26 de junio de 2023

Combate en Sángrar

José Luis Araneda
Combate en Sángrar(1)
(26-VI-881)

Para regresar a Lima, creíase que Letelier iba a tomar el camino que pasa por el pueblo de Canta, lugar en el cual se había organizado a lo menos un batallón, por el coronel Manuel de la Encarnación Vento. Esta unidad sirvió de base para crear poco después una División, con batallones de 5 a 6 compañías, que formó la 4. División del Ejército de Cáceres («Memorias» y Campaña a la Breña, I. Pág. 452. Lima 1921).

Para proteger las líneas de comunicación de la División Letelier entre otras, se habían establecido guarniciones en Chicla y Casapalca, de cuyo último punto, al amanecer del día 20 de Junio de 1881, salía el capitán Araneda con los subtenientes Guzmán, Saavedra y Ríos, 2 sargentos segundos, 3 cabos primeros, 5 cabos segundos, 68 soldados y el tambor José Gavino Águila: total 79 individuos de tropa y 4 oficiales.

Con la reducción del Buin, como todas las demás unidades del Ejército del Norte, de regimiento a batallón, Araneda había quedado sin colocación agregado a la Plana Mayor de este Batallón; la tropa que llevaba no pertenecía a una sola compañía, sino a varias del mismo cuerpo, como lo atestiguan las listas de revista de comisario de la época, que hemos consultado.

Antes de salir, Araneda recibió del comandante Méndez, la misión de proteger el regreso de Letelier y de establecerse en Cuevas, punto de arranque de un camino al pueblo de Junín. Llevaba también un repuesto de municiones para la división Letelier, a quien envió la mayor parte con una escolta de un cabo y 4 soldados que partieron a Junín. (Declaración de Araneda en el contrainterrogatorio que éste propuso para que se ampliara el sumario pedido por él mismo, cuyas copias están en poder del general Muñoz Feliú, que publicará en breve).

Las fuerzas de Araneda llegaron a Cuevas a la 1 de la tarde del mismo día de salida (20-VI). Como no hubiese en Cuevas alojamiento para toda la tropa, Araneda dejó en este punto al sargento Germán Blanco con 14 soldados, con la misión de cuidar esa bifurcación de caminos, resistir aquí en caso de ser atacado, cuanto fuera posible, y por último, replegarse a las casas de la hacienda de Sángrar, de don Norberto Vento, padre del coronel del mismo apellido, situadas a 8 cuadras al Norte de Cuevas, y hacia donde siguió el grueso de las fuerzas.

Blanco no recibió otra orden, ni se le indicó lo que debía hacer en caso que el grueso fuera el atacado, que fué lo que sucedió.

Reconocidos los alrededores de la hacienda desde el primer momento de la llegada, se reunió un considerable piño de ganado caballar, vacunos y corderos, con los cuales se aseguró la alimentación para largo tiempo.

Según lo expresa Araneda y lo confirman los testigos del sumario que hemos indicado, se efectuaron varios reconocimientos con fines militares; diariamente se recorría una cierta extensión del camino, tanto hacia Canta (N) como hacia Junín (E), por patrullas que regresaban al punto de partida (reconocimientos intermitentes, no permanentes como deben hacerse).

El día 21 se aprehendieron algunos paisanos al parecer espías enemigos; ese mismo día pasaba para Lima el diputado por Canta don Pedro María del Valle con 10 a 12 personas, con pasaporte de Lynch, pues aquel iba a la apertura del Congreso peruano; del Valle dijo a Araneda que en Canta habían unos 700 hombres del coronel Vento, de éstos unos 400 bien armados.

En la mañana del 26 de Junio, desgraciadamente en el mismo día del combate, Araneda envió dos comisiones: a buscar víveres, verduras y sal la primera, y animales la segunda; aquella a cargo del sargento Zacarias Bisivinger con el cabo Bernabé Orellana, 5 soldados (Tapia, Sepúlveda, Ibarra, Muñoz y Gálvez) y un guía montado, el arriero Malla, los que iban a la hacienda «Capillayoj» de doña Rosa de la Torre; y la segunda compuesta del cabo segundo Julio Oyarce y 4 soldados, en otra dirección completamente opuesta a buscar animales.

Debemos hacer presente que Araneda salió, como de costumbre, de Casapalca a Cuevas, sin víveres, nada más que los necesarios para el día; los que iban a necesitar, debían buscarlos en los sitios donde los hubiere.

Las casas de la hacienda de Sángrar están situadas a 6 leguas (peruanas) de Casapalca, cuyo recorrido se hacía en 6 horas de subida y 4 de bajada, en el camino hacia Canta, a una altura media de 3,500 m. sm., en plena cordillera en la cadena Occidental, entre dos contrafuertes o ramales que dejan una pequeña depresión o llano de 5 a 6 cuadras de largo por 3 a 4 de ancho; en una palabra, las casas estaban en un hoyo, podemos decirlo así, como los peruanos en Tarapacá, pues hacia Cuevas hay una altura que impide la vista en esa dirección; otra existe hacia el Norte un poco más grande y por donde pasa el camino hacia Canta (en este punto precisamente había un centinela); por los contrafuertes de los costados E. y O. de las casas, corrían algunos senderos que rodeaban por esos lados la posición de Sangrar.

En el bajo estaban las casas de la hacienda de material sólido y techo de zinc, una iglesia a 30 metros de las casas con un corral al frente, unos 6 ranchos pajizos, un molino y otro corral frente a las casas con pircas de piedra de un metro de alto. Este grupo de casas estaba muy cerca del costado Norte del llano y el molino pegado al cerro del costado oriental para recibir directamente el agua de una corriente que venía del Este. En Cuevas, sólo existía un rancho de un tendido de tablas, donde se guarecían los arrieros que traficaban por ese camino. (Dato dado al general Muñoz Feliú por el subteniente Ríos).

Desde su llegada, Araneda tenía apostado tres centinelas: uno en la altura hacia Canta; el segundo en la dirección de Cuevas y el tercero en el corral, frente a la iglesia, donde estaba el ganado.

Según declaración del subteniente Ríos, cerca de las 12 M. del 26, Araneda tuvo noticias del enemigo por dos paisanos que llegaron a esa hora casi desnudos al campamento, diciendo que unos montoneros los habían despojado de sus ropas, como a una legua de Sángrar, en el camino a Canta y por otro señor que fué encontrado por los alrededores, quién al ser interrogado manifestó que había visto a varios individuos armados, más o menos en el mismo punto que indicaban los paisanos.

A las 12.30 P. M. se oyeron en el campamento en forma muy apagada, unos cuantos disparos en la dirección que había seguido el sargento Bisivinger; comunicada la noticia al capitán, éste no le dió importancia, porque supuso que esos disparos habían sido hecho por la tropa de Bisivinger, a cuyo jefe había encargado le trajera alguna caza.

No obstante, tomó dos medidas: reforzar el centinela en el alto y ordenar al cabo 2.° Urbano 2. Loreto que fuera a decir a Bisivinger que regresara al campamento.

Bisivinger, que había salido del campamento entre 9 y 10 de la mañana, avanzaba en forma descuidada, sin medida alguna de seguridad. Poco después de bajar la cordillera de Lacshagual, caían en una emboscada que les habían preparado las fuerzas de Vento que venían al asalto de Sángrar. Los peruanos fueron los primeros en ver a nuestros soldados; en el acto abandonan el camino que va por el bajo, trepan a las alturas de ambos costados, se ocultan entre los árboles y esperan en silencio absoluto la pasada de los descuidados Buines; cuando éstos llegan al centro de la emboscada, una descarga cerrada que partió de ambos lados del camino, de 40 a 50 rifles; según dice el coronel Revollé que allí combatió, fué el castigo de tanta confianza. En el acto cayeron muertos Bisivinger, 5 soldados y el guía, único que iba montado, cuya mula escapó a nuestro campamento a avisar; el soldado José Sepúlveda corrió hacia Sángrar; perseguido a tiros, fué tomado mal herido y llevado a Canta, donde murió unos días después.

En Sángrar, el centinela Pérez oyó perfectamente estos últimos disparos; en el acto bajó su compañero a comunicar ésto y que se veían soldados enemigos a la distancia.

Regresaba también en esos instantes el cabo Loreto, que había alcanzado a avanzar como una media legua hacia el Norte por el camino a Canta; pero como recibiera de las alturas unos cuantos disparos, y después de ver que el enemigo avanzaba en gran número, en marcha rápida hacia Sángrar, volvió a la carrera a comunicar estas noticias. No terminaba de oír estos informes Araneda, cuando llegaba el centinela y le comunicaba lo mismo; la mula del arriero confirmó estas noticias con su llegada sin jinete; el capitán la toma y en ella sube a la altura a reconocer al enemigo; iba a penas a media falda, cuando desde lo alto le disparan numerosos balazos una cantidad de peruanos uniformados militarmente.

Por esto y por su mucha confianza, Araneda no tuvo tiempo para disponer que sus tropas coronaran las alturas que ocupaba el centinela doble (ahora sencilla, porque el otro soldado no alcanzó a volver a su puesto), uno de los cuales, el que permaneció en la altura, fué cortado por el enemigo y tomado prisionero (Pérez) en la noche. Era la una de la tarde.

Al instante, el jefe bajó corriendo a disponer que sus tropas ocuparan las pircas del corral frente a las casas, en los costados Norte y Oeste; que el subteniente Ismael Guzmán, con los cabos Jaña, Mena y Barahona (cabos primeros) y 12 soldados fueran a ocupar el otro corral, frente a la iglesia, para proteger el ganado encerrado en el corral, y por último, que el cabo Ramón González fuese a la altura donde estaba el segundo centinela a llamar por señas al destacamento del sargento Blanco en Cuevas.

Tales fueron las medidas que en este caso de tanto apremio tomó el capitán don José Luis Araneda, el héroe de Sangra como lo llamamos. (El nombre exacto es SÁNGRAR).

Efectivos:
Chilenos: Con las fuerzas destacadas que ya hemos indicado, la disponible para el combate a las órdenes de Araneda estaba reducida a 3 oficiales (incluso el capitán) y a 35 hombres de tropa. De los 79, 15 habían quedado en Cuevas, 12 empleados en las dos comisiones y 15 con el subteniente Guzmán, restan 37; a éstos debemos descontar: al cabo González que se unió a Blanco y al centinela Pérez, prisionero: quedan 35.

Peruanos: Como siempre, es muy difícil determinarlo con exactitud. En la «Campaña de la Breña» de la señora Zoila A. Cáceres, tomo I, pág. 203, habla de 100 hombres del batallón Canta y 40 civiles. El coronel Lizardo Revollé, que como civil combatió en Sángrar, a cuya acción asistió contra la voluntad de Vento, en la relación que publicó muchos años después, calcula el efectivo peruano «en 70 a 80 soldados, en dos compañías a 40 hombres cada una» (bien diminutas por cierto). El coronel Luis E. Escudero, en ese entonces capitán secretario y ayudante de Vento, refiere que salió de Canta el batallón de este nombre compuesto de 240 plazas y «que tomaron 47 rifles Combler (?)». El parte oficial enviado a Cáceres, manifiesta que "la fuerza atacante se componía de 100 hombres del primer batallón Canta y de 40 paisanos de la localidad" (Parte, publicado por Ahumada M. V., página 481) y que tomaron 48 rifles Comblain.

Damos el dato de rifles quitados al destacamento Araneda, porque el general peruano Cáceres, en sus Memorias «La Guerra entre el Perú y Chile 1879-1883», página 124 asegura que este combate proporcionó a los guerrilleros (de Vento) más de un centenar (?) de fusiles Comblain». En el sumario que nos sirve de guía y referencia, nada se dice de rifles y todos nosotros sabemos con cuanta rigurosidad se trata en nuestras unidades cualquiera pérdida de armamento. Igual caso de aumento progresivo de un mismo guarismo pasará durante la ocupación de Junín, en 1882. Cayeron 3 rifles nuestros en poder de los peruanos; el jefe que transmitió la noticia a su superior inmediato, los aumentó a 12; éste a su vez, en su parte habló de 50, y Cáceres de 100 y tantos.

En resumen, las fuerzas peruanas, como asegura el subteniente Ríos, que obtuvo el dato del coronel Vento a quien acompañó en 1883, alcanzaban a un mínimum de 400 soldados. Por otra parte, la lógica de los hechos así lo confirma, pues no es posible cubrir con 100 hombres un frente de combate de más de 12 kilómetros, que suma la extensión ocupada, de frente y por ambos flancos de la posición de Araneda, enviar otras fuerzas que rodearon a Guzmán y al destacamento de Blanco en Cuevas que avanzó en apoyo del último y tener fuerzas suficientes para envolverlos a todos. Un envolvimiento por ambos flancos en combates separados contra destacamentos que combatían aisladamente, presupone una superioridad numérica considerable sobre el defensor, salvo que se ocupe un frente de combate, en una sola línea, con 35 pasos de intervalo, o se avance en pequeñas agrupaciones, como hoy se usa para disminuir la eficacia de los medios modernos de combate.

Avance Peruano
-El día 24 en el pueblo de "Culluhai", Vento tuvo conocimiento por el paisano espía Gregorio Romero de "Yantag" que fuerzas chilenas habían invadido la hacienda de Sángrar de don Norberto Vento, ante esta noticia, se resolvió sorprender a nuestras tropas, para cuyo fin avanzaron y en la tarde acampan en la hacienda "Ocsamachai", donde sufrieron una fuerte nevada durante la noche; desde aquí destacaron como exploradores al mayor E. Fuentes, subprefecto de Canta con los paisanos A. Hidalgo, W. Vento y José Bravo, a reconocer las fuerzas enemigas en Sángrar; uno de los paisanos fué tomado por nuestras fuerzas, como ya dijimos sin saber que era espía.

El 26, al amanecer continúan la marcha, coronan la cordillera de Lacshagual y bajan a media falda, al llegar al punto denominado. "Colac" ven al destacamento Bisivinger que sorprenden completamente en este punto. Según Revollé y Escudero, Vento quiso entonces dejar el ataque para el día siguiente; los demás se oponen y manifiestan que había tiempo: sabemos que ahora son 100 y los tomaremos de sorpresa; quizás mañana será mayor el número y estamos perdidos. Hoy o nunca». Vento acepta y en el acto divide la fuerza en tres fracciones; se comenzó a descender del cerro; una parte tomó la derecha, otra la izquierda y la última el centro, fracciones que debían avanzar a la vista, lentamente, y tomar la carrera en cuanto llegaran a tiro o fueran vistas por el enemigo. Después de una hora de marcha se encontraban a 4 cuadras «sin que los chilenos los descubrieran» dice Revollé y entonces inician el asalto y sorprenden a los nuestros.

La resistencia chilena.
-Se caracteriza por la firme e inquebrantable decisión de pelear hasta morir todos, si fuere necesario, tal como lo acostumbraban los heroicos Buines y la consigna y el ejemplo dado por Prat el 21 de Mayo y por Ramírez en Tarapacá.

Con las últimas disposiciones, las fuerzas de Araneda estaban repartidas en el campo del combate, en tres agrupaciones, de S. a N.: primero, el destacamento del sargento Blanco, 15 hombres en Cuevas; segundo el destacamento del subteniente Guzmán en el corral, frente a la iglesia, y el último, con Araneda, 2 oficiales y 35 hombres, incluyendo al tambor Águila, un muchacho de 12 años, sin rifle, en el otro corral, frente a las casas. Estas fuerzas estaban separadas: Blanco a 1,200 metros de Guzmán, y éste a 30 de Araneda.

Los peruanos, desde las alturas, que dominaron desde el primer momento, pudieron perfectamente imponerse de esta repartición y tomaron las medidas consiguientes para aislar a estos 3 grupos y batirlos en detalle. De aquí nació un triple combate, que describiremos separadamente.

1. Destacamento Blanco.-(Tomado de su propia declaración). Este manifiesta que en cuanto vió la señal que le hacía el soldado González, que ascendió poco después a cabo, a quien desde la distancia tomó por uno de los centinelas apostados en la altura, hizo reunir su tropa para subir en protección de los que estaban combatiendo en Sángrar, cuyos disparos anunciaban el combate y orden para "acudir al cañón".

"Con la presteza necesaria ascendí al cerro, dice Blanco, con la tropa, demorándome, al parecer, como un cuarto de hora en llegar a una cuadra de distancia de las casas que ocupaba el capitán"; en este cerro estaba el soldado González que lo llamaba por señas y donde ambos se unen; éste lo orienta sobre la situación y orden recibida de su capitán, avanzan entonces un poco más y se atrincheran a cuadra y media de distancia y en la altura frente a la iglesia, que desde allí vieron rodeada de muchos enemigos y que desde su interior se hacían disparos sobre los asaltantes; muy luego notan que la iglesia es incendiada, y como «comprendiese, dice González, la situación apurada de mi subteniente Guzmán, rompimos el fuego sobre los cholos», con lo que facilitaron la salida del subteniente y de los suyos, lo que se consiguió, pues los peruanos que estaban a su frente daban la espalda a las tropas de Blanco; aquellos tuvieron entonces que replegarse a los costados para no ser fusilados por retaguardia, circunstancia que Guzmán aprovecha para salir de la iglesia con 10 hombres y reunirse con la tropa de Blanco, con las cuales se formó un núcleo de 25 combatientes; los demás que faltaban, habían muerto o quedado gravemente heridos en el campo.

Al mirar hacia Sángrar, no vieron a ninguno de los chilenos ni sintieron disparos desde las casas del cuartel, porque en ese momento se había suspendido el fuego por parte de los peruanos para intimar rendición a los que allí se defendían. Por esta circunstancia, Guzmán y Blanco creyeron que el capitán y la tropa habrían perecido; y como por otra parte, y pronto, resolvieron retirarse a Casapalca, antes de que fuera ya tarde.

2. Destacamento Guzmán. -El parte sobre el particular del subteniente Guzmán, aún inédito, es muy sumario y se limita a decir que a la 1 P. M. se trasladó a ocupar las pircas del corral inmediato a la iglesia de la hacienda, distante de las fuerzas del capitán como de 25 metros más o menos. Empeñado el combate, resistí con mi tropa, que se componía de 15 hombres, por más de una hora en nutrido fuego con las diversas guerrillas que se aproximaban. Como el enemigo me hubiese hecho ya varias bajas, ocupé la iglesia donde pude hacer nueva resistencia, y sólo salí de aquel sitio, abriéndome paso a la bayoneta, cuando el enemigo incendió la casa» (es decir la iglesia).

En las pircas fué muerto el soldado José Acevedo y a la salida de la iglesia el soldado Adolfo Ahumada, cuyo cadáver fué encontrado al día siguiente carbonizado en el dintel y heridos los cabos primeros Domingo Mena, José T. Jaña y Juan de la C. Barahona.

Como a las 4.30 P. M. se retiraban con Blanco hacia Casapalca; al llegar unos cuantos metros al sur de Cuevas, como a las 5, encuentran a un arriero chileno que venía de Casapalca; Guzmán, entonces en el caballo del arriero se adelanta hacia dicho punto a pedir refuerzo, a donde llega como a las 10.30 de la noche e inmediatamente comenzaron a prepararse una compañía del 3.° capitán Wolleter, y otra del San Fernando. Con el comandante Méndez a la cabeza, la primera llegó a Sángrar a las 11 A. M. del 27.

A las 12 de la noche llegaban a Casapalca el resto de las fuerzas, a cargo de Blanco.

Estos antes de retirarse de Cuevas, oyeron el tiroteo que en Sángrar se reanudó con mayor intensidad, lo que probaba que sus defensores no habían perecido.

3. El combate principal en Sángrar. Se inició primero que el de los destacamentos Guzmán y Blanco, y tuvo lugar a la 1 de la tarde del día Domingo 26 de Junio de 1881, y duró hasta las 2 de la mañana del día siguiente 27, con un fuego vivísimo «sin amainar absolutamente de nuestro lado y sin un momento de reposo». Es esta una de las acciones de valor más heroico que registra la historia, sólo comparable a la de «Concepción», que se efectuó un año y 12 días después, durante la ocupación del departamento de Junín por la división Canto, hecho que muy luego describiremos en este «Album».

Las fuerzas disponibles de Araneda sumaban, como ya hemos dicho 3 oficiales (Araneda, Saavedra y Ríos) y 35 individuos de tropa.

Saavedra y Ríos, en el acto de recibir la orden del Jefe, se trasladaron con la tropa a la carrera a ocupar las pircas de piedra del corral frente al cuartel, pircas que iban a servirles de atrincheramiento, cuyas murallas eran bajas para disparar de pie y altas para hacerlo de rodillas. Ahí cada cual se acomodó lo mejor que pudo dentro de la iniciativa que siempre despliegan nuestros soldados en casos semejantes. No terminaban de colocarse en estas trincheras (que los peruanos llaman del «panteón») cuando los nuestros reciben nutridas descargas, desde las alturas, fuego hecho por numerosas guerrillas que descendían apresuradamente desde las cimas de las lomas a colocarse en posiciones convenientes, y desde ahí, por todos lados, asediaban a tiros a las tropas de Araneda, que al verse agredida de frente, de flanco y por la espalda, por medio de fuegos cruzados, que salían desde el N., E. y O., cada uno procuró resguardarse lo mejor que pudo, sin dejar de disparar sobre el enemigo.

Este fuego que duró un poco más de una hora, produjo por eso sensibles bajas; fueron 21, de las cuales 7 muertos y 14 heridos: 60%.

Por esta razón, a las 2.15 P. M. Araneda dispuso, (y de las mismas filas salió entonces el grito, dado por el corneta Águila, según el cabo Loreto», «a encerrarse en la casa de piedra», idea que aprobó el capitán) la ocupación de las casas del cuartel, hacia donde se retiraron llevando los heridos, quedando tendidos en el campo los muertos.

Como los doce de la fama (los 12 españoles que fueron en auxilio de Tucapel) sólo quedaban inmunes 12 soldados, el tambor-corneta Águila y 3 oficiales, que por rara suerte no sacaron ni un rasguño. 16 por todos».

El cuartel era un edificio de material sólido de piedra y techo de gruesa calamina con una puerta y tres ventanas (una al frente y una en cada costado). En este local se guardaba el resto de las municiones destinadas a la división Letelier. Cada soldado había entrado al combate con 200 tiros y de dicho depósito pudo reaprovisionarse de cuanto necesitó.

Estratagemas. 
-Al retirarse de las pircas hacia el cuartel, fué cortado y tomado prisionero el soldado Santos González; interrogado por los coroneles Vento (Manuel de la E.) y Antay (José Simón), que dirigían a los asaltantes, González, a fin de salvar a sus compañeros inventó la noticia de que ese día (26) esperaban a las fuerzas de Chicla, las que debían llegar de un momento a otro y para cuyo objeto las esperaban con rancho (Declaración de González). Este informe coincidió con otra argucia de Araneda, (dada por Ríos) quien escribió un oficio anunciando la llegada de 600 hombres en las primeras horas de la mañana y firmó «Comandante Letelier»; cerró el oficio y lo arrojó hacia afuera; pronto este fué descubierto y cogido por el enemigo. Por eso Vento, en cuanto se impuso de su contenido, ordenó la salida anticipada de los heridos hacia Canta, recoger los muertos y deshacerse de otras impedimentas que permitieran una retirada rápida y fácil cuando fuera necesario.

Ocuparon, pues, el cuartel, Araneda, Saavedra, Ríos, 12 combatientes, los heridos y 2 niños (el tambor Águila y otro menor que se recogió en Casapalca). Inmediatamente se hizo la distribución de ellos para defender el cuartel en 4 grupos, que se destinaron a la puerta y a cada ventana, que se dejaron abiertas como señal de que los defensores no tenían temor alguno a sus enemigos.

Estos grupos, a las órdenes de Saavedra, Ríos, cabos segundos Silva y Loreto, estaban formados por 3 soldados y por los heridos convenientemente repartidos que dentro del cuartel contribuyeron a la defensa, sentados por no poder disparar de pie, a causa de sus heridas. Saavedra y Ríos manejaban rifles; Araneda con sable desenvainado y a veces también con rifle, daba grandes voces de: <colocarse cabo tal con 15 hombres en tal ventana», etc... que no pisaran los cajones de municiones para que no fueran a estallar... para hacer creer al enemigo que se contaban con fuerzas considerables y que había bastante munición para una resistencia prolongada.

Casi al principio de la defensa del cuartel "los enemigos, dice Araneda, nos hicieron 5 bajas más entre los 12 soldados, quedando apenas 7 de éstos, el corneta y los 4 oficiales" (eran 3).

El combate en el cuartel fué vivísimo, como lo manifiesta la relación peruana fechada en Canta 2 días después: «Acosados por nuestros fuegos, abandonaron sus trincheras, refugiándose en las habitaciones de la casa, por cuyas puertas y ventanas disparaban sin cesar sobre nosotros, obligándonos a incendiar la techumbre» de paja de los ranchos vecinos que rodeaban al cuartel "a fin de rendirlos".

Los peruanos habían dirigido todos los movimientos anteriores a toque de 3 cornetas, lo que prueba que las fuerzas eran de línea, numerosas y bien adiestradas.

El mismo Vento hizo también quemar su heredad para ver si así conseguía incendiar el cuartel; inútil intento.

A las 4 de la tarde más o menos, Vento ordenó cesar el ataque y colocado tras de las paredes del cuartel, gritaba al jefe enemigo: Capitán, ríndase; ya Ud. ha cumplido con exceso su deber; es inútil toda resistencia; no busque una muerte segura; como caballero le ofrezco todas las garantías que me pida para Ud. y su tropa. Capitán, ríndase; haga botar las armas... Y en seguida vivaron a Chile y al Perú, como para darnos confianza, dice Araneda».

A esta intimidación, el héroe contestó ordenando al corneta Águila tocar «Calacuerda» y el fuego se reanudó entonces, por ambas partes, con nuevo vigor e intensidad.

Viendo el enemigo que era inútil pretender tomarse el cuartel por asalto, pues cuantas veces sus tropas se acercaron en gruesos grupos, fueron rechazados y duramente escarmentados. Entonces trataron de incendiar el cuartel directamente, ya que con los incendios de los ranchos vecinos y de las propias casas de la hacienda, el fuego no se comunicó al edificio codiciado. Prepararon champas encendidas y las allegaban a puertas y ventanas, dos de las cuales lograron quemar, siendo apagadas rápidamente por los defensores. En esta ocasión el veterano, soldado Tomás Oliva, fundador del Buín, colocó la bayoneta en su rifle, y con ella mientras los cholos amontonaban de soslayo la totora y paja encendida junto a las puertas, él se las arrojaba inmediatamente a la cara, sacando su arma también de atravieso.

Entonces discurrieron otro arbitrio: aprovecharon unas cargas de manteca y derretida la arrojaron al techo, la que inflamaron con champas encendidas; pero el líquido ardiendo corría por las canales del zinc sin producir más que calor en el interior, no el incendio deseado.

Comenzaron a abrir forados a barreta, pero los nuestros donde sentían el golpe denunciador, enviaban sus disparos, y un ¡ay! muchas veces les anunciaba que aquel tiro no había sido perdido.

Desde la altura vecina, varias veces echaron a rodar grandes derrumbes de piedras, peñascos y arena, con cuyos escombros creían aplastar el cuartel. Estas galgas no produjeron ningún resultado. ¡Tan sólidos eran los muros del cuartel, que resistieron a tanta presión! Las galgas fueron armas esgrimidas por los peruanos con mucha frecuencia en todas las acciones de la campaña a la Sierra.

Viendo que ni el líquido inflamado producía efecto, hicieron entonces subir al techo a un soldado a desclavar una calamina; al sentir el ruido y los golpes, un tiro bien dirigido, más por oído que por ojo, atravesó al osado carpintero que rodó muerto por la descanso, sin pan, sin agua, sin humano engrasada calamina y cayó al suelo.

En esta forma variada se combatió hasta las dos de la mañana sin descanso; con asaltos repetidos e incesantes a puertas y ventanas, con forados, líquido hirviendo, galgas, etc., etc., con cuanto la astucia y las circunstancias permitían, sin lograr rendir un solo momento a los invencibles BUINES, a estos leones del valor, que eran chilenos.

Las intimidaciones de rendición de viva voz se repetían de continuo, a las cuales contestaba el corneta Águila, empuñando su clarín a una señal de su jefe, y el toque de calacuerda, grato al chileno que combate, resonaba entre aquellos agrestes picos para decir a sus contrarios: NO ME VENCERÉIS, EL CHILENO NO SE RINDE!

«El incendio alumbraba los hórridos farellones de la sierra con los rojizos resplandores de pira funeraria, y por centenares de asaltantes que se renovaban en la brega, no quedaban en pie sino ¡SIETE CHILENOS!
«¡Pero los siete no se rendían!»

«Hacía trece horas que sin cesar se batían, a la luz del sol en las trincheras, de noche en los parapetos, a todas horas rodeados de las llamas del incendio, sin tregua, sin socorro, ni clemencia.
«Pero los siete no se rendían!» («Sangra» por Vicuña Mackenna).

Esta es la razón porque todos los que han escrito y escriban sobre Sángrar, forzosamente tendrán que llamar héroes a los siete soldados, al corneta Aguila, a los 3 oficiales y a los heridos, que tan alto supieron dejar el pabellón de Chile.

Recordaron que eran Buines, que muchos, tal vez todos habían vencido en forma escénica en la alturas de San Juan y que sus padres conquistaron su nombre en otra lucha memorable, en el mismo Perú, en la jornada de el «Puente de Buin» (1838). No eran pues "héroes por fuerza", como los llama la autora de la Campaña a la Breña». En cambio, nuestros historiadores, sin excepción, reconocen cuando lo merecen los actos heroicos de nuestros adversarios, haciendo resaltar su acción y la verdad de los hechos.

Fin del combate.
-Efectivamente, a las 2 de la mañana del lunes 27 de Junio comenzó a cesar el fuego enemigo, quienes, poco a poco, principiaron a abandonar el cerco del cuartel y a replegarse a las alturas, para retirarse de ellas en cuanto a lo lejos aparecieran los anunciados refuerzos que González y Araneda les habían comunicado.

Poco tiempo después, solo se oían disparos aislados que denunciaban su presencia en las alturas, sobre el camino que conduce a Canta, en la misma dirección por donde habían venido.

Al amanecer, como de costumbre, el tambor Águila, tocó otra vez una triunfal diana que el eco de las montañas esparció por doquier.

Se aprovechó la mañana, por el capitán, sus oficiales y algunos soldados para recorrer entonces el campo tan caramente conquistado, donde encontraron algunos rifles abandonados por el enemigo, una espada de oficial una mula cargada con víveres cocinados, algunos barriles de manteca, sobrantes de los con que quisieron incendiar el cuartel, algunos cadáveres y demostraciones de muchos heridos o muertos que llevó el enemigo, por los abundantes regueros de sangre que seguían hacia el camino.

Se recogieron también nuestros muertos, a quienes se dió cristiana sepultura, se curaron los heridos como se pudo y se contaron entonces nuestras PÉRDIDAS, que fueron bastante considerables; pues tuvimos un total de 24 muertos, incluso los 7 de Bisivinger (sin incluir al arriero Malla, chileno), 2 prisioneros tomados por el enemigo, 15 heridos, uno de estos con la oreja rebanada por un paisano, y 3 contusos. Total: 44 bajas.

A las 8 de la mañana regresó sin novedad el cabo Oyarce con sus 4 soldados, trayendo algunos animales y víveres recogidos en su excursión, que vinieron muy bien porque todo el ganado anterior, fué llevado por el enemigo.

A las 10 de la mañana no se veía enemigo alguno; se retiraron oportunamente a Canta, a cantar su victoria (?), exagerar sus triunfos y disminuir sus efectivos.

Esta retirada tan anticipada se produjo porque muy luego supieron que venía un considerable refuerzo a los chilenos vencedores en Sángrar, una compañía del 3.° de línea, que efectivamente llegó a este punto a las 11 de la mañana, con el comandante Méndez, quien después de imponerse de todos estos hechos, hizo retirar las tropas a Cuevas, en cuyo punto quedaron de guarnición 100 hombres del 3.°, 8 buines, incluso el tambor Águila, los subtenientes Saavedra y Ríos, todos al mando del vencedor capitán Araneda, que era más antiguo que Wolleter.

Los heridos se llevaron a Casapalca, donde el Dr. Sierralta les hizo la primera curación y de ahí trasladados a Chicla, término del ferrocarril a la Oroya, y en seguida a Lima. En el trayecto murió uno de los heridos.

La guarnición de Cuevas se retiró definitivamente, por orden superior, a Chicla el 1.° de Julio.

Pérdidas peruanas.
-Como siempre es difícil precisarlas con exactitud.
Según el coronel Escudero, murieron el alférez Falcón (Juan Clímaco), los voluntarios Doroteo Molina y José María Valdés y 38 individuos de tropa; heridos: capitán Calderón, subteniente Patiño y corneta Igreda, sin indicar tropa. El parte oficial da los mismos nombres; refiriéndose a los heridos de tropa, dice sencillamente: «y otros soldados que son atendidos con esmero»(2).

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(1) Sangra, es palabra indígena y su verdadera pronunciación es Sángrar.
(2) El relato del combate de Sángrar es original y se lo debemos también a la bien documentada pluma del infatigable investigador, General en retiro, don Pedro Muñoz Feliú.


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"Las Fuerzas Armadas de Chile, Álbum Histórico". Santiago, 1929.

Saludos
Jonatan Saona

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