El juramento de tres colegiales
(Episodios de la batalla de San Pablo)
A los alumnos del Colegio Nacional de San Ramón
Cuando en 1882 el primer Vicepresidente, Contralmirante Montero se ausentaba de Cajamarca, después de la prisión del doctor García Calderón, el general Miguel Iglesias quedó como Jefe Superior Político y Militar y General en Jefe del Ejército del Norte. En este puesto recibía el encargo bien difícil de pacificar las provincias de Chota y Hualgayoc, donde se desconocía la autoridad de Montero, formar cuerpos de líneas disciplinados y rechazar toda invasión de tropas chilenas a esta sección de la República.
Y para ejecutar semejantes acciones apenas contaba el general en jefe con 300 soldados divididos en columnitas y reducidos batallones. Pero bastó su actividad y el entusiasmo de los cajamarquinos para suplir todas las deficiencias de este pequeño ejército. Pronto formó Iglesias la Columna de Honor compuesta de voluntarios y de antiguos oficiales subalternos, y, armando lo mejor que pudo estas tropas, emprendió su marcha a Chota, la que en pocos días quedó pacificada.
Se pensaba en el regreso a Cajamarca cuando se tuvo noticias de que fuerzas chilenas destacadas contra el ejército del norte, operaban por Huamachuco y Pacasmayo amagando a Cajamarca, adonde había llegado una avanzada que abandonó esta plaza temerosa de la actitud resuelta de los vecinos.
Semejante acontecimiento decidió a Iglesias a trasladarse a Cajamarca, donde, encontrando al pueblo poseído del mayor entusiasmo, reforzó sus tropas con voluntarios y vio formarse una columna de jóvenes del lugar, pertenecientes a dignas familias que se bautizaron con el nombre de "Vengadores de Cajamarca".
Sólo se pensaba en abrir la campaña contra el enemigo y todos se ocupaban en armar y equipar del mejor modo posible a este grupo de valientes.
Mientras así se alistaba este pequeño ejército, en el Colegio Nacional de San Ramón ocurrían acontecimientos dignos de interés.
En la mañana del 8 de julio, durante la primera hora de clase, varios alumnos habían hecho circular entre sus compañeros una sencilla pero enérgica proclama manuscrita; desgracia y muy grande es que no haya llegado hasta nosotros, pero las consecuencias que tuvo la hicieron conocida por la población en aquella época. Poco a poco se la ha olvidado y nos apenas si hemos oído la narración descarnada de ese grito sublime de un patriotismo ejemplar.
Un sobreviviente de esos niños patriotas que lucharon en San Pablo, nos ha contado muchas veces este episodio conmovedor y mezclando su relato con lágrimas nos ha dicho:
"Cuando salimos de clase, Pita subió sobre el muro de la pila del primer claustro y sin temor al Rector, que se paseaba cerca, nos leyó la proclama, ¡oh! que hermosa y valiente era; nadie sabe quien la escribió pero era un llamamiento: "¡Alumnos de San Ramón la patria está invadida, la planta del chileno ha hollado el suelo de Cajamarca: nuestra bandera necesita defensores, corramos a la guerra!... a defender la tumba de nuestros padres, la santidad de nuestros hogares, la honra de nuestra patria....!" y cuántas palabras llenas de energía de las que solo me queda el eco vago y perdido".
Esta proclama, de autor ignorado, produjo en esos niños un efecto soberbio, por más que las autoridades quisieran intervenir para contener la algazara y el desorden, nada consiguieron. Vivas al Perú, á Cajamarca, al Rector, á la juventud resonaban atronadores por las vastas aulas del plantel. El rector creyó prudente suspender las labores interrumpidas y ordenó el toque de salida. Cuando se oyeron las campanadas que la anunciaban todos se precipitaron á la portería, como un torrente, y salieron dando vivas al Perú y mueras á Chile. El grupo estaba formado en su mayor parte de niños, pues los había desde diez años, muy pocos de veinte y casi no había ninguno mayor de edad. Dejemos avanzar á estos entusiastas voluntarios por las calles de San Sebastián, en dirección á la Plaza de Armas y detengámosnos en el colegio, que es allí donde se realiza una conmovedora escena.
Cuando el grupo de alumnos se lanzaba á la calle al toque de salida, tres de estos valientes niños, amigos íntimos é inseparables, habían quedado retrasados y más tranquilos, pero también más decididos, se detuvieron en el ángulo del primer claustro.
– Lo has hecho bien Pita, dijo uno de ellos, la proclama ha tenido un éxito magnífico; dentro de pocos momentos todo el colegio vestirá de soldados y formará en la Columna de Honor.
–No creo que haya uniforme apropiado para los muchachos, dijo el otro, de todos modos yo me contento con la ropa de lana, ésta abriga en invierno y es buena para la campaña (1); para pelear basta con un distintivo, poco importa que éste sea de jerga.
–Todo va bien hasta hoy, dijo el que respondía al nombre de Pita, pero mucho temo que nuestras familias impidan nuestro alistamiento; el general Iglesias rechazó la vez pasada, antes de su marcha á Chota, á los voluntarios muy muchachos y hoy con mayor razón dirá que somos estudiantes y niños.
–No dirá! no dirá eso, pues le suplicaremos que nos acepte, le lloraremos, le pediremos de rodillas.
Y el valiente niño que así hablaba, todo conmovido lanzó un suspiro y miró al cielo como buscando allá el apoyo á su resolución grande y sagrada.
–Por fin -exclamó el tercero- ¿quién manda en voluntad agena? cada uno es dueño de hacer lo que le plazca, acaso no nos han enseñado que es una obligación defender la patria; si mi familia no quiere que vaya á la guerra no será la primera vez que haga más mi voluntad que la suya. No creo que el general Iglesias sea tan malo para no admitirnos. Después de todo el jefe de la Columna de Honor es bueno y muy valiente. Allí verán ustedes como al presentarnos en su cuartel y decirle: Coronel Rabines (2) venimos voluntarios, nos abre los brazos y luego hace recortar para nosotros fusiles. (3)
Así hablaba esta criatura, con lenguaje lleno de sencillez y de gracia; en sus arranques voluntariosos y llenos de chispa, manifestaba toda la exuberancia de una vida risueña y de un carácter franco y enérgico.
– Con resolución y valor todo se puede, dijo Pita; lo que es por mi parte yo me voy á la guerra; ojalá no lo sepa mi madre hasta después que haya partido el ejército. ¡Por qué impedirle al que quiere ir á la guerra! quién dice que los muchachos no pueden matar chilenos. Yo por mi parte estoy resuelto! me voy á la guerra! y juro defender mi patria hasta morir por ella!
–Juramos!! dijeron los otros dos niños patriotas poniendo las manos en su corazón y haciendo con sus dedos la señal de la cruz.
Y luego como si alguna fuerza extraña los impulsara se lanzaron á todo escape á la portería y corrieron por la recta que va á la plaza de armas hasta alcanzar á sus compañeros.
El viejo portero de San Ramón contó después, que pasados algunos instantes de la salida de los niños en la mañana del 8 de julio, vió pasar á los alumnos Gregorio Pita, José Manuel Quirós y Enrique Villanueva. Al llegar al dintel uno de ellos se volvió y le dijo:
–Vamos voluntarios á pelear contra los rotos y corrieron lanzando vivas al Perú. Eran los tres del juramento. (4)
Como lo había dicho Pita al llegar al cuartel de la Columna de Honor la mayor parte de estos niños voluntarios fueron rechazados.
Fué un espectáculo conmovedor! Todos gritaban: Coronel yo me presento voluntario, quiero ir á la guerra.
–Pero si sois muy chicos, decía el jefe, no hay rifles para vosotros, no podréis con la mochila y con las fatigas del camino, hay que ir á pie.
–Pues yo voy, yo voy, gritaba el pelotón de mataperros. Al fin se dejó pasar á los de mayor talla y se hizo despejar á los demás. El grupo de muchachos se disolvió, pero bien presto volvió á juntarse y marchando por la calle del Callao volvía á presentarse al cuartel de la Columna «Vengadores de Cajamarca». Allí nuevas protestas y nuevos rechazos; por fin, el jefe recibió á unos cuantos y se ordenó despejar á los demás. Los muchachos se retiraron con un odio mal reprimido para con los que les negaban alistarse en el ejército que salía á campaña á luchar por la Patria.
El 13 de julio de 1882, a las cinco de la mañana, la Columna de Honor formada por jóvenes distinguidos, muchos casi niños, avanzaba, á vanguardia, hacia San Pablo punto donde estaba acampado el ejército chileno. Después de hacer un reconocimiento en el cerro de la Copa, posesión que domina el pueblo de San Pablo, cuartel general del enemigo, avanzó resuelta hacia el llano, seguida por 30 hombres del batallón Trujillo» No 1 y las columnitas de voluntarios de Chota, San Miguel y Llapa. La claridad de la naciente aurora era aún muy ténue y apenas si se divisaban, como negras sombras los matorrales que circundan la quebrada que borda el pueblo, y por donde penetraba el ejército peruano, cuando de súbito y en el momento más inesperado, rompió sus fuegos el enemigo tomando por blanco principal á la Columna de Honor, la que pronto vió diezmadas sus filas habiendo sido una de las primeras víctimas el primer jefe coronel Eudosio Rabines, que al oir la primera descarga arremetió con brío contra un pelotón de enemigos escondidos tras los matorrales.
Este fusilamiento y traidor ataque enardeció de tal modo á los pocos sobrevivientes de la Columna de Honor que reconcentrados en un sitio rodeado de altos pedrones principiaron una defensa heroica. El número superó al valor y los chilenos, sufriendo el efecto de semejante ataque, se lanzaron á la bayoneta contra ese puñado de valientes. La lucha fué entonces desesperada, gritos, exclamaciones y golpes secos de sable y fusiles, se oyeron por algún tiempo, al fin desapareció la resistencia y el enemigo avanzó dejando un montón de cadáveres acribillados á bayonetazos.
La suerte de esta acción de armas es bien conocida. Cuando el ejército ya en el campo tocaba la diana del triunfo, un nuevo empuje de los peruanos auxiliados por el refuerzo que acababa de llegar con el coronel Callirgos Quiroga cambió la faz de la batalla. Bastó una hora y media de ataque para que el ejército enemigo, deshecho y diezmado, se declarase en derrota, abandonando armas y parque, ó implorase de rodillas en las calles de San Pablo la clemencia del vencedor.
Cuando el ejército peruano y el pueblo de San Pablo, trasladaban, con religioso celo, los cadáveres para darle sepultura, al llegar al sitio de la defensa que ha poco entablara la Columna de Honor, hallaron un espectáculo tan conmovedor como grandioso. El grupo de niños soldados había caído atravesados á bayonetazos rodeando el cuerpo del joven Gregorio Pita que, envuelto en el pabellón nacional, estaba cubierto de heridas. Entre ese montón de niños, muertos en defensa de su bandera, se hallaban los tres colegiales del juramento!
Lo habían cumplido.
Horacio H. Urteaga
IX-20-1907
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(1) Las condiciones de estas fuerzas, después de todo la ocupación del litoral de la República se explica fácilmente apenas contaban con un uniforme de jerga y una manta por plaza y eran atendidos de ordinario con solo rancho. Relación historiada de la campaña del norte por el teniente coronel C. Bazo, oficial de la «Columna de Honor» en la batalla de San Pablo.
(2) El Coronel Eudoxio Rabines, primer jefe de la Columna de Honor fué por entonces el ídolo de la juventud por su valor y patriotismo. Unido á su hermano el coronel Belisario Rabines jefe del batallón Trujillo número 1, juntos habían equipado y sostenían rematando su patrimonio, á los soldados de su mando.
(3) A muchos de esos niños se les acomodó ropa adecuada á su edad y a falta de carabinas que era el arma apropiada a su tamaño, se les recortó los largos fusiles de Peabody y Remington.
(4) D. Francisco Gálvez conocido entre los alumnos con el nombre de Don Pancho, actual portero de San Ramón es un viejecito inteligente y simpático que conoce á varias generaciones de educandos y ha sido testigo ocular de escenas interesantes en el Colegio Nacional.
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Revista Prisma. Año III N. 58. Lima, 28 de setiembre de 1907.
Saludos
Jonatan Saona
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