Algunos de los personajes más interesantes de las fuerzas chilenas que participaron en la Guerra del Pacífico fueron las cantineras. Estas mujeres fueron un elemento muy valioso de auxilio para los soldados y oficiales de nuestro país, tanto durante las batallas y combates como entre ellos. Ellas desempeñaron funciones como la atención a heridos, prepararon el rancho para los oficiales y la tropa y no vacilaron en tomar las armas peleando como verdaderos soldados durante el fragor del combate. Muchas partieron al norte siguiendo a sus maridos, amores e incluso acompañadas de sus hijos.
Así van surgiendo nombres como los de Mercedes Debia, quien se enroló en el Batallón Movilizado Bulnes y peleó bravamente en Dolores, Pisagua, Los Ángeles, Tacna, Chorrillos y Miraflores y Arica; también está el caso de Irene Morales, quien recorrió las calles de Tacna montada en un corcel y con la bandera chilena desplegada, entonando himnos de triunfo. Un periódico de Santiago de 1910 habla de un tercer caso afirmando: “Tarapacá dejó como recuerdo sangriento las botas que calzaba la intrépida Leontina, quien no se separó jamás del lado del inmortal Comandante Ramírez, y donde encontró una muerte sólo comparable con los mártires, pues murió completamente carbonizada”. (“Homenaje patriótico a la Cantinera Juana López”. El Diario Ilustrado, lunes 8 de agosto de 1910, pp. 2-4).
Pese al heroico desempeño de estas mujeres en la campaña de 1879-1884 ellas no fueron premiadas como se debía por el gobierno.
“Por una anomalía explicable, pero no justificable, no figuraron en las listas de soldados; y aunque algunas de ellas vistieron uniforme, marcharon y pelearon como soldados en las batallas, no fueron tomadas en cuenta en la distribución de las gratificaciones de guerra”. (“Las Cantineras En El Ejército”. El Diario Ilustrado, domingo 7 de agosto de 1910, p.8). Un orador en una ceremonia de la cual se hablará más adelante dijo que las cantineras fueron las proletarias de la gloria de Chile, aludiendo a las muy humildes condiciones en que ellas vivieron una vez que regresaron al país, después del término del conflicto.
Es el caso de la cantinera llamada Juana López, de quien trata este artículo. Nació en 1845 en Valparaíso y falleció en 1904 en Santiago. Tan pronto como estalló el conflicto de 1879 contra Perú y Bolivia, partió al teatro de guerra junto a su marido, Manuel Saavedra, y con tres hijos varones. Ella formó en el 2º Regimiento movilizado Valparaíso, mientras su esposo e hijos se repartieron en otras Unidades del Ejército. Todos ellos perecieron combatiendo durante el transcurso del conflicto. Tales muertes causaron gran dolor en el corazón de esta heroica mujer, pero ello no amilanó su espíritu ya que perseveró en su misión y continuó ejerciendo como cantinera hasta el final de la guerra. Más específicamente, su marido y dos de sus hijos murieron en la Batalla de Dolores, mientras que el tercero pereció en la expedición Lynch en la campaña contra Cáceres y sus montoneras. Todos pelearon con bravura y valor.
Ella participó en las acciones de Antofagasta, Pisagua, San Francisco, Tacna, Chorrillos y Miraflores. Así logró entrar a Lima con el ejército vencedor y llevando con ella una espada de un oficial enemigo, en cuya hoja escribió las fechas de las acciones de guerra en que había participado; en esta misma hoja estaba grabada también una leyenda que dentro de su incorrección y desaliño mostraba su espíritu guerrero: “Recuerdo de Juana López. Como cual modo la espada vencedora con que vengó su sentimiento como hizo valerosamente Judit á Holofernes. ¡Viva Chile sobre esta espada que nunca jamás Chile sea vencido. También espero que la persona chilena les cautiva la esperanza, con ella misma lo último. Para recuerdo firmo. Juana López. Enero 15 de 1881” (“La cantinera del 2º”. El Diario Ilustrado, martes 26 de enero de 1904, p. 1).
No toda la familia de Juana López pereció en la guerra, sino que en medio del fragor de las armas y como si el cielo hubiera querido endulzar sus aflicciones, dio a luz un hijo cinco días antes de la batalla de San Juan, camino de Lima. Así volvió a Chile cargada de honores, de medallas y con la conciencia de haber cumplido su deber junto a los suyos. Entre sus trofeos figuraban unas barras y la mencionada espada y dentro de las medallas se contaban (entre otras) una por su participación en la Campaña de Lima, otra entregada por la Municipalidad de Valparaíso y una por Huamachuco. Pero también volvió muy adolorida por haber quedado desamparada y así vivió hasta el día de su fallecimiento. Todos sus antiguos jefes la visitaban y socorrían para paliar a la exigua pensión que le daba el Estado. Una hija, Ceferina Vargas, la cuidó en su ancianidad y enfermedades. La pensión que se le asignó fue de 15 pesos, lo que apenas le servía para el arriendo de dos cuartos en los que vivieron.
Falleció un día 26 de enero de 1904 a las cinco de la mañana, dejando un gran ejemplo de abnegación y patriotismo. A la sazón contaba con setenta años cumplidos, estaba viuda y la causa de su muerte fue una endocarditis. Sus restos fueron sacados del hospital San Vicente de Paul y llevados al cementerio. Dice un periódico de la época: “Ni un militar, ni un músico, nadie que fuera llevado por un sentimiento patriótico acompañó sus restos”. (“Juana López”. El Diario Ilustrado, miércoles 27 de enero de 1904, pp. 1-2). Vivió sus últimos días con la amargura de sentirse abandonada por el país al que sirvió heroicamente y al que también ofrendó las vidas de su marido y de sus tres hijos. Decía el mismo diario: ”Tenía la López quince pesos de pensión, habiendo ofrendado tres hijos y su marido á la patria; hay quien por haber recibido un balazo en un dedo goza de doscientos ó más”.
Pero años después, el 7 de agosto de 1910, se realizó en el Cementerio General un acto patriótico para reparar este olvido e ingratitud. Se trató de un acto de homenaje a la memoria de esta cantinera. Hasta ese momento ella estaba sepultada en una tumba en la que sólo había una sencilla cruz que recordaba a la heroína.
Por gestiones de su hija, Ceferina Vargas, y por recomendación de un periodista, el Intendente Pablo Urzúa tomó la iniciativa de hacerle una reja a su tumba y colocarle una lápida de mármol que contaba en breves frases la historia de esta mujer. Dice un diario de la época con respecto al financiamiento de esta obra: “Se trataba a la sazón de un beneficio teatral a favor del Asilo de Mendigos; y el señor Intendente discurrió tomar de ahí la suma necesaria para ello. Tropezó con la generosa condición del director del Santiago, don Joaquín Montero, que ofreció hacer los gastos sin tomar nada de aquel beneficio”.
Dice el mismo periódico: “A las 10 de la mañana se pusieron en marcha al Cementerio General los Inválidos de la Guerra del Pacífico; delegaciones de los Veteranos del 79; Veteranos al servicio de policía; de todas las Comisarías etc.; y Orfeón de Policía y banda de músicos del Buin”. Esto fue presidido por el mencionado Intendente.
La tumba estaba con una bandera nacional y se depositaron dos coronas, una por la Intendencia de Santiago y otra de su familia. A continuación vinieron los discursos. Habló el señor Intendente dando cuenta del significado de aquél homenaje, de la historia de Juana López y entregando al culto patriótico de los chilenos esta tumba. Habló después don Misael Correa P., de “El Diario Ilustrado”, quien describió los días de entusiasmo bélico que vinieron después de la declaración de guerra, habló del papel de las cantineras en las campañas y recordó que tanto sacrificio y heroísmo fueron pagados con medallas y una pensión de 15 pesos al mes. Prosiguió don Casiano Espinoza, inspector de policía, a nombre de los veteranos de aquel conflicto y le siguió don Joaquín Montero, quien declamó una composición escrita por él mismo. Continuó don Matías Soto Aguilar y luego don Pedro Félix Arriaza. Las bandas del Buin y de Policía tocaron fragmentos del himno patrio y de la marcha de Yungay y finalmente y a petición de la hija de Juana López, Ceferina Vargas, don Misael Correa dio en su nombre los agradecimientos a todos quienes contribuyeron a tal acto de reparación.
El discurso del Intendente de Santiago, don Pablo A. Urzúa dice en los primeros pasajes: “Se ha construido esta tumba que nada vale por su aspecto exterior para guardar los despojos de Juana López, la cantinera del Regimiento Movilizado Valparaíso, que fue antes que madre y esposa, soldado de su patria… La mujer-soldado se batió en las vanguardias del Ejército chileno en las legendarias jornadas de 1879… Al iniciarse las hostilidades de aquella guerra, Juana López no pudo resistir los impulsos del patriotismo y corrió con el padre de sus hijos y con sus hijos mismos en demanda de los campos de batalla”.
En el discurso de don Pedro Félix Arriaza aparece lo siguiente: “La cantinera del Batallón Nº 2 Valparaíso, daba también elocuentes pruebas de su amor á la Patria, á sus hijos y á su esposo, y, junto con ellos ofrendó su vida en holocausto de esta misma Patria y por el honor de nuestra bandera inmaculada… Todos aquellos seres que les fueron queridos, sucumbieron en los campos del Perú y ella volvió al seno de su hogar abandonado, con la conciencia tranquila de haber cumplido con su deber al lado de los suyos: pero, con su corazón traspasado de dolor al encontrarse completamente desamparada... Juana López murió como los grandes héroes victoriosos, por el amor á la Patria y con la conciencia del deber cumplido”.
En el discurso de don Casiano Espinoza se destaca: “Cuan grato y patriótico es ver reunidos en este recinto de soledad y reposo a una concurrencia tan numerosa y distinguida: y más aún, cuando hemos llegado hasta aquí al son de marchas marciales, dando público testimonio de reconocimiento y gratitud hacia la inmortal cantinera que tan gloriosamente acompañó á nuestro Ejército en la memorable Guerra del Pacífico… Por otra parte, señores, qué satisfacción más grande para el corazón de todos los chilenos que contemplar con legítimo orgullo a esta juventud marcial y arrogante del Ejército de hoy, los que confundidos en estrecho abrazo con los veteranos de ayer sostienen en sus manos con ardoroso patriotismo las glorias más puras del pasado, para saludar unidos con la bandera de la Patria a la mujer chilena que inmortalizó su nombre en el servicio del Ejército”.
En la declamación del señor Joaquín Montero aparecen las siguientes estrofas (entre otras):
“Salve, brava mujer, tú que en la guerra
te supiste mostrar cual heroína
oye la voz de un hijo de la tierra
de Mariano Pineda y Agustina
No es raro que á tus sienes ciñan coronas
porque tu misma gloria en ti fulgura
y cachorro de aquellas dos leonas
heredaste su sangre y su bravura
Bendita tú, mujer, bendita sea
tu memoria por todos tus hermanos
aquellos que animaste en la pelea
cuya sangre atajaste con tus manos”
La losa sepulcral llevaba la siguiente leyenda:
“A Juana López viuda de Saavedra –1845-1904– cantinera del 2º movilizado Valparaíso, al cual envió sus tres hijos varones, los cuales con su padre murieron por la patria –Acciones de guerra: Antofagasta, Pisagua, San Francisco, Tacna, Chorrillos y Miraflores. La cantinera es auxiliar del soldado en la batalla y hermana de caridad después de ella. Agosto de 1910”.
Los restos de Juana López, después de haber sido sepultados en una tumba familiar, fueron trasladados al Mausoleo del Cuerpo de Inválidos en el nicho 137. Posteriormente fue sacada de allí el 15 de octubre de 1936 y llevada nuevamente (dentro del mismo Cementerio General) a su tumba familiar ubicada en Los Cipreses con Baquedano, en el patio 54, más exactamente en la sepultura Nº 3811, en donde actualmente reposan los restos de esta heroína y valerosa mujer chilena.
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"Revista de Historia Militar", n° 3, noviembre 2004.
Saludos
Jonatan Saona
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