9 de junio de 2018

Bolognesi por Sáenz Peña

Roque Sáenz Peña
"El Coronel Francisco Bolognesi

El noble anciano contaba setenta y un años. 
Sus antepasados eran de origen italiano, pero el coronel don Francisco Bolognesi había nacido en el Perú, sirviendo a su patria en el ejército de línea, desde que sentó plaza con el grado de subteniente, en los primeros días de su juventud. Era un hombre de pequeña estatura; había lentitud y dureza en sus movimientos como la había en su fisonomía; la voz era clara y entera a pesar de la senectud; los años y los pesares habían plateado sus cabellos, y la barba redonda y abundante, destacaba la tez bronceada de su rostro enérgico y viril.

La inteligencia era inculta y carecía de preparación, pero tenía la percepción clara de las cosas y de los sucesos; la experiencia de los años y la malicia que se desenvuelve en la vida inquieta de los campamentos, habían dado a su espíritu cierta agilidad de concepción; era un ordenancista implacable, capaz de desdeñar la victoria sino era conquistada por los preceptos de la ley militar; prefería la derrota con la estrategia y la ordenanza al triunfo con la inspiración o el acaso

Sus vistas no eran vastas; en la política interna se había limitado a resistir las hostilidades que el partido civilista llevaba al campo del ejército; nacido bajo un gobierno centralista, no concebía otro régimen que el unitario y escuchaba con desdén profundo los problemas que se planteaba y complicaba el general Juan Buendía, en sus largas y eternas discusiones sobre el gobierno federal.

El coronel Bolognesi había conocido los ejércitos europeos y hecho estudios detenidos sobre armamentos; recordamos haber leído sus trabajos y manuscritos; carecían absolutamente de forma, pero en el estudio comparativo revelaban un conocimiento exacto de las armas modernas. Nunca pudimos conocer sus opiniones sobre la campaña del Sur. 

Asistió a todos los combates como jefe de la Segunda División, pero jamás opinó sobre el acierto de las operaciones; había tomado las armas para batirse y no para juzgar a sus superiores; la ordenanza, decía, prohíbe la murmuración de los subalternos, y él era ordenancista y soldado sobre todas las cosas.

Un día que se conversaba en rueda de oficiales superiores sobre la batalla de Dolores quiso conocerse su opinión sobre el ataque del cerro San Francisco y el coronel Dávila lo interpeló directamente: ¿No cree usted, Coronel Bolognesi, que el cerro era inexpugnable, que el ejército aliado debió sitiarlo y no atacarlo, que debimos apoderarnos del agua? Puede ser, replicó Bolognesi, pero yo no tenía sed.

La reserva y circunspección de su carácter desconcertaban las insinuaciones e intrigas de campamento; la murmuración, el aplauso, todo le era indiferente, todo lo que no estuviera escrito en algún artículo de la ordenanza o en el concepto del honor militar. ¡Qué sinceridad de sentimientos había en ese viejecito batallador!

Tarapacá lo sorprendió gravemente enfermo; la temperatura era elevada y mantenía al paciente en las intermitencias de la convulsión y del delirio, agotando las escasas fuerzas; pero de pronto el toque de generala y los primeros tiros del combate hieren el oído del enfermo, acelerando los latidos de la fiebre. El viejo veterano se incorpora en el lecho, viste su uniforme, toma la espada, y ensillando él mismo su caballo, trepa las alturas de Tarapacá, donde asume el mando de su regimiento y soporta nueve horas de combate, con el rostro encendido del febriciente, la mirada brillante por el ardor de la pelea y el corazón contento de haberse batido por la ordenanza y la patria. 

Al descender del caballo lo esperaban varios jefes y oficiales para restituirlo a su lecho, pero endureciendo sus miembros y levantando la mirada altanera rechazó todo concurso y llegó por el propio esfuerzo hasta su alojamiento.

"Las balas chilenas, nos dijo, señalando el pie derecho, apenas llegan a la suela de mis botas"... Un proyectil le había llevado un taco de sus granaderas.

El coronel Bolognesi llegó a Arica a la cabeza de su regimiento y fue nombrado comandante en jefe de la plaza, que contaba una guarnición de mil seiscientos hombres. Allí donde tuvimos el gusto de tratarle con cierta intimidad. Recién entonces comenzó hacerse sentir la disciplina militar; Bolognesi era infatigable en el servicio; se aparecía en todas las avanzadas, y sorprendía de noche a los centinelas que comenzaban a dejar los viejos hábitos del sueño, consentidos por el general Buendía, jefes y oficiales y soldados habían cobrado respeto y afección por el anciano.

Vencedores los chilenos en la batalla de Tacna traen el ataque sobre Arica; colocan su artillería en los elevados cerros que oprimen la ciudad como un aro inmenso de granito y desde allí nos hacen fuego durante dos días; Bolognesi no contesta, pero sigue preparando sus minas y sus elementos de defensa, hasta la mañana del 6 de junio, en que el cañón enmudece, y avanza hasta nuestras líneas un jefe chileno con una pequeña comitiva, levantando bandera blanca. ¡Era un parlamentario! 

JUNTA DE DEFENSA 

Bolognesi lo recibe según todos los preceptos de la ordenanza y todas las leyes de la guerra; le hace vendar los ojos, lo introduce a la plaza y luego a la comandancia donde se encuentra reunida la junta de defensa formada por los coroneles, tenientes coroneles y sargentos mayores del ejército. Eran veintiocho jefes.

Libres de la prisión de las vendas, los ojos del parlamentario se clavaron con curiosidad visible en los rostros enemigos; a su turno, el visitante extraño era observado hasta en los detalles de su persona; su fisonomía, su actitud, sus miradas, su uniforme, todo muy cuidado y minucioso, produciendo una impresión más bien simpática. 

La sesión fue solemne. El coronel Bolognesi presidiendo, invitó al parlamentario a que diera cuenta de su misión.

El comandante José de la Cruz Salvo, entonces mayor del ejército de Chile, expuso la situación de ambos ejércitos; la plaza dijo, no puede defenderse, bloqueada por mar, sitiada en tierra por un ejército seis veces superior en fuerzas, la resistencia es imposible; el general Baquedano invita a los jefes superiores a evitar se derrame más sangre que la que acaba de correr sobre los "Campos de la Alianza". Pedía la evacuación de la plaza y la entrega de las armas; las tropas peruanas desfilarían con honores militares, batiéndose marcha regular por el ejército chileno.

El coronel Bolognesi se dirigió entonces a los jefes de la junta, en estos términos, que reproduzco textualmente: 

"Señores jefes y oficiales: estáis llamados a decidir con vuestro voto la suerte de esta plaza de guerra, cuya custodia os ha confiado la nación. No quiero hacer presión sobre vuestras conciencias porque nuestros sacrificios no serían idénticos. Yo he vivido setenta y un años y mi existencia no se prolongará por muchos días; ¿qué más puedo desear que Morir por la patria y por la Gloria de una resistencia heroica que salvará el honor militar y la dignidad del ejército comprometida en esta guerra? 

Pero hay entre vosotros muchos hombres jóvenes que pueden ser útiles al país y servirlo en el porvenir; no quiero arrastrarlos en el egoísmo de mi gloria sin que la junta manifieste su voluntad decidida de defender la plaza y de resistir el ataque. 

El Comandante en jefe espera que sus oficiales manifiesten libremente su opinión". 

En la histórica respuesta el coronel Moore, que ocupaba un asiento en el fondo del desmantelado salón, pidió que la junta resolviese por aclamación la defensa de la plaza. 

Todos los jefes se pusieron de pie y la resistencia quedó resuelta, por aclamación. Fue entonces cuando el coronel Bolognesi se dirigió al parlamentario chileno, con una frase cuyo recuerdo conservan los pocos peruanos que sobrevivieron al desastre: 

"Podéis decirle al general Baquedano que me siento orgulloso de mis jefes y dispuesto a quemar el último cartucho en defensa de la plaza". 

Al amanecer del día siguiente las infanterías chilenas que habían ganado posiciones durante la noche, rompieron el fuego, al pie de las trincheras; el coronel Bolognesi a caballo, se destaca sobre las alturas del Morro, sirviendo de blanco a las punterías enemigas y haciendo esfuerzos heroicos por detener el ataque, recio y formidable, de los regimientos chilenos, que avanzan sobre un mar de sangre y un hacinamiento de cadáveres.

Por fin el fuego cesa dentro de la plaza porque el que no está herido está vivo; Bolognesi sale ileso del combate; fue en aquella situación indecisa cuando un grupo de soldados chilenos trepó los parapetos, haciendo una descarga vigorosa con punterías fijas y precisas permitidas por la proximidad de la distancia. Allí cae Moore como tantos otros, atravesado por una multitud de proyectiles y el coronel Bolognesi, el viejo amigo, el anciano venerable, inclina su frente y cae con el alma serena y el rostro plácido y sonriente... una bala le había atravesado el corazón.

Cuando volvimos al campo de los muertos buscando los cadáveres de Ugarte y de Zavala, encontramos el cuerpo frío del que fue nuestro jefe. Me detuve un momento en contemplarlo y aún conservo la impresión que me produjo la disposición del cadáver profanado momentos antes; los bolsillos del pantalón estaban vueltos hacia fuera, se le había despojado de la chaquetilla y de las botas y un feroz culatazo le había descubierto la parte superior del cráneo, derramando la masa cerebral sobre el tosco lecho de granito.

Aquella impresión fue para mí tan intensa, tan honda y tan dolorosa como la muerte misma de mi viejo amigo, el querido y venerado anciano".


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Saludos
Jonatan Saona

2 comentarios:

  1. Bolognesi representa la lucha por el honor y amor al Perú...

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  2. Claro que sí. De ser verdad el relato,es como debiera ser.

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