24 de mayo de 2025

Basadre sobre PG.

"La Independencia abandonada por sus tripulantes"

Testimonio de Enrique Basadre, cirujano de la Independencia, sobre el combate de Punta Gruesa

Señor Redactor de EL GRANEL. 
Mui apreciado amigo:

Lima, Julio 9 de 1879.

De nuevo me veo obligado a pedir la hospitalidad de su ilustrado periódico: cuando hai que luchar con enemigos tan poco amantes de la verdad como los chilenos es una tarea casi interminable el destruir las fábulas que sin cesar lanzan al público.

Uno de los periódicos de Chile se ocupa de analizar la relación del combate de Punta Gruesa dirijida a LA OPINION NACIONAL por su estimable corresponsal el señor Reyes. En este análisis hecho con la mas insigne mala fe, se dan interpretaciones torcidas a las palabras del señor Reyes i se desfiguran los hechos del modo mas indigno. Como uno de los actores principales de los hechos referidos creo de mi deber rectificarlos.

Es verdad que cuando yo bajaba por tercera vez a la cámara de oficiales con el objeto de salvar a los heridos, oí a alguien, que no podré precisar quien fué, que el buque iba a rendirse. Inmediatamente me dirijí a la cubierta i en la escalera que a ella conducía encontré al señor comandante, al cual poco mas o menos dirijí las palabras que refiere el señor Reyes. El señor comandante contestó: "Nadie ha ordenado que se arrie el pabellón; yo jamás lo arriaré". Subimos entónces a la cubierta i encontramos que el pico de mesana estaba roto i que había desaparecido con el pabellón. El señor comandante ordenó al punto que izara uno en otro palo. 

¿Qué de estraño tiene pues que no obstante mi diálogo con el señor comandante fuera en efecto una bomba enemiga la que hizo caer el pabellón? ¿Hai acaso contradicción entre una i otra cosa? La contestación del señor Moore es la mejor prueba de que no sabia la desaparición de la bandera, la que probablemente tuvo lugar en el momento mismo en que él dejaba la cubierta. Respecto al hábil manejo del Covadonga, jamás deberían los chilenos ocuparse de semejante punto. La salvación debida a la simpatía i al auxilio prestados por un infame asesino como Stanley no honra por cierto a nadie.

Dice el periodista chileno: «que si recojimos todas las banderas para arrojarlas al Océano claro está que arriamos también la del pico de mesana». Para probar lo poco que vale este raciocinio basta tener presente cuando fué que arrojamos las banderas al mar. Nuestra fragata encalló poco mas o ménos a las doce del día. Los jenerosos i nobles tripulantes del Covadonga se entretuvieron en asesinar a los náufragos hasta cerca de las doce i media, huyendo después temerosos sin duda de que regresara el Huáscar, el cual no vino en nuestro socorro hasta mas de las tres de la tarde. La mayor parte de la tripulación del buque se fué a tierra i quedamos solo a bordo cerca de veinte personas. Ninguno de nosotros sabia donde estaba la escuadra chilena i creíamos que indudablemente debería regresar a Iquique de un momento a otro; fué entonces que viendo que el Huáscar no llegaba i temiendo caer en manos de los enemigos, resolvimos echar al mar los pabellones peruanos para evitar que les sirvieran de trofeo. Las banderas peruanas no han sido pues arriadas frente al enemigo, fueron bajadas cuando éste había huido i cuando apenas se le distinguía ya en el horizonte.

Respecto a los estragos causados por los fuegos chilenos, la verdad es que antes del encallamiento solo había un muerto i seis heridos; dos de estos infelices habían perdido un brazo al cargar un cañón. Después del naufrajio, cuando el Covadonga se puso casi al habla con nosotros, era natural que sus fuegos destrozaran a nuestra pobre jente agrupada sobre la cubierta. ¡Brillante hazaña! ¡Inmensa gloria para Chile! Nuestras pérdidas fueron entonces de cinco muertos i cerca de veinte heridos. Los chilenos hacían fuego también sobre los botes en que estos desgraciados eran conducidos a tierra. ¡Otra gloria para Chile! Dice el periodista chileno: «Si no se hubiese rendido »¿qué derecho tenían los peruanos que estaban dentro de su nave para esperar que los chilenos no los abandonasen Da su propia suerte? Lo que nosotros esperábamos era

que se tratara de tomarnos prisioneros, que al ver que nuestro pabellón flameaba ufano aun cuando el agua cubría casi nuestro buque i aun cuando no teníamos municiones con que defendernos, que se tratara, repito, de obligarnos a rendir nuestras armas; pero está probado que el valor chileno no llegaba a tanto: jamás creímos que nuestro enemigo se contentara con el auxilio inesperado que le prestaba la Providencia para huir sin sacar otro provecho de nuestra mala situación que el placer de asesinar a algunos náufragos. Creíamos hasta ese momento que peleábamos con valientes i por eso nos estrañó tanto, i lo dice con mucha razón el señor Reyes, que se nos abandonara a nuestra propia suerte.

Creo con lo anterior haber restablecido la verdad que con tanto afán tratan de desfigurar nuestros leales contendores.

De usted sincero amigo i S. S.
ENRIQUE C. BASADRE.


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Ahumada Moreno, Pascual. "Guerra del Pacífico, Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias i demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú i Bolivia" Tomo I. Valparaíso, 1884. 

Saludos
Jonatan Saona

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