17 de junio de 2011

Parte de Araneda sobre Sángrar

José Luis Araneda
Parte Oficial de José Luis Araneda sobre Sángrar

FUERZA DEL BATALLÓN BUÍN 1º DE LÍNEA DESTACADA EN CUEVAS.

Junio 27 de 1881.
Señor:

El día 20 del presente, encontrándome al mando de las plazas Chilca y Casapalca, recibí orden del señor comandante Méndez para trasladarme con las fuerzas de mi mando, compuestas de 79 individuos de tropa y tres oficiales subalternos, al punto denominado Cuevas, con le objeto de proteger por ese lado la retirada de las fuerzas al mando de V.S.

A la 1 P.M. del día indicado llegué sin novedad a dicho punto y tomé todas las medidas convenientes para ponerme a cubierto de un ataque probable de las montoneras de Canta.

No presentando las casas de Cuevas ni siquiera medianas comodidades para el alojamiento de mi tropa en un clima tan crudo y contando con instrucciones superiores, trasladé el grueso de las fuerzas a la hacienda de Sangra, distante de Cuevas seis a ocho cuadras, y dejé en este último punto un destacamento de 15 hombres al mando de un sargento.

Por varios individuos naturales de estos lugares y principalmente por un señor Diputado por Canta, que marchaba a Lima y cuyo nombre no recuerdo en este momento, supe que en aquel pueblo había unos 700 enemigos, de ellos 400 bien armados. Esta noticia hizo redoblar las precauciones tomadas anteriormente, considerando casi seguro un ataque por ese lado.

La carencia de víveres me había obligado a mandar una comisión en busca de animales vacunos dentro de la mencionada hacienda y a corta distancia, de modo que sólo quedaron conmigo 52 hombres.

A la 1 P.M. del 26, los centinelas apostados en las alturas me dieron parte de la aproximación del enemigo; inmediatamente inspeccioné el campo y me convencí de que pronto sería atacado por unos 700 hombres, que trataban de envolverme por todos lados.

En el acto dicté las órdenes que creí convenientespara resistir a todo trance: coloqué al subteniente señor Guzmán en unos corrales que podían servir de trincheras, y yo, con el resto de las fuerzas, me dispuse a defenderme alrededor de las casas. Aún no había concluido de tomar estas posiciones, cuando abrieron un nutrido fuego numerosas guerrillas que descendían de las lomas que rodean este punto.

Trabada la refriega, mantuve el fuego por más de una hora en esta situación, haciendo numerosas bajas al enemigo que, sin embargo, continuaba avanzando, convencido de que podría aplastarme con su inmensa superioridad numérica. Por mi parte, las pérdidas no eran menores, tanto, que momentos después sólo podía disponer de 12 hombres; con ellos y mis oficiales me replegué dentro del cuartel, resuelto a defender su entrada a toda costa.

La distribución de las fuerzas enemigas no permitió que el destacamento de Cuevas pudiera reunírseme, y aunque se batió con denuedo, fue rechazado.

Mientras tanto, el subteniente Guzmán, abrumado por en número y no contando ya con más de 10 hombres, se vio obligado a parapetarse en la iglesia de la hacienda, para continuar allí una resistencia desesperada.

Pocos momentos bastaron para que el enemigo rodease ambos edificios, por cuyas entradas nos hacía un nutridísimo fuego, que se prolongó hasta las 4 P.M., hora en que el coronel que mandaba las fuerzas enemigas ordenó cesar el ataque con el objeto de proponerme una rendición que procuraba conseguir con súplicas, amenazas o garantías para nuestras personas. Por toda respuesta, hice repetir varias veces el toque de calacuerda.

A esta hora sólo contaba con siete hombres, y el subteniente Guzmán veía también disminuir sus fuerzas sin que le fuera posible unirse a mí.

Diez minutos después, el asalto se renovó con mayor furia; a influjo de los dicterios con que jefes y oficiales animaban a su tropa, se agolpaban en puertas y ventanas gruesos pelotones de enemigos, que eran rechazados con numerosas pérdidas, sin cesar por esto de sostener un contínuo fuego de fusilería.

Vista la inutilidad de sus esfuerzos y no atreviéndose a penetrar en las casas, pretendieron rendirnos por el incendio, y al efecto pusieron fuego a la iglesia y a los ranchos de paja que rodeaban la casa que me servía de cuartel.

El subteniente Guzmán se vio obligado a salir a la bayoneta, batiéndose en retirada, mientras el enemigo ponía en juego todos los medios imaginables para concluir con los pocos hombres que me quedaban; las balas, el humo, la sed, el cansancio y la falta de sueño y alimento no eran bastantes, sin embargo, para rendir a siete hombres que combatían denodadamente en medio de las llamas contra un enemigo infinitamente superior en número.

Con todo, los enemigos persistían en su intento; aplicaron paja encendida en puertas y ventanas, consiguiendo quemar dos de ellas; trabajaron por abrir forados a barreta en las paredes del edificio, derribaron algunos pilares, y aún subieron al techo para sacar las planchas de calamina e incendiar con ayuda de materias inflamables. Todos sus esfuerzos fueron estériles, y a las 2 P.M. empezaron a retirarse sin apagar sus fuegos.

Desde este momento sólo se sentían algunos disparos sobre la casa desde las lomas vecinas, y al amanecer pude observar que no había sino pequeñas partidas sobre las cumbres vecinas.

No puedo precisar a V.S. el número de bajas del enemigo, por haber llevado consigo éste durante la noche la mayor parte de sus heridos y muertos; pero, según los informes de mis oficiales y tropa, creo que no bajarían de 100, entre ellos varios oficiales. Dejaron también en nuestro poder algunos rifles y víveres.

Por mi parte, tengo el sentimiento de comunicar a V.S. que mi tropa ha sufrido 45 bajas: 17 muertos, 17 heridos, tres contusos y ocho cuya suerte se ignora hasta hoy.

Me complace sobremanera, señor comandante, y creo cumplir un deber de justicia en recomendar a V.S. altamente a mis oficiales: señores Ismael Guzmán, Eulogio Saavedra y José Dolores Ríos, como asimismo a las clases y soldados que tan bizarramente combatieron.

Creo también de mi deber, señor comandante, encomiar grandemente la actividad que desplegó el señor comandante Méndez para auxiliarme con su fuerza, como también la del cirujano señor E. Sierralta, para atender a los heridos y conducirlos hasta Chicla.

Lo que tengo el honor de poner en conocimiento de V.S.

Dios guarde a V.S.
J. LUIS ARANEDA.

Al señor Comandante en Jefe de las fuerzas chilenas expedicionarias en el interior del Perú.

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Saludos
Jonatan Saona

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