Segundo Jefe del rejimiento Curicó
I.
Era un día del invierno de 1872 i era en la ciudad de Santiago.
Hallábanse en esa época en plena ejecución varias de esas obras públicas de la capital, que en ciertas zonas i en ciertos círculos de ella se han denominado tradicional i característicamente "locuras": —el "parque Cousiño", el "Santa Lucía", el "Camino de tintura" i otras "locuras" que hoi han sanado i andan dadas de alta.
I había en ello la peculiaridad de que todas esas empresas destinadas al pueblo debían ser llevadas a cabo sólo por el pueblo, por los hijos de la ciudad, sin daño de nadie sinó de los que las hacían—"No la hagas i no la temas", dice el sabio refrán español.
Luis Cousiño pagó, en efecto, íntegramente el parque.
Otros pagaron las avenidas i los cerros, convertidos para su escaso peculio en cerrillos...
Pero al mismo tiempo aquellos singulares locos pedían i encontraban en la juventud jenerosos cooperadores, que tenían la ciudad, de suyo helada i monótona, trocada en una especie de ardiente manicomio del trabajo.
II.
Por esto, i con el propósito de delinear entre viñas, zanjas e incultos potreros, cedidos de regalo, la última de aquellas obras, habíase convocado en uno de los salones de la Intendencia de Santiago, en el día ya citado, un grupo de animosos obreros.
Era una comisión de intelijentes injenieros, todos voluntarios, todos entusiastas i no remunerados, que se proponían ejecutar en una estación rigorosa del año, los cuatro trazados del Camino de Cintura, en torno de la vasta i diseminada ciudad.
Allí estaba Domingo Toro Herrera, José Manuel Figueroa, el jefe del cuerpo de injenieros civiles don Ricardo Marín, Sinforiano Ossa, Eduardo de la Barra Lastarria, Federico Valdés Vicuña i muchos otros que en la ausencia de nuestros libros no nos es fácil recordar hoi, ¡tantos eran ellos!
Pero señalábase especialmente en el grupo un individuo de escasos 30 años, de fisonomía endeble i enjuta, pero enérjica, cuerpo frájil, un tanto abovedado, tez amarillenta, pero iluminada por el fuego de una mirada viva, resuelta i casi volcánica.
Ese joven injeniero, recientemente entrado en su carrera, era el bravo i ríjido soldado de la República, que ha sido el primero en inmolarse a la salud i a la gloria del ejército de Chile en la extrema derecha de su línea, en la última hora de la memorable prueba:—el teniente coronel don José Olano.
III
Olano no era español, como se ha creído. Pero era hijo de español i de española. I a virtud de esas afinidades, no obstante una contextura física no poco deprimida, tenía aquél concentradas en su corazón i en su mirada todas las enerjías de su raza, la raza ibérica, la más áspera, la más resistente i la más tenaz de las ramificaciones humanas de Europa.
Llamábase su padre don José Manuel Olano, i era hermano, según creemos, de aquel Olano, cojo i beato, "el beato Olano", que fué el fervoroso lugarteniente laico del excelente padre Pacheco en la creación i rejimentación de los pechoños. Recordamos haber encontrado por las calles de Santiago, hace veinticinco años, una procesión de sonoros salmistas, precedida por el beato Olano, que cantaba con voz estentórea las preces de su culto en los diversos arrabales de la ciudad, cada domingo por la tarde. El periodismo entró en Chile como la ópera, cantando.
La madre del que ha muerto como segundo jefe del Curicó, era la señora María Arismendi, española también, i probablemente, en razón de su apellido, vizcaína, como su marido.
Establecidos éstos en Santiago, allá por los años de Portales, naciéronles varios hijos, en estrechas circunstancias; i entre éstos el que hubo de morir cerca de los muros i de las puertas de Lima, más o menos por el año de 1843. Pusiéronle, como a su padre, el nombre de José.
IV.
Hubiera parecido que este niño había venido a! mundo sólo para correr aventuras.
Por vicisitudes de la vida i de los negocios, su padre hubo, en efecto, de trasladarse a Méjico con su tierna familia hacia el año de 1849, el año del cólera asiático en aquel hermoso suelo, aquejado de tantas dolencias.
En un solo día el cruel flajelo mató a la madre del niño Olano i a dos de sus hermanos mayores. La desolación fué espantosa. Cuatro años más tarde nosotros atravesábamos aquel país de océano a océano, i todavía reinaba en los ánimos i en las conversaciones, tamo en el poblado como en los campos, el terror de su horrible paso.
V.
El desgraciado padre viudo llevó entónces su cría huérfana a la Alta California, país laborioso i opulento, pero en el cual el egoísmo hace lo que el cólera en otros parajes:—siembra en torno suyo el desamparo.
Tenía el huérfano Olano apenas cinco años cuando su padre, por un motivo u otro, dejóle abandonado con un hermano menor, que era entonces apenas una criatura.
VI.
En edad tan tierna revelóse, sin embargo, por completo el resuelto temple de Olano, el temple cantábrico, fuerte como sus montañas, indomable como Pelayo hijo de ellas.
Alquilóse, en consecuencia, el desamparado niño para lavar platos en una taberna de arrabal, i así, con lo que arrancaba a las sobras del figón, tenía para dar de comer a su hermanito.
Esta cruel situación duró cinco o seis años: pero cuando el primojénito tuvo doce de edad i se sintió con fuerzas para empuñar un calabrote o subir a las cofas de los barcos anclados en el Sacramento, resolvió hacer lo que hacen todos los que han nacido bajo la luz de Chile, resolvió venir a buscarla.
El chileno, como el halcón, siempre vuelve...
VII.
Alistóse el valiente niño, para aquel caso, de grumete en una barca que venia de San Francisco a Valparaíso, i obtuvo por la caridad del capitán, que su pequeño hermano partiese con él su pedazo de tabla, su escasa ración i su sueño, tasado a turnos.
Tuvo lugar este doble i sublime episodio del amor fraternal i del amor a Chile en 1855.
El comandante Olano había vivido a la sazón doce años Era ya, sin embargo, "hombre" porque vivía de sí mismo como hombre.
VIII.
Su educación intelectual hallábase, empero, totalmente descuidada, al punto de no conocer la colocación ni el nombre de las letras en el alfabeto de su lengua. El lavador de platos de San Francisco hablaba inglés como un marinero; pero no conocía la cartilla de la suya.
Mas su tío, el beato Olano, que tenía en esa época entrada franca en todos los conventos, a título de "fundador", buscóle acomodo en la escuela conventual de San Francisco, i en seguida en la escuela superior de San Diego, que rejentaba el acreditado i benemérito educacionista don José Bernardo Suárez. Allí fué Olano condiscípulo de Arturo Prat.
IX.
Educóse en esa precaria forma el joven Olano hasta 1859, i en esa época de su existencia tiene cabida un segundo i misterioso viaje de este mozo, que era inquieto hasta parecer turbulento, pero que en realidad era independiente hasta ser selvático.
Notóse un día que había desaparecido de la escuela i del ríjido hogar de su tío, i aunque su ausencia duró varios meses, no se ha tenido jamás noticia de lo que hiciera en ella.
Sábese solamente que cierta mañana un adolescente de humilde aspecto i pobremente vestido se presentó en el palacio de la Moneda i solicitó una audiencia del Presidente don Manuel Montt, majistrado que entonces tocaba en el último año de su batallador decenio.
X.
Introducido el solicitante a su presencia, sin turbarse por la solemnidad del sitio ni la altura de su interlocutor, pintóle en breves rasgos su situación, i concluyó por pedirle un hueco en la Academia Militar para hacerse hombre, o más bien, para hacerse soldado, porque Olano había sido hombre desde su primera infancia.
Cuadró el talante desprendido del muchacho al intelijente, experimentado supremo mandatario, i otorgóle incontinenti la gracia que solicitaba.—Tenía entonces el comandante Olano dieziseis años de edad, fecha de atrevidas resoluciones en la vida. Era el año de 1859, año de guerra como los presentes. Las enerjías se buscan i se juntan.
XI.
El feliz agraciado entraba a la Academia el 17 de mayo de aquel año, i cuatro años más tarde, después de brillantísimos estudios, Olano salía con el grado de alférez, i destinado, no obstante su endeble físico, al codiciado rejimiento de Cazadores a caballo.
Olano era dueño del derecho de elejir, porque, casi sin una sola excepción, había obtenido todos los premios de sus cursos. Cuando los restos del que en el Manzano muriera como segundo jefe de un rejimiento sean traídos a Chile, habrá de sobra con que tapisar espesamente su ataúd con las coronas de sus triunfos infantiles de soldado, extrayéndolas del muro.
Hemos dicho que lo que caracterizaba más vivamente i más vigorosamente a Olano era la enerjía de su resolución i la independencia de su carácter.
I un rasgo de esta noble independencia, tan brutalmente tratada en Chile, cortó su noble carrera.
En 1866, Olano era capitán de Cazadores a caballo, a los 23 años de edad. Pero habiendo manifestado como soldado su desembozada adhesión a otro soldado, el Gobierno miró su franqueza con airado disfavor i le destinó a la asamblea de Chiloé, duro destierro para falta que era un mérito.—El levantado delito del capitán Olano había sido manifestar abiertas simpatías por la improvisada candidatura del jeneral Bulnes, el más alto prestijio del ejército en que servía.
XII.
Agraviado i alterada su salud por rigoroso clima, el capitán Olano pidió su retiro absoluto, i buscó las arduas soluciones de la vida por otros rumbos.
XIII. .
Entonces el niño, que había aprendido a asear la cocina en California, hízose a la vez tres nobles cosas, que revelaban la impertérrita entereza de su índole, i la pujanza de su intelijencia i su tesón.
Hízose médico.
Hízose educacionista.
Hízose injeniero.
Pudiéramos haber dicho también que se hizo subdelegado, porque durante la mayor parte dd tiempo que tuvo el que esto escribe injerencia en las cosas de la ciudad, sirvió Olano como subdelegado de la 1° subdelegación en la Maestranza. Fué en su tiempo cuando de esa salida sub-urbana de la ciudad, que era una serie de pantanos, se hizo una cómoda avenida, empedrándola sus vecinos. El heroico limpia platos de San Francisco de California había aprendido a tener limpia i arreglada su porción de ciudad.
XIV.
En los estudios médicos hallóse Olano, con su perseverencia de hierro i su intelijencia despierta de suyo i aguzada por infortunio tenaz, como el acero en la piedra que lo pule, tan cerca de su diploma, que con dos años más de carrera habría sido licenciado i doctor.
XV.
Como educacionista, mantuvo durante algunos años un acreditado colejio en su barrio, i por último, como injeniero civil, ejecutó varios trabajos que le ayudaron a procurarse honrada e independiente vida. Hallábase situado su establecimiento en la calle de la Maestranza i tenía por título en una tabla—Liceo Nacional. I fué de esa cátedra a trazar i levantar los planos de la sección oriente del Camino de Cintura, asociado con Domingo Toro Herrera i con Eduardo de la Barra, según antes decíamos.
Era ahí donde Olano administraba también justicia a los moradores de su barrio, tal vez con demasiada severidad, porque era hombre terco. Tenía, sin embargo, el derecho de serlo quien tanto i tantas veces lo había sido consigo mismo.
El aspecto exterior de Olano acusaba un hombre enfermizo, melancólico, trabajado talvez juntamente por el infortunio i por la bilis; pero de una resolución incontrastable de acero engastado en granito.
XVI.
Cuando a principios de 1880 mandóse organizar el batallón Curicó, el comandante nombrado para disciplinarlo, don Joaquín Cortés, se acordó del cadete i del capitán Olano, i le rogó le acompañara como su segundo.
La elección de Cortés no podía ser más acertada, porque Olano era un ríjido, infatigable disciplinario, implacable con el subalterno como lo era consigo mismo.
Elevado en seguida el batallón a rejimiento, ascendió el mayor Olano a teniente coronel i marchó para el teatro de la guerra poco antes de las batallas de Lima.
Su partida fué triste i aun fatídica. Todos recordarán que su hermano, aquel que en remota niñez mantuviera él solícito con las migajas de pobre taberna en California, capitán ahora de su cuerpo, murió a bordo en el momento de zarpar el trasporte que lo conducía a Arica.
¡Raro dolor! ¡El primer jefe que ha muerto al abrirse la campaña sobre Lima, ha sido el primojénito de aquellos dos hermanos, huérfanos en la cuna, obreros de su propia carrera, soldados de un mismo rejimiento, solos en el mundo!
XVII.
Como se sabe, el Curicó fué incorporado a la segunda división en la brigada que mandaba el bravo Barboza, i habiéndole cabido a aquel cuerpo el honor de cubrir los pasos del valle de Lurín hacia las cabeceras de la sierra por el oriente, tocóle a su segundo jefe la posición honrosa, pero difícil, de defender ese flanco del ejército con dos compañías destacadas en un desfiladero brusco i solitario.
Fué ahí donde tuvo lugar, con éxito militar, espléndido para nuestras armas, el triste lance que nos fué anunciado con el cruel laconismo del cable sepultado en las arenas.—"El comandante Olano ha muerto." —I eso, para amigos, deudos, i el país, ha sido hasta hoi todo.
XVIII.
Súpose únicamente que, destacado el rejimiento Curicó para contener i desbaratar a los húsares del Rimac que comandaba el coronel Sevilla en su marcha retrógrada de Cañete a Lima, una bala derribó muerto a su segundo jefe en la primera descarga disparada en el bosque i en la oscuridad por el sorprendido enemigo.
Tuvo lugar este hecho de armas, llamado del Manzano, en los últimos días de diciembre de 1880, i el cuerpo del desgraciado jefe, que fué ampliamente vengado, quedó sepultado de prisa en Lurín.
XIX.
No ha tenido desde entonces el segundo jefe del rejimiento Curicó, amigos poderosos que hagan conducir en honroso féretro sus restos mortales al suelo en que naciera i que honró con su austera vida como con su muerte. Pero al pueblo rico i varonil que dió sus hijos i su nombre al cuerpo que hizo con gloria el estreno de la gran jornada, cabe de hecho la honrosa justicia póstuma de reclamar su noble cadáver a fin de hacer esculpir con letras de oro en su lápida de honor estas tres palabras, que son el resumen de dura i gloriosa vida:
—"HUÉRFANO" —"SOLDADO"—"HÉROE"
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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