19 de diciembre de 2013

Cartas apócrifas


II
Documentos apócrifos justificativos del viaje de Prado

El afán justificativo

Ahora sí estamos en condiciones de poder entender, con claridad, la aparición de documentos apócrifos con relación al período de la Guerra del Pacífico. Esos documentos tenían (he aquí una semejanza con los documentos presentados por Colombres Mármol) un único objetivo: justificar la salida, del territorio peruano, que hizo el Presidente Prado. Para ello se fabricaron misivas en las cuales, supuestamente, personajes como Miguel Grau, Andrés A. Cáceres, Francisco García Calderón y Lizardo Montero, aconsejan al Presidente Prado tomar la decisión de viajar a Europa para, con su influencia, hacer posible la compra de armamentos, toda vez que las gestiones que se venían llevando a cabo para ello estaban totalmente entrampadas.

¿Y por qué esos personajes? Por una sencillísima razón. Era necesario crear una superchería en la cual apareciesen testimonios de personajes muy conocidos y de gran peso moral. Si ellos habían considerado que era necesario que Prado viajase para hace cargo de la adquisición de armamentos, y así se lo habían manifestado a través de diversas cartas, ¿cómo se podía pensar entonces que el viaje decidido y realizado por el Presidente era una traición o una cobardía?

En una supuesta carta de Andrés A. Cáceres a Francisco García Calderón, fechada desde Arica a 8 de noviembre de 1879, leemos:
"Un sentimiento patriótico me impulsa a dirigirle estas breves palabras de acuerdo con Montero, para pedirle animar al Presidente Prado a un viaje a Europa a conseguir los refuerzos de material de guerra que el Perú necesitará mañana para hacer frente quizá a una larga campaña con Chile". (Delgado, 1965, p.29).
Y en la supuesta misiva de Montero a García Calderón, fechada desde Arica, a 10 de noviembre de 1879:
"Cuando ésta le llegue ya estará en Lima el presidente Prado. Él ha convenido con nosotros, los jefes del Sur, de viajar a Europa para firmar los préstamos que el Perú solicita y que los enemigos le niegan,…" (Delgado, 1965, p. 31).
Y en una pretendida carta nada menos que de Miguel Grau dirigida a Lizardo Montero, fechada desde Iquique el 22 de mayo de 1879, leemos:
"...En reciente correspondencia de Lima, me impongo de las dificultades de los emisarios peruanos en Europa para comprar barcos de guerra. Se me dice que sus gestiones no inspiran confianza y que se pide con urgencia la presencia del Presidente Prado para garantizar los préstamos y obtener los armamentos de mar y tierra que exige la guerra. Yo te ruego hablar con el Presidente Prado y mostrarle esta carta. Es el momento de asumir una situación, ahora que Chile después de perder la Esmeralda necesita tiempo para reponerse. Así como los buques chilenos me han buscado inútilmente desde el 5 de abril que estalló la guerra y al encontrarme han sufrido un golpe fatal, puedo perfectamente seguir dando la impresión de estar perdido en el mar y mientras tanto dejar el Pacífico y marchar a Europa con el Presidente Prado, con el fin de que firme los empréstitos el Perú y regresar con barcos que sirvan para ponernos en igualdad de fuerzas con Chile". (Delgado, 1965, p. 19)

Como se puede leer, en esta carta se hace referencia a una supuesta exigencia de los negociantes europeos de la necesaria presencia del Presidente para poder garantizar las compras. Hecho realmente increíble, en primer lugar porque no existe documentación al respecto y entre las misivas auténticas de Grau no hay mención a ninguno de estos hechos. Por otra parte, es sumamente burda esta supuesta exigencia porque no se condice con el actuar de los negociantes.

En otra supuesta carta de Grau, suscrita desde Arica y con fecha 26 de mayo de 1879, dirigida a Francisco García Calderón, le dice:
"...le ruego hablar con el Presidente Prado y decidirlo a viajar a Europa conmigo en el Huáscar sin que el enemigo sospeche, para negociar los empréstitos y regresar con los armamentos y los buques que necesitamos para vencer a Chile" (Delgado, 1965, p. 21).
Otra de las cartas apócrifas es la de Lizardo Montero al Presidente Prado, fechada en Cajamarca el 18 de junio de 1879, y donde le dice:
"Permítame le haga llegar la carta que me remite para Ud. Miguel Grau. Yo comparto con él sus opiniones,..." (Delgado, 1965, p. 25).
Debemos señalar, que de acuerdo a una carta de Miguel Grau a Carlos Elías, citada por Tantaléan Arbulú, quien la toma de Javier Pérez Valdivia, Grau no tenía en buen concepto a Prado. El, o los falsarios, es muy probable, debieron ignorar o haber olvidado este hecho, pues no resulta creíble la supuesta sugerencia de Grau de un viaje de Prado a Europa para comprar armamentos, incluso en el propio Huáscar, cuando Grau sabía que Prado no lo escuchaba, como es el caso que relata en esta misiva, cuyo fragmento consigna Tantaleán:
"[la] verdad [de M.I. Prado], quien cree saber ya más de marina que cualesquiera de nosotros, y da órdenes y discute asuntos profesionales con un aplomo asombroso […]; ¡Cuánto mal hacen en nuestro país las pequeñeces de partido! Si Prado, como debía, y como yo se lo indiqué tantas veces, le da el mando de la escuadra a Montero, todo hubiera marchado mejor, porque así éste, como Almirante, hubiera ido en la Independencia, que era buque aparente para estado mayor, y el 21 de mayo la Independencia se hubiera quedado en Iquique combatiendo con la Esmeralda y a mí no se me hubiera escapado la Covadonga. Después sobre Antofagasta hubiéramos sorprendido, tomado y echado a pique los transportes con 4,000 hombres que llevaban y sabe Dios cuán distinto hubiera sido el sesgo de la campaña". (Tantaleán, 2011, p. 392).

Veremos, más adelante, que hay argumentos de gran peso, esgrimidos por Percy Cayo, que permiten llegar a la conclusión que estas misivas fueron fabricadas con un afán exculpatorio.

Los oscuros e increíbles misterios de la "leyenda negra" de los Prado.

Lo que vemos claramente en este affaire, es la intención de querer librar a Mariano Ignacio Prado y Ochoa de la mancha de "prófugo, ladrón y asesino de Miguel Grau", con lo que, en forma hiperbólica, pero reflejando el sentir colectivo de un sector muy grande de peruanos, se llegó a caracterizarlo en un folleto, publicado por vez primera en 1936, titulado "¿Puede ser un Prado Presidente del Perú?". Esta inventiva se realizó con un fin político específico y de tipo electorero: hacer inviable la candidatura presidencial de Jorge Prado y Ugarteche, hijo de M. I. Prado.

Pero, ¿quién o quiénes estaban detrás de esta inventiva calumniosa? Puede pensarse que detrás de todo esto podía estar algún dirigente o grupo político del sector popular por sus discrepancias con lo que significaba la familia Prado en la inicua sociedad peruana. Sin embargo, la realidad es más compleja y tiene que ver con las diferencias de intereses en juego dentro de la propia oligarquía. Por ello, no resulta nada increíble la sospecha de que sus autores podrían haber sido Pedro Beltrán y Manuel Mujica Gallo, dos connotados miembros de la burguesía peruana. Innegablemente, esa posición tan dura y de tipo calumniosa se explica, como lo señala Portocarrero, porque:

"...el objetivo de la aparición de dicho folleto era extraer dividendos políticos de corto plazo intentando apuntalar la candidatura de Manuel Vicente Villarán tras la que se encontraban José de la Riva Agüero, Pedro Beltrán y Clemente Revilla, con sus respectivos partidos, es decir, la oposición de la reacción enfrentada al candidato del Frente Nacional, Jorge Prado y Ugarteche , representante del sector más nacional de la oligarquía y también el políticamente más flexible en relación al APRA".(Portocarrero, F., 1995, p. 32).

Como bien lo precisa el historiador Antonio Zapata, la leyenda negra no solo sobre M. I. Prado sino sobre toda la familia, surge en el siglo XX como consecuencia de la actuación en la política peruana de los hijos de Mariano Ignacio:

"… con la participación en política de sus hijos Jorge, Manuel y Javier. Desde 1910, ellos están actuando en política, vinculados a Benavides, y ayudan a restablecer el poder oligárquico, ganándose muchos enemigos. En 1936 Jorge Prado será candidato a la presidencia y sus opositores serán la Unión Revolucionaria, que es el partido fascista, y Eguiguren. Más adelante, en 1939, vuelven a haber elecciones y esta vez el hermano de Jorge, Manuel Prado, será elegido presidente. Fueron, pues, los opositores de los Prado quienes montaron la leyenda negra de que su padre era un traidor y un ladrón" (Paredes Laos, J., 2010).

Esta posición política antipradista de comienzos del siglo XX tiene su correlato en el siglo XIX, porque la llamada "leyenda negra sobre la familia Prado" tuvo sus patrocinadores en los enemigos políticos de M. I. Prado como consecuencia de la política de estatización de las salitreras de Tarapacá que realizara Prado, continuando con el proceso iniciado en 1873 con su estanco y posterior estatización en 1875, durante el gobierno de Manuel Pardo, el primer presidente civil del Perú y paradójicamente, aunque esto sólo en apariencia, un eximio representante del liberalismo peruano.

Esta estatización sui géneris, como la tipifica Tantaléan, beneficiaba a los grandes comerciantes y financistas nacionales, quienes serían los administradores de la riqueza pública a nombre de la nación. (Tantaléan 2011, p. 361). Esta medida del Estado peruano afectaba directamente a los poderosos intereses ingleses, alemanes y chilenos. Por ello Tantaleán pone mucho énfasis en esta decisión económica como detonante de la Guerra del Pacífico. Al respecto, Tantaleán nos recuerda que son del mismo parecer historiadores como Pablo Macera y Cristóbal Aljovín. Tantaléan escribe:

"han atribuido a Manuel Pardo una significativa responsabilidad en la derrota, no solo por su provocadora decisión en el tema del salitre sino por su falta de previsión (algo que pasan por alto muchos historiadores). Durante su administración, Chile mandó construir los blindados Cochrane y Blanco Encalada. Aun así, Pardo tuvo dos frases desconcertantes para la historia: "Tengo dos blindados: Argentina y Bolivia" y "Mi compadre Pinto [presidente de Chile] no me hará la guerra". (Tantaleán., 2011, p. 49).

La estulticia de la clase dirigente peruana

La responsabilidad por la estrechez de miras frente a los problemas internos y externos que vivía el Perú y por los problemas que se estaban generando en el frente externo por medidas de política económica que el Perú venía implementado, las cuales afectaban directa y principalmente los intereses chileno-británicos, así como la casi total indiferencia frente a la política estratégica chilena de dominio marítimo y de expansión económica, al igual que una total desprevenida política de protección por lo que podía generarse por los problemas limítrofes y económicos que enfrentaban a Chile y Bolivia, de ninguna manera solo puede recaer sobre Pardo o Prado. La responsabilidad recae sobre toda la clase dirigente peruana que, con una estolidez gigantesca, no supo darse cuenta, desde su nacimiento como estado republicano, lo que implicaba la doctrina Portales, es decir la necesidad de convertir en un objetivo estratégico fundamental el dominio permanente, por parte de Chile, de la costa Pacífica y que es lo que explica la intervención de Chile, con la ayuda de peruanos, contra la Confederación Perú-boliviana.

Fue ciega la clase dirigente peruana frente a la posición de hegemonismo marítimo expresada por Diego Portales, "el ícono nefasto" (Rodríguez, 2004, p. 24), quien a raíz de la guerra contra la Confederación Perú-boliviana, sostenía:
"Debemos dominar para siempre en el Pacífico, ésta debe ser su máxima ahora y ojalá la de Chile para siempre". (Carta de Diego Portales a Blanco Encalada, de 10-9-1836.- Portales, 1938, v. III, p. 454).

Resulta una tragicomedia que el Perú de Pezet (1863-1865) como pocos años después el de Prado (1876-1879) se viera envuelto en guerras para las cuales, lastimosamente, no estaba preparado. Que ambos Presidentes tuvieron que esperar estar en plenos procesos bélicos para intentar comprar armamentos en Europa y que, en ambos casos, no fueron suficientes las órdenes dadas por ellos a sus representantes para que las transacciones comerciales necesarias se llevasen a cabo con éxito. Pero, a diferencia de Prado, Pezet no cometió el gravísimo error de abandonar el Perú y, cosas de la historia, encargó esa difícil misión nada menos que al joven Manuel Pardo. Pero, una nueva semejanza, ambos gobiernos terminaron como consecuencia de sendos golpes de estado. Nuevamente la crónica de muertes anunciadas de gobiernos por la inoperancia de sus gestiones. Y una ironía más en esta tragicomedia peruana: Pezet fue sacado del poder por M.I. Prado como pocos años después Prado sería sacado del poder por Piérola.

Fue obtusa la oligarquía peruana al no poder sacar conclusiones de todo lo que implicaba la estrategia geopolítica chilena de oposición a la posibilidad de una unión entre Perú y Bolivia. En la mencionada extensa carta de Portales a Blanco Encalada, de 10 de setiembre de 1836, leemos:
"No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma la existencia de dos pueblos confederados y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un solo núcleo. Unidos estos dos Estados aun cuando sea más que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden y circunstancias". (Portales, 1938, v. III, p.452).
Cuesta imaginar que la clase dirigente peruana no se detuviera en analizar las posibles consecuencias de una alianza defensiva (y qué alianza que se firma no se presenta como tal) con Bolivia, la cual se sellaría en 1873 y con perspectiva a ser convertida, con la unión de Argentina, en triple alianza. Perú sabía, por historia relativamente recién vivida, que Chile no había tolerado ni toleraría un proyecto que pusiera en peligro su hegemonía marítima y su tendencia hegemónica y de agresiva incursión en los territorios de los países vecinos del norte a través de sus empresas que trabajaban en estrecha colaboración con el capitalismo inglés. Y aún más incomprensible, que pronto le dejara de interesar al Perú, como brevemente analizaremos, la participación argentina.

Asimismo, no hubo ningún intento serio de sacar conclusiones de lo que había significado el choque de intereses geopolíticos y económicos entre la Triple Alianza (Brasil-Uruguay-Argentina) y la Cuádruple Alianza (Perú-Bolivia-Chile y Ecuador) a raíz de la guerra contra el Paraguay (1864-1870) donde, como señala Cristóbal Aljovín, la Triple Alianza intentaba dividir a los países del Pacífico y deshacer la Cuádruple Alianza y, por otro lado, donde cada uno de los integrantes de la Cuádruple Alianza

"…, tenía sus propios temores y sus propias cartas a jugar. En mucho las variables individuales estaban signadas por problemas limítrofes. En este sentido, la lectura de la documentación diplomática permite observar un temor peruano del avance brasileño, un enfrentamiento entre chilenos y argentinos que se vincula a antiguas disputas, y una Bolivia que tiene posibles conflictos con todos los actores, aun con sus aliados iniciales (Chile y Perú). No debe perderse de vista que Bolivia tiene fronteras con Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú". (Aljovín, 2005)

Actitud psicológica de Prado ante la guerra con Chile.

Un aspecto en el cual se suelen detener poco los historiadores es la actitud de los presidentes Pardo y Prado frente a Chile, revistiendo especial importancia el impacto psicológico que la guerra significó para Prado, durante cuyo gobierno (agosto 1876 - diciembre 1879) se produjo esta contienda.

Jorge Basadre ha señalado que entre los presidentes que gobernaron el Perú hasta la década de los setenta del siglo XIX, tanto Pardo como Prado tuvieron simpatía hacia Chile.

Manuel Pardo y Barreda, hijo de Felipe Pardo y Aliaga (gran amigo de Diego Portales), había pasado dos largas temporadas en Chile cuando su padre, primero por encargo de Salaverry y posteriormente por encargo de Castilla, se desempeñara como encargado de la legación del Perú en dicho país. Como dice Thorndike: "Para Manuel, Chile era un segundo país, si era posible que los hombres tuviesen alguna vez dos patrias sin acabar crucificados". (Thorndike, 2006, p. 328)

Algo más, Manuel Pardo tenía varios parientes chilenos, entre ellos la esposa de su tío José Pardo y Aliaga, doña Josefa Correa y Toro, así como la esposa de Manuel Pardo Correa, doña Teresa Lynch, nada menos hija del marino Patricio Lynch el cual tendría participación destacada en la Guerra del Pacífico de 1879-1883. Y allí no quedaba toda la parentela, como bien nos lo recuerda Thorndike. "..., se daba con dos generaciones en las que se habían unido sangre de los Aliaga y sangre de los Brown, Harvey, Ossa, Concha y Subercaseaux, chilenos en su totalidad". (Thordndike, 2006, p. 329)

Recordemos que Pardo (agosto 1872 - agosto 1876) no pensaba que Chile podía hacerle la guerra al Perú ("Mi compadre Pinto no me hará la guerra"). Y lo que es más grave, tanto fue la incuria de Pardo por dar a su país un poderío bélico acorde con el alcanzado por países vecinos, que incluso no tuvo el menor reparo en frustrar una alianza tripartida con Bolivia y Argentina. Decidió seguir adelante con una alianza solo con Bolivia a pesar que ésta traería más problemas que los que podía enfrentar o solucionar. Pardo, a su supuesto blindado "Argentina" lo perdió en una decisión increíblemente carente de sentido. Esto está totalmente demostrado con la misiva de Pedro Yrigoyen, hijo de don Manuel Yrigoyen, Ministro del Perú ante la República Argentina y encargado de las negociaciones para que dicho país se uniera al Tratado de Perú y Bolivia de 1873.

El gobierno de Pardo comenzó a desalentarse de la posible triple alianza (Perú-Bolivia-Argentina) cuando Chile tomó posesión del río Santa Cruz, a pesar de que este acontecimiento alentó a Argentina a buscar la mediación peruana para evitar una guerra. Para Pardo era inevitable una guerra entre Chile y Argentina y ante esta situación era mejor no verse envuelto en ella. Por ello decidió poner punto final a la misión de Manuel Yrigoyen. Aunque sea ya un tema diferente, es necesario señalar, por guardar cierta relación con el tema que estamos desarrollando, que se creó una leyenda negra en torno a don Manuel Irigoyen. Se le acusó de ser el directo responsable del fracaso de las negociaciones tendientes a lograr la alianza con Argentina. La prensa peruana fue, indudablemente, la encargada de difundir este infundio y entre estos medios incluso el influyente El Comercio, "periódico donde tenía cabida el Estado Mayor civilista" (carta de J.S. García a Pedro Yrigoyen, de 18-10-1918. En: Basadre, 1981, p. 117), diario que a pesar de conocer los documentos que le mostrara don Manuel Yrigoyen al Sr. Miró Quesada, que aclaraban la verdad de este suceso, guardó silencio. Es necesario precisar, sin embargo, que el propio Manuel Yrigoyen les pidió guardar la reserva necesaria de la documentación mostrada "porque eran aún demasiado recientes, razón por la cual debería seguir conservándose en reserva" (Basadre, 1981, p. 122). Como se ve, aquí hubo un sacrificio muy encomiable de parte de don Manuel Yrigoyen.

Basadre, en el anexo 4 de su "Antecedentes de la Guerra con Chile" (Basadre, 1981, pp. 138-141), hace lo que él denomina "Un intento de análisis sicológico de Prado ante el conflicto boliviano chileno y ante la guerra". Precisa las actitudes diversas que tuvieron los Presidentes del Perú que gobernaron hasta la década del 70 del siglo XIX, como la pro-chilena y antiboliviana de Gamarra, la de perspicaz cautela e incluso antichilenismo de Ramón Castilla, la prochilena y antiboliviana de Vivanco y las de claras simpatías hacia Chile de Pardo y Prado.

Este último había firmado la Cuádruple Alianza (Perú, Chile, Ecuador y Bolivia) contra España, en la década de los sesenta. Prado, por otra parte, recibió, como señala Basadre, honores, elogios y respaldo de parte de Chile como ningún otro Presidente del Perú, Esto, enfocado por los partidarios de la leyenda negra, ha sido desvirtuado. Por ejemplo, se suele señalar que M. I. Prado fue General de División del Ejército de Chile y mientras permaneciera o residiera en Chile recibiría la remuneración correspondiente. Lo que no se dice, o se minimiza, es que ese honor le fue dado el 17 de agosto de 1866, pero que también les fue otorgado a Mariano Melgarejo y Jerónimo Carrión, presidentes de Bolivia y Ecuador, respectivamente, miembros de la victoriosa Cuádruple Alianza contra España. Tampoco se dice que Prado, el mismo día que Chile le declara la guerra al Perú (5-4-1879) renunció, mediante carta dirigida al Ministro de la Guerra de Chile, al generalato que el Congreso de ese país le había conferido

No estamos ante una leyenda ya muerta. Es cierto que los historiadores serios analizan este acontecimiento muy objetivamente, aunque puedan desarrollar diversas apreciaciones. Sin embargo, encontramos en Internet páginas o blogs de algunos personajes más o menos conocidos, supuestamente personas de cierta preparación académica, dedicados a seguir manteniendo viva esta leyenda. Como sabemos, este medio tiene gran difusión, sobre todo entre los más jóvenes, los cuales, por lo general, no tienen los conocimientos históricos como para darse cuenta de los infundios que se siguen propalando y que toman matices de verdades porque utilizan, citan y reproducen documentos de la época en forma totalmente tendenciosa, sacados de contexto y, lo que es más criticable, en forma irresponsable.

Prado, a decir de Basadre, puede ser calificado como "amigo de Chile":

"Prado, como ningún político peruano de su época, merecía la calificación de amigo de Chile. Ningún vínculo personal lo unía, en cambio, a Bolivia. El conflicto que surgió en 1878 y se acentuó en 1879 para degenerar en abril de este año en una guerra, debió ser, para él, la más pavorosa de las tragedias" (Basadre, 1981, p. 139)

La chilefilia de Prado se hace evidente. Se cuenta que al Prefecto de Iquique le comunicó:
"Conserve usted el orden público en su departamento, porque, por lo que toca a la cuestión de Bolivia con Chile, nada tenemos que hacer porque la justicia y la razón están de parte de este segundo país" (Basadre, 1981, p. 139).

Resulta pues tragicómico que tanto Pardo (1872-1876) y Prado (1876-1879) manifestaran claras simpatías hacia Chile, país con el cual el Perú tendría su conflicto bélico de mayor trascendencia histórica. El propio Prado, en su Manifiesto del 7 de agosto de 1880, dice:
"Descansando mi Gobierno en la armonía, buena fe y fraternales relaciones…, no podía esperar verse envuelto intempestivamente en una guerra nacional. …
No era de suponerse que la cuestión suscitada entre los Gobiernos de Bolivia y Chile los condujera a la guerra…
No era de suponerse, repito, que Chile, atropellando el pacto expreso de arbitraje celebrado con Bolivia, cometiera un acto tan atentatorio al apoderarse sorpresivamente y por la fuerza del territorio de Antofagasta sin título ni causa que lo justificase" (Delgado, 1965, pp. 260-273).

Es obvio, por todo lo anterior, que el impacto psicológico que sufrió Prado al verse envuelto en una guerra que no pensaba, que no deseaba y para la cual era consciente que el Perú no estaba preparado, tuvo que ser extremadamente traumatizante. Y lo que es más grave, este impacto fue para un sector amplio de la clase dirigente. José Antonio de Lavalle, en sus Memorias, según nos lo recuerda Basadre, deja el testimonio de la disociación que enfrentó el Perú de aquel entonces: una población mayoritariamente en contra de la prepotencia chilena al invadir territorio boliviano y por lo tanto a favor de la guerra, y un grupo pequeñísimo que era consciente que esa guerra sólo traería desgracias para el Perú.

"Apenas si Prado (dice Lavalle) «quizás su gabinete y un muy diminuto número de personas» no cayeron en ese frenesí" (Basadre, 1981, p. 139).

Basadre compara la situación que vivió Prado en 1878-1879 con la que tuvo que enfrentar Pezet en 1865, cuando Prado encabeza un movimiento en su contra por la forma extremadamente moderada como se comportaba frente al problema que el Perú enfrentaba con España a raíz de la toma de las islas de Chincha, consecuencia de la intentona por parte de la monarquía española de recuperar los territorios de sus antiguas colonias.

"Fue algo así como una burla de la historia. Ante la eventualidad de caer "satanizado" como el gobernante que él mismo derribara, el instinto de la propia conservación y su sentido patriótico le arrastraron, a pesar de todo, a la solidaridad con Bolivia y al mantenimiento del tratado de alianza de 1873". (Basadre, 1981, p. 140).

Se ha estudiado y puesto énfasis en diversos factores que explican la derrota del Perú en esta guerra pero se suele minimizar el aspecto psicológico. ¿Podía Perú ganar una guerra no sólo para la cual no estaba preparado sino que no era ni siquiera imaginada como posible por un sector de la clase política que le tocó gobernar en aquella época? ¿Podía Perú ganar una guerra de la cual se sentía perdedor de antemano? ¿Podía Perú ganar la guerra en el caos político que vivía y con un presidente huérfano de apoyo y que vivió esta contienda, desde sus inicios, como un verdadero vía crucis?

Lavalle nos cuenta lo siguiente acerca de una entrevista que tuvo con Prado, en Lima, en abril de 1879:
"Recibióme S. E. en su escritorio y tuvimos allí una larga conversación, de la que salí profunda y tristemente impresionado. Estábamos perdidos a su juicio. El general Prado, sea porque su larga permanencia en Chile y los años de ejercicio del gobierno que llevaba en el Perú, le hicieron conocer con exactitud la superioridad de elementos de acción que tenía aquel país sobre éste, sea por esa esa especie de presentimiento que, como antes he dicho con Remusat, se agregan a todas las inducciones de la lógica, me pareció profundamente abatido y enteramente desesperanzado del éxito de la guerra, a pesar de que procuraba disimular ese sentimiento". (Basadre, 1981, pp. 140-141).
Sin querer justificar lo que realmente es injustificable, tal vez todo lo anterior nos ayude a comprender el porqué, casi sorpresivamente, M. I. Prado decide marchar a Europa para intentar conseguir por lo menos un blindado porque sin él, el Perú estaba perdido Y eso fue lo que realmente ocurrió.

Hoy podemos saber que no era cuestión de gobernantes. Que en el curso de una guerra, un golpe de estado trae consecuencias fatales porque desorganiza los mandos de las fuerzas armadas. Hecho que ocurrió apenas Piérola se hizo del poder, con las consecuencias nefastas por todos conocidas. Era necesario que el Perú consiguiera aumentar su poderío bélico. Era la única posibilidad de seguir en la guerra con alguna posibilidad si no de victoria por lo menos de una negociación de paz que no fuese tan onerosa. Que Prado se equivocó de camino, eso está fuera de toda duda. Pero que se pensara que se podía continuar la guerra con tal desventaja material era una perfecta locura.

Prado después del "viaje"

Producido el golpe de Estado y habiendo sido depuesto La Puerta, Nicolás de Piérola asume el poder el 23 de diciembre como Jefe Supremo de la República. El 22 de mayo de 1880 el gobierno de Piérola da un decreto privando a Prado de la ciudadanía:
"Que si la ignominiosa conducta del ex Presidente General Mariano Ignacio Prado durante la campaña con Chile, terminada por su vergonzosa deserción y fuga, sólo puede tener por condigna pena la reprobación universal, la república si su ejército pueden consentir en que continúe gozando por más tiempo del valioso título de ciudadano y General del Perú;
En uso de las excepcionales facultades de que estoy investido y con el voto del Consejo de Secretarios de Estado;
Decreto:
Artículo único.- Don Mariano Ignacio Prado, queda privado para en adelante del título y los derechos de ciudadano del Perú y condenado a degradación militar pública tan pronto como pueda ser habido". (Delgado, 1965, p.259)
Prado regresó al Perú al poco tiempo de concluida la guerra. Vería que el 11 de diciembre de 1885 fue derogado el decreto del 22 de mayo de 1880 por el que se le había borrado del escalafón del ejército. Se le volvió a inscribir y se le restituyeron los derechos y garantías acordados por la Constitución a todos los peruanos. Al llegar a su patria recibió el saludo protocolar del Presidente de aquel entonces, A. A. Cáceres, a través de su edecán. El 26 de octubre de 1886 el primer gobierno de A.A. Cáceres dio una ley por la cual declaró nulos los actos internos de las administraciones de Piérola e Iglesias y declaró a ambos gobiernos responsables, militar y civilmente conforme a las leyes. Se basó en que habían asaltado el Poder Supremo mediante las armas que se les había confiado contra el enemigo extranjero" (Basadre, 1969, t. IX, pp. 91-92). Algo más, y para completar la tragicomedia de este acontecimiento, el propio Nicolás de Piérola le destacó un ayudante a sus órdenes y ordenó se le abonasen sus sueldos con toda puntualidad. Después de su muerte, el 5 de mayo de 1901, al llegar los restos de Prado de Europa -el 16 de marzo de 1902-, fue objeto de solemnes funerales oficiales durante el gobierno de Eduardo López de Romaña. Posteriormente, en homenaje a su obra levantaron monumentos en Huánuco, Iquitos y Pisco; asimismo en La Habana, en reconocimiento a su intervención en la gesta de la Independencia de Cuba. (Vargas Haya, 2005).

El enigmático fin de Daza

Por esas ironías de la historia, el 27 de diciembre de 1879, es decir cuatro días después del derrocamiento del gobierno de Prado por obra de Piérola, se sublevan las tropas bolivianas al mando del coronel Eliodoro Camacho, acantonadas en Tacna, desconociendo la autoridad de Daza, quien por alejamiento de Prado se había convertido en Supremo Director de la Guerra. Al día siguiente, en La Paz, Daza es depuesto al constituirse una Junta de Gobierno. Al poco tiempo, el 14 de enero de 1880, se produce una nueva sublevación y, tratando de solucionar la crisis política que enfrentaba Bolivia, se decide encargar la presidencia al general Narciso Campero.

Daza, al informarse de su deposición marchó a Europa. Increíblemente, los Presidentes de los dos países aliados, cuyos territorios habían sido invadidos por las fuerzas adversarias, habían sido sacados del poder en forma casi simultánea. Ambos vivirían en Europa para tiempo después regresar a sus respectivos países, aunque con fines totalmente diferentes. Hilarión Daza moriría asesinado en Uyuni, el 27 de febrero de 1894, cuando era conducido a Sucre para ser juzgado. Ya hemos mencionado que Prado regresaría al Perú concluida la guerra siéndole restituidos los derechos y garantías acordados por la Constitución a todos los peruanos además de una serie de honores, incluso después de su muerte.

El falsario

Una pregunta que de seguro surge a estas alturas del análisis es la referente a la identificación del Colombres Mármol peruano. El personaje, tenemos la sospecha, es el historiador peruano Luis Humberto Delgado, uno de los más fervorosos defensores de la figura histórica de M. I. Prado. Entre otros defensores Portocarrero nos recuerda a Pedro Irigoyen y a Federico More. Pero L. H. Delgado, en su obra titulada "Guerra entre Perú y Chile – 1879", consigna las cartas que hemos reseñado y cuyo punto medular es presentar a Grau como el de la idea del viaje del Presidente Prado a Europa en búsqueda de armamento. Sí, nada menos que «El Caballero de los Mares» (Miguel Grau) era el que sugirió al Presidente la necesidad del viaje, entonces qué se le podía reprochar a Prado. Y es por ello que algunos de sus defensores señalan que fue "víctima de la adversidad, de la calumnia y de la insidia". Y el propio Prado, en su «Manifiesto del general Prado a sus ciudadanos» suscrito desde Nueva York con fecha 7 de agosto de 1880, nos dice:
"Sin buques cada día se acentuaba más la gravedad de esta situación, y era desesperante para mí resignarme a ella, si hacer de mi parte el mayor esfuerzo, el mayor sacrificio (el subrayado es nuestro) para conjurarla y dominarla.
Fue entonces cuando acogí después de larga y madura reflexión, el proyecto de salir personalmente en busca de cuanto necesitábamos como el medio más seguro, eficaz y salvador". (Ahumada, P., 1884-1891. tomo III, pp. 382 y sgtes.).
Actitud de los historiadores ante las supuestas cartas exculpatorias

Similar a lo que ocurrió con la denominada «Carta de Lafond» y con las misivas del affaire Colombres Mármol, en un primer momento las cartas exculpatorias de M. I. Prado no fueron objeto de reparos en cuanto a su autenticidad, o, para hablar con mayor precisión, no se le dio realmente la importancia adecuada y no hubo preocupación para someterlas a ningún tipo de análisis. Los historiadores más serios solo preferían ignorarlas. Pero, como señala Percy Cayo, fue el eximio historiador peruano Rubén Vargas Ugarte quien las avaló como verdaderos documentos históricos, en 1971, al escribir: "Es preciso afirmar que Prado emprendió el viaje después de muchas vacilaciones y que lo alentaron a hacerlo así jefes, como Grau, Andrés A. Cáceres y Montero, como se desprende de las cartas publicadas por Luis H. Delgado en su obra: Estampas de la guerra, Perú y Chile. 1879".

Vargas Ugarte jugó, en cierta manera, el papel que en las controvertidas misivas presentadas por Colombres Mármol desempeñara Rómulo Carbia. Vargas Ugarte era, como lo hemos señalado, un prestigiosísimo historiador especializado en diversos temas y periodos de la historia peruana. También incursionó en el tema de la guerra con Chile, justamente aportando documentos inéditos como la Memoria del General Buendía, para lo cual utilizó el archivo de dicho personaje, y luego en su obra "Guerra con Chile. La campaña de Tacna y de Lima" hizo uso de documentos del archivo de Nicolás de Piérola.

Causa extrañeza que un historiador de la calidad de Rubén Vargas Ugarte avalara los controvertidos documentos presentados por L. H. Delgado, toda vez que poseía una muy larga experiencia con documentos manuscritos, fruto de sus investigaciones en gran cantidad de archivos del Perú, América y Europa. Resulta un tanto enigmático que no reparara en el fraude, del cual si creemos que debió estar informado Luis H. Delgado si es que no fue él mismo, directa o indirectamente, el falsario.

Las oscuras motivaciones de la falsificación de documentos

Sin embargo, consideramos que es justo precisar que Luis Humberto Delgado era un historiador prolífico, que incluso realizó trabajos muy serios de tipo documental, como son, por ejemplo, los "Anales del Congreso del Perú". También realizó trabajos biográficos como la "Historia del general Mariano Ignacio Prado", "La obra de Francisco García Calderón", "Comentarios históricos. Miguel Grau" y su voluminosa "Historia de Antonio Miró Quesada 1875-1935". A la guerra con Chile le dedicó varios trabajos, aparte del mencionado donde aparecen los documentos apócrifos. Entre estos otros trabajos podemos mencionar "Todo el proceso de Tacna y Arica", "Tres glorias: Angamos, Arica y Zarumilla". También a la guerra con España le dedicó una obra titulada "Guerra entre el Perú y España –1866"(Lima, 1965) donde también aparecen importantes documentos, la mayoría suscritos por M. I. Prado. Esto si marca una notable diferencia con E. L. Colombres Mármol (p).

Tenemos la sospecha, y lo adelantamos líneas arriba, que don Luis H. Delgado tuvo que ver con las falsificaciones, aunque no podemos estar seguros que él fuera directamente el falsario. Lo evidente es que alguien tuvo que encargar o encargarse de la fabricación de esas misivas, las cuales serían utilizadas para tratar de vindicar la memoria de Mariano Ignacio Prado. Recordemos que Guillermo Billinghurst, presidente del Perú depuesto en 1914 por un golpe de Estado en el cual participaron los hermanos Prado (Jorge y Manuel), nos cuenta el siguiente hecho:

"El joven Prado en extenso y patético discurso me expuso en síntesis, lo siguiente: Que todos ellos (los amotinados) reconocían mi patriotismo, probidad y preparación para el gobierno. Que yo había equivocado, sin embargo el rumbo que debía imprimir a la política interna (lo cual no hablaba, por cierto, muy alto a favor de mi preparación) y, por último; que los hijos del expresidente Prado tenían que «vindicar la memoria de su padre»" (Gilbert, 1982; pp.157-158).

El "complejo reparativo" y la falsificación de documentos

¿Pudo algún miembro de la familia Prado, más de medio siglo después del incidente relatado en 1915 por Guillermo Billinghurst, tener un interés en terminar con el «complejo reparativo» tratando de recurrir al veredicto de la propia historia aunque fuera falseándola? No lo sabemos. Como dice Felipe Portocarrero: "Para ellos (la familia Prado), la cuestión era cómo desterrar hacia las regiones del olvido colectivo la pesada sombra del pasado. Pero, al mismo tiempo, de lo que se trataba también era de conjurar el traumatismo psíquico de la familia. Desde este punto de vista, la «pavorosa tragedia» del general Prado, como lo llamó Basadre en uno de sus últimos trabajos, nos permite comprender mejor el leit motiv que más tarde induciría a sus descendientes a reivindicar la memoria de su antepasado, a partir de su conversión en un poderoso clan familiar que reclamaba para sí el ser reconocido como un grupo económico de carácter nacional". (Portocarrero, 1995, p. 38)

Jorge Basadre señala que el archivo de don Nicolás de Piérola estuvo en manos de su hijo Amadeo Piérola y, al morir éste, en manos de su esposa Consuelo, que por motivos de su religiosidad donó el citado archivo a Rubén Vargas Ugarte, sacerdote jesuita y acucioso historiador. En la importantísima obra "Conversaciones. Jorge Basadre, Pablo Macera", Basadre expresa: "Él (Vargas Ugarte) es ahora el propietario de tan valioso tesoro. Pero la enorme cantidad de fuentes que don Nicolás recopiló y ordenó tan cuidadosa y tan pacientemente, no obstante los trajines de su vida llena de exilios y de persecuciones, es utilizado por un enemigo suyo únicamente para atacarlo". (Basadre – Macera, 1974, p. 166)

Por allí podría encontrarse la pista para investigar la gran falsificación de misivas que presentara Luis Humberto Delgado, quien no escondía sus simpatías hacia M. I. Prado. Al igual que en el caso de San Martín, en el cual se buscaba explicar su abandono del Perú en momentos tan difíciles, presentándolo como un acto de desprendimiento total, para evitar una lucha fratricida y dejarle abierta las puertas a Bolívar, quien no lo había comprendido o no lo había querido comprender, en su intento de unir totalmente las fuerzas de los ejércitos libertadores del sur y del norte, que ellos capitaneaban, para terminar con el enemigo común: las fuerzas realistas situadas en el Perú. En el caso peruano lo que se pretendía era presentar a M. I. Prado como un personaje que intenta realizar un acto que pudo haber cambiado el curso de la guerra, porque con su viaje pretendía solucionar los obstáculos para la compra de armamentos para el Perú. Y ello, por lo demás, era consecuencia de los consejos dados por personajes tan señeros de la historia peruana como Miguel Grau, Andrés A. Cáceres, Francisco García Calderón y Lizardo Montero. Si en el caso de los libertadores de América, el personaje mezquino, egoísta, ambicioso, era Simón Bolívar, en el caso peruano el personaje nefasto era nada menos que don Nicolás de Piérola y Villena.

Percy Cayo asume el reto de desenmascarar el infundio

Percy Cayo ha señalado varios factores que indican la inautenticidad de las cartas utilizadas por vez primera por L.H. Delgado. P. Cayo, escribe:

"La crítica histórica, por otra parte, no puede dejar de llamar la atención sobre otros aspectos: la redacción que difiere de la de otros escritos de nuestro gran marino (se refiere a Grau); el uso constante de letra minúscula para hincar la escritura del mes en que se datan las fechas, cuando es usual en la correspondencia de Grau el uso de mayúsculas; el uso común de tildar la preposición a, que también encontramos en otras cartas, resulta ausente en estas dos de que nos ocupamos (se refiere a las cartas enviadas por Miguel Grau a Francisco García Calderón de fechas 26 de mayo y 5 de junio de 1879); la simple comparación de las firmas del almirante con otros muchos autógrafos suyos conocidos, aportan elementos de juicio suficientes como para declarar que por lo menos estas dos cartas de don Miguel Grau a don Francisco García Calderón, deben ser consideradas apócrifas." (Cayo, Percy, 1981, tomo VII, p.203).

También Percy Cayo señala que esas cartas son apócrifas porque la suscrita el 26 de mayo de 1879 desde Iquique, no corresponde a la verdad porque ese día Grau se encontraba en Antofagasta. Lo propio ocurre con la misiva del 5 de junio de 1879 firmada desde Iquique cuando, por documentos auténticos, sabemos que ese día el almirante Miguel Grau se encontraba en Mollendo.

Otros argumentos

Por nuestra parte consideramos que existe otro argumento, y de gran peso, que refuerza la posición que señala la apocricidad de las cartas presentadas por Luis Humberto Delgado. Nos explicamos. Ni Mariano Ignacio Prado ni los personajes más cercanos de su entorno (por ejemplo el Vicepresidente Luis La Puerta o su Ministro José María Químper) en ninguno de sus documentos incontrovertibles hacen referencia a que la decisión de viajar fuera sugerida por personaje alguno. Basadre, al analizar la correspondencia de Prado a Montero con relación al viaje, que es la del 18 de diciembre de 1879, nos dice: "Del texto de esta carta se deduce claramente que la resolución de viajar a Europa la tomó «desde mi arribo a esta capital»". Y líneas más adelante, Basadre escribe: "Que el viaje de Prado a Europa fue proyectado por él mismo después de su regreso a Lima, aparece también en el manifiesto de José María Quimper, su ministro...".

El propio Prado, en carta a Buendía, desde Guayaquil, fechada a bordo del vapor Paita, el 22 de diciembre de 1879, dice:
"En el estado en que las cosas se encontraban en el sur, yo no hacía mucha falta desde que ustedes se encontraban allí, y me constituí en Lima con el fin de atender al ejército. Así he tratado de hacer, de la mejor manera posible, durante el tiempo que he permanecido en la capital.
Allí me he convencido hasta la evidencia de que esta guerra es esencialmente marítima y, sin perder tiempo, hecha ya una firme resolución, me embarqué el 18 del actual para trasladarme a Europa". (Milla Batres, 1980, p. 73).

En la misma misiva, tratando de explicar su «intempestiva salida de Lima», dice:
"Por las últimas comunicaciones venidas de Europa, veíamos con sentimiento que, debido en gran parte a competencias y rivalidades de nuestros comisionados, nada se podía hacer ni conseguir respecto da la adquisición de buques". (Milla Batres, 1980, p. 74).
Aquí la explicación de su salida radica en las comunicaciones llegadas de Europa. Como se ve, tampoco hay alusión alguna a consejos recibidos

Por otra parte, de haber sido cierto los consejos recibidos por Prado de parte de personajes como Grau, García Calderón, Cáceres y Montero, para que viajase a Europa para la compra de armamento, resulta inconcebible que personajes como La Puerta y Químper no lo supiesen, De haber tenido conocimiento de ello hubiesen tenido que sopesar cuando le expusieron al Presidente su oposición a dicho viaje y lo hubiesen mencionado en algún documento. Es muy importante saber que el propio Vicepresidente, General Luis La Puerta, le expresó a Prado su disconformidad con el viaje, según lo refiere el propio La Puerta en misiva dirigida a M. I. Prado, fechada en Lima el 11 de marzo de 1880, en la cual le recuerda, agriamente:

"En la noche en que Ud. se resolvió ir a Europa, le dije que podía yo montar a caballo, viviría 6 u 8 días, pues no tardaría más en estallar la revolución; me equivoqué en 2 días..." (Vargas Ugarte, 1971, tomo X, p. 70).

La letra y el espíritu de esta carta también apuntan en el sentido que la decisión de viajar, Prado la tomó, como él mismo señala, después de meditarla profundamente, pero casi de un momento a otro, desde su llegada a Lima, ocurrida el 29 de noviembre (reasumió el mando el 2 de diciembre). Se dedicó en esos pocos días a organizar su gabinete, intentado incluso contar con la colaboración de Nicolás de Piérola, aunque infructuosamente. Y, como él le escribe a Lizardo Montero, desde el 3 de diciembre comenzó a inspeccionar los medios bélicos con los cuales se podían contar, encontrando que estos eran muy pocos. La situación era realmente catastrófica. En la citada carta, escribe:
"…Desde el 3 me concreté a inspeccionar, por mí mismo, nuestros medios de acción.
Estuve en el Callao y he podido tener la evidencia de que solo contamos con un buque, el Rímac. Todo lo demás se encuentra en seria recompostura. Estamos condenados a que en los momentos de más peligro no podamos contar con nuestras naves de guerra.
Aún el Oroya, sea por los servicios que ha prestado, o sea porque nos lo vendieron en mal estado, es lo cierto que hace dos meses originan fuertes gastos… y no se encontrará todavía expedito antes de un mes.
También estuve en el Santa Catalina: igual decepción sufrí. Nuestros almacenes militares están completamente agotados;…" (Milla Batres, 1980, pp.76-77)
Todos esos antecedentes mencionados nos llevan a la convicción que Prado toma ya la decisión firme de salir del Perú entre el 4 o 5 y el 17 de diciembre y pasa de inmediato, con la mayor reserva, a hacer los preparativos necesarios para el viaje.

Jorge Basadre señala que la carta de Prado a Montero, de 18 de diciembre, es fundamental para dilucidar este punto. En dicha misiva Prado escribe:
"En tal situación, y después de pensar con madurez e impelido por un sentimiento patriótico, he tomado la resolución de marchar hoy a Europa, en demanda de los mencionados elementos (en la parte final del primer párrafo de esta carta, Prado le dice a Montero: "Hay pues absoluta necesidad de proveerse, a todo trance, de elementos de mar, por lo menos de un pudoroso blindado, capaz de hacer frente a la escuadra enemiga"); y la he adoptado sin vacilar, aún a riesgo de que algunos espíritus ligeros y apasionados me increpen con este motivo, porque estoy convencido de que es el mayor servicio que en las presentes circunstancias puedo prestar a mi patria, a cuya conveniencia estoy decidido a sacrificarlo todo" (Milla Batres, 1980, p. 79).
Algo más, sus amigos y allegados políticos no sabían de la decisión ya tomada, como se puede apreciar en el post scríptum de esta misiva:

"Como no tengo tiempo para escribir hoy a todos los amigos, estimaré a usted les manifieste los poderosos motivos que han determinado mi marcha a Estados Unidos y Europa" (Milla Batres, 1980, p. 80)

Por otra parte, en el extenso Manifiesto del General Prado a sus ciudadanos, fechado desde New York el 7 de agosto de 1880, no hay referencia alguna a sugerencia de algún personaje de su entorno referente a la imperiosa necesidad de un viaje al extranjero. Prado señala, que después de la pérdida del Huáscar (8 de octubre de 1879)
"… quedamos [después de la pérdida del Huáscar] reducidos a resistir y operar en tierra, y aunque podíamos sostener la campaña terrestre, ella se presentaba con todas las desventajas y probabilidades en contra… Para aliviar tan graves inconvenientes y contener al enemigo no había otro medio que proporcionarnos sin demora los recursos marítimos que nos faltaban;… Fue entonces cuando acogí, después de larga y madura reflexión, el proyecto de salir personalmente en busca de cuanto necesitábamos como el medio más seguro, eficaz y salvador. … Se presentaba una oportunidad para conseguir un poderoso blindado, y además una combinación que podía proporcionarnos recursos: la negociación debía conducirse en el extranjero; si fracasaba, se perdía en ella toda esperanza." (Ahumada Moreno, P., tomo III, 382).
Consideramos que estos testimonios personales del propio Presidente son contundentes en un doble aspecto: que la decisión de llevar a cabo el viaje la tomó Prado casi de un momento a otro, después del 3 de diciembre. Y, por otro lado, fue una decisión exclusivamente suya. Si Prado hubiese recibido sugerencias de algunos personajes importantes de aquel momento, en el sentido de la necesidad de un viaje al extranjero para conseguir armamentos, él lo hubiera consignado, toda vez que estaba siendo duramente atacado y él estaba perfectamente informado de ello a partir del 8 de enero de 1880, como lo manifiesta en la misiva que dirige a Lizardo Montero, en esa fecha, desde el Albermarle Hotel de Nueva York. En dicha misiva, leemos:
"Al desembarcar tiene usted que me he encontrado con la realización de un acontecimiento tan inesperado, como fuera de todo cálculo. Grande ha sido mi sorpresa cuando he sabido que apenas salí se operó en Lima un movimiento revolucionario, proclamando como dictador a don Nicolás de Piérola,…" (Milla Batres, 1980, pp. 80-81)

¿No recordaba Prado lo que su Vicepresidente La Puerta le había anunciado sobre lo que ocurriría apenas se ausentase del país? Imposible. Pero esta "sorpresa" es solo un mecanismo de justificación de lo que había realizado cuando se le había advertido lo que iba a ocurrir.

Si bien es cierto que no podemos tener totalmente la certeza que alguna persona de su entorno familiar o político conociera y apoyara esa idea, sin embargo ninguna de las personalidades que aparecen en las cartas apócrifas le hizo llegar, directa o indirectamente, la sugerencia de un viaje a Europa para hacer posible la compra de material de guerra. Las cartas publicadas del archivo Prado no hablan nada al respecto porque de haber recibido esas misivas él hubiera tenido que darles respuesta.

Pensamos, por otra parte, que el o los falsarios consideraban que la "larga y madura reflexión", de la cual nos habla Prado, pudo haber estado influenciada por conversaciones y consejos con algunos miembros del entorno personal del Presidente. Esto seguramente les sirvió de base para dar el siguiente paso, es decir el fraguar documentos exculpatorios, pero haciendo figurar personalidades que realmente cumpliesen dicho objetivo.

Exorcizar no justificar el pasado

Resulta difícil poder comprender cómo pudo Prado tomar la decisión de ausentarse el Perú sabiendo cuál era la situación política interna caótica que se vivía, con problemas en la conformación de sus gabinetes, con oposición del civilismo y la actitud desestabilizante de Piérola que no quiso aceptar participar en el gabinete ni siquiera cuando se le ofreció su jefatura. El diario El Comercio, al día siguiente de la salida de Prado, editorializaba sobre este hecho, al que lo calificaba como de una fuga, de una vergonzosa deserción. Pero tratándole de buscar alguna explicación a tal decisión cree encontrarla en una posible perturbación mental del Presidente, de la cual, según el diario, algunas personas ya lo habían notado. Al respecto señala:
"Creemos que sí. El general Prado puede ser un mandatario inepto como un padre desnaturalizado; y se necesita que lo sea, para que estando en su juicio, haya abandonado su familia dejándola expuesta a los peligros de la situación que podía haber creado la indignación que debía producir en el público su incalificable viaje.
Juzgando racionalmente y cristianamente al general Prado, es preciso convenir en que ha perdido el juicio. De otro modo, se nos presentaría el hombre que hasta ayer ha regido los destinos del país, como un monstruo de perfidia, de egoísmo, de degradación".
Sabemos que no es cierto lo de la perturbación mental, pero es innegable que Prado debió haberse visto sobrecargado de las responsabilidades que como Jefe de Estado asumía en la evolución de la guerra que él, como hemos visto, desde el principio la consideró perdida. De allí a tomar la decisión tan irracional que tomó solo debió existir un paso. Descartada la posibilidad del viaje como una cobarde fuga, parece que solo queda como explicación su desesperación ante el avance arrollador chileno y como única solución su viaje para conseguir por lo menos un blindado que permitiera continuar la guerra con ciertas posibilidades de decorosa defensa. Pensar en el viaje como una fuga es algo descabellado. Esta triste realidad de la guerra lo obnubiló y tal vez pensó que podía repetir el éxito de su viaje de 1876. Craso error. Y por ello imperdonable.

Ya hemos mencionado la seria advertencia que La Puerta le hizo a Prado cuando este le informó de su viaje. Si a pesar de ello, Prado tomó la decisión de emprender tan impolítico como irracional viaje, como él ya no está para asumir las consecuencias de sus actos, no queda otra alternativa a los historiadores que analizar, con la mayor objetividad posible, la serie de acontecimientos ligados a este hecho histórico. Este conocimiento deberá servir a los peruanos para que conozcan lo que realmente aconteció. De esta manera, lograr una comprensión cabal de ello y superar ese trauma histórico que ha dejado de ser estrictamente personal o familiar y poder así exorcizar el pasado. Esto, por supuesto, no debe significar justificaciones tibias ni mucho menos el olvido. Ni el olvido ni el incorrecto conocimiento de algo, sino su cabal comprensión es lo único que realmente permite asimilar y superar los problemas, los traumas personales y colectivos.

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Texto escrito por Jorge G. Paredes M., tomado de la web www.monografias.com y la Revista de Claseshistoria, Publicación digital de Historia y Ciencias Sociales.

Saludos
Jonatan Saona

4 comentarios:

  1. A mi me parece que es un error seguir repitiendo lo mismo "que el Peru debio seguir intentando una alianza con argentina".

    Pasaron mas de 100 años, 150 años y podrian pasar muchos, de algunos no se dan cuenta del juego politico de argentina.

    Argentina Juega la carta del Peru, solamente cuando tiene problemas con CHILE.

    Y lo mismo hace chile, con ecuador.

    Parecemos marionetas. Argentina jamas a apoyado al Peru en una guerra. Todas las guerras ingluyendo esta estubo de parte de nuestro enemigo Chile.

    Si se quiere construir una comunidad latinoamericana de condiciones igualitarias, es necesario primero señalar quienes son nuestros reales amigos y quienes no.

    De lo contrario tomarian siempre al Peru como un aliado sin necesidad de devolver nada a cambio.

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  2. Interesantísimo ensayo.
    Que, por cierto, apunta a la diana precisa : investigar, develar la verdad histórica - cualquiera que esta sea - es el mejor camino para superar los males del pasado.

    R. Olmedo

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  3. el padre Vargas Ugarte no era Pradista ni mucho menos Pierolista como lo fueron y son algunos historiadores.La verdad sólo lo sabe las personas que escribieron esas cartas, el cual yo si las creo, debido a uqe quienes lo poseían era la familia Garcia Calderon. En ese entonces presidente del Congreso del Perú.

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  4. Debo discrepar de la afirmación de que la pérdida de la Esmeralda señaló a Lima como meta para Chile. No fue así.

    Una vez logrado el dominio del mar, Chile pudo atacar a placer cualquier objetivo enemigo cercano al litoral. Pero su objetivo - y el de cualquier militar con algo neuronas, a lo largo de la historia mundial - fue siempre el ejército enemigo. No su capital.
    Destruido el ejército, no solo la capital, sino cualquier otra ciudad enemiga - como se demostró - quedaba abierta a la ocupación.
    Por eso se buscó al ejército enemigo en Tarapacá, buscando su destrucción. Y luego en el Departamento de Moquegua, donde se logró en buena parte su aniquilamiento.

    Si, luego de Tacna y Arica, Piérola hubiera optado por concentrar sus fuerzas en un lugar distinto a la capital - Callao, Ancón, o donde fuera - el Ejército chileno habría debido concurrir hasta allí a presentar combate. Y si vencedor, solo entonces hubiera considerado ocupar la capital.

    R. Olmedo

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