3 de febrero de 2024

Juan B. Cobián

Juan Bautista Cobián
Lo que me contaron los viejos.

Ofrecemos en este número un artículo del ilustre marino señor Juan B. Cobián, que es el Decano de su profesión, pues, como se verá en el reportaje que le ha hecho nuestro colaborador señor Vegas García, se embarcó ya con grado, el año 1855, contando a la fecha con 66 años en su carrera. El señor Cobián que está en plena y admirable posesión de sus facultades nos da una vibrante lección de energía con su producción histórica y nacionalista y en aquel artículo revela el temple de su espíritu y su preocupación patriótica. Creemos un deber rendir homenaje especial al distinguido marino, verdadera reliquia de nuestra Historia, que con el Coronel Pereyra, figura extraordinaria en nuestro Ejército, completa la tradición más elevada en nuestros institutos armados.

Hablando con el decano de la marina nacional.
En el escritorio -minúscula estancia- llena de luz y decorada con cuadros y retratos que recuerdan esforzadas hazañas y gloriosas figuras de la marina nacional, nos recibe, arrellenado en un blando sillón monacal, benévola la mirada de sus vivaces ojillos escrutadores, sonriente y amable, el decano de los marinos peruanos. Cubierta la inmaculada cabeza por una gorra gris, envuelto el menudo cuerpo -todavía erguido- en amplia bata de flotantes mangas, los quevedos cabalgando en la punta de la nariz, el viejo lobo de mar se frota, ágilmente las manos sarmentosas, al pie de la estufa que entibia la habitación con su vaho cordial, mientras nosotros le observamos, curiosa y calladamente.

Sobre el escritorio, destácanse algunas fotografías familiares, dentro de elegantes marcos de plata, y dispuestos, cuidadosamente, en los distintos casilleros, se alínean cuadernos y papeles, libros y folletos; toda la obra paciente y fecunda de este anciano de espíritu juvenil y patriota que, emplea los días serenos de su retiro, en copiar datos y escribir páginas eruditas y amenas para la historia de la marina nacional. Marino por vocación y por temperamento, amante entrañable del mar y de su leyenda heroica, parece que el verde de sus aguas hubiérase diluído en su espíritu, e impresionado indeleblemente su retina y por eso todas sus imágenes, todas sus ideas, todos sus ensueños, son siempre luminosamente optimistas y que la cólera del Océano, que tantas veces viera desatarse , imponente y aterradora, desde la cubierta de su navío, hubiera hallado hondas resonancias en su corazón retemplado para los grandes combates espirituales. Por eso se mantiene erguido v animoso. cuando, a su edad, todos se doblegan y sienten con secreta pena y amargura, la desintegración de a personalidad y el derrumbamiento de todas las energías.

-Tengo ochentiún años, nos dice, rompiendo el silencio, el comandante Cobián. Hace, precisamente, sesentiseis años del día en que, temblando de inquietud y de entusiasmo, y acariciando azules idealismos, pisara a cubierta del vapor de guerra "Ucayali", ostentando con orgullo el uniforme de guardiamarina. Entonces, ninguno de los dignos jefes que hoy son contralmirantes, habían comenzado su carrera. Y para abreviarles el interrogatorio -agrega con encantadora amabilidad- les contaré que mi abuelo fué don José Antonio Cobián, uno de los beneméritos firmantes del acta de nuestra Independencia; y uno de mis ascendientes por línea materna, son Alberto Gutiérrez, fué capitán del estado mayor del ejército libertador argentino y uno de los miembros fundadores de la Orden del Sol.

-Fué usted uno de los tripulantes de la "Amazonas", en el célebre viaje de ese barco alrededor del mundo?
-Con la particularidad de ser, ahora, el único sobreviviente de hecho tan memorable y atrevido.

-Quiere usted contarnos, comandante, algunas incidencias de ese viaje?
-Me parece que incurriría en una necia repetición, porque he hecho, antes de ahora, detallado relato del viaje de la "Amazonas" en mis "Memorias" que publicara hace poco tiempo, un diario local.
Sin embargo, consignaré en esta ocasión, que la navegación duró alrededor de tres años: 1856 a 1858 y que los jefes de la fragata eran los comandantes don José Boterín y don Francisco Sanz, dos ilustres figuras de nuestra historia naval. Merecí, de regreso al Callao, junto con mis compañeros, el ascenso a alférez de fragata y las felicitaciones del gobierno.

-Pero de todos los episodios de ese viaje, seguramente tan pintoresco y tan animado, cuál ha dejado más grato recuerdo en su memoria?
-Sería muy aventurado hacer una afirmación a este respecto, pero una de las cosas para mí inolvidables de ese viaje, es la visita que hiciéramos a la tumba del gran Napoleón, en Longwood, en Santa Elena. Sentí una gran emoción al hallarme delante del sitio en que, pocos años antes, reposara el cadáver del coloso del siglo XIX y creo que a todos sucedió lo mismo y con uncioso recogimiento, grabamos nuestros nombres, con temblorosos caracteres, en la chimenea del salón de la casa que habitara en su destierro el gran capitán corso.

-Es curioso recordar, comandante, que, años después, igual homenaje fué rendido por los guardiamarinos peruanos que hicieron su viaje de circunavegación en la corbeta española "Nautilus" Y en qué acciones de guerra, se ha hallado usted, comandante?
-Pues, en muy pocas. Verá usted, dice, con irónica sonrisa el gallardo anciano; he hecho las campañas del Ecuador, la de Chiloé y la del Pacífico. Tomé parte en los principales hechos bélicos navales de las tres. . . .

-Y recibió usted alguna herida?
-Ni el más leve rasguño. Siempre tuve muy buena suerte, a pesar de que nunca supe dar la espalda al peligro. Y así como las balas me han respetado, el mar, que siempre me tentara y en el cual tantas veces sumergí mi "endeble humanidad", no hizo sino acariciarme.... Y que por dos veces estuve a punto de desaparecer tragado por las olas.... Y por cierto, en circunstancias memorables....

-Cómo fué aquello, comandante? Diga usted....
-Pues, la primera vez, fué en compañía de Miguel Grau, el gran almirante del Pacífico.

-Ah, pero usted fué compañero de Grau?
-Es decir, compañero, porque actué a su lado, y porque me dispensaba franca amistad, pero no fuimos camaradas, en el íntimo sentido del vocablo. Grau era mucho mayor que yo. Cuando esto que le voy a narrar sucedió, yo era, todavía un mozuelo y el héroe de Angamos ostentaba ya sus hermosas y clásicas patillas a la española. Pues, como le decía, nos hallábamos en el "Ucayali", departiendo alegremente en la cámara de oficiales, cuando a alguien se le ocurrió que debíamos trasladarnos a bordo de un barco de carga, extranjero, que se hallaba fondeado en las Islas de Chincha. Acogimos la idea, con entusiasmo y mandamos alistar el "chinchorro". Una fuerte brisa rizaba las olas y azotaba los flancos del "Ucayali". La escala hallábase empapada y por ella se deslizaron, con gran cuidado, Grau y los demás compañeros. Yo, que me quedé el último, quise hacer gala de mi agilidad y pretendí saltar, desde el primer peldaño, al chinchorro, pero no contaba con que la escala estaba resbaladiza, a consecuencia de la humedad y rodé, cayendo con violencia tal sobre mis compañeros, que arrastré conmigo a Grau, al mar. Yo no sabía, entonces nadar, pero Grau, como buen piurano, era un consumado nadador. Me así de él con toda mi fuerza, y al punto estuvimos de perecer ahogados, salvándonos gracias a la destreza marinera de Grau, a mis desesperados esfuerzos y a la proximidad de la embarcación.

-Y la segunda vez, comandante?
-La segunda vez fué más serio, aún el peligro. Me hallaba de guardia, en el puente de la Apurimac", que entra en ese instante al famoso dique de secciones que instalara el célebre don Tadeo Terry, tan amigo de asuntos navales y tan desgraciado en todos ellos, cuando los puntales que sostenían el barco, por babor y estribor, manteniéndolo en perenne oscilación desigual, se resbalaron, tumbando el barco hacia uno de sus costados, con fuerza tal, que se destrozaron los palos reales y la cadena que había dentro de la batería, para igualar el nivel y que la arrastraban de un lado a otro, varios hombres, se escapó de sus manos y al rosar, saltó, aplastando a varios marineros. Yo estaba al pié del palo de mesana y desde allí contemplaba, apenado, cómo el barco se hundía, lentamente barrido por las aguas. De pronto, el mesana se rompió también, y yo me quedé asido del pasamanos del puente, cayendo con él al agua, y pude tras no pocos esfuerzos salvarme.
Y cosa curiosa, en ese momento el presidente Castilla que había anunciado su visita al barco, se acercaba en el "Ucayali", para trasbordarse a la "Apurimac". De buena escapó el gran mariscal....

-Le gusta a usted la figura de Castilla, comandante?
-Creo que todos los peruanos le debemos el homenaje de nuestra admiración y de nuestro reconocimiento. Fué uno de los padres de nuestra nacionalidad. Echó las bases ciertas de nuestro engrandecimiento, sin decantarlo mucho y nos dió lecciones elocuentes, aunque desgraciadamente infructuosas, hasta ahora, "de paz y de trabajo". Además, fué uno de los pocos gobernantes con visión clara de nuestras necesidades navales, seguro de que solo el poderío marítimo habría de conservar para nuestra patria, sino el predominio en Sud América, siquiera la integridad de nuestro territorio. Nunca, ningún marino, debiera olvidar la famosa máxima del viejo prócer: "Si Chile compra un buque, el Perú debe adquirir dos".

-Qué actuación le cupo, comandante, en la campaña del Ecuador?
-Estuve, bajo las inmediatas órdenes del teniente don Guillermo Pareja, en el tiroteo de la Atarazana, entre nuestras fuerzas sutiles navales y el ejército ecuatoriano, el 11 de agosto de 1859. Mandaba nuestra escuadra, el contralmirante don Ignacio Mariátegui, glorioso jefe de la marina, que con Guise, Blanchet, Panizo, Ferreyros, Noel y Grau, son el orgullo de la institución.

-A su juicio, comandante, cuál ha sido, atendiendo a los conocimientos y a los dones de mando, el mejor jefe de la marina peruana?
-Sin ofender la memoria de muy ilustres y heroicos colegas ni herir susceptibilidades, puedo afirmar -como un juicio enteramente personal- que el más completo jefe que hemos tenido, ha sido don Manuel Ferreyros, que reunía claro talento, esmeradísima y profunda cultura, sólida preparación técnica, sereno valor, puesto a prueba varias veces y consumada pericia.

-Y Grau, comandante?
-Oh, Grau es, sobre todos, la primera y más grande figura de la historia naval peruana. Es indiscutible e intangible. Y en cuanto a práctica naval, nadie lo ha igualado, hasta ahora. Era un capitán admirable, al cual podía confiarse, sin temor, ni vacilación, cualquier barco. Había crecido sobre el mar, navegando en frágiles barquichuelos balleneros. Con decirle a usted que la Compañía Inglesa de Vapores, cuando Grau se retiró del servicio activo, después de la protesta contra el nombramiento de Tucker, como jefe de la escuadra, le entregó una de sus naves, quedará usted convencido de su eficiencia en el manejo de ellas....

-Y usted, comandante, fué de los "protestantes"....
-Y a mucha honra, porque, no obstante de que reconozco que Tucker fué un digno jefe y que guardaba especial afecto para el Perú, considero que aquel fué un gesto de dignidad profesional y de ardiente nacionalismo que constituye un brillante página de nuestra historia naval. Precisamente acabo de escribir un artículo relatando este incidente tan bullado, en el que actuaran a la cabeza, "los cuatro ases" de la marina de entonces: Grau, Montero, Ferreyros y García y García, de los cuales fuí yo secretario, los mismos que tiene usted a la vista, en esa fotografía, agrega, señalándonos un cuadro que pende del muro, dominando el escritorio.

-En la campaña de Chiloé, comandante, qué rol desempeñó usted?
-Asistí como segundo comandante de la corbeta "América", a las órdenes inmediatas del capitán de navío don Manuel J. Ferreyros y bajo el comando supremo del comandante general don Manuel Villar, al combate de Abtao.

-Y conoció usted a don José Gálvez?
-¡Ya lo creo! -En Chile estuve con él, antes de la revolución del 65. Era un gran madrugador y todas las mañanas paseábamos conversando. Hombre vigoroso, gustaba de hacer ejercicio charlando cambiando ideas.

Y en la guerra con Chile?
-Fui comisario general de la Armada y en ese carácter concurrí a todos los bombardeos que sufrió el Callao de parte de la escuadra chilena y caí prisionero el 15 de enero de 1881.

-Cómo se realizó su prisión, comandante?
-Verán ustedes, después del incendio de nuestros buques, el comandante general don José María García, el mayor de órdenes don Emilio Díaz, el comandante Marquina y el oficial Fernandini y yo, nos embarcamos en una lancha, dirigiéndonos a Ancón, pero sufrió esta una interrupción y mientras tanto, cayeron sobre nosotros dos torpederos enemigos y se nos apresó, conduciéndonos al "Huáscar" y a la "Pilcomayo", al " Blanco" y luego al "Inspector" que se hallaba en la Isla, a bordo del cual permanecí veinte días, siendo al cabo de ellos, puesto en libertad.

-Crée usted, comandante, que la guerra marítima la perdimos por desorganización y deficiencia del personal, o por inferioridad de nuestro poder naval, respecto del de Chile?
-Es cosa perfectamente probada que nuestro personal, de un modo general era excelente y que nuestros jefes y oficiales hicieron cuanto estuvo en sus manos por poner en salvo el honor de nuestra marina de guerra, tan fecunda en heroicidades y sacrificios. Desde Grau, manteniendo a raya por espacio de 5 meses a la escuadra chilena, con las esforzadas e increíbles correrías del "Huáscar", y Villavicencio, rompiendo audazmente, el bloque de Arica, en la "Unión", hasta Lagomarsino, hundiendo el Manco Capac, en la rada de Arica, para cumplir así, en el mar, lo que Bolognesi había cumplido en tierra, y los jefes que incendiaron nuestros últimos barcos, en el Callao, para evitar la humillación de verlos ostentar la odiada bandera enemiga, los marinos peruanos demostraron el temple de sus amas, el amor a su profesión, el culto del deber y del patriotismo. (Y el viejo "lobo de mar", al hablar así, echa atrás la cabeza venerable, yergue el busto, con arrogante actitud, animado el moreno rostro, brillantes los vivaces ojillos escrutadores).

-Después de la guerra, comandante, qué cargos ha desempeñado usted?
-Desempeñé varias comisiones antes de mi viaje al Pará, en 1896, como comandante del crucero "Constitución", conduciendo las tropas que iban a debelar el movimiento federalista que estalló en Iquitos. Me encontraba al ancla en este puerto, cuando ocurrió a bordo de la barca "Belem" de la matrícula de Nantes, un violento incendio. Inmediatamente presté los auxilios más oportunos, logrando arrancarla de las llamas, por lo cual recibí el agradecimiento del gobierno francés, que me fué trasmitido por el Ministro de esa república M. Pablo Larouy. He sido, luego, miembro de varias comisiones de la Armada y aún ahora mismo, no obstante hallarme en el retiro por límite de edad, desempeño el cargo de presidente de la comisión revisora de los contratos celebrados por el Ministerio de Marina, desde su creación. Yo llevé a efecto el proyecto de reforma total del servicio de capitanías.
Pero, noto que me voy extendiendo demasiado en la enumeración de mis servicios y méritos y no quisiera que se me tachara de estar atacado de " hipo de notoriedad", como decía don Nicolás de Piérola.

-Fué usted amigo del Kalifa, comandante?
-No solamente su amigo, sino su más ardiente partidario. Fuí de los " fanáticos". Creo que Piérola ha sido el más grande hombre de nuestra vida republicana. No me consolaré nunca de su muerte, no obstante de que me enorgullece su apoteosis.

-Ha sido, usted, pues, politico ?
-Se yergue, nuevamente, el anciano marino y golpeando nerviosamente el escritorio con la diestra, responde: Detesto la política, que es el más incurable de nuestros males nacionales. Profeso el principio de que ella debe detenerse al umbral de los institutos militares. Mi admiración por Piérola, se confunde con mi amor a la patria. Le acompañé en todas sus grandes campañas, con todo mi espíritu, pero jamás quebranté la rígida disciplina militar, ni olvidé mi deber de marino, para seguirle en sus aventuras revolucionarias. Muerto Piérola, no tengo devoción política alguna y mi horror a las turbulencias internas, es cada vez más hondo, como que es hijo de la vieja experiencia y del conocimiento de los hombres....

-Y sus libros, comandante?
-Preparo, actualmente, tres: "Los viajes", "La Evolución del material naval" y "Misceláneas marítimas".
Y esta es toda mi vida, modesta vida de marino y de ciudadano, que no ha visto mancillados sus galones, ni maculada su conciencia y que dedica su vejez a acumular materiales para la historia de la gloriosa institución naval, que tanto deseo ver nuevamente al nivel de cuando, hace sesentiseis años, pisé por primera vez, pletórico de ilusiones, la cubierta de un barco de guerra peruano, termina diciéndonos el comandante Cobián.

Envío:
Señor Comandante Cobián:
Al estrechar a usted la mano, he pensado con amargura, en la ingratitud de los gobernantes que han olvidado, en su retiro apacible y en su vejez honrosa, a quien ostenta, para ejemplo de nuestros jóvenes marinos, sesentiseis años de vida naval, limpia y meritoria, pero he pensado también en que no menos espontánea por tardía, la injusticia de los de arriba, ha sido reparada por el veredicto unánime de los de abajo, que ven en usted, la tradición viviente de nuestras glorias navales y que sobre los títulos y grados que sirven tanto al mérito como al favor, le ha otorgado el sencillo y simbólico de "decano de la marina", consagrador de su ancianidad venerable.

Lima, Junio de 1921.
R. V. G.


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Revista "Mundial". Año II num. Extraordinario. Lima, 28 de julio de 1921.
Saludos
Jonatan Saona

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