13 de diciembre de 2014

Delito de ser gorda

Campamento chileno

EL DELITO DE SER GORDA....
(Un sacrificio por hambre, en el rejimiento Esmeralda)
A don Nicanor Molinare

I
La guerra del Pacífico fué para los chilenos— ¡esos chilenos de antaño, tan patriotas! —una constante prueba de sacrificios, de jenerosidad y hasta de heroísmo.

Entonces, para ellos, la Patria era todo!... Por ella, no pensaban en la vida, en egoísmos, en intereses esclusivamente personales; que solo pensaban en la victoria o en la muerte.
Sufrieron de mil modos, y no sufrieron mas, aún, porque todo lo sufrieron.
Y digan lo que dijesen algunos egoístas, la Patria, en realidad, les ha agradecido y recompensado sus inmensos sacrificios: son éstos, los egoístas, los que se burlan de la Patria.

He aquí un episodio de esa época, que caracteriza , la vida de campaña de nuestros militares y pone de manifiesto los padecimientos que esperimentaron entonces.

II
Cuando él Ejército de Chile, espedicionario a Tacna; tuvo que atravesar los desiertos del norte, desde Pacocha a Hospicio y desde Hospicio a Sama, se encontró en una situación verdaderamente crítica, a pesar de las atinadas medidas de los jefes, pues faltó en casos el agua y en otros los alimentos.

En Yaras, cerca de Sama que es el oasis del desierto, la cosa fué grave, como dice la Biblia; pues un incidente de mar, en Ite, retardó el desembarque de los víveres, y los, espedicionarios por esa causa solo de vez en cuando tuvieron algunos pedazos de charqui para entretener las exijencias desmedidas e importunas del estómago.
El hambre, hizo, pues, su aparición con caracteres alarmantes.

Ocurrió por este motivo en el rejimiento Esmeralda, el de los "futres" de Santiago, que comandaban don Santiago Amengual y don Adolfo Holley, un hecho doloroso, que quizás merezca desde luego el calificativo de atroz, a pesar de que fué la cosa mas natural del mundo. . .
Los oficiales mataron, para comérsela, nada menos que a la Cantinera...

¿Fué una crueldad? ¡Ai! seamos justos, ¿acaso no es también cruel, el hambre?—Sí, y en nombre de éste se consumó el sacrificio. . .
— ¡Pobre Cantinera!
En fin, satisfactorio es recordar que también tuvo su defensor. . . .
Fué un tribunal el que la condenó. . . .

III
Cuando el apetito devorador hacia desear mas que nunca a los oficiales del "Esmeralda", todos jóvenes regalones, un buen trozo de asado, bien jugoso, dirijian instintivamente, sin quererlo, sus lánguidas y codiciosas miradas hacia la bien formada, gallarda y gordita Cantinera.

Sus musculosas piernas, su robusto pecho, su cuerpo amplio y fornido eran ansiosamente devorados por la imajinacion afiebrada de los hambrientos espedicionarios.
Pero, ¿quién, el primero, se atrevería a proponer el sacrificio de un ser tan querido, como la Cantinera?

Todos estaban de acuerdo en que debían sacrificarla, pero nadie quería pronunciar por sí mismo la fatídica sentencia.

Solo faltaba pues un medio, ya que el consentimiento tácito existia, para realizar la tan nefanda idea.
Y ese medio lo encontró, dentro de su atrevido majin, el espiritual Mocho del rejimiento, es decir el subteniente don Ignacio Carrera Pinto, cuyo era ese apodo, y quien era siempre el autor de mil picardías.

IV
El Mocho se animaba a todo, hasta a sacrificarse por sus compañeros.
En el trance porque pasaban, se animó, pues, a proponerles un proceso

Interpretando las diversas opiniones, con respecto a las exijencias del hambre, y después de considerar que ciertamente en esas circunstancias la Cantinera seria un "bocato di cardinale", pensó, interesado también, que la infeliz era la causante directa del martirio de los estómagos y se propuso acusarla ante un Consejo de Guerra....

El medio para autorizar al sacrificio estaba, pues, conseguido.
En efecto, al aire libre se reunió el Tribunal que fué constituido por casi todos los oficiales.

Ahí estaban, entre otros, si el recuerdo no nos engaña, don Joaquín Pinto Concha, don Félix E. Sanfuentes, don José Maria Pinto Cruz, don Fortunato Rivera, don Rafael Ovalle, don Juan Aguirre M., don Adolfo B. Arredondo, don Arístides Pinto Concha, don Desiderio Ilabaca, don Tulio Padilla, don Juan de Dios Santiagos, etc., etc.
Tal fué el tribunal que condenó a muerte a la Cantinera.

V
Abierta la sesión, el presidente concedió la palabra al subteniente Carrera Pinto, quien, como acusador, puso de manifiesto en un conceptuoso y patético discurso que la Cantinera habia cometido un crimen horroroso, en circunstancias en que, todos, por causa del hambre, enflaquecían: engordar demasiado!

—Acusóla, pues, dijo al concluir, de ser ella la causante del mayor martirio porque puede pasar todo hombre que tiene estómago, como nosotros, señores!
—Sí, sí; tiene razón, esclamaron varios de los presentes.
—Y estómago, agregó otro.
— ¡Chit! silencio, gritó el presidente; que sé presenten los testigos.

Mientras se llamaban a los que habian de prestar declaraciones, el secretario del tribunal, habiéndosele concluido el papel, de colillas de cigarro, en que escribía, y creyendo que tendría que estender una larga minuta, buscaba en que hacerlo cuando acertó a mirar la calvicie prematura de uno de sus compañeros y se aprontó a aprovecharla . . .

VI
Los testigos, momentos después, entraron al recinto abierto, en que funcionaba el tribunal. Eran varios oficiales con cara de trasnochadas o de laucha seca.
—¿Qué dicen ustedes? les interrogó el presidente.
Todos a una voz se limitaron a contestar:
— ¡Hambre! ¡hambre! ¡Mucha hambre!

— ¡Vé! claro, pues; dijo el secretario. No hai mas que mirarlos, para comprenderlo, y escribió inmediatamente sobre la pelada de su compañero:
"¡Hambre! ¡hambre! ¡Mucha hambre!"

—¿Y qué quieren ustedes?—insistió el presidente.
— ¡Carne! ¡carne! ¡Mucha carne!, dijeron los testigos.

El secretario anotó sobre la cabeza calva de su ya incomodado compañero:
"¡Carne! ¡carne! ¡Mucha carne!"

VII
Seguidos todos los trámites de la acusación, con la precipitación del mas rápido proceso verbal, el fiscal pidió para la Cantinera la pena de muerte y la infamante resolución de ser asada y comida después.

Uno de los oficiales no pudo, sin embargo, resistir a sus impulsos jenerosos por el cariño que la profesaba, y, a pesar de que a cada instante se apretaba la barriga, con ambas manos para contener las iras del hambre, la defendió con calor, brillantemente, sufriendo los improperios de los acusadores, y hasta de los jueces que ya creían gustar un trozo de pierna asada de la infeliz Cantinera.

—¿Es posible, señores, decia el defensor, que por contener momentáneamente las iras del estómago, o por saborear una chuleta de la Cantinera, lleguemos a sacrificar lo que mas hemos querido en el rejimiento?

— ¡Fuera el enamorado! gritaban los acusadores.
— ¡Tráiganle toronjil para la pena! esclamaba uno de los vocales.
—Que se meta de fraile, decia otro.
— ¡Hambre! ¡hambre! ¡Mucha hambre!, volvían a repetir los testigos, caras de laucha seca.

—Nó, señores, no seamos ingratos, continuaba el defensor. Nuestra querida Cantinera nos ha acompañado durante toda la campaña, ha sido la alegría del vivac y no podemos perderla tan miserablemente. ;Ah! matarla, seria un acto infame. ¡Esto es horrible, horrible señores! y estalló en sollozos sin poderse contener...

—Le daremos la cola para que se conforme, se atrevió a decir el presidente, deseoso de consolarlo.
—La cola.... escribió entonces el secretario sobre la calva testa, de su vecino.

VIII
El momento mas solemne del proceso habia llegado.
Se iba a tomar un acuerdo. Todos guardaban silencio.
Comenzaban a conmoverse, hasta de hambre ....

El tribunal iba a pronunciar su fallo.
Los estómagos apuraban la resolución. Ya no habia compasión posible.

El presidente, al fin, sometió a votación la cruel sentencia. . .

Momentos después se hacia público el fallo del tribunal. La desgraciada Cantinera habia sido condenada al degüello, por mano de los rancheros, y a ser comida por los oficiales, en compensación de los sufrimientos que les había ocasionado la tentación de su gordura. .

IX 
Caía la tarde, cuando los oficiales, en torno de improvisada parrilla, debajo de la cual brillaba el quemante fuego, se secaban los llorosos ojos con una punta de sus mantas, a la vez que comían con ansias, a dos carrillos, como buenos golosos, las sabrosas y bien asadas presas de la infeliz Cantinera.

El que mas lloró, sin duda alguna, fué el defensor; porque a mas de sentirla, tuvo que comerse la cola...

Una palabra, aún, antes de concluir: era 'Cantinera", el nombre de una cabrita mui querida del rejimiento.

Cabo MOYA


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Texto e imagen publicados en la revista chilena "Corre Vuela", el 29 de enero de 1908

Saludos
Jonatan Saona

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