El 2 de noviembre se cumplió un aniversario más de la batalla de Pisagua, otro episodio de la Guerra nel Pacífico en que se puso a prueba el valor de los soldados de la Alianza pese a su inferioridad numérica.
En lugar de publicar la acostumbrada reseña de esa actuación bélica hemos preferido este año (1943) entrevistar a Juan Guarachi. veterano de la campaña del Pacifico que se enroló en las filas del Ejército contando 15 años.
—Soy de Coroico nos dice, Guarachi en su apergaminado rostro lleva las huellas de su ancianidad. noble y heroica; me presenté como voluntario en La Paz y me incorporaron a la 5° compañía del Batallón Victoria. Del 21 al 28 de octubre del 79, afirma, Guarachi, llegó al Alto de Pisagua el general peruano Buendía. Nos arengó en términos breves pero cálidos.
Mi compañía entró de guardia en la tarde del 1 de noviembre y me correspondió relevar a las 5 de la madrugada del día 2. A los pocos minutos noté en el mar, unas luces que aumentaban en número. Esto me alarmó y yo llamé al cabo de guardia. A las 4 y 30 se tocó alarma y los soldados iban y venían profiriendo maldiciones. A esa hora mi jefe, salió en calzoncillos y ordenó al corneta que tocara "generala". Guarachi guarda silencio como esforzándose en reunir recuerdos.
¿Y que pasó en seguida?
—Pasó una cosa rara. Formó el batallón y el coronel llamó al capitán de la primera compañía; "Ausente, contestaron: Capitán de la segunda compañía: Ausente! ¡Capitán de la Tercera! Volvieron a gritar, ¡Ausente! También se dijo ¡Ausente! cuando llamaron al de la cuarta. Entonces se llamó al comandante de la quinta compañía y apareció el mayor José Quintín Ruiz que ordenó el desfile de la tropa.
En eso vimos que desembarcaban los chilenos y conté 22 barcos entre buques grandes y chicos, me pareció que era toda la escuadra chilena la que se nos venía encima. Destapamos apresuradamente los cajones de municiones: recuerdo perfectamente que al abrir uno casi me hice volar el dedo.
Llegaron a nuestros puestos de combate y pregunté la hora. ¡Cállate, me dijo un soldado paceño, tú siempre andas preguntando la hora. Otro lo interrumpió y le dijo, chico, son las 5!
De pronto vimos dos lanzas que izaron bandera de parlamento y nos instaron a que entregáramos el puesto, cosa a la que rehusamos.
Oímos tronar dos cañones que teníamos en ambos flancos cada bala era de 200 libras. El cañón de la izquierda tenia mejor puntería que el de la derecha y debió matar a mucha gente enemiga. Pero los chilenos tenían mejor artillería y más pesada, y al cabo de una hora silenciaron a nuestras pobres baterías.
Yo sentí miedo en el terrible tiroteo que siguió al duelo de artillería, dice Guarachi. Tenía ganas de correr, pero el recuerdo de mi familia me contuvo. Tuve miedo en esa batalla, pero no era de extrañar yo apenas tenía 15 años, pero en mi favor puedo decir que cuando comencé a disparar con mi fusil el miedo se evaporó y sólo recuerdo que decía a mis compañeros ¡Che (sic) si me matan avisen a mi familia y cuenten todos los detalles de mi muerte! Otros también sentían miedo, pero felizmente se dominaron. A las 7 la baleadura entre los de tierra y los de las lanchas era tremenda. Los chilenos se portaron como valientes, pero también no hay como olvidar que tenían más munición que nosotros. A las 8 la baleadura continuaba y de pronto cae un amigo muerto a mi lado. Como único acto de compañerismo que se me ocurrió fué guitarle su munición y la puse en mis bolsillos y resultó que yo tenia más balas que mis compañeros. Maté a varios chilenos con las balas de mi íntimo amigo.
A las 9, cuando ya habían desembarcado los chilenos, un jefe chileno, que sería general porque usaba plumas blancas izó su sable; yo apunté, pero en ese momento cayó de bruces. Los chilenos se enfurecieron al ver caer a su jefe y nos “largaron” una feroz andanada.
FALTAN CARTUCHOS.— Guarachi se detiene y luego prosigue: La batalla seguía con mucha intensidad. A la 1 se hizo espantosa la falta de munición. Nosotros pisábamos sobre el metal de los cartuchos vacíos, recalentados por el sol. De pronto el enemigo aparece por el flanco derecho: un soldado llamado Fontanilla, del Batallón Independencia nos da un cartucho a cada uno y nos lanzamos a la carga; el primero en caer fué Fontanilla: su muerte nos enfureció a todos. Los chilenos retrocedieron y muchos murieron ahogados: recuperamos las posiciones e inmediatamente nos llegaron más municiones. A las 12 del día la batalla seguía con mayor encarnizamiento y observamos que la playa estaba llena de cadáveres de soldados enemigos; a ratos la espuma del mar se volvía rojiza con la sangre del enemigo. Los chilenos habían incendiado un montón de salitre y carbón en la parte norte en el propósito de que el humo pondría una cortina entre los defensores y los atacantes: el propósito se vió frustrado porque el viento sopló por el lado contrario y dejando al descubierto muchos botes con gente armada. Los defensores, dice Guarachi, hicimos mucha carnicería entre ella.
LA TRAGEDIA.— Ya habíamos rechazado el ataque por mar y creíamos que la batalla se había decidido en favor nuestro, más aún si como esperábamos, no tardaría en llegar el batallón el Rgmto. Olañeta de refuerzo. Los botes de los chilenos eran hundidos y la carnicería causada entre la tropa atacante era muy grande. Entre las 2 y 3 de la tarde ocurrió lo indecible. Yo me había acabado de poner en el pecho una medalla de la Virgen de Copacabana invocando su protección, cuando vimos mucha gente en la ceja del alto de Pisagua; creí que era la tropa de refuerzo pero luego advertimos que eran tropas chilenas que seguramente desembarcaron mucho más al norte. Nos acercamos al enemigo y un oficial chileno me hizo un disparo. Esto se produjo más o menos a la mitad de la cuesta de la Ceja. Yo me eché el fusil al hombro disparé y partí en dos el del oficial chileno.
En el camino tomé dos fusiles más. en la creencia que mi unidad se estaba reorganizando y que necesitaríamos fusiles. Al llegar a la ceja contemplé con pena que se estaba incendiando el parque de nuestro ejército y el almacén de provisiones. Llegaron más refuerzos chilenos que dominaron la playa mientras nosotros, nos reuníamos en la ceja.
Sobre nosotros tiraba la escuadra chilena: yo iba con el soldado José Esquiroz quien se distanció estando él a unos 50 metros de nosotros estalló una bala de cañón de 500 libras: nos tendimos en tierra y al levantarnos constatamos que Esquiroz había desaparecido: no encontramos vestigio de nuestro compañero.
Al llegar a la cañada del alto encontré a tres jefes de mi batallón: Velasco, Dávila y Samuel Pareja, llenos de heridas y agotados por el combate. A las 6 de la tarde llegamos al alto de San Lorenzo: vimos un tren con tropas, eran las del Batallón Colquechaca que nos intimaron a levantar las manos, seguramente en la creencia que teníamos víveres y agua. Al ver que no nos quedaba ni una gota de agua, siguieron viaje y se negaron a hacernos subir al convoy. A las 7 llegamos a Jazpampa y un jefe trató de llevarse unos pequeños depósitos de agua a lo cual nos opusimos tenazmente. Seguía el estruendo de la lucha. De los 100 soldados de mi unidad solo quedamos unos 20 que dormimos en pleno altiplano en un rancho llamado Tiliviche.
Después de mil penurias, llevando varios heridos y comiendo solo tostado, llegamos a La Paz el 4 de diciembre de 1879 después de 32 días de viaje".
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Testimonio del soldado Guarachi publicado en 1943, recorte de diario tomado del muro Facebook de José Pradel.
Saludos
Jonatan Saona
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