trabajo salitrero, del que se retiró algunos años después con regular fortuna, adquirida a fuerza de incesante contracción, para residir en esta capital con su familia. Buen hermano y mejor hijo, nada excusó para propender al mejoramiento de los intereses de aquella, por los que velaba con gran solicitud, siendo querido con entrañable amor, y tenido por modelo.

De convicciones arraigadas; enérgico por carácter; y jovial, a pesar de su seriedad, hacía gozar con su conversación, en la que era chispeante y expresivo. En nuestra sociedad se hizo estimable por sus bellas cualidades; siendo muy querido de sus amigos, que admiraban en él un corazón generoso y caritativo.

Declarada la guerra por Chile, no trepidó acerca del partido que debía tomar; y abandonando intereses y comodidades; renunciando al lisonjero porvenir que le brindaban su nombre, posición y fortuna; y olvidando lo más caro para él: su familia, ofrece sus servicios. Al hacerlo no cumple una mera fórmula, puesto que trabaja después sin descanso. Él, con su hermano don Pedro José, forman el batallón de Guardia Nacional No. 11, que después se llamó "Provisional de Lima" No. 3, costean su valioso vestuario, y venciendo las mil dificultades consiguientes a su empresa, que sería superfluo detallar, lo ponen en estado de poder prestar sus servicios tan luego como el Gobierno lo creyese conveniente. De ese cuerpo fué segundo jefe, en convenio con el Gobierno para que uno de ellos saliera a campaña, pues no era posible que los dos hermanos se ausentasen, dejando valiosos intereses sin dirección y cuestiones complicadas sin que fueran resueltas, con tanta mayor razón desde que el otro hermano era menor de edad. Merced a una incesante solicitud, la disciplina del batallón fué mejorando cada vez más; y estando casi al nivel de los mejores cuerpos de línea, el Supremo Gobierno lo designó para la 1.° División del Ejército, de la que también formaban parte el batallón "Ayacucho" y la columna "Cerro de Pasco". 

Bien pronto se dispuso la salida de la División y habiendo llegado a Iquique, desairó todas las comodidades por la fatigosa vida del cuartel, Zavala vió coronados sus deseos. Es aquí donde comienza su carrera militar, y es en esta campaña donde el Padre de sus soldados, nombre que le aplicaron éstos, dá a conocer sus grandes méritos, su magnánimo y bondadoso corazón y el valor que para honra de las armas peruanas, desplegó en las batallas.

En la Noria se dió cumplimiento al convenio, por el cual uno de los dos hermanos debía quedar mandando el batallón; y habiendo dispuesto el Director de la Guerra, que don Pedro J. Zavala se retirara, quedó al frente de aquel su hermano don Ramón.

Se ordenó que ocupase el "Monte de la Soledad"; y Zavala hizo la pesada marcha que se le ordenaba, dando él como sus soldados las más relevantes muestras de saber soportar las necesidades y los trabajos. Después de cuatro días de camino, ocuparon la Soledad, y bien pronto experimentaron las necesidades consiguientes en un suelo en que la naturaleza no regala con ninguno de sus dones. Allí, los hijos de Lima mostraron su firmeza, pues soportaron el hambre y la sed con resignación digna del mayor encomio, conviniéndose a poco de llegar, en tomar por alimento cebada tostada, a falta de otro mejor; pero para su buena suerte, tenían a la cabeza un joven que no hacía con ellos las veces de jefe sino de camarada y amigo. Zavala, consultando ante toda otra cosa el bienestar de los que aquí confiaron en él y se pusieron bajo sus órdenes, buscaba por sí mismo las provisiones; y en no pocas veces se le veía levantarse a media noche y esperar las piaras de mulas que llegaban con víveres, tomando de ahí, en gran cantidad, lo mejor para los suyos, que pagaba a buen precio. Hemos oído a este respecto relaciones que hacen admirar la grandiosidad de su bondadoso corazón, y hasta hoy los soldados que existen de ese cuerpo, no olvidan que en la Alianza les compró agua resacada, en la Noria coca y alcohol; antes y después, zapatos, y pan en abundancia, cuando el hambre se hacía sentir en Monte de Soledad.

Aunque se había granjeado ya el afecto de sus soldados, ganó su confianza, por completo, al seguir la misma suerte que ellos y soportando igualmente los trabajos. ¡Cuántas veces no dormía en la misma frazada del soldado, sin desnudarse, y hacía largas marchar a pié, para que uno de esos pobres, que son los que más sufren y menor renombre alcanzan, diera tregua a su fatiga! Los soldados le querían, pues, con gratitud; porque veían que era soldado como ellos; que se desprendía de su dinero para tenerlos satisfechos; y que, conocedor de la localidad y de sus habitantes, se servía de todos, principalmente de sus amigos, que desde largas distancias le cumplían sus encargos de mandarle víveres.

Cuando en Pozo de Almonte se concentraron las fuerzas, después de la pérdida de Pisagua, donde se hizo también notable por su valor y tenaz resistencia otro Zavala, cuñado suyo, el general Bustamante mandó que, sin pérdida de tiempo, saliesen de Soledad las dos compañías de "Ayacucho", la columna de "Pasco" y si era posible el "Provisional de Lima No. 3". El comisionado no mostró la órden, ni hizo la salvedad que en ella se expresaba, sino que ordenó prepararse y desfilar, cumpliéndose exactamente: pero con una diferencia, y era que mientras en el batallón de Zavala marcharon a pié el jefe y la oficialidad, 30 o 40 leguas, dejando abandonados víveres y municiones, en otros cuerpos más privilegiados se conducían en mulas almofreces y objetos de comodidad.

Después de las fatigas consiguientes al penoso viaje que acabamos de apuntar, se reunieron en la estación Central con el grueso del Ejército. En el desgraciado encuentro de San Francisco le tocó al batallón de Zavala un puesto de peligro y de honor al mismo tiempo, pues soportaron lo más recio del fuego y a pesar del terrible cañoneo, sostuvieron con valor la fuerza material del enemigo y escalaron, intrépidos, como otros muchos, aquel cerro de triste recordación. Su jefe va a la cabeza: allí en el mayor peligro y alentando a sus soldados con su vibrante voz y con su ejemplo, se vé a Zavala en medio de una lluvia de balas; y multiplicándose y trasmitiendo a todos su brío, trata de vencer al destino ciego, que nos preparaba tan rudo golpe. Un casco de bomba le hiere el caballo que montaba; pero ni vé el peligro, ni aunque así fuera se cuidaría de él. Una bala hiere a su segundo, el comandante Pflucker y Zavala corre hacia él y lo salva.

Obligado a descender con los suyos, sufre como el que más, pérdidas tan deplorables, y alejándose a un cerrito inmediato, llora esa desventura de la patria, que su noble corazón no preveía. Pero bien pronto se repone; y observando que la caballería enemiga bajaba por una quebrada de la derecha, y en columna cerrada, reúne a sus soldados: parte del "Ayacucho" se le replega: la columna "Cerro de Pasco", entusiasmada con su ejemplo, lo proclama su jefe por faltarle los propios. Forma de todos ellos un cuadro; y parapetándose en el mismo cerro, él con los suyos, se preparan a combatir de nuevo. Después de hacer fuego, ve sin realización su propósito, pues dicha caballería se retira a consecuencia de no poder seguir, por impedírselo la desigualdad del terreno.

Era forzosa la retirada: así lo había dispuesto el General; y al ejecutarla, no olvida sus deberes de jefe y conduce su tropa en formación unida hasta Tarapacá.

En Tarapacá la victoria coronó el esfuerzo de nuestros soldados, del modo más completo. Inútil sería entrar en pormenores acerca de la batalla, pues nos son conocidos. Contrayéndonos a nuestro objeto, debemos tener presente que según el Parte del General en Jefe: "La división exploradora tuvo también una parte eficasísima en el éxito alcanzado. El batallón "Provisional de Lima No. 3", al mando del teniente coronel don Ramón A. Zavala y una fracción del batallón 1°. de "Ayacucho" dirigida por el teniente coronel Somocurcio, acompañaron noblemente a la 2.° en sus denodados esfuerzos". En ese día de gloria, Zavala pelea con decisión, y entrando al combate a la cabeza de su tropa, mostró una vez más que no rehuía el peligro; por el contrario, disputando los puestos donde éste era mayor, estimulaba a sus soldados que con su bravura manifestaron que los hijos de Lima eran iguales a los demás en valor y resolución. Entre ellos Zavala risueño y sereno, parecía asistir a un ejercicio, más que a un combate en donde rifaba su vida por momentos. Siempre alentando a sus soldados, recorría a caballo el campo, y aunque aquellos le rogaban se pusiera a retaguardia, no daba oídos a tan cariñosos cuidados, pues trataba no sólo de combatir sino de ser de los primeros aún en empresas arriesgadas. En el Parte del Jefe de Estado Mayor General se confirma esto, pues dice: "La división de Exploración acudió a todos los lugares del peligro y desalojó a los enemigos parapetados en lugares casi inaccesibles". El valiente coronel Cáceres al dar cuenta de la batalla, dice también que al tomar posesión de los dos últimos cañones del enemigo le acompañaban entre otros el comandante Zavala. En esa reñida y sangrienta batalla, se distinguió, pues, también la noble figura de Zavala, que en nueve horas de combate contribuyó a lavar una mancha y a levantar más alto el renombre de nuestras armas.

En la retirada célebre del ejército peruano sobre Arica, Ramón A. Zavala se hizo notable por su proceder desinteresado y compasivo.

Finalmente, se presenta de nuevo Zavala en la acción más noble de aquella guerra, en la que hace ver una vez más la gran fortaleza de su ánimo y su inquebrantable resolución, en la gloriosa resistencia de Arica, que honra a la Nación que tales hijos tiene.

En el día del ataque, Ramón A. Zavala hace nueva ostentación de su denuedo. A la cabeza de su batallón lucha valeroso, los alienta recordándoles Tarapacá y les repite que avancen sin temor. Las voces de fuego se alternan con las otras de mando; y al exhortarlos a que peleen como valientes que eran, deja oír su clara voz entre el estampido del cañón y el nutrido fuego de su fusilería. Obligados a ceder, vencidos por la fuerza del número, más nunca por el esfuerzo, abandona poco a poco su posición, replegándose sobre el Morro. Su voz entonces imponente y solemne les ordena la marcha hacia ese punto, para alcanzar la trinchera, lo que consiguen con buen resultado.

Vé que sus soldados ocupaban el puesto que les había designado, y se preparaba a resistir con más tesón, cuando una bala atravesándole el pecho lo derribó del caballo, privándolo de la vida, que no pudieron arrancarle otras heridas, despreciadas por la cólera en el ardor de la pelea....

Ramón A. Zavala, escribía de Arica con fecha 31 de Mayo de 1880, el siguiente acápite de carta:
"De todos modos, tengan la seguridad de que si no triunfamos, que si los chilenos no reciben su castigo aquí, que si no hacemos de Arica un segundo Tarapacá, su defensa será de tal naturaleza, que nadie en el país desdeñará en reconocer en nosotros sus compatriotas y que los neutrales no dejarán de reconocernos como los defensores de la honra e integridad de nuestra patria".

Tales son el testamento y la última palabra dirigida a su familia y a su patria por el esforzado y patriota ciudadano cuya muerte lloró el Perú. Tal fué también la resolución, fielmente cumplida, de uno de los defensores de nuestro territorio, que sucumbió heróicamente el 7 de Junio, defendiendo la plaza de Arica. El nombre de Ramón A. Zavala, así como el de sus compañeros de martirio y de gloria, pasará a la posteridad con la aureola de la abnegación y del sacrificio, legándonos ejemplos de admiración que imitar. Ese puñado de valientes, que sucumben víctimas de su heroísmo, nos han hecho el bien sin esperar recompensas, nos han dado una espléndida gloria más, abnegadamente, y nos han dejado lecciones sublimes que al mismo tiempo levantan el espíritu en horas solemnes y de prueba, alientan poderosamente la esperanza. Sin apoyo y sin auxilio, luchan denodados; y al caer con la majestad del que perece por la justicia arrancan a la fama su nombre, ya que la fortuna le negó sus favores.

Mañana, cuando olvidados nuestros nombres, cuando una y otra generación se levanten, ellos, más grandes aún que el presente, aparecerán solemne y majestuosamente erguidos, a pesar del choque de las pasiones y de los intereses, y su memoria será la fuente purísima a donde deben acudir los que como ellos se hicieron grandes por sus hechos gloriosos. Hoy su recuerdo, no lo dudamos, es un consuelo en la adversidad; y en las situaciones arduas fortificará los espíritus, sino ha dejado ya gérmenes que abrirán a estos el camino de su corta vida con los mismos laureles de glorias.


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Torres, José Luis. "Catecismo Patriótico", 2° edición. Lima, 1979.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Rafael Cornejo18/6/23, 12:38 a.m.

    Ramón Zavala eres mi héroe olvidado de la guerra del salitre

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