6 de octubre de 2017

Rumbo a Angamos

Combate de Angamos
“Huáscar” y “Unión” en la ruta de Angamos
(por Belisario Villagrán, publicado en el "Álbum Gráfico Militar de Chile")

Cómo venían operando, entre tanto, el Huáscar y la Unión para que se realizara el encuentro buscado con tantas precauciones para rendir la bandera del monitor?
Para llegar á la mejor y más fácil comprensión de los hechos que vengo presentando, he detenido la acción de las dos divisiones chilenas, que comandan Riveros y Latorre, independientemente, para seguir á Grau en la ruta, cuyo radio de acción se tenía ya trazado, hasta el momento en que, anunciados los barcos peruanos por el vigía del Blanco Encalada, el maestro de señales Jorge Silbad, á quien colocarse en ese puesto el mayor de órdenes de la escuadra don Luis A. Castillo, entonces sólo capitán de fragata, hoy almirante retirado del servicio de la Marina, se inició el perseguimiento para obligarlos á caer en la línea de vigilancia que guardaba el Cochrane con su apuesto y gallardo jefe, que declinó el principio del combate histórico, que se denominó de Angamos.

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El Presidente Prado, que tenía su asiento de operaciones en Arica, imaginaba que la suerte del almirante Grau caminaría sin detenerse por el derrotero ambicionado de la fortuna.   No quería verlo inactivo, para retemplar los ardores belicosos de su aliado boliviano, el general don Hilarión Daza. Dirigía personalmente los aprestos del monitor y muchas veces llevaron su firma las instrucciones expedicionarias.
Esta vez apresura la partida del Huáscar y su consorte la Unión, que será el último poema que  cantarán estos dos enamorados, porque ella, egoísta guardadora de su vida para mejores gestiones, abandonará á su amante en el momento del peligro, para ir á descansar, todavía jadeante de tanto correr, en la blanda y segura cama del dique del Callao.
Se cuenta que el almirante Grau resistió insistentemente este viaje. Llegó á diversos razonamientos para retardarlo. Hasta exigió una limpia primero de los fondos de su buque que tanto conocía.
El Huáscar había perdido, á causa de las diversas correrías emprendidas, mucho de su antiguo andar.
Pero  el  general  peruano  y  Presidente de la República insistió.
Hubo que respetarse la orden de marcha.
La ley del destino tenía que cumplirse irrevocablemente.

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Los buques peruanos, después de dejar en Iquique una división de su ejército, salieron hacia el oeste, á las 5 A.M. del día 1º. de Octubre, para tomar, lejos de la costa, rumbo al sur y ocultar sus movimientos.
Caminaron así y se asomaron á Caldera dos días después, para correr hasta la caleta de Sarco, donde se apoderaron, con pretexto violatorio del Derecho Internacional, del bergantín-goleta Coquimbo, que remitieron al Callao, para que fuera declarado buena presa. El capitán de este barco y sus tripulantes fueron guardados por precaución, a bordo del Huáscar. Esta circunstancia los obligó á presenciar y á ser víctimas de los desastres que sufrió ese buque por los blindados chilenos.
Siguieron avanzando, deseosos de encontrar alguna situación fácil, hasta la bahía de Coquimbo, reconociendo en el fondeadero la fragata de guerra norte-americana  Pensacola y la corbeta de S.M.B. Thetis. Nada hallaron, pues, que pudiera convenirles.

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Adelantaron entonces al puerto de Tongoy, reconociendo y abordando allí al vapor Cotopaxi de la Compañía Inglesa de navegación por el estrecho de Magallanes, para tomar noticias.
En la cubierta, el oficial peruano encargado de esa comisión trató de indagar con los pasajeros alguna novedad acerca de los movimientos del ejército ó de la escuadra chilena. Uno de ellos, uno muy ingenioso, le informó que los chilenos, inopinadamente, desembarcaban en Iquique. Esta nueva lo alarmó sensiblemente. Volvió presuroso á dar cuenta á su almirante.  Grau dispuso, en consecuencia, el regreso inmediato.

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Los dos buques se corrieron hasta la altura de Coquimbo, aguantándose bien distante del puerto para atender algunas reparaciones que exigía la máquina del Huáscar. A las 5 P.M. del 5, terminada esa operación, navegaron algunas millas hacia el N.O. para alejarse bien de la costa, con rumbo al norte. Esta maniobra obedecía al propósito de esquivar el encuentro de los vapores, que atravesaban por la línea marítima en su carrera del cabotaje. De esta manera ocultaban el verdadero rumbo que seguían, ya que tenían simulado su avance al sur. Era bien ingenioso el procedimiento.
Pero esta misma precaución fue la que dio origen, en momento desgraciado para los intereses del Perú, á que el vapor Coquimbo, en el cual navegábamos, como lo tenemos dicho, hiciera su derrota tan cerca del monitor, pudiera reconocerlo para tomar la altura que llevaban á la hora del encuentro y trasmitir oportunamente á Santiago y á Antofagasta este detalle, que jugó papel tan primordial en el plan naval de la rendición de aquel barco.
Las tripulaciones peruanas, debemos imaginarlo, no se apercibieron de este incidente, porque no lo hemos visto mencionado después en ninguna de las relaciones oficiales que se conocen. Iban seguros de que efectuaban una marcha que nos ocultaba sus designios.
Llevaban las naves un andar sosegado y pasó la noche tranquilamente. Quién sabe si el almirante Grau, que á esas horas estaba recostado en su dormitorio tan severo y sencillo como el de un asceta, como eran también las condiciones de su carácter, no sintiese alguna visión dantesca como el llegar á otra existencia desconocida, despertándole bruscamente para anunciarle el cercano fin de su carrera militar! No ha llegado hasta nosotros la revelación de los pensamientos íntimos que vivieran en el alma de aquel marino á quien no queríamos matar, pero sí vencerlo! La muerte se llevó todos esos secretos.
Seguía su andar el Huáscar, dificultosamente.  Las máquinas revolucionaban sin conexión. A las 9 A.M. del 7 tuvo que detener su marcha para hacer nuevas reparaciones y tomar 300 sacos de carbón de la Unión, como si el destino le revelase que no debía seguir avanzando al norte; quería detenerlo la mano compadecida de alguna pitonisa del templo de Delfos, sabedora de sus desgracias ya cercanas.
A esa misma hora fondeaba en Valparaíso el vapor Coquimbo, que traía la noticia del rumbo seguro de la nave de Grau. En tierra me fui á hacerle una visita al Intendente don Eulogio Altamirano, para ratificarle mis informaciones y para que se insistiera, telegrafiando á la Moneda, en la necesidad de que la escuadra de Riveros operase sin demora. Allí supe que la división naval acababa de efectuar su conjunción.
Ese acontecimiento resolvía el problema. 
La suerte venía en nuestro apoyo.
Riveros y Latorre se daban la mano en Mejillones de Chile.

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El  Huáscar, llenas de combustible sus carboneras, prevenido así para la carrera que luego tendría que emprender, entró cautelosamente al fondeadero de Antofagasta á la 1 A.M. del día 8. Atisbaba aquí y allá. El almirante Grau fijaba detenidamente sus anteojos y miraba hacia fuera impaciente, nervioso, deseoso de ir en busca de la Unión, que esperaba en la boca del puerto. Eran las 3.15 de la mañana. Habían corrido presurosas estas dos horas.
Se ponían á rumbo por el norte los barcos peruanos, ufanos del resultado que les diera su estadía en  aguas chilenas, cuando avistaron por la proa tres humos que, al acercarse lentamente á  reconocerlos,  comprendieron que eran enemigos, por el cambio de señales que hacían, lo que les sugirió el plan de torcer al S.O. para separarse de la costa y de la dirección que traían.
No asombró á las pupilas del almirante Grau el reflejo de una impaciente desesperación del peligro inevitable, porque creyó que, como en otras veces, burlaría fácilmente con el andar superior de su buque la persecución que se iniciaba. Creyó, al contrario, que salvaría airoso este encuentro.
Se daba principio, sin embargo, al drama que esperaba impaciente el pueblo chileno, que tanto anhelaba el Ejército y que la Escuadra acariciaba para afianzar su bandera.  Quedaba levantado el telón de un gran escenario.
Se hizo el silencio de los espectadores. Sólo se oiría el choque de los combatientes.


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Texto: escrito por Belisario Villagrán, publicado en el libro de J. A. Bisama Cuevas "Álbum Gráfico Militar de Chile"

Saludos
Jonatan Saona

2 comentarios:

  1. .... Al que querríamos vencer pero no matarlo, que patético suena ésto. Bien que fueron a destruir al Huáscar o destruir a Grau, por eso sus tiros sucesivos y posterior destrucción de la torre de mando dónde sabían muy bien se encontraba el almirante Grau. Era claro que el objetivo era Grau ya que una nave pequeña con apenas dos cañones para hacer la guerra, dejara en ridículo a toda una flota mejor armada, preparada y sobretodo de mayor blindaje donde las municiones del Huáscar solo rebotaban con el impacto,. Suena hipócrita esas líneas de esta publicación.

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  2. Vimos otros encuentros entre naves menores y otras mejor acorazadas y armadas durante la guerra, sin mucho parpadear.
    Las granadas de la Esmeralda rebotaban contra la coraza del Huáscar durante el combate del 21.05.79, en Iquique, y combatió hasta hundirse, con muerte del 75% de su tripulación. Y la bandera al tope. Nadie se quejó.

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