30 de abril de 2014

El Héroe Jananca



El Héroe

I
Uno de los soldados de mi compañía era un indio rústico i simple, á quien sus compañeros habían convertido en blanco de sus mofas.
Yo les sorprendía á veces, en la cuadra, dándole bromazos estúpidos.

En cierta ocasión le hicieron beber petróleo, diciéndole que era un licor más agradable que el aguardiente, i el indio estuvo á punto de morir. Castigué con rigor á los bromistas, aunque todos, en el fondo, eran buenos muchachos, con un poco de truhanesca malevolencia innata á todos los hombres.

El indio se llamaba Jananca, i este patronímico exótico contribuía en mucho á la irrisión de que era objeto.

Cuando fue enrolado al batallón, en calidad de recluta, tenía un aire humilde i azorado de bestia montaraz; pero con la bulliciosa vida cuartelera, con la disciplina i el método, tornóse grave i adquirió un aire no exento de cierta rígida marcialidad.

Había que verlo levantarse, como impelido por un resorte, cuando pasaba á su lado un oficial ó un jefe; llevarse la mano abierta á la altura del kepís, con movimientos regulares i bruscos, i quedarse así, inmóvil, un rato, sin parpadear, recto sobre sus cuadrados pies.

En la guardia de la prevención, sobre todo, se distinguía por su aspecto hierático i solemne de hombre autómata, cuadrado, con el rifle ligeramente apoyado en el suelo; alta la cabeza, mirando fijamente un punto imaginario colocado delante de sus ojos. Después se ponía á marchar delante de la puerta del cuartel, á grandes pasos, haciendo rechinar sus gruesas botas relucientes de betún; i cuando gritaba de repente - “¡Atrás!", golpeando su rifle, lo hacia de un modo tan bárbaro, que la persona que pretendía entrar retrocedía violentamente los pasos.

Cuando no estaba de servicio adquiría otra vez su aspecto dócil i sufrido. Soportaba todas las bromas, como si encontrase natural divertir a los demás; i se refugiaba en los lugares más solitarios del cuartel, donde se pasaba las horas mirando absorto las láminas de un libro de las batallas de la Independencia i del 2 de Mayo, que yo le obsequié. Era analfabeto, pero comprendía que todo aquello se refería á los suyos. Llegó á pintar con un lápiz rojo la bandera peruana en todas las láminas, i jamás la confundió con la del enemigo.

Este ser sumiso i reconcentrado, sin ideas definidas sobre el deber ciudadano, sobre la patria, sobre el honor, era para mí objeto de especial observación.

Había llegado á mirar con religiosa veneración el estandarte del batallón, i en las ocasiones que salíamos con ese símbolo tan querido por todos, se le veía parpadear apresuradamente como si lágrimas de ternura se acumularan en sus ojos. Era la pasión religiosa é indefinida de un fanático por su ídolo, que no comprende ni analiza, pero que ha entrado de lleno en su corazón subyugándolo.

II
Estábamos en campaña. Una campaña de perros en las abruptas sierras, rocallosas i áridas como si un incendio hubiese pasado por ellas talando la vegetación.

Llovía desde la madrugada hasta el anochecer, i cuando cesaba la lluvia, un viento helado soplaba ensordeciéndonos con el ruido de una lejana algarabía.

Una tarde nuestro batallón fue sorprendido por numerosas tropas chilenas, i se inició el combate de repente, sin que nadie lo hubiera sospechado.

¡Qué dos horas de loca matanza! ¡Qué rugidos de los cerros, cuyo eco repetía fantásticamente el clamor de la lucha i las detonaciones de los rifles i ametralladoras!

Muchos soldados huyeron, pero otros, entre ellos Jananca, sostenían su posición á pie firme, en derredor del estandarte desplegado al viento de la puna i que el alférez sostenía sobre su pecho con las dos manos.

Éramos en ese momento mui pocos ; unos cien ó ciento cincuenta.

El enemigo avanzaba rápidamente por todos lados estrechándonos en un círculo de fuego.

La resistencia quedó reducida á un grupo unido en torno del estandarte.

Entonces yo, que estaba herido i tirado de bruces á alguna distancia, ví un espectáculo de heroísmo ignorado de todos i que el olvido se lo ha llevado para siempre.

El alférez cayó i con él el estandarte. Los chilenos que estaban á cien pasos, corrieron lanzando alaridos de triunfo á apoderarse de él; pero Jananca, de un salto, se abalanzó sobre el moribundo alférez i arrebatándole el estandarte que aun apretaba entre sus manos de agonizante, lo enarboló sobre su pecho, batiéndolo en el aire hasta desplegarlo en toda su amplitud, á la vez que con esa su vozarrona con que daba el — "¡Atrás! ” en otros tiempos, lanzaba como un reto el grito de — ¡Viva el Perú!

Cayó sobre él una lluvia de culatazos; ví un haz de bayonetas que se incrustaba en su pecho; los balazos á boca de jarro le acribillaron la cabeza, i el indio, sufrido i vejado en la vida cuartelera, cayó lentamente de espaldas, como en una apoteosis teatral, confundido con las purpúreas sedas del estandarte.

III
Por eso -terminó diciéndome el capitán que me contó este episodio- yo trato con benevolencia, á esos, indios rudos, silenciosos i sufridos de nuestras tropas; sea porque de entre ellos salen, amigo mío, los verdaderos héroes de los combates, aunque la gloria sólo sea para los otros...

AURELIO ARNAO 


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Revista Ilustrada "Actualidades". Lima, 14 de Julio de 1903.

Saludos
Jonatan Saona

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