Coronel del Rejimiento de Granaderos a Caballo
I.
Nació el coronel don Francisco Muñoz Bezanilla, último coronel rejimiento de Granaderos a caballo durante la campaña activa, en Santiago el 2 de abril de 1841, siendo sus padres don Francisco Muñoz Bezanilla, hermano del ciudadano del mismo apellido que en 1828 fuera ministro de la guerra de la administración Pinto, i la señora María de La Puente. Los Bezanillas i los La Puente proceden de Lima, i allí contó en el hogar antiguo, ha ido a extinguirse el robusto renuevo de Chile bajo el artesonado del palacio de los virreyes.
Encuéntrase a la verdad casos harto singulares en la varia vida de los soldados, que es una eterna aventura. El coronel Muñoz Bezanilla, jefe de Granaderos, había nacido, como Rodolfo Villagrán, segundo o tercer jefe de aquel bizarro rejimiento, a la puerta de un cuartel, en su casa tradicional que en la calle del Puente daba vista al Picadero, o cuartel de la escolta presidencial formada por el rejimiento de Granaderos en 1841; i así como Villagrán fué formado para la carrera del honor en la Academia Militar, i salió de ella para servir en el 2° de línea, así Muñoz Bezanilla le había precedido por diez años (lo que le llevaba de vida) en ese establecimiento i en ese cuerpo. Más todavía: el coronel Urízar Gárfias, jefe de ambos i muerto con ellos i por ellos, había comenzado su carrera en ese batallón mártir que se ha extinguido en su propia jenerosa sangre, i fué uno de sus capitanes cuando lo era el inolvidable comandante don Eleuterio Ramírez, hombre de su temple.
II.
Desde niño echóse de ver que el coronel Muñoz Bezanilla seguiría el ejercicio de las armas porque prefería ir a escuchar la tocata de los clarines de la guardia de palacio, allí contiguo, al sosiego de su tranquila casa sombreada de naranjos, i huía a la labor de la escuela que entonces presidía el buen educacionista don Anselmo Harbín en la calle de las Ramadas, por darse trazas para visitar en sus pesebres los briosos brutos de la escolta. Era desde esa edad i fuélo siempre independiente, franco, bullicioso i peleador de igual a igual, o de abajo para arriba i contra muchos, lo que es raro, pero es simiente de altos hechos en los hombres.
Fallecido su padre sin fortuna en 1852, su madre obtuvo una beca para él en la Academia militar, i llevado por la mano del jeneral Aldunate, que devolvió al ejército el pundonor i el heroísmo de los antiguos Cruzados, entró en sus filas como subteniente de infantería en el 7° de linea, i por disolución de éste en el 2° de línea en 1859, año de revueltas.
III.
Atraído como Villagrán por los recuerdos infantiles más que por la tensión de su musculatura i de su talla, que era mediana i bien compartida, entró en febrero de aquel año triste i memorable, cuando la llama de la discordia provocada se destacaba a manera de rojiza hoguera de Arauco a Copiapó, en calidad de alférez del rejimiento de Granaderos a caballo. Pero quiso su buena estrella que su sable no se estrenase en la sangre de los propios suyos.
Al contrario, ocupado exclusivamente en las fronteras, fué uno de los tranquilos fundadores de Mulchén bajo Saavedra, i uno de los más antiguos repobladores de Angol con Lagos i con Baquedano. Como capitán de Granaderos formó parte de la división volante con que en 1869 pacificó el último jefe la rejión comprendida entre el Bío-Bío i el Malleco, guardando todos los pasos del último río contra el bárbaro.
En realidad, el coronel Muñoz Bezanilla hizo toda su carrera militar en las fronteras hasta el grado de teniente coronel efectivo en 1879. Pero formó también allí su carrera íntima rodeada de felicidades, porque en 1875 enlazó su vida a la de la distinguida señorita Colinda Briseño, hija de uno de los más meritorios jefes del ejército, i quien cerrara los párpados del esposo amado con el último ósculo de la abnegación i del cariño. La hoi llorosa viuda había partido en julio de 1881 llena de resolución i había acompañado a su marido hasta las nevadas sierras, de donde trajo el último el jermen de la muerte.
IV.
Por supuesto, el coronel Muñoz hizo todas las campañas del Perú con sus Granaderos, a contar desde octubre de 1879. Marchó con Lynch dos veces, de Arica a Paita i de Lurín a Lima. Acompañó a Amunátegui a Ica, i cargó en Tacna, i cargó en San Juan. En medio de la última batalla recibió el mando de su cuerpo de manos de su jefe moribundo, i supo reemplazarlo. Pasó en seguida a Trujillo, i traído a Lima desempeñó el puesto de jefe de Estado Mayor del ejército de ocupación desde el 1.° de agosto al 30 de noviembre del año 3° de la guerra, en que le reemplazó el coronel don José Francisco Gana. El comandante del rejimiento de Granaderos había sido promovido a coronel graduado el 31 de mayo de 1881.
V.
Designado después para mandar la caballería que acompañó al contra-almirante Lynch a la quebrada de Canta en la época más inclemente del año, i por lo mismo la peor elejida, las lluvias constantes, las penurias i la puna postraron su robusta naturaleza al punto de obligarlo a regresar en una camilla a Lima. Su dolencia resultó fatal como el clima, i no obstante los cuidados de una esposa, raro regalo de los que así sucumben lejos de sus lares, la muerte le arrebató a su patria i al ejército en la madrugada del 22 de febrero de 1882. El último rodeó su tumba, i sus funerales tuvieron la solemnidad de un dolor público.
VI.
Distinguían al coronel Muñoz Bezanilla las mejores partidas del hombre de guerra: la franqueza en el trato soldadesco, la alegría en los campamentos, la lealtad a la bandera, su entusiasmo por la patria i su carrera. No gastaba ambajes con sus camaradas ni ponía agrio jesto a sus subalternos. Menos todavía encorvábala cerviz ante los fuertes.
Era por ésto, i por su valor probado en todas partes, universalmente querido i por lo mismo ha sido universalmente llorado. El coronel Muñoz Bezanilla no tenía más enemigos que aquellos que habían flaqueado en el conflicto i que él los viera en el acecho o trás el muro, siendo los últimos, por fortuna, tan pocos en el ejército de Chile que su lista entera cabría en un solo renglón de la historia de la guerra.
No había sido bendecido el coronel Muñoz Bezanilla en su existencia por los dones de la familia; pero había adoptado como a hijos a aquellos de sus deudos que necesitaban de su amparo, i éstos como su digna viuda quedaron en tristísima orfandad.
El país, a su tiempo, habrá de tenderles mano jenerosa, i entretanto nosotros deponemos en la ausencia esta humilde corona de recuerdos, que acaso nadie entretejerá de espinas, porque si la flaqueza humana ha podido acusarnos de ensalzar alguna vez a los que en tierra extraña sufren i se baten por su patria sin morir por ella, nos perdonarán probablemente todos que recordemos una pájina de la existencia de los que ya no volverán de extranjera tierra, sinó para confundir sus huesos con los huesos de sus mayores en el silencioso osario de la patria que no tiene émulos sinó lágrimas, cenizas i perdones.
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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