15 de diciembre de 2019

Juan Buendía

Juan Buendía Noriega
Juan Buendía
(Texto tomado de "El Perú Ilustrado" Lima, 26 de julio de 1890)

El ejército de línea que asistió en formación los días 15 y 16 del presente fué mandado por el General de División D. Juan Buendía, cuyo retrato aparece en nuestra segunda página.

Un libro meditado con la serena imparcialidad del historiador y no las reducidas columnas de nuestro semanario sería preciso para abarcar la última página de la vida del infortunado General cuya nevada cabeza arrostró el peligro en alas de la desesperación en la batallado Tarapacá y cuyos postreros años de una existencia consagrada al servicio de su país han sido abrazados por la fatalidad del inmerecido desastre de San Francisco, donde concurrieron tantas y tan encontradas circunstancias que no es á nosotros á quienes corresponde emitir un fallo sobre acontecimiento contemporáneo de tan formidable hecatombe.


Nuestra misión al frente de este Periódico tiene límites: se reduce a presentar los individuos y los hechos aislados. Creemos, sí, que para el fallo justiciero de la historia, importa grandemente conocer los antecedentes militares de la persona.

El General Buendía, hijo de los esposos D. Antonio Buendía y la señora Josefa Noriega. ingresó á la carrera militar el 7 de Enero de 1834 en calidad de soldado, en “Legión Sagrada”, y desde ahí, subió grado á grado hasta ceñir la faja azul y lucir la pluma blanca de los Generales.

Las batallas á que ha concurrido, fuera de acciones de armas, las determinaremos con rapidez. Asalto y toma de la fortaleza del Callao en 1835, á órdenes del General Nieto; Huailacucho, donde fué herido, 7 de Abril de 1834, á ordenes del General Orbegozo; la Palma, el 5 de Enero de 1855, con el Gran Mariscal Castilla; asalto y toma de Arequipa, en 6 y 7 de Marzo del 58; ocupación de Lima, el 65, con el General Canseco; "2 de Mayo" del 66, contra la escuadra española, en la torre de Junín; los Angeles en Tarata al 74; Pisagua, 2 de Noviembre del 79, Tarapacá, 27 del mismo mes y año; San Juan, 13 de Enero de 1881; Miraflores, 15 del mismo mes y año.

Después de esta última batalla donde el General Buendía harto buscó la suerte del infortunado Moore, á quien la Providencia le deparó la reivindicación de sus glorias militares momentáneamente oscurecidas por la nube negra de la fatalidad que comenzó á cernirse sobre nuestra patria, Buendia, decimos, se retiró al sur bajo una sola y única preocupación que durante diez años acibara su existencia sin doblegar su voluntad. El sacrificio de la vida; pero, como alguna vez lo hemos oido expresarse á él mismo, no el cobarde sacrificio del suicida, sino la fructuosa inmolación del anciano General que más de cinco veces ha demandado el juicio militar á los poderes de la Nación Para vindicar su nombre, y después buscar la muerte único asilo del que al ir en pos del laurel de la victoria solo pudo alcanzar la cruz del martirio.

Narramos sin hacer historia; y al hablar hoy del General Buendía á quien calumniaron y vejaron tanto nuestros enemigos externos y los enemigos internos de la Patria, sólo diremos que en toda causa de conmoción social, existe y tiene que existir una víctima.

En la guerra del Pacífico le tocó la bola negra al General que durante 54 años de servicios dio muestras de valor y pericia militar y que, próximo ya á llegar á la meta, tuvo que verse agobiado por la colectiva responsabilidad de muchos Para ser él solo quién arrostrara las justas iras de los pueblos. Alguno de nuestros colegas ha abogado por la reconciliación de los vivos junto á las cenizas de nuestros mártires que acabamos de honrar. Si esa debe ser nuestra actitud, seamos  de los primeros en lanzar el nombre del General Buendía al círculo de donde mañana brote el caudal de las reparaciones estimulando el honor nacional, levantando el abatimiento moral de los que, como D. Juan, cayeron entre las ruedas del fatídico carro.

Démosles la mano, ayudémosles á levantarse y á tomar de nuevo su corcel de batalla; no nos abandone por un momento la idea de que el herido, cicatrizada la herida, cobra mayor brío para volver á la lucha; pero, no le dejemos en la inacción, envenenada con nuestro indiferentismo.

Los altos destinos de Dios que nacen así en la luz como en la sombra, acaso, acaso deparen para mañana la corona inmortal para la blanca cabeza del General que no desdijo de sus antecedentes en la hora del amargo ostracismo á que él voluntariamente se condeno después de nuestras inmerecidas pérdidas campales.


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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 168, Lima, 26 de julio de 1890.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. "Valor y pericia militar". No cabe cuestionar el valor en combate del general Buendía, ni de su patriotismo, entrega y buena fe.
    Lo que aparece extraño, por decir lo menos, es asignarle pericia militar.
    El general Buendía no estaba enterado, al parecer, de la forma en que se lucharon las guerras de Secesión en Norteamérica (1861-65) ni las que libró Prusia en Europa en 1864 (Dinamarca), 1866 (Austria) y 1870 (Francia). No supo entonces que la logística y el transporte fueron esenciales en esos conflictos, así como el empleo de la táctica de " campo arrasado" si se va a dejar éste en poder del enemigo.
    Buendía no sólo careció de transporte y buena logística - que pudo haber organizado con anticipación - en la campaña de Tarapacá. Tampoco cuidó de destruir los medios que se vio precisado a abandonar en sus retiradas, dejando todo el tendido férreo, más las locomotoras y carros de ferrocarril en poder del enemigo. También el combustible para operar esos trenes. Y lo que es peor: abandonó sin lucha Dolores, única fuente de agua que permitió la progresión del enemigo hacia el interior, dejando allí además la maquinaria y el combustible necesario para la extracción del ese líquido vital en el desierto. Las fuerzas chilenas solo tuvieron que abordar el tren para trasladarse y ocupar el punto clave de la campaña.
    Cuando Buendía retornó con sus tropas - muy mal atendidas en su marcha - e intentó recuperar el pozo de Dolores, el control de ellas se escapó de sus manos en forma que llamaré, al menos, bochornosa.
    Nadie pone en duda su lealtad al Perú, pero como comandante de tropas no dio el ancho durante la GDP.
    Su falencia no destacaría tanto si no hubieran surgido en su Patria otros comandantes que si supieron como adaptarse y luchar exitosamente.

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