23 de enero de 2020

Elías Cruz Cañas

Elías Cruz Cañas
Don Elías Cruz Cañas
Capitán Movilizado del Estado Mayor Jeneral

II.
El capitán movilizado del batallón Valdivia i en seguida del Estado Mayor del ejército de ocupación del Perú, don Elías Cruz Cañas era talquino pero hijo de la prosapia del Maulé i del Mapocho, porque tenía los apellidos feudales de los dos pueblos más aristócratas de Chile: Cruz, Cañas, Aldunate, etc.

Nacido en 1858, cuando la opulencia hereditaria de su familia comenzaba a decaer, debió abrirse camino por sí mismo, que para ello habíale dado Dios robustos brazos i ancho pecho de hombre i de batallador. Elias Cruz pasó la mayor parte de su infancia en la hacienda montañosa del "Fuerte", que sus padres poseen todavía al oriente de Talca, i donde, según justificada tradición histórica, Lautaro se hizo fuerte i derrotó al castellano, en su marcha victoriosa del Bío-Bío al Mataquito.

III.
Siguiendo después sus lares a Santiago, ganaba con su trabajo libre vida en esa ciudad, cuando sonó la trompa de la guerra para los hijos de Lautaro, mozo de veinte años como él. Elías Cruz Cañas, dotado de una alma entusiasta i de un físico hercúleo, corrió a alistarse, obtuvo una subtenencia en el batallón Valdivia, i a principio de 1880 marchó a la guerra con la esperanza de batirse en Tacna. Pero no sería así. "Todos,—escribía pintorescamente a su respetable madre, la señora Rosario Cruz, desde Iquique el 21 de enero de 1880,—todos salimos mui contentos, creyendo que nos tocaba la hora de bautizarnos; pero ¡suerte menguada! el caballo se nos gastó en Iquique."

IV.
El bautismo de Elias Cruz estaba más allá, —en el Morro Solar, cuya cima trepó el Valdivia junto con el Santiago el memorable 13 de enero de 1881, atronando el mar i la cumbre con los gritos de victoria. Elias Cruz iba en este asalto en el puesto de vanguardia.

Mozo de espesas barbas, a los 23 años de edad (había nacido en 1858), de rostro varonil i acentuado, de jesto ríspido i ademán guerrero, el capitán Cruz escondía sin embargo en su alma todas las ternuras del hogar en un grado tal que le hacían el favorito de todos los suyos, en especial de su madre, a quien amaba con intenso afecto.

En cada ocasión enviábale por esto algún cariñoso recuerdo, si más no fuera un símbolo de sus recuerdos i de su lejanía, una flor, un libro, un rollo de billetes salvado en sus ahorros, un trozo de metralla caído a sus pies, porque bajo la ruda corteza del soldado bullía el alma infantil i retozona del niño no desacostumbrado todavía al hábito de amar i ser amado.

Los siguientes fragmentos, desprendidos por mano amiga de su correspondencia íntima, ponen en trasparencia todo lo que su alma encerraba de tierno i delicado, i por esto sin escrúpulos de ortografía los copiamos.

"Pacocha, setiembre 21 de 1880.

"Queridísima mamá:
"...Así como la violeta se distingue entre las i imás flores, ella crece entre las piedras o a la sombra de otras flores o de los árboles i no ha i persona que no la conozca, ya sea por su fragancia o lo humilde de su traje con que la naturaleza la ha adornado: la flor es usted, sus adornos son Clarisa i Fanisita, i la cerca que rodea el jardín es compuesta de mi papá, Ignacio 2°, Nephtalí, Elías, Florencio i Juan de Dios. Es un verdadero nido de cariño, i así como la mariposa busca la luz que es donde ella muere, también nosotros la tenemos en usted, no para morir sinó para endulzar todo lo que se pueda sufrir en este mundo i al mismo tiempo conocer la felicidad que a su lado es donde se encuentra."

"Lima, julio 14 de 1881.

"... Dígale a la Clarisa que me mande decir cómo está el jardín de San Bernardo i a la Fanisita que siempre la recuerdo, sobre todo en la noche, porque no tengo con quien jugar ni bailar, i que me mande razón de todo."

"Lima, setiembre 3 de 1881.

"Mi vida es monótona, tranquila; no tiene esos lindos ratos como los tenia cuando estaba en mi casita al lado de todos ustedes. Basta decirle que ni canto ni bailo. No tengo ni con quien enojarme ni con quien reírme: soi un tallo viejo que no tiene su flor."

V.
I sin embargo, quien daba así tan natural, sencilla i vivida espansión a blando espíritu, iba sembrando su carrera de la más fiera altivez.

En una ocasión en que hallándose en la plaza de Lima, sin más armas que su bastón, echando de ver que un grupo de peruanos se detenía no lejos del palacio coronado por el tricolor chileno i en un tono de provocación decían:—"¿Cuándo nos quitarán ese trapo sucio?»—al oírles se les encaró i leí obligó a saludar aquel trapo inmaculado que no tenía más sombras que las de las derrotas de sus enemigos...

En otro sentido, cuando de regreso a Santiago hubo en el Valdivia un conato de sedición por asunto de paga, al disolver el cuerpo a mediados de 1881 el teniente Cruz Cañas desenvainó su espada en medio del cuartel de la Alameda, i con su entereza i su prestijio atrajo al orden a los descontentos i aun a los amotinados.

VI.
I si esto emprendía Elias Cruz con los soldados de Chile, a los del Perú mirábalos sólo como átomos, i este menosprecio araucano al fin le perdió.

Elias Cruz era de aquellos que de buena fe i sin jactancia creen que "un chileno es hombre para cincuenta peruanos."

I esta precisa cuenta sacaba él en el siguiente párrafo de carta que el 27 de setiembre de 1881, vuelto a Lima como ayudante de honor de su pariente don Joaquín Godoi, ministro de Chile ante el Perú, escribía a su familia:

"Las fiestas del Dieziocho pasaron como cualquier otro día. No hubo ni misa de gracia ni parada militar. Todos los batallones están en distintos cuarteles i algunos han tomado posiciones para defensa.

"Al principióse corrió que el iS de setiembre Piérola entraría a ésta, pero todo es fanfarronada de los peruanos i estoi más seguro que en Chile. Vivo en la casa de don Joaquín i tengo ocho soldados, un cabo i un sarjento, cantidad suficiente para derrotar a cuatrocientos peruanos."

VII.
Nombrado, después de la partida del señor Godoi a Estados Unidos, gobernador político, marítimo i militar del puerto de Tambo de Mora, en la boca del valle de Chincha i vecino a Pisco, entróse el capitán Cruz, sólo con su espada i su alma a esa heterojénea población, i hospedándose en la mejor casa de la arenosa aldea esparcida en árida playa, comenzó a hacer sentir su autoridad i su valor sobre aquella ilota muchedumbre. Dictó bandos, organizó la policía, el alumbrado, fundó una escuela, apaciguó los gremios, reedificó una iglesia i hasta emprendió erijir un faro, todo con una escolta de nueve hombres, que apenas le bastaban para promulgar sus bandos de buen gobierno, en un pueblo de mil almas, i rodeado por afuera de guerrillas traidoras que le acechaban como a indefensa i desapercibida presa.

Entretanto la tarifa peruana de Elías Cruz había subido al doble: ya no eran cincuenta, sinó "cien contra uno."

VIII.
En todo lo demás, su alma afectuosa i entusiasta encontraba fácil pábulo para retozar en las ocurrencias cuotidianas de la vida del campamento.

Los lectores de estos recuerdos probablemente no habrán olvidado que cuando la Artillería de Marina estuvo avanzada en aquel pueblo antes de machar a Lima en diciembre de 1880, los peruanos de la comarca de Chincha, anticipando el secreto de su guerra posterior, mataron alevosamente tres soldados, que no fueron vengados, quedando sus cuerpos toscamente cubiertos por tierra aleve en el fondo de un potrero.

Pues bien: allí fué a desenterrarlos el cariñoso camarada, i como si hubiera previsto que él necesitaría a su turno de la misericordia de sus compatriotas para venir a reposar en tierra amiga, dióles una sepultación que a él parecióle una apoteosis.

“En éste momento,—escribía a su buen padre, don Ignacio Cruz, desde Tambo de Mora el 19 de marzo de 1882,—en este momento estoi de gran fiesta. Hace días que encontré enterrados en un potrero los restos de tres valientes soldados chilenos; les he mandado hacer un cajón de todo lujo, i hoi a las 8 A. M. saldrá el cortejo, i va de esta manera: al salir la caja mortuoria los soldados de mi destacamento harán una descarga que será mandada por mí; en seguida irá un piquete de soldados al mando del subteniente; después el ataúd, que sera llevado por los niños del colejio de San Ignacio de Leyóla, el que es fundado por mí en memoria suya; en seguida marchan todos los gremios, tasqueros, lancheros, fleteros i arrumadores.

"Todos ellos irán vestidos con la mejor ropa. Por Ultimo, cerrará la marcha un piquete de soldados mandados por mí í vestidos de gran parada. A Tambo de Mora le dejo un gran recuerdo que siempre me lo agradecerán. Les tengo un colejio en que se educan más de 70 niños; i les estoi poniendo un faro que cuesta más de 10,000 pesos i tiene como diez metros de altura."

IX.
Sobrevino poco más tarde el cristiano aniversario de la Cruz, i nueva fiesta en la plaza i en la caleta peruana, puerto de las Chinchas.

“Ayer sábado,—volvía a escribir el 9 de abril de 1882,—fué día de gloria (sábado santo). Un piquete de gran parada al mando del subteniente que tengo a mis órdenes, hizo una gran descarga.

“Mi casa es de altos i tengo en mi puerta el escudo chileno; encima está el tricolor. Después de grandes vivas se hizó la bandera, que tiene más de seis metros..."

X.
En cuanto a sus tareas ediles, agregaba con cierto natural orgullo, tres meses más tarde, lo que en seguida copiamos de una carta suya de 20 de julio:

"Nada más bonito que mi pueblo. Tengo hasta una banda de música compuesta de peruanos. Sus calles están mui aseadas i la jente mui contenta.

“El despertar del 20 fué mui bonito. El colejio que tengo vino formado a darme los días; los gremios de tasqueros, fleteros, lancheros i arrumadores hicieron una suscrición."

XI.
Tenía esto lugar el 20 de julio de 1882, esto es, una semana antes de que el oleaje revuelto de la playa i de la sierra, de eso que el incauto mancebo llamaba "su pueblo“, se conjuró contra él, i agavillado por su propio telegrafista (empleado i confidente peruano!...) con el aviso de que a la mañana siguiente aquel puerto iba a ser desamparado, le rodearon cuando dormía, "cuatrocientos contra uno", i no le dieron tiempo sinó para vender cara su vida enseñándoles, cómo, desde Prat i desde Carrera Pinto, saben morir los hijos de Chile en el mar, en la playa i en la sierra.

XII.
En medio de todos sus casi infantiles regocijos i de sus risueñas esperanzas de pacificador engañado, el capitán Cruz solía escuchar de cuando en cuando en los adentros de su alma i de la soledad del yermo arenoso que habitaba, la voz del presentimiento que debió ponerle en guardia contra las acechanzas i su propia jenerosa credulidad.

Contando en efecto a su padre el éxito de una de sus inauguraciones de progreso local, cobijado bajo el estandarte de su patria, decíales estas palabras, hoi de siniestra significación: «Créame, padre, que tuve gusto i pena: quisiera de mui buenas ganas dejar este maldito Perú e irme a donde están todos mis hermanos".

I bien! El valiente capitán llegó a su turno al suelo de la patria, a las puertas del hogar querido: pero allí los brazos de "todos sus hermanos" no se adelantaron para estrecharle en cariñoso nudo, sinó para conducirle de la mano al carro, del carro al templo i del templo a la tumba, donde reposan los que con su jenerosa sangre en la batalla o en la escuela han luchado por devolver la vida i la honra al país maldito.


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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