Batalla de Tacna
Silba el viento entre la paja; sacude los arbustos, en la pendiente de la montaña; brama furioso, atravesando las tajaduras de las peñas.
Nubes plomizas, con dibujos de plata, se apiñan en el zénit, y un ruido atronador se esparce hasta los confines del inflamado cielo.
La choza del pastor es consumida por el fuego: el rebaño ha sido muerto por la centella.
La mies de aquella heredad, sepultada por el granizo, se ha perdido para siempre.
Los torrentes brotan de todas partes, y arrastran en su curso los peñascos desprendidos y las ramas de los árboles desgajadas por la tempestad.
¡Cuánta desgracia! El desórden reina en la naturaleza.
Y esos torrentes llevan la vida á las llanuras, y hacen germinar la sémilla que iba á perecer sin riego, quemada por los rayos del sol.
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Lo mismo sucede en el órden social que en el de la naturaleza.
La tempestad política se ha desencadenado; y las instituciones, conmovilas al soplo de una idea nueva, se desploman y se hunden en el abismo.
Las capas sociales, violentamente sacudidas, empujan á la superficie elementos impuros, repugnantes: la demagogia vá á adueñarse de los destinos del pais.
Adiós derechos! Adiós garantías!
Cuánta desgracia ! El desórden reina en la sociedad:
Y, sin embargo; esas tempestades, á su paso, hacen brotar génios que serán algun día el apoyo de instituciones mejor combinadas; los abnegados apóstoles del derecho y de la libertad.
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Corría el mes de Diciembre de 1853. Don Domingo Elías, después de la publicación de sus célebres cartas, y de sus no menos conocidos episodios del Norte, fué á levantar en Ica, su ciudad natal, la bandera de la revolución.
Cuanto aquella provincia encerraba de notable, como prestigio, honradez y fortuna, se adhirió sinceramente al Hombre del Pueblo; y una pléyada de jóvenes, entre los que estaban Victor Fajardo y Baltazar La - Torre, prestó su concurso para la formacion de la pequeña fuerza, que tuvo la audacia de presentar batalla, en los campos de Zaraja, á la aguerrida division comandada por el General Torrico.
No se puede recordar uno de estos nombres sin que venga el otro á la memoria: La Torre y Fajardo eran dos joyas que corrían el peligro de perderse entre las disipaciones de provincia; y era preciso que un acontecimiento extraordinario las librase de la oscura suerte que les habria tocado.
Ambos, valientes, pundonorosos, aplicados; sintieron al mismo tiempo el secreto de su destino y, marchándo por idéntica senda, llegaron á ser dos notables jefes del ejército nacional, igualmente aptos para el gobierno civil y para las operaciones militares; pero que habían de tener diverso fin.
La Torre había de ser víctima del deber, como funcionario político, en el seno de la paz; Fajardo, que habia cumplido con felicidad sus comisiones civiles, debía morir como soldado, peleando por su patria en guerra exterior.
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Victor Fajardo nació en Ayacucho, en 1838: recibió en Chincha su primera educacion, y á la edad de 15 años pasó á Ica con el carácter de profesor auxiliar del mas acreditado colegio de instruccion primaria de la provincia.
De estatura mediana y talle esbelto; de sedosa y ensortijada cabellera; cejijunto, como los hombres de resoluciones firmes, locuaz y comunicativo; Fajardo era uno de esos tipos que atraen por la simpatía y mantienen las conquistas hechas en el campo de la amistad con cierto ascendiente inexplicable, convirtiéndose en centro de un círculo en que figuran espíritus, tal vez mas grandes, y que, sin embargo, se sienten suavemente ligados por vínculos que no desearian ver relajados jamás.
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Lanzada por Elías la proclama de 19 de Diciembre de 1853, Fajardo fué uno de los primeros que acudieron al llamamiento de aquel ilustre ciudadano, y fué dado de alta, como Subteniente, en uno de los cuadros de oficiales que debian servir de base á la organizacion de futuros batallones.
Los que guardamos el recuerdo de esos dias, nos imaginamos ver al entusiasta alférez acopiando elementos y poniendo su palabra fácil y perg:zasiva al servicio de la causa que su alma de diez y seis años abrazara con calor.
Veinte días mas tarde, Fajardo, despues de pelear en Zaraja con todo el entusiasmo de un valiente, se retiraba de los últimos del campo de batalla; sin que le decalentase el primer desastre en su incipiente carrera militar.
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El General Castilla había levantado, en Arequipa, la misma bandera caída de manos de Elías el 7 de Enero de 1854; y Fajardo, como La Torre y otros vencidos de Zaraja, fué á cobijarse bajo ella. Hizo la campaña á las órdenes del viejo General; y en los campos de La Palma conquistó los galones de Teniente, que conservó hasta 1858, en que marchó en el ejército contra Vivanco sobre Arequipa. En la toma de dicha ciudad fue ascendido á la clase de Capitán.
Cuando el General Castilla expedicionó sobre el Ecuador, Fajardo marchó en uno de los cuerpos que le siguieron; y allí probó su temple de alma y su patriotismo, batiéndose en duelo singular por injurias al nombre peruano.
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Proclamada la restauración por el Coronel Prado, en Arequipa, con ocasión del tratado Vivanco - Pareja, Fajardo cuya lealtad como soldado no habia sido desmentida jamás; pero que era sinceramente patriota y honrado liberal, se puso al servicio de la revolución mas simpática de cuantas han surjido en el país desde 1854; y en la clase de Sargento Mayor hizo aquella campaña, como tercer Jefe de uno de los cuerpos que formaban la vanguardia comandada por el Coronel Herencia Zevallos.
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Teniente Coronel después del 6 de Noviembre de 1865, fué elejido por el Gobierno dictatorial de esa época para administrar, como Prefecto, el Departamento de Huánuco. El que se había distinguido como militar inteligente y denodado, probó, en ese delicado puesto, especiales dotes como funcionario político, haciéndose amar de todos, sin apelar á las débiles complacencias, que solo sirven para ganar adhesiones pasajeras con mengua de la autoridad.
A la caída del Coronel Prado, Fajardo volvió al Departamento de Ayacucho, donde permaneció consagrado á la agricultura, hasta que el aturdido Bedoya levantó contra el gobierno de Don Manuel Pardo el estandarte de la rebelión.
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Fajardo fue nombrado Jefe de Estado Mayor de las fuerzas comandadas por el Coronel Don Pedro Silva; y despues de haber prestado servicios importantes, que justificaron una vez mas su reputacion de activo é inteligente militar, quedó en sus antiguas condiciones. Sus esfuerzos en favor del órden no le merecieron un ascenso en su carrera; y esta circunstancia, que espíritus pequeños suelen mirar como un desaire ó como una injusticia, no dispensó, en el buen servidor de la patria, odios ni resentimientos.
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Inaugurado el gobierno del General Prado, éste, que conocía las bellas prendas de Jefe tan distinguido, le encomendó el mando de un batallón, al frente del cual se encontraba cuando, declarada la guerra por Chile, hubo de acumularse tropa en Tacna y Arica.
Fajardo, que, en nuestras luchas intestinas, puesto siempre del lado de la buena causa, hizo todo género de esfuerzos por corresponder a la confianza de que se le hiciera depositario, sintió enardecido su entusiasmo y retemplado su aliento en la primera campaña que, en calidad de Jefe, tenía que hacer contra un enemigo extrangero.
Estudia, inicia, reforma, se multiplica; y al fin se presenta en el puesto de combate, que le estaba señalado, cuando los ejércitos unidos del Perú y Bolivia hubieron de tomar posiciones en el «Alto de la Alianza.
El ejército chileno arremete con todo el aliento que le inspiraban su gran superioridad númerica y sus recientes victorias; y la eminencia que habia servido de teatro á la mas espantosa carniceria, queda cubierta de cadáveres. Los valientes, que pretendian cerrar el paso al agresor cayeron para siempre.
Entre aquella masa de despojos humanos, estaba el simpático Subteniente de 1854.
Fajardo, que nacía el mismo año en que una expedicion chilena invadía el Perú, so pretesto de restaurar el gobierno legítimo, estaba destinado para morir á los golpes de los soldados de Chile.
La bandera estrellada que se batió sobre su cuna, debia flamear también en su tumba. Misterios del destino!
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Mas apartemos la vista de ese cuadro de horror, que mas nos recuerda los efectos de la civil discordia que los rigores de la suerte.
Tacna y Arica son dos episodios en que el Perú vió sacrificados, no solo los elementos que podían conservarle las probabilidades de un éxito ménos adverso en la guerra exterior; sino tambien los de reorganizacion social y política, de que habria dispuesto una vez disipada la tormenta. Y Fajardo era, sin disputa, uno de esos elementos.
Instruido, severo en la disciplina, ardoroso para emprender, sereno en los combates; habría sido un auxiliar poderoso para la reforma del ejército, tanto tiempo deseada, tantas veces acometida y siempre abortada por el infatigable batallar de las conspiraciones.
Sincero liberal, respetuoso de las garantías de todos y, por consiguiente, justiciero, amante del progreso, y afable y delicado en su trato, sin debilidades, sin transacciones indíguas; habria sido uno de los mas importantes agentes para la reconstruccion civil del país, envuelto aún en el mas espantoso caos.
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Al recordar hoy á esta ilustre víctima del patriotismo y del deber; hacemos votos porque su sangre, como la de tantos héroes que, con Fajardo encontraron la gloria, muriendo por vengar los agravios á la honra del Perú, fecunde el suelo de la Pátria y broten de él, por centenares, ciudadanos probos y valientes de fensores de la Nación.
J. V. ARIAS.
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"Recuerdo de la S.A. de la Exposición a los defensores de la patria en la guerra de 1879 a 1883: en el LXIV aniversario de la independencia del Perú, 28 Julio de 1885" Lima,1885
Fotografía propiedad de Patricio Fajardo, descendiente del héroe.
Saludos
Jonatan Saona
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