Sarjento Mayor
I.
Cuando por el mes de febrero de 1859 ocurrió el doloroso asalto i captura de San Felipe de Aconcagua puesto en armas por su pueblo, atrincherado contra el gobierno. hallóse entre la jente de guerra con cierta admiración de un bravo que allí había estrenado su valor, saltando espada en mano sobre una fuerte trinchera, i adueñándose con un puñado de secuaces de una parte considerable de la ciudad.
Ese arrojado asaltante, desconocido hasta entonces, era el subteniente del Buin don Polidoro Valdivieso, descendiente de estirpe cuzqueña porque su abuelo había sido un coronel español que en aquella ciudad casóse en 1804 con una señora Miranda i Gamarra, uno de cuyos retoños pasó a Chile en el ejército de San Martín, en 1822.
Fué este ultimo el teniente coronel don Agustin Valdivieso, i de su enlace chileno en la familia militar de los Sotos, nacieron sus dos hijos Samuel i Polidoro, arrogantes soldados.
Hubo entre ambos, sin embargo, una jeneración de por medio, porque el primero vino al mundo en 1823 i el ultimo en 1836 en la ciudad de Chillan.
II.
Educado el menor de los Valdivieso Soto Aguilar en el Instituto de Santiago i en la Academia Militar salio de ésta para entrar al Buin en 1838 en calidad de subteniente.
Recorriendo lentamente el escalafón, porque solo tenía mediana consagración a la vida disciplinaria de cuartel, era capitán nueve años mas tarde (1867), i once años después, al comenzar la última guerra, había ascendido apenas a capitán ayudante.
Nombrado en esta coyuntura mayor en comisión del batallón Chacabuco el 14 de junio de 1879, marchó a Antofagasta i a Tarapacá, donde terminó su carrera como la había comenzado, esto es, por un acto señalado de bravura. En los momentos en que para alentar su jadeante i rodeada tropa cojía el fusil de un soldado muerto i disparaba sobre un jefe enemigo a quien derribó de su caballo (el coronel don Manuel Suárez) la retribución de la muerte le llegó casi instantáneamente en una bala enemiga que le atravesó de parte a parte el corazón.
III.
Enterróle allí mismo su propio hermano en sepultura de soldado, cuando dos días después de la hecatombe llegó aquél a recojer los muertos; i allí, debajo de rústica piedra aguardan sus restos tardía pero necesaria repatriación. Las cenizas de los bravos que mueren por su patria son simiente que renace cuando las nativas auras la cubren con sus ósculos, i por ésto los huesos de todos los chilenos esparcidos en la tierra que fué extranjera, deberían tener fosa aparte i venerada.
IV.
Hizóse por algunos, durante su vida militar, al mayor Valdivieso, el cargo de gastar excesiva dureza con sus soldados, no obstante de ser todos voluntarios, bisoños i por lo mismo dignos de induljencia.
Pudo talvez haber error en su severidad tratándose de un cuerpo movilizado, pero siendo, como era, un oficial de probada bravura nunca fué posible que a mas de ser ríjido fuera cruel: "Te envío,—decía, como para desmentir aquella acusación a una tierna niña ofrenda de sus amores,-te envío estos cuatro pesos para que te compres unas lindas botitas ... Pero no te olvides de tu viejo papá, i pídele a Dios i a la Virjen que me conserven la vida para protejerte. Acuérdate que estoi peleando por la patria i por su honor"
Esto escribía el bizarro soldado el 10 de noviembre de 1879 desde Pisagua. Dos semanas más tarde yacía muerto en solitaria loma el que había peleado "por la patria y su honor".
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna
Saludos
Jonatan Saona
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