31 de diciembre de 2017

Carta a Montero

Lizardo Montero Flores
Carta de Mariano Álvarez Villegas a Lizardo Montero Flores

“Diciembre 31 de 1879.

Querido amigo:
En mi última de 20 del presente, que fue por el correo, le indiqué de que algunos amigos nos habíamos propuesto formar una asociación para proporcionar al ejército del Sur, a órdenes de Ud., víveres, vestuario, calzado y cuanto necesitase para su existencia, excitando la acción dé los particulares para hacer erogaciones con ese objeto. 

Después de escrita mi carta, tuvimos una reunión, y todos aplaudieron que hubiera puesto en noticia de Ud. nuestro propósito. Al día siguiente, domingo, tuvimos otra reunión en mayor número, y habíamos acordado los medios de sacar recursos y organizar la mano de obra, repartiendo vestuarios para coser en las casas mas notables de Lima, mediante nuestras amistades; pero mientras nos ocupábamos en tan loable fin, Arguedas se sublevaba en el cuartel de la plaza de Bolívar. Nos habíamos separado tranquilos y entusiastas; la reunión había sido en mi casa; todos los amigos yacían ignorantes de lo que pasaba, cuando en la puerta de la calle reciben, los últimos que salieron, la noticia de la sublevación. Ya sabe Ud. lo demás. 
Nuestra sociedad ha recibido, pues, una interrupción en su suelo, pero no en sus propósitos, y hemos tenido ya varias otras entrevistas para ver cómo nos organizamos bajo el nuevo orden de cosas; entretanto, yo agradecería a Ud. que mandase hacer una razón de todo lo que necesita ese ejército y me la remitiese por buen conducto. Me han dicho que el nuevo Gobierno piensa mandar a ese ejército dinero y vestuarios, pero no víveres, porque dice que allá hay bastantes. Pero Ud. no litiga caso de díceres que no tienen consistencia porque se recogen en cualquiera parte. Como es necesario saber las cosas de fuente autorizada, nos seria, por lo mismo, muy conveniente que Ud. nos informase de lo que se necesita, tanto para ver aquí sí, para la acción particular que proyectamos, se le puede a Ud. mandar, cuanto para averiguar qué es lo que el Gobierno le manda. Sería necesario también que Ud. nos impusiese de lo que reciba del Gobierno. Todo con carácter reservado mientras que organizamos nuestra sociedad y funciona públicamente. No sabemos si lograremos nuestro objeto de organizarla, pero hacemos todo esfuerzo para ello. 

Le hablaré ahora de política. Mi opinión es que Piérola estará desprestigiado en quince días mas, y que no puede durar mucho su gobierno. Esto iba a decírselo a Ud. antes de lo que ha sucedido ayer, pero ahora lo digo con mayor razón. Ayer puso presos a todos los periodistas, incluso el canónigo Tobar y el editor de La Patria, doctor Solar, porque los periódicos salieron sin la firma que exige el llamado estatuto provisorio. Aunque algunos creen que Tobar y Solar no han hecho mas que una papelada para que el golpe caiga mas recio sobre los otros, es difícil creer que se hayan prestado a sufrir un vejamen por sumisión al amo.

Las facultades omnímodas han desagradado a toda la gente sensata. Piérola no tiene sino su antiguo círculo y alguna parte del pueblo pegado a él, porque cree que va hacer la guerra; pero si él ha subido con esta bandera, porque no podía hacer otra cosa, no le veo ni el arranque ni el desprendimiento que para hacerla de veras necesitaría manifestar. El que quisiera hacer de veras la guerra, no tendría tiempo para pensar en estatutos provisorios, ni en el lujo de siete secretarios, ni en reformas interiores que no llevan a aquel grandioso fin. El aprovisionamiento del ejército del Sur, la disciplina del de Lima, el estudio de la topografía de esta capital para el caso de combate con el enemigo, la indispensable campaña sobre Tarapacá, son medidas para las que no le alcanzaría el tiempo a un vasto espíritu. El que piensa en otras cosas, no puede pensar de veras en la guerra.

El nombre de Ud. se hace aquí cada día mas aceptable, no solo porque los actos de Ud., que ha revelado la prensa, han sido del agrado universal, sino porque las facultades omnímodas y sus consecuencias lo señalan a Ud. como la persona destinada a restablecer el imperio de la Constitución y de las leyes, mucho mas si triunfa Ud. con su ejército de los enemigos.

Pero Piérola, que no puede dejar de conocer que si Ud. triunfa de los enemigos, su poder desaparecerá en el instante, hará todo lo posible por privar a Ud. de los medios de acción y retardará, por lo mismo, la guerra cuanto pueda, con gran riesgo ríe la causa nacional. Quiera Dios que me equivoque.

Desgraciado país en que hasta, el honor nacional se sacrifica a los intereses y ambiciones personales. La conducta de Ud. es hoy reconocida y aplaudida por todos. A Ud. lo mandaron a Arica, como a un destierro, para no darle el mando de la escuadra, y Ud. aceptó sin trepidar ni murmurar. Las circunstancias lo han elevado a Ud. a una posición culminante. Está Ud. a la cabeza de un ejército que ha visto Ud. formarse a su rededor, que ha formado Ud. en gran parte, que conoce Ud., en donde tiene Ud. crédito, estimación y simpatías, que por lo mismo sabrá Ud. manejar y dirigir mejor que otro alguno; conoce Ud. el territorio en que ha de moverse y los medios de conducirlo; pero por que Ud. no sea quien conduzca a ese ejército a una victoria segura, se le han puesto y pondrán todas las trabas posibles, no obstante su nombramiento de General en Jefe. Tales son mis temores. Repito, Dios quiera que me equivoque. Pero, para el caso de no equivocarme, le aconsejo que esté Ud. muy alerta, que proceda Ud. con mucha mesura y mucha maña a fin de obtener Ud. todo lo que necesite y poder marchar, cuando menos se piense, sobre el enemigo. Si Ud. venciese a los chilenos, todas las rivalidades desaparecerían como el humo.

Le confieso a Ud. con verdad que si Piérola diese muestras de querer hacer la guerra de veras, yo seria pierolista; pero estas muestras deberían ser la protección rápida e inmediata al ejército del Sur, la abdicación de miras personales y la administración pública conforme a las leyes, no conforme a su absoluta voluntad; la dedicación de todo su tiempo a los asuntos del ejército y no a tonterías sobre reforma de ministerios u otras de orden doméstico, que ni sabrá hacer, ni logrará hacer, y con las cuales solo conseguirá perder el tiempo, perder su propia reputación perder al país entero.

Piérola toma la guerra solo como bandera política, no como arranque del corazón, y quiere dirigirla él mismo. Primero es su persona, después la guerra. No se expedicionará sobre Tarapacá hasta que él no se ponga al frente del ejército, y él no se pondrá al frente del ejército hasta que no tenga formado el segundo ejército del Sur, al mando de Beingolea u otro, ejército que le pertenecerá. Entretanto, los chilenos y las calamidades de una situación tirante nos devoran.

La guerra de Piérola será a Ud. y a los chilenos. Esta es la misma guerra que quería hacer el Gobierno y gabinete que acaban de caer.

Como para la realización de este plan tiene que pasar algún tiempo, si Ud. pudiera, entretanto, dar un golpe seguro al enemigo, toda la fantasmagoría actual de Lima desaparecería.

Iba a hablarle a Ud. sobre el conflicto que podía traerle el ejército boliviano y la presencia de Daza, cuando he leído en el periódico que éste ha sido depuesto, que Camacho tiene hoy el mando y Ud. el de los dos ejércitos. No sé si este Camacho fue uno de los de la retirada de Camarones, no sé si el ejército de Bolivia tome una actitud digna de inspirar confianza y de borrar las faltas pasadas, pero si así fuese, Ud. podría reunir hoy 12,000 hombres.

Cómo abastecer este ejército, cómo vestirlo y calzarlo, cómo llevarle víveres y agua en las cinco jornadas hasta Tiliviche, es un punto que un Gobierno de buena fe en Lima lo resolvería pronto, en vez de pensar en cuatro ejércitos mas y otras utopías; lo resolvería pronto, y en dos meses mas los chilenos estarían fuera del territorio. Si Bolivia procediera de buena fe, haría que esos mismos dispersos de San Francisco formasen otro ejército que se descolgase de Oruro sobre Tarapacá, al mismo tiempo que Campero amenazase a Antofagasta, o mejor que Antofagasta amenazase por Huatacondo a Pica y la retaguardia del enemigo.

El problema de la República está en el ejército del Sur.

El ministerio que ha caído había encargado a Europa considerable número de rifles, ametralladoras y cañones, dicen que para hacer la guerra a Montero y a los chilenos y establecer una dictadura. Piérola los ha ganado por la mano, y dicen que seguirá la misma política. Dicen también que Piérola no quiere buques de guerra, que no hará mas que la guerra terrestre, y que los armamentos nos vendrán por el rio Amazonas, debiendo ponerse expeditos inmediatamente los caminos que lleven al mas inmediato afluente navegable. Esta idea del Amazonas fue de Mariano Felipe Paz Soldán, desde el tiempo de Prado. Probablemente se la ha dicho a su pariente Manuel Francisco Benavides, que es pierolista, y éste se la habrá trasmitido a Piérola. Esta es una mera conjetura.

Entretanto vienen armas por el Amazonas, en Panamá hay embarcadas gran número; y, a propósito de Panamá, ya sabrá Ud. el desarme de la lancha-torpedo. Primer ensayo de Arístides Vial, recomendado para marino por José Joaquín Inclán. Era el segundo de la nave.

Puedo asegurarle que tiene Ud. un gran partido en Lima, y que numerosas personas de la mejor posición me han hablado de Ud. en términos muy claros. No las menciono, porque no debo comprometer a los riesgos de una carta mas nombre que el mío, pues, aunque ella es reservada y Ud. no debe mostrarla, puede una casualidad hacerla caer en manos enemigas.

Si de los departamentos vienen protestas contra las facultades omnímodas con firmas respetables, sería un gran paso en favor del Perú.

Expresiones al coronel José La Torre, Canevaro, Melgar y Ballón y demás amigos, y Ud. cuente con el afecto de su siempre adicto.

Mariano Álvarez.

Al señor Contra-almirante don Lizardo Montero”.


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Ahumada Moreno, Pascual. "Guerra del Pacífico, Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias i demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú i Bolivia" Tomo II, Valparaíso, 1885, pp. 286 y 287. 

Saludos
Jonatan Saona 

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