25 de noviembre de 2021

Los mártires de Quequeña

Diario La Bolsa de Arequipa
Los mártires de Quequeña. 

El 24 de Noviembre último fué el 2° aniversario de la horrible y salvaje hecatombe realizada por los chilenos en el desgraciado pueblo de Quequeña. 

Como hasta el presente ese gran crimen no ha sido conocido en sus detalles, vamos á narrar éstos someramente, como testigos presenciales que fuimos de esa carnicería humana, á fin de que la historia de Arequipa los recoja y las generaciones venideras lancen su justo anatema contra el ejército que avergonzó á la humanidad y la civilización del siglo con sus crímenes sin nombre.
 
Episodio sangriento de la ocupación chilena.
 
El mismo día en que los chilenos entraron á esta capital, —29 de Octubre de 1883,— de Pocsi bajaron á Quequeña un paisano y un soldado de ese ejército en busca de ganado. 

Siguieron su viaje á Arequipa y en el tránsito descaminaron á cuantos encontraron, entre ellos, á Mariano Linares, á quien el soldado le quitó un reloj que llevaba. 

Días después salió para Pocsi un oficial, llamado Ramón Villonta, con dos soldados, un sarjento y dos capataces, á los que se agregó un sarjento que se había desertado de Arequipa y fué tomado en Pocsi. Esta comisión tenía por objeto reunir armas. Fué un día para Piaca y otro para Polobaya, habiendo regresado á Pocsi en la noche, embriagada y dando fuego á la población. En dichos pueblos cometieron robos, violaciones de mujeres y todo género de brutalidades. En Polobaya hubieron de matarse entre ellos, si el ascendiente del teniente gobernador don Cipriano Gallegos no los contiene. A éste le aseguró el soldado Juan Fernández, que había hecho ya veinte muertes y que sentía placer en contemplar los visajes de sus víctimas. Cuando sus paisanos lo encontraron después muerto en Quequeña, exclamaron: "la pagó." 

El 21 de Noviembre de 1883 descendió dicha comisión á Quequeña y al otro día se fué el oficial al cerro de Yarabamba á visitar á una muger...

Muy tarde bajó también á Yarabamba el soldado Juan Fernández, el mismo que el 30 de Octubre anterior quitó el reloj á Mariano Linares en la pampa de Machahuay, y entró á beber chicha en una picantería con una insana. Después de las oraciones quiso impedir que esa pobre mujer se fuera á su casa y luchaba con ella para llevarla á Quequeña y aun le quiso dar un balazo. 

A poca distancia observaban esto Mariano Linares y dos amigos suyos, á quienes el chileno dijo:—¡alto! "quién vive"; —la "patria", le contestaron;—qué gente, —paisanos". Entónces se fueron de voces, y Linares le reconvino por el robo del reloj. El soldado se insolentó y quiso hacer uso de sus armas, las que dicho Linares le quitó, consistentes en un sable y un rifle.

El soldado desarmado se dirijió á Quequeña, de donde salieron dos compañeros suyos con dirección á Yarabamba. Entre ambos pueblos hay un caserío llamado Buenavista y allí encontraron en su casa al jóven Andrés Herrera tejiendo un sombrero de chito. Con engaños lo persuadieron á que fuera con ellos y lo echaron á la grupa, siguiendo su marcha para Yarabamba. Le exijieron después, que les dijera quién desarmó al soldado, lo que contestó, que nada sabía, por lo que un soldado le dió de sablazos, destrozándole el sombrero, haciéndole seis heridas en la cabeza, lastimándole el hombro izquierdo y la mano derecha. Así lo llevaron hasta la cueva y de allí regresaron hasta el pié de Quequeña. de donde bajaron otra vez á Yarabamba, y en el trayecto desmontaron á Herrera y lo hicieron hincar para fusilarlo; pero á tiempo de descargarle los rifles, un soldado, dijo: no lo matemos, es inocente, no sabe nada; lo hicieron montar otra vez á la grupa y continuaron el camino dándole más planazos, que lo hacían gritar. 

Al hallarse frente de Buenavista, donde se sintieron los gritos, salieron en defensa del citado Herrera, los mismos jóvenes que en Yarabamba desarmaron al soldado, dos de ellos con rifles y cinco con palos, y dispararon un tiro. Los chilenos lo contestaron con dos, y se alejaron en el acto precipitadamente hácia Quequeña. En ese momento logró Herrera tirarse de la bestia al suelo y esconderse en las chilcas, favorecido por la oscuridad. 

Los jóvenes marcharon entónces en persecución de los chilenos, quienes llegaron á Quequeña y se refujiaron en el cuartel, en donde fueron victimados. 

La población se hallaba en completo silencio, pues eran ya las nueve de la noche. No faltaría tal vez, uno que otro curioso de Quequeña, pero desarmado, y ni uno solo de Yarabamba. 

El oficial que mandaba la fuerza araucana, no vió nada de lo sucedido, porque no regresó del cerro hasta el otro día, es decir, el 23, en que vinieron de Arequipa un oficial y un cirujano chilenos, que se presentaron á ver á sus paisanos muertos, con cierta indiferencia y disimulo aparentes que parecía que no hubieren dado importancia al hecho. -"No hay que admirarse," decían, "esto y mucho mas sucede en la guerra". Miéntras tanto, averiguaron con sigilo los nombres de los peruanos que atacaron á los chilenos y regresaron á esta ciudad en seguida, á dar informes de lo sucedido. 

En Quequeña se dió sepultura los cadáveres de los chilenos y se creía concluido el asunto, cuando á las nueve de la mañana del sábado 24 de Noviembre fué invadido el pueblo, en medio del terror y la angustia, por 50 soldados, mejor dicho, por 50 facinerosos á caballo, mandados por trece oficiales, que traían presos como á 60 vecinos, que, en el trayecto de Yarabamba á Quequeña se encontraron, ó en sus casas, ó trabajando en sus chacras, y los colocaron en línea al pié del atrio del templo. 

Debe advertirse, que el jefe chileno en Yarabamba sacó de su bolsillo un papel y leyendo preguntó á don José Manuel Málaga. 
—¿Conoce U. Nicanor Rodriguez? — Sí lo conozco, — contestó; ¿De dónde es?—De Buenavista;— 
¿Dónde está? — No lo sé.—A Mariano Linares?—También lo conozco. —¿De dónde es? —de Buenavista.— ¿Dónde se halla?—Lo ignoro. Siguió preguntando así por seis individuos mas, todos de Buenavista, y ninguno de Yarabamba ni de Quequeña. 

Conviene recordar antes un hecho inmoral y escandaloso. Antes de llegar á Quequeña, un soldado notó á una mujer en una chacra próxima y la persiguió en el acto, y la violó á la vista de muchos. 

Instalados en la plaza, el jefe chileno hizo llamar al párroco, y andando de arriba á bajo, como una fiera embravecida, le dijo:— 
"No se me escapa ni el templo, no quedará piedra sobre piedra: hemos venido á libertarlos, y nos matan los soldados aun en las calles." Entónces don José Mariano Avila, que se hallaba en el atrio, se entró en el templo, de donde fué sacado por un soldado, á quien el oficial dió la órden de dispararle un balazo si  no se entregaba, y fué puesto también en la línea de las víctimas elejidas. 

En seguida flajelaron á 20 individuos. Al ver acto tan cruel se dirijió el párroco á un oficial anciano que estaba allí y le dijo, poniendo la mano derecha sobre el corazón: "con la palabra de sacerdote aseguro á U, que todos son honrados é inocentes, y que los autores de la muerte de los chilenos, según voz pública, son unos jóvenes de Buenavista. Su contestacion fué ésta: —"Conoceré su templo", al cual entraron los dos, diciendo el oficial, que era "muy bonito." 

Como las once a. m., fué llamado otra vez, el cura y conducido al local donde murieron los chilenos, y sobre la sangre de ellos encontró reunidos á los peruanos don Juan de Dios Acosta, honrado y laborioso vecino, casado y con numerosa familia, que ha sido juez de paz y en ese tiempo era miembro del Concejo municipal; don Manuel B. Linares, honrado y laborioso vecino de Yarabamba, casado y padre de nueve hijos, la mayor parte menores, y amparo de varios sobrinos huérfanos, que sostenía con su trabajo; don José Mariano Avila, arequipeño, casado en Quequeña, donde varias veces fué municipal; don Liborio Linares, jóven excelente, casado y con tres menores hijos, vecino de Tumbarchaira; Angel Figueroa, humilde y honrado jornalero, vecino de Quequeña, casado y padre de cinco menores hijos, que deja en la mendicidad, y, finalmente, al buen jóven Luciano Ruiz, soltero y vecino de Yarabamba, que un día antes llegó de Tambo á donde fué trabajar para dar alimento á su anciana madre, á todos los cuales exhortó y absolvió el cura. En seguida fueron fusilados los seis infelices é inocentes peruanos. 

Debe hacerse presente que el oficial encargado de la ejecución de la pena, estropeó á los desgraciados porque no se hincaron pronto para recibir la absolución.

Al pobre Liborio Linares, lo flajelaron dos veces, y en la segunda lo hicieron con tal crueldad, que le reventaron los testículos, de suerte que no pudo caminar al suplicio. 

Los oficiales chilenos hicieron sus apuntaciones con lápiz, situándose al pié del molle que hay en la plaza. 

Nadie se imaginó siquiera, está horrorosa trajedia porque todos los vecinos, reunidos en la plaza, eran completamente inocentes, pues ninguno tuvo parte en los sucesos de la noche del 22; habiéndose fugado los verdaderos culpables. 

Hácia el medio día se retiraron los chilenos de Quequeña, y al pasar incendiaron, en Buenavista, las  casas de don Andrés Barrera, don Marcelino Linares, del anciano don ..... que se hallaba enfermo con pleurecia, de doña Nazaria Oportu y de doña Gregoria Arenas, honrados padres de familia, que ninguna parte tuvieron en la muerte de los chilenos y cuyas familias quedaron sumidas en la miseria, sin hogar, sin pan y sin abrigo. 

Miéntras la mayor parte de la fuerza chilena, cumplía en Buenavista, tan bárbara y vergonzosa misión, once oficiales y pocos soldados, descendieron á Yarabamba y se ocuparon de degollar una ternera de don Simeon Valdivia, para rancho, y de robar muchas gallinas las que se las trajeron á esta ciudad.
 
En el patio y bajo la sombra de un molle de la casa de don Francisco Delgado, colocaron bancas y mesas, y en éstas, para cada oficial pusieron una gallina sancochada, que devoraron, gozándose á la vez, con la vista de las casas que ardían en Buenavista, como el feroz Nerón, lo cual hace recordar las siguientes líneas de la historia de Roma: 

"Mira Nerón en Tarpeya 
Como la gran Roma ardía, 
Niños y viejos dan gritos 
Y él de nada se dolía." 

Después de las dos de la tarde, y de haber realizado tan heroica y famosa hazaña, digna de su gloria, los bárbaros chilenos regresaron muy alegres y satisfechos á esta población, á dar cuenta de su honroso cometido. 

Esta es la relación sucinta, sencilla y fiel de la matanza de Quequeña, que hizo que abandonaran este pueblo las demás pobres gentes que lo habitaban y que el H. Concejo provincial, interpretando el sentimiento público, hiciera las reclamaciones y protestas que eran convenientes en tan supremas y dolorosas circunstancias que ojalá no se repitan. 


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Diario "La Bolsa", Arequipa, 5 de diciembre de 1885.

Saludos
Jonatan Saona

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