19 de junio de 2011

Detalles sobre Cuevas (Sángrar)

Oficiales de Sangrar
Detalles sobre el combate de Cuevas (Sángrar)

Ayer a las 3.30 P.M. llegaron de Chicla a la estación del Puente de Balta 17 soldados del Buín, heridos en el combate de la hacienda de Cuevas. Las heridas en su mayor parte son más dolorosas que graves.

Varios tienen dos y tres balazos, y a uno habrá que amputarle una pierna.

Otro soldado, a más de dos balazos que tiene en el cuerpo, viene con una oreja menos, que le arrancó un cholo con cuchillo, cuando, herido y aturdido a golpes, lo creyó bien muerto para acercársele a mutilarlo tan brutalmente.

Los heridos fueron recibidos por sus compañeros y soldados de otros cuerpos en la estación, y de ahí trasladados al hospital del Dos de Mayo.

Todos habían recibido la primera curación en Casapalca, donde encontraron al cirujano señor Sierralta, que acompaña al destacamento de Cazadores apostados en ese punto.

Las relaciones que hemos oído de los soldados no se completan de modo que pudiera tenerse ideal cabal de todo lo que ha pasado, pues la mayor parte de ellos se han batido en grupos separados, muchos de su propia cuenta, sin lograr saber lo que les ocurría a los demás compañeros.

Particularmente vacilan en las fechas y nombres de los lugares.

Pero juntando detalles, hemos logrado saber lo siguiente:
El combate fue en las primeras horas de la tarde del día 26. Hacía cuatro o cinco días que habían llegado de Tarma a Casapalca los buines que han combatido.

Eran de capitán a corneta 67 hombres, a las órdenes del capitán López del 3º, según dicen. Aparece de la relación de los soldados que el capitán López había tomado en Chicla el mando de esta compañía cuando iba para Jauja, quedándose en aquella estación su capitán don José Luis Araneda.

Al regresar a Casapalca, López entregó el mando a Araneda, que se había adelantado desde Chicla a recibirla.

Esta fuerza venía a esperar el resto de la expedición Letelier que debía pasar por aquel punto el 27.

La compañía de buines se internó hacia la hacienda de Cueva, o de las Cuevas, cuyas casas distan como una milla de un pequeño caserío compuesto de cinco o seis casas, una iglesia y un molino, caserío que se levanta en una planicie como de cuatro cuadras de extensión y embutido en el vértice de un ángulo que forman dos cordones de cerros.

Tan en la falda está el caserío, que el molino recibe casi directamente la columna de agua que baja de la altura.

De Casapalca al caserío hay como seis leguas: una hacia la cordillera, y el resto marchando hacia el poniente.

El capitán Araneda con 30 y tantos hombres ocupó el caserío. Destacó de avanzada, en las casas de la hacienda que dan frente al camino, al sargento 2º don Germán Blanco con 14 soldados, y envió, además, otras pequeñas partidas en busca de víveres.

Como a las 11 A.M. pasó un niño peruano que dio aviso de que una gruesa montonera quedaba como a una legua de distancia.

El niño venía a pie, y refirió además que la misma montonera le había quitado un papel que le entregaron nuestras tropas en Junín con encargo de entregarlo en Casapalca.

Inmediatamente el capitán Araneda hizo tocar tropa.

A la llamada concurrieron 35 soldados, más o menos.

Envió al sargento Bisibinger, hermano del capitán del mismo nombre, con le cabo Bernabé Orellana y seis soldados, a reconocer el campo por la dirección que indicaba el niño.

A esta partida se juntó un arriero que venía de Casapalca.

Una segunda descubierta de cuatro soldados, mandados por el cabo 2º don Urbano 2º Loreto, hijo de una conocida familia de Valparaíso, salió con igual objeto por otro rumbo.

Algún tiempo después, el centinela apostado en la cumbre de los cerros vecinos, de modo que podía abarcar una gran extensión del horizonte, dio aviso de que se divisaban grupos de tropa por el lado de unas lagunas que hay en la dirección opuesta a las alturas.

El capitán Araneda subió a reconocerlas; pero no avanzó nada por la distancia a que se divisaban, opinando unos que era tropa del Esmeralda, otros que del San Fernando que había dejado en Casapalca.

En ese instante se sintieron los primeros disparos de un tiroteo que duró bastante rato, pero que fue concluyendo poco a poco hasta terminar en una sola detonación.

Poco después llegó al campamento, sin jinete, la mula que montaba el arriero que se había juntado al piquete del sargento Zacarías Bisibinger.

Se convencieron entonces que la gruesa columna que se acercaba era de enemigos, presumiendo que ese piquete de avanzada había sido cortado y muertos en combate los soldados que lo formaban.

Se retiró el vigilante, se tomaron las medidas del caso para prolongar cuanto fuera posible, por el honor de la bandera, una resistencia que no podía tener más término que la muerte de todos.

Ya se había visto bien que la fuerza enemiga era diez o doce veces superior.

Nuestros soldados dicen que les pareció serían de 600 a 700 hombres, y cartas llegadas a ésta, de personas que deben saber bien el asunto, cuentan que pasaban apenas de 500 los suyos.

Era, por tanto, negocio seguro.

Poco después, el cordón de cerros que rodea al caserío se coronó de tropas enemigas que rompieron el fuego por el frente y los dos flancos, desprendiendo además desde la altura gruesas piedras que rodaban hasta cerca de las tapias, sin causar perjuicios, pero formando un estruendo capaz de aturdir los ánimos más serenos.

Galgas llaman en la sierra a estos formidables proyectiles.

El capitán Araneda envió al subteniente Guzmán con el cabo Tránsito Jaña y 12 soldados a ocupar los corrales de la capilla, que ofrecían excelente parapeto.

El cabo Oyarce y otros pocos soldados ocupaban otro punto ventajoso. Araneda se quedó en la casa en que estaba, que era de piedra, con los subtenientes Saavedra y Ríos, siete soldados, el corneta Avila, de siete años de edad, y otro niño que se ocuparon durante la pelea en pasar municiones y agua a los sitiados.

Entre tanto, el sargento Blanco, destacado en las casas de la hacienda, bajó a juntarse a su capitán; logró cruzar con su piquete algunas filas enemigas, pero al fin se vio rodeado por fuerzas muy superiores. Ahí cayó el soldado Rosario Valencia.

Blanco se abrió paso a la bayoneta para salir del círculo, y continuó batiéndose en retirada, pero procurando no alejarse mucho del caserío, con la esperanza de poder encontrar otra ocasión de juntarse con los sitiados; pero todo intento fue inútil.

De los cerros se había desprendido masas de gente que cercaban los corrales del caserío, aunque a una prudente distancia todavía.

El fuego de los nuestros era muy sostenido y parecía certero.

Cada soldado tenía 200 tiros.

Hora y media después de rotos los fuegos, la resistencia del subteniente Guzmán era imposible en el corral de la iglesia, teniendo que guarecerse en el interior del edificio; pero a éste no tardaron los peruanos en prenderle fuego con toda facilidad, gracias al techo de paja del edificio.

Sin embargo, los de adentro seguían disparando; los cabos Mena y Barahona y algunos soldados lograron llegar hasta la iglesia; la resistencia se redobló; pero a poco rato el humo hacía difícil la respiración; lo que todos procuraban era no agitarse, a fin de conservar sus fuerzas intactas para el combate cuerpo a cuerpo que esperaban como conclusión de la jornada y de sus pocos actores.

Se armó bayoneta, se abrió la puerta y el subteniente Guzmán con los suyos se abrieron paso en dirección a la casa donde se batía el capitán Araneda; pero ahí fueron heridos casi todos: los cabos Jaña, Barahona y Mena y la mayor parte de los que han llegado.

Los soldados recuerdan, que en la puerta de la iglesia cayeron los soldados Acevedo y Ahumada.

Era pensar en lo imposible pretender acercarse a la casa del capitán Araneda. Estaba rodeada y era urgente tomar un partido, pues en la posición en que estaban, recibían el fuego del enemigo por todos lados.

Volviendo caras, tenían el frente despejado.

Comenzaron a batirse en retirada hacia el lado sin enemigos. La marcha era lenta, pues, como decimos, iban casi todos heridos.

Muy afortunadamente apareció entonces el sargento Blanco con su piquete. Avanzó hacia los que perseguían a los nuestros y los contuvo hasta que éstos cobraron aliento y ganaron alguna distancia.

En el caballo de un arriero de los nuestros que llegaba de Casapalca, montó el subteniente Guzmán y fue a buscar refuerzo a ese punto.

Serían las 5.30 P.M.

En la casa de piedra, cuentan algunos soldados, no hacían fuego en ese momento; ignoran qué pasó, por lo que creyeron que todo había concluido en ese punto. 

Pero poco a poco, después sintieron que los sitiados se defendían desesperadamente.

A las 12 M. llegaron a Casapalca. Ya había salido en auxilio de Araneda una compañía del 3º y otra del San Fernando.

Nadie creyó volver a ver al bravo capitán Araneda y a los no menos animados compañeros que habían quedado en la casa de piedra.

Sin embargo, todos, menos un soldado, estaban vivos, pero rendidos de fatiga.

Se habían batido hasta las 2 A.M., hora en que los asaltantes se retiraron.

El refuerzo llegó cuando todo estaba en quietud.

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Documento en la recopilación de Pascual Ahumada

Saludos
Jonatan Saona

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