21 de abril de 2013

Justa Dorregaray


JUSTA DORREGARAY CUEVA, LA MADRE DEL HÉROE: 
“SUPO CONDUCIR A CÁCERES DESDE SU INFANCIA, POR LA SENDA DE LOS BUENOS”

Ante chilenos y traidores ella repitió valientemente: “Acepto todo sacrificio, si se me persigue por ser la madre de Andrés Avelino Cáceres”. Perdió a su hijo Juan, muerto en la batalla de Tarapacá, y varias veces creyó que Andrés Avelino ya no volvería, en los efímeros encuentros que madre e hijo tuvieron en La Breña. Él sobrevivió, para bien de la patria; ella nada más que alcanzó a ver su triunfo, pues la muerte la sorprendió en 1887. En su homenaje, "El Perú Ilustrado" de ese año publicó el artículo que aquí trascribimos.

HUANCAYO, SU TIERRA NATAL
La ciudad de Huancayo, en el departamento de Junín, es el lugar de nacimiento de la respetable matrona cuyo nombre encabeza estas líneas, habiendo sido sus padres el señor don Emeterio Dorregaray y la señora Benedicta Cueva. Por línea paterna fue descendiente de una noble familia incaica, de la gran Catalina Huanca, que fundó en la misma ciudad de Huancayo varios establecimientos de beneficencia, y cuyos tesoros se buscan hoy mismo con empeño por los viajeros y por innumerables personas.

Desde muy niña la señora Dorregaray dio muestras de una inteligencia privilegiada y dejó conocer su carácter enérgico a la vez que afable, generoso, franco y esencialmente modesto, prendas que conquistaron gran número de simpatías de las que ha gozado hasta el día de su muerte, y a las que reunía una ilustración poco común en personas de su sexo.

EL TEMPLE Y EL CARÁCTER
Mujer de naturaleza vigorosa y retemplada por una conciencia tranquila contó siempre la felicidad, bien rara por cierto, de no sufrir dolencia física alguna ni siquiera ligeras indisposiciones, siendo la enfermedad que la ha llevado al sepulcro la primera de su vida.

Extraña a todo sentimiento que no estuviera en armonía con la elevación de su carácter, jamás se dejó envanecer por los favores de la fortuna ni sintió abatirse su ánimo en presencia de las adversidades, siendo su mayor anhelo y la práctica más constante de su vida ejercer la caridad con el padre invalido y aliviar los sufrimientos de los seres desgraciados en el mundo.

La señora Justa Dorregaray vivió siempre con recomendable modestia, entregada al cuidado de una pequeña quinta que poseía en los alrededores de Tarma, ocupación que para ella constituía su mejor entretenimiento. La educación de sus hijos, a fin de hacerlos ciudadanos útiles a su patria y a la humanidad entera, fue objeto de sus desvelos y de su atención preferente; debiendo estimarse como legítimo fruto de sus afanes, de sus máximas saludables y de sus oportunos consejos, las glorias y los honores que su hijo ha sabido conquistarle a la patria en los campos de batalla.

MUJER REPUBLICANA Y PATRIOTA
Pero la señora Dorregaray no era tan solo el bello ángel del hogar, como dice Víctor Hugo, la madre cariñosa y tierna, la imponderable amiga: era además la mujer republicana y patriota, alma fuerte y retemplada con la práctica de las virtudes, que trae a la memoria el recuerdo de las matronas romanas, de aquellas madres de la antigüedad que la historia nos presenta como ejemplo de civismo.

Ella demostró una firme e inquebrantable energía donde quiera que la patria hubo necesidad de la espada de su hijo, acompañándolo en sus penosas campañas, primero contra los chilenos y luego contra el régimen del general Iglesias.

Y en ellas la señora Dorregaray nunca se sintió abatida por las adversidades de la suerte ni inclinó su altiva frente delante del enemigo orgulloso o altanero por el éxito de sus victorias; siempre tuvo la suficiente energía para despreciar la hiel de los sinsabores y desafiar los peligros consiguientes a su condición de madre del valeroso caudillo.

MADRE ADMIRABLE
Nuestros mismos enemigos tuvieron conciencia de esto, y, al ver que no era una mujer vulgar sino una verdadera matrona cuya augusta ancianidad ostentaba el esplendor de las más altas virtudes, no pudieron menos que hacerle objeto de su especial admiración y supieron respetarla y dispensarle todo género de consideraciones; y uno de los principales jefes de esas fuerzas expedicionarias le pidió con instancia una entrevista, para conocer, según su propia expresión, "a la madre del tenaz defensor de la honra del Perú".
Una inesperada dolencia vino a conmover hace poco esa constitución admirable, ese prodigioso organismo, como cincelado en bronce, y la materia ha cedido al fin, cansada de luchar con el destino, a la hora señalada por el Hacedor Supremo en el libro de los destinos humanos.

La señora Dorregaray, baja; pues, hoy a su tumba, a la edad de setenta y tres años, manifestando hasta en sus últimos momentos la dulce tranquilidad que tanto caracteriza a los justos en el trance con la muerte. Con ella desaparece un hermoso contingente de virtudes de aquellas que más enaltecen a la mujer verdaderamente cristiana, siendo su fallecimiento no tan sólo la desgracia de una respetable familia sino un motivo de duelo para la sociedad entera, especialmente para todas aquellas personas que tuvieron la honra y satisfacción de tratarla.

El país pierde en ella una matrona ejemplar en la práctica de virtudes y una influencia saludable, elevada y poderosa en el espíritu del hijo que hoy rige los destinos de la república, y a quien ella supo conducir desde su infancia, por la senda de los buenos.


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Texto escrito por La Legión Mariscal Cáceres, de taytacaceres.blogspot.com
Cuadro de los padres de Cáceres, se encuentra en el Museo del Parque Reducto Nº 2, en Miraflores 

Saludos
Jonatan Saona

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