El 18 de febrero salió muy temprano de Acobamba con el propósito de avanzar ese día hasta Julcamarca a distancia de 9 leguas. Época de aguas, el río que media entre esos pueblos estaba muy cargado y se perdió mucho en vadearlo.
El paraje no ofrecía espacio ni recursos para acampar. Aunque la tarde estaba ya demasiado avanzada para atravesar la empinada cuesta que nos separaba del pueblo de Julcamarca, fue inevitable forzar el paso. Cuando con las sombras de la noche se hacía más escabrosa la subida, encontrándose todavía el grueso de las fuerzas a la mitad del camino, se desató repentinamente una furiosa tempestad de agua, granizo y rayos, que bien pronto convirtió la senda en un torrente que abría grietas y pantanos por todas partes en un terreno deleznable.