18 de septiembre de 2011

Pompas Fúnebres


Pompas Fúnebres de los Héroes de la Guerra del Pacífico

Cuando el Perú lloró a sus combatientes
por: Lita Velasco Asenjo

Dolor, emoción, frustración… Sentimientos que acompañaron a la comitiva que marchó el 15 de julio de 1890 para inhumar, en el Cementerio General de Lima, los restos de héroes que se inmolaron en Angamos, Arica, Iquique, Alto de la Alianza, Tacna y Huamachuco, en defensa de nuestro suelo patrio.

Revisar las crónicas de esa época conmueve, nos hace sentir más peruanos. Es admirar la valentía de personajes que dieron su vida para dejarle a la posteridad una lección de entrega, honor y sacrificio.


“Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz;
pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba,
en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos”
Herodoto

Había trascurrido diez años desde el traslado a Lima de los restos del coronel Francisco Bolognesi, Comandante Moore y el Teniente Coronel Ramón Zavala. El diario “La Opinión Nacional” del 6 de julio de 1880 daba cuenta, entonces, del gran recibimiento que les tributó el pueblo peruano, en el puerto del Callao, a donde llegaron a bordo de “La Limeña”. Ese día y al siguiente que fueron los homenajes e inhumación en el Cementerio General (Presbítero Maestro), la ciudad se tornó gris, acompañada de una fina garúa, caída desde la medianoche.

El periódico “La Patria”, en primera plana, describía el panorama de Lima como algo sorprendente.
Las calles – dice- lucían húmedas y colmadas de gente que iba y venía de la Estación de Desamparados para acompañar a los caídos en Arica. En señal de duelo, los establecimientos y oficinas del estado cerraron, enarbolando la bandera a media asta. El dolor de los transeúntes estaba cargado de plegarias y frases que alentaban a los que aún seguían peleando en defensa del suelo patrio.
Las campanas de las iglesias tañeron, las sirenas de los bomberos se dejaron escuchar, las salvas de cañonazos, anunciaban el paso de estos grandes hombres, acompañados por una comitiva que llenaba cuadras de cuadras, en un hecho sin precedentes. Dolor, dolor, tras dolor.
Esto había ocurrido hacía diez años y el pueblo peruano una vez más reviviría ese dolor al recibir los restos amados de hijos, padres, hermanos… que habían sucumbido en distintos frentes de batalla ante las huestes chilenas. La diferencia en esta ocasión era que algunos de estos cuerpos estaban en poder del país del sur, por lo que tenerlos nuevamente en casa, atenuaba en algo las penas.

Gracias a un proyecto de ley, presentado al Congreso por Pablo Seminario el 7 de octubre de 1889, se solicitaba al gobierno se diera una ley para solicitar los restos de Miguel Grau y la construcción de un mausoleo para albergar a los héroes dela Guerra del Pacífico.

El pedido fue respaldado por el diario El Comercio y por otros diputados piuranos. Entre ellos: Genaro Helguero, Felix Manzanares, Nicanor Rodríguez, José Lama, Augusto Vegas. Por los senadores Montero, gran amigo de Grau, Fernando Seminario y Francisco Eguiguren, logrando el respaldo del entonces presidente dela República Andrés A. Cáceres, quien –el 03 de junio de 1890- da un Decreto Supremo que disponía el traslado de los restos de quienes dieron su vida por la Patria y sucumbieron en Angamos, Arica, Alto de la Alianza, Tacna y Huamachuco.

HONORES EN CHILE

Para efectos del traslado de restos de Miguel Grau, que se encontraban en el Cementerio General de Santiago, en el mausoleo del General don Benjamín Viel, se nombró una comisión para tratar el asunto, presidida por el Capitán de Navio Melitón Carvajal (sobreviviente del Huáscar) e integrada por el Capitán de Fragata Pedro Gárezon, comandante del monitor y el Coronel Manuel C. de la Torre, combatiente del Morro de Arica.

Las gestiones ante el gobierno chileno se realizaron en buenos términos y se fijó la fecha de repatriación de restos, tanto del Héroe de Angamos como de otros valientes combatientes que se encontraban en el cementerio General dela División, para el viernes 27 de junio de 1890.

El presidente chileno de entonces, José Balmaceda, dispuso se les tributase honores militares y que el crucero “Esmeralda” escoltase con un nutrida comisión a bordo a la cañonera “Lima”, hasta el Callao. Los integrantes eran el Obispo de Serena don Florencio de Fontecilla, el Capitán de Navío Constantino Brannen, el Auditor de Marina Manuel Díaz, el Coronel Ricardo Castro, el Presbítero Javier Valdés Carrera y el Cirujano Florencio Middleton.

Diarios chilenos le dedicaron a Grau páginas enteras resaltando sus virtudes de caballerosidad y generosidad. Delegaciones de embajadas, autoridades del gobierno, regimientos de artillería y caballería, bandas de músicos, amigos y público en general acompañaron al cortejo fúnebre a la estación del tren que iría hasta Valparaíso. Junto a ellos marchaba el Ministro Plenipotenciado del Perú en Chile, Carlos Elías, amigo íntimo de Grau, quien tuvo un papel trascendente en torno a la repatriación.

TRAS OTROS HEROES

La cañonera “Lima” partió de Valparaíso el 28 de junio, a las 4.30 de la tarde. Durante su retorno al Perú fue recogiendo a otros caídos en combate. Pasa por Antofagasta y recoge a soldados no identificados; Mejillones, dónde acoge los restos de Elías Aguirre, José Melitón Rodríguez y Diego Ferré. En Iquique, los restos de los comandantes Espinar y Sepúlveda; mayores Perla y Figueroa, capitanes Fernández, Rivera y Olivencia; tenientes Velarde, Cáceres y Marquezado; corneta Mamani; sargento Carrillo, soldado Condori y dos oficiales no identificados. En Arica recibe parte del cuerpo del Coronel Alfonso Ugarte, del Subteniente Andrés Ugarte, del Teniente Andrés Medina, del Cabo Alfredo Maldonado, de maquinista Aníbal Alayza.

En tanto, en la embarcación “Santa Rosa” se dirigían también a Lima los restos de los héroes trasladados de Huamachuco, General Pedro Silva, Capitán de Navio Luis Germán Astete, de los Coroneles Leoncio Prado y Emilio Luna y del Mayor Santiago Zavala.

Los restos de estos ilustres personajes y los que iban en la cañonera “Lima”, llegan al Callao el domingo 13 de junio. Fueron recibidos por el presidente Cáceres, ministros, altos funcionarios, oficiales del Ejército, de la Marina, así como por una conmovida multitud que abarrotaba el puerto y se apiñaba para ver el descenso de los héroes.

Encabezada la comitiva de desembarque Miguel Grau, que iba en una urna, cargada por los cadetes dela Escuela Naval. Le seguían los ataúdes del resto de héroes, llevados en hombros por delegaciones organizadas para tal fin. Fueron depositados en la capilla ardiente alzada en la iglesia Matriz del Callao, donde se les rindieron los honores con gran pompa. Cientos de miles de personas, llegadas de todas partes del país, invadieron las calles aledañas y se turnaban para ingresar a venerar y llorar la partida de sus seres queridos.

EL GRAN DIA

La prensa del 15 de julio de 1890, informa que el luto era general en la ciudad. Las personas iban vestidas de negro y los edificios públicos, negocios y casonas familiares lucían en sus puertas y ventanas crespones negros. En los balcones o columnas colocaron ramas de cipreses simbolizando el dolor. Todo complementado con flores de tristes colores.

Desde muy temprano, se escuchó el tronar, cada quince minutos, salvas de cañonazos ubicados en el fuerte de Santa Catalina.

El diario “El Comercio”, en una edición especial del 15 de julio, ofreció una crónica detallada de cómo fueron esos emotivos momentos que se vivieron en Lima y El Callao. He aquí lo que dijo:

En el Callao, en la mañana de hoy, se reunieron en la prefectura para trasladar los restos a Lima los miembros del Concejo Provincial, los de la Sociedad de Beneficencia, autoridades políticas y marinas, cuerpo consular, jueces, comisiones de Lima, Santa Rosa, Esmeralda y Américo Vespucio, sobrevivientes del Huáscar y Arica y un gran número de asistentes.

Organizado el cortejo marchó a la Iglesia matriz, en donde el Prefecto hizo entrega de los restos a las comisiones encargadas. Partió de allí la procesión fúnebre, dirigiéndose por la calle Constitución a la estación del ferrocarril inglés, donde esperaban dos máquinas bien adornadas con flores. En medio de ellas se colocaron banderas nacionales a media asta, seis carros mortuorios enlutados, el coche de S.E. el Presidente de la República.

En los carros mortuorios delanteros fueron colocadas las cajas en este orden:

Restos de Arica con guardia de honor de las bombas Chalaca e Italia.
Restos de Morro de Arica, con guardia de honor de las mismas compañías.
Restos de Tacna, con guardia de honor de la Garibaldi.
Restos de Huamachuco con guardia de honor de la compañía Salvadora.
Restos de Tarapacá, con guardia de honor de la compañía Italia.
Restos de Angamos, con guardia de honor de la Chalaca.
Restos del Contralmirante Grau, en un solo carro, lujosamente adornado y sobre un trémulo.

La guardia de honor en cada carro va formada también por alumnos de la Escuela Naval.

El coche de gala del presidente de la República arrastra el duelo del convoy fúnebre. Van en él el Prefecto, comisión chilena y las comisiones encargadas de los restos.

Siguen a éste 7 carros. En el último van guarniciones de los buques y la banda del Huamachuco.

La partida del convoy se efectuó a las 11 de la mañana. El tren ordinario que por la misma línea salió, partió a las 12 y el transandino a la 1.30 de la tarde con numeroso público deseoso de asistir al Cementerio General”.

A las 11.50 llegó el convoy a Lima desde el Callao. El gentío estaba apostado en las calles de San Jacinto y siguientes hasta la estación de San Juan de Dios. El convoy pasó sin detenerse a la estación de Chorrillos y siguió hasta la plaza de la Exposición.

La afluencia de gente en dirección a la Plaza de la Exposición es total. Han llegado delegaciones de provincias que portando letreros con mensajes a los héroes se colocaron en primera fila. A las 11 de la mañana no había un lugar libre.

La gente estaba vestida de etiqueta o de luto, llevando en el brazo un crespón negro. Centenares de estandartes de distintas formas y colores, bomberos vestidos de gala, representantes extranjeros, todo y todos eran actores de un acto de reconocimiento patrio.

En la plazuela de la Mecheose había situado la escuela de clases con su banda de música de alta parada. Con sus armas a la funerala y crespón al brazo y que en el desfile debían marchar a la vanguardia de la procesión y tras los cuatro baldones.

En la calle de Belén se habían colocado los catedráticos y alumnos dela Universidad, Escuela de Ingenieros, colegio Guadalupe, representantes de Círculos Literarios, Sociedad Italiana, Sociedad Médica, Unión Fernandina y otros más. Cerraba el grupo la Escuela Militar. Este grupo marchó en el desfile hacia el panteón tras la Escuela de Clases y vanguardia de la Escuela Militar, marchando a continuación otros cuatro batidores presidiendo los primeros ataúdes de soldados muertos en Huamachuco y demás jefes y oficiales de esta jornada, inclusive el general Silva, que tenía el puesto de honor.

En la calle de Otarola estaban los deudos de las víctimas de Huamachuco, sobrevivientes, colonia cubana, comisión del departamento de Huánuco, de Cerro de Pasco, Sociedad Ayacuchana, Sociedad 28 de Julio, Comerciantes e Industriales, Club Internacional Revólver y Centro Militar. Esta sección marchaba acompañando a los mártires de Arica, los que llevaban a la vanguardia una banda militar, a los flancos, los miembros de la compañía de bomberos de El Callao, siguiendo los restos de Alfonso Ugarte, que iba en una elegante urna preparada por los tarapaqueños.

Los bomberos de La Chalaca llevaron en hombros hasta el panteón los restos del capitán de milicias Adolfo King, nacido y criado en El Callao.

En la calle de Chávez de Belén y siguientes se reunieron los deudos de Arica, defensores y sobrevivientes, tarapaqueños, Sociedad de Nuestra Señora del Carmen, de San Francisco de Paula, Comisión del departamento de Puno, de Arequipa, tipógrafos de Lima, Bomberos de la Compañía Francia y Salvadora Iberia, banda de música a la que seguían los carros con las urnas de los restos de la batalla del Alto Alianza, cerrando la retaguardia, el ataúd del coronel Jacinto Mendoza, que comandaba una división en la batalla.

En la calle de Juan Simón se reunieron los deudos de los que sucumbieron en el Alto Alianza, combatientes y sobrevivientes de Tacna, tacneños, Cruz Roja del Perú. Sociedad de Escribanos del Estado, Colegio Notarial, Club de la Unión, Club Nacional, Vencedores del 2 de Mayo, Graduados de la Universidad, Colegio de Abogados.

A continuación marchaba una banda militar y las compañías de Bomberos Roma y Victoria, precediendo los ataúdes de los defensores de Tarapacá, San Francisco y Germania.


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(continua en el siguiente post)
Tomado de revistaanubis.wordpress.com, publicado por Lita Velasco Asenjo

Saludos
Jonatan Saona

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