7 de septiembre de 2009

Cazador del Desierto

-Pero, ¿como doscientos?
-¡Las cosas suyas!--dijo el roto, tratando ya con lástima al nuevo preguntón. Si no han muerto más es porque Dios no ha querido, desde que los cuicos asomaron por los boquetes de una tapia una ametralladora y a cada vuelta del molinillo quedaba la tendalada…

Al oir ametralladora, el oficial supo con quien se las había; pero como el pueblo cotejaba con fieras miradas, aquél se limitó a decir al subalterno en tono inequívoco de mando:
-¡Venga Ud. a la Comandancia!

El roto pareció vacilar: pero todos lo alentaron con gestos y palabras.

A la puerta del edificio el soldado preguntó al centinela, apelando a la masonería del compañerismo:

-Dígame, amigo, ¿quién es este caballero?
-Mi mayor Dublé, respondió el otro.
¡La erramos-debió pensar el Cazador: pues visiblemente perdió sus bríos al entrar a la sala.

Luego volvió el Mayor Dublé y dió principio a este solemne diálogo:

-Dices tú que vienes de Calama, que la división ha sido derrotada y que los muertos pasan…
-Si le he de decir verdad, mi Comandante, yo no me he movido de Antofagasta.
-¡Cómo¡-gritó el mayor, irguiéndose a toda la altura de su puesto y de su talla.

-Ud. lo ha de ver, pues, mi Comandante, agregó el roto: yo venia saliendo del hospital donde quedé por enfermo; apenas podía dar tranco cuando de repente se me vino un caballero, gritando: Toma, hijo!, y me pasó unas monedas y de ahi siguió diciéndoles a los que se acercaban a las voces:

-Este Cazador viene de Calama, miren en qué estado llega! y todos se pusieron a darme dinero y como se les metió el que yo habla estado en el combate, díles gusto, refiriendo lo que ellos mismos me preguntaban y decian, porque yo ignoraba que los niños hubieran sido derrotados.

Puede, presumirse el efecto que causó en el pueblo esta salida del Cazador, luego que fué conocida.

Los ánimos, cansados de aquel máximum de tensión patriótica que duraba ya tantas horas, se plegaron corridos pero aliviados, y cada vecino buscó su casa.

En cuanto al roto, no hay para qué decir si se hizo humo por una puerta excusada, a favor de los de la guardia, sospechando todos el triste fin que suele caber a los héroes por fuerza.

y aquí terminaría el cuento de la que por un día fué la derrota de Calama, si los mismos hechos no hubieran querido darle más digno remate.

La llegada del parte oficial del Coronel Sotomayor, otros acontecimientos y lo que más se debe creer, el interés de todos por olvidar la aventura de la cual ninguno escapaba como actor hicieron que apenas quedara en el pueblo memoria de ella.

Pero quiso la casualidad, que por esos días saliera el mismo mayor Dublé en comisión del servicio hacia un pueblo del interior.
A mitad de la jornada, detúvose la comitiva a la puerta de un ranchón que ofrecía algún reparo al sol y cansancio de la fatigosa marcha, pero no así, al parecer, al hambre y sed de los viandantes.

Mas acabó de confirmarlos en sus tristes sospechas la presencia de un soldado que salió a recibirlos en calidad de jefe del piquete destacado en ese punto.

Juzgaron que allí donde se paraba un soldado no había de haber ni agua para la señal de la cruz. Pero, en fin, quedaban siquiera bajo de sombra.

Luego sacó cada uno recado de fumar y liaban sus cigarrillos con el primor del que guisa su única vianda, cuando de pronto alzaron todos la cabeza, poniendo oído al viento que venía del interior.
-¡Ruido de platos!-cantó uno.

No cabían dudas; oíase claramente ese rumor sonoro y alegre, inconfundible con ninguna melodía para el viajero hambriento y molido.

Al cabo de rato se presentó el soldado, llevando sobre una tabla algunos comestibles y mucha cerveza, todo ello con la complacencia que distingue al roto que hace a sus jefes los honores de la casa.

Al retirarse, quiso el mayor Dublé pagar tan espléndida hospitalidad, manifestando a la vez con militar franqueza el asombro que le causaban los haberes de que gozaba un soldado, sobre todo en medio de aquellos yermos.

Excusó éste la paga, y respondió con malicia:
-¿Es que ya no me conoce, mi Mayor?
-A la verdad, hombre, no sé quién eres; pero creo haberte visto... ,
-Yo soy pues, señor, el Cazador de Calama, y esta cerveza es de los futres de Antofagasta, concluyó el roto, riéndose con los ojos..

Las erogaciones del vecindario de Antofagasta habían dado para todo eso y de sobra: pero la derrota de Calama no debe buscarse en la historia, sino en los recuerdos de aquel Cazador y de los muchos que se chasqueraron con él.

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Imagen: Cazador del Desierto, tomado del libro Retratos de M. Pelayo, C. Arce.
Texto: Daniel Riquelme "Cuentos militares"

saludos
Jonatan Saona

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