20 de agosto de 2019

Ignacio Serrano

Ignacio Serrano Montaner
Don Ignacio Serrano
Teniente 1° de la corbeta "Esmeralda"

I.
No alcanzarán jamás los ecos de la prensa a encomiar lo suficiente los vivos, ni la historia legará a la posteridad lauros ni aplausos sobrados para el capitán ilustre que en la flor de sus años perdió Chile, al pié de la torre del monitor Huáscar, en las aguas de Iquique.

Pero al lado del bravo de los bravos e imitando su sublime ejemplo encontraron el temprano fin de sus días, entre ciento i treinta heroicos chilenos, dos jóvenes dignos de acompañar a su jefe en su inmolación mil veces gloriosa.

En medio de innumerables héroes desconocidos, de esos para quienes la gloria es casi siempre anónima i por tanto más alta i meritoria, descuellan hasta hoi el teniente 1.° Ignacio Serrano i el guardia-marina Ernesto Riquelme, ambos hijos de la provincia de Santiago, como Prat; ambos alumnos del Instituto Nacional, también como Prat.

Del que más se acercó al inmortal caudillo en la heroicidad del hecho; en el sacrificio i en la tumba, vamos hoi a hacer breve recuerdo en el terreno de las glorias insignes que no perecen.

II.
Ignacio Serrano es hijo de una familia militar de las fronteras, pero como Williams Rebolledo, Toro, Santa Cruz, i otros jóvenes marinos de grandes esperanzas, nació en el departamento litoral de Melipilla, que tiene como el de Valparaíso, su porción de mar en la costa del Pacífico. Fue su padre don Ramón Serrano, oriundo de Concepción, radicado con cortos intereses agrarios en Melipilla, i su madre la señora Mercedes Montaner, que todavía existe unida a nuevos vínculos.

El padre penquista, de estirpe de soldado, falleció en 1856.

No es extraño por esto que los Serrano-Montaner de Melipilla hayan forma una raza militar. Ramón, hoi capitán de fragata, i célebre ya por sus atrevidas exploraciones en la costa occidental de la Patagonia i en la Tierra del Fuego, se incorporó a la Magallanes en la víspera del combate del Loa. Eduardo, es teniente del Blanco. Ricardo, ascendido a sarjento mayor en el combate i batalla de Ate, pereció gloriosamente en la de Chorrillos; i todavía el cuarto i último, Rodolfo, que sirvió durante la guerra como cirujano i como soldado, es hoi acreditado médico en Curicó.—El primojénito, es el injeniero civil don Alberto Serrano—"Contigo, seremos cinco al servicio de la guerra, escribía por esto a su hermano menor, el bravo que cayó sobre la cubierta del Huáscar, i luego proféticamcnte añadía: —"Si a alguno de nosotros nos toca morir, confío en la Providencia que no ha de ser en tierra chilena ni tan fácilmente"

El cielo escuchó desde lejos sus heroicos presajios!

III.
Ignacio Serrano no era un hombre escepcional como Arturo Prat. Fué uno de esos tipos lijeros, simpáticos, alegres valientes a todo prueba i sin sospecharlo ellos mismos, que se encuentran con frecuencia en su camino por los hombres que cultivan el grato comercio del soldado i del marino. No pertenecía a la escuela de ese mozo convencido i sublime, especie de Stonewall Jackson de nuestra joven escuadra, salido, como él, del claustro de un colejio, que nunca iba a la batalla sin encomendar a Dios su alma, para ejercitar en seguida los prodijios inmortales de ciencia i de bravura que le han valido en una de las plazas de Richmond, su ciudad natal, una grandiosa i merecida estatua.

IV.
No. Ignacio Serrano no oraba antes de ir a pelear. Era de aquellos que cuando sienten el toque de zafarrancho entran a su camarote a partirse simétricamente el pelo, rebuscan en el fondo de su maleta su más terso par de guantes i salen tranquilamente con la sonrisa en los labios, ciñéndose gallardamente la espada a la cintura i llamando a sus camaradas a sus puestos con enérjicos i festivos nombres.

Era Ignacio Serrano de la escuela de aquel capitán español Manuel Boria que cayó sobre los tramos del palacio real de Madrid en 1840, bajo las balas de nuestro coronel Barrientos, i que al morir en el banco recomendaba a su asistente introdujera en su corazón por las heridas de su cadáver la miniatura de la mujer que amaba. Ignacio Serrano era del tipo de aquel rei i soldado francés, Joaquín Murat, que murió en Pizzo al frente de un pelotón napolitano con el retrato de su esposa en la diestra i que, cuidando al propio tiempo su última apostura, dijo a los tiradores:—Sálvate il viso: vísate al cuore.

Ignacio Serrano tenía también esposa desde hacía siete años, i cerrando su modesto i feliz hogar en el Tomé, donde era hasta hace dos meses gobernador marítimo, llevóla a Puerto-Montt i confióla a la guarda de nobles amigos. "Mi casa en Tomé,—decía militarmente a uno de sus hermanos, desde Valparaíso, el 25 de abril, se la llevó el diablo—I luego, volviendo a la natural ternura de todos los pechos animosos, añadía:—"Si la suerte me fuera tan adversa que me tocara morir, ¿qué te podré decir de mi Emilia? ¿Qué te podré encargar para ella? Eso tú lo sabes, pues conoces que no tengo sinó mi sueldo." Bravo soldado de Chile! Os engañábais al escribir estas líneas de conmovedor desaliento.—La viuda del teniente 1° Ignacio Serrano, señora Emilia Goycolea, natural de Ancud i residente hoi en Puerto-Montt, es desde el 21 de mayo de 1879 la hija adoptiva de todos los chilenos.

V.
Fué el segundo abordador del Huáscar un mozo intelijente, pero travieso e independiente. Hizo sus primeros estudios en el Instituto Nacional; mas cuando apareció en el horizonte la guerra con España huyó del aula a la marina, i el 14 de mayo de 1865 entraba a la Escuela Naval. Íntimo amigo de Arturo Prat, cuyo carácter entero i reposado completaba el suyo, dominó desde los primeros días entre sus compañeros por su viveza i su arrogancia: era un niño diablo pero lleno de intelijencia i de recursos.

En una de sus frecuentes arrancadas del Instituto fue puesto como en castigo i durante varios meses en la Escuela de Artes i Oficios de Santiago.

En 1870 fué ya ayudante de la escuela de aprendices de mar.

Poco después era profesor del arte de aparejar en la Escuela Naval, a bordo de la Esmeralda, cuando Prat era profesor en ramos superiores en ella.

I ambos amaban como a una madre común a la vieja capitana. —"Por ser yo uno de los últimos llamados, escribía Serrano desde la rada de Valparaíso el 25 de abril de 1879, nos ha tocado embarcarnos en la Covadonga, buque que no es de mis afecciones". Me habría gustado más la Esmeralda, pues recordarás que tantas veces te he manifestado mis simpatías por este buque, pues en él hice clase a tantos de los que hoi tengo por compañeros."

VI.
Entretanto, el denodado oficial que, con el sarjento de artillería de marina Aldea i un marino desconocido, saltó al abordaje sobre el Huáscar había previsto su destino i lo había aceptado. "Dile a mi mamá,—escribía todavía a su hermano en la carta que de él hemos citado varias veces,— que no se asuste porque a mí i a Ramón nos hayan tocado los peores buques de la escuadra, pues no es posible que vayamos todos en el Blanco, como Eduardo que va como en un baúl."

El sabía que la Esmeralda no era un baúl sino una sepultura? i voluntariamente, con verdadero amor de hijo, fué a buscar su fin en su seno.
¿Entonces hai para el hombre un destino inevitable i revelado?

VII
En cuanto a su conducta en el asalto marítimo de Iquique, el bronce se ha encargado de eternizar su sublime osadía.—Muerto ya el ínclito capitán Prat, i recibido por el flanco del inmóvil esquife el primer espolonazo de su agresor de hierro, Serrano convocó a los bravos i saltó con ellos por donde había saltado Prat para morir todos como él, inmolándose voluntariamente a su grandeza.—Por esto la piedad extranjera encargóse de sepultarlos el uno junto al otro. Por eso la gratitud nacional funde ya sus efijies en el mismo eterno monumento.

VIII.
Ignacio Serrano tenía una de esas fisonomías i aposturas llanas i enérjicas que cuando se las divisa en cualquier sitio, se dice uno involuntariamente a sí mismo. —"¡Allí va un soldado!" — De mediana estatura, ancha espalda i complexión muscular, era el tipo simpático de todos los hombres de guerra: la huella de Arauco no estaba del todo borrada en su bizarra estructura.

Tenemos sobre nuestra mesa un retrato suyo sacado por la máquina hace seis años en Concepción, i la figura parece destacarse del papel albuminado como si quisiera "saltar al abordaje": tal es su natural enerjía.

No se experimenta por esto la menor extrañeza que sus propios enemigos hayan escrito el glorioso epitafio del teniente Serrano con esta frase que todos los hombres de guerra i de mar sabrán comprender en su lacónico i heroico significado—"ESTE OFICIAL MURIÓ AL PIE DEL TORREÓN."


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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