Rafael Torreblanca D. |
I.
Mayores i más altos nombres de guerra ha contado en sus anales el país; pero ninguno mas enérjicamente caracterizado con los ínclitos atributos del heroísmo, que el capitán don Rafael Torreblanca, campeón lejendario del por tantos títulos famoso rejimiento Atacama, i que mereció ser denominado, no obstante su escasa graduación, “el Stonewal" de la guerra del Pacífico.
Fué aquel bizarro oficial atacameño, como su cuerpo i su bandera; i su breve, austera, bajo muchos conceptos sublime vida es un compendio enérjico pero completo del poderoso individualismo, que en el hombre, como la autonomía en el pueblo i la comarca, enjendra los prodijios.
II.
Nacido en Copiapó el 6 de marzo de 1854 (ayer!) preparóse el austero mozo por la jimnasia de la escuela i de la calle a una vida de labor, huyendo del blando regalo que le cabía como al hijo undécimo de la tribu. Rafael era el Benjamín de Jacob.
El padre de Rafael Torreblanca tenía su nombre i era hijo de Illapel, es decir, “hombre del Norte."
Fué minero, i, como dueño del Retamo i de la mina Remolinos, hízose un día millonario. Pero murió pobre en escudos, en el eterno remolino de la vida del cateador, este jugador que nunca apuesta a cartas vistas, i fué opulento sólo en hijos varoniles.
Como una compensación divina de 71 años de incansable lucha contra el infortunio, el venerable anciano moría en Copiapó el 16 de noviembre de 1879, cuando no se habían apagado todavía los ecos guerreros que proclamaban por las calles de la ciudad al hijo de su nombre “el héroe de Pisagua", dos semanas hacia. Su buena esposa, la señora María Doralea, le había dejado algunos años antes, enriqueciendo su hogar, como Rebeca, con trece hijos.
De éstos, existen todavía cinco o seis varones i todos viven de sí mismos. Zacarías, que fué profesor en Lima, es al presente artillero en el ejército de Lima; Edecio es minero en Caracoles; Manuel Antonio, jefe al presente de la familia, es minero en Copiapó.
Hubo todavía un quinto Torreblanca, llamado Victor, i éste, venciendo como su nombre, murió al frente de su compañía en el combate de los Loros el 13 de marzo de 1859.
III.
Educado en medio de estos ejemplos de labor i sacrificio, ejercía Rafael Torreblanca a la edad de 18 años (1872) la profesión que ejercitó en su mocedad don Diego Portales, nacido a las puertas del taller de la Moneda: era ensayador. Mas como adquiriera en el liceo, bajo el profesor Carvajal, i en Nantoco, bajo el administrador García Uriondo, la perfección de su arte, ocupó, cuando era todavía un niño, ese empleo en jefe en el establecimiento metalífero de Agua Amarilla, de la casa de Edwards.
IV.
Pero así como las sustancias ricas, que la tierra exuda bajo el combo i la pólvora, hierven en el crisol al soplo del fuego, así en el alma de aquel mancebo concentrado i taciturno calentábanse los jugos que enjendran en la voluntad i en las fibras las acciones heroicas. En 1873, cuándo tenía sólo 19 años, intentó ir a Cuba para hacerse en sus montañas guerrillero de la libertad. Puso en ejecución su viaje, pero su hermano mayor, Zacarías, que era profesor universal en el afamado Colejio inglés de Lima, detúvole a su lado en esa ciudad, donde otro capitán del Atacama, don Ramón Rosa Vallejos, muerto en la Encañada, enseñaba a la sazón reclutas peruanos: "hombre del norte"
V.
Hízose en tal coyuntura Torreblanca profesor en el colejio ya citado de Lima, i enseñó a los peruanos lo que menos saben i mas necesitan aprender: las matemáticas.
Como Stonewall Jackson, profesor de matemáticas del colejio militar de Virjinia, Rafael Torreblanca tenía la pasión, casi el jenio, de los números, i, como el héroe virjinio, ocultaba juntamente bajo apariencias heladas el jenio del heroísmo.
Su posición de maestro en un país sin enseñanza era sumamente precaria, pero la solución de un problema de contabilidad que traía preocupados a todos los bancos, consignaciones i trampas de Lima, le proporcionó una mediana cantidad ofrecida en premio en los diarios por la casa de Dreyfus.
Con ese puñado de dinero Rafael Torreblanca redimió a su hermano envuelto en cuitas, i juntos dieron la vuelta al maltratado hogar.
VI.
Su padre, ya enfermo, entrególe sus derroteros, esta última i falaz heredad del minero, que es también su primera i su postrera ilusión. I entonces Rafael Torreblanca hízose cateador, es decir, peregrino, en el desierto. Uno de sus biógrafos (conocemos tres, como Prat ha tenido doce) asegura que en la víspera de la guerra hizo Rafael Torreblanca un descubrimiento en el desierto, a lo Montecristo, algo de encantado i fabuloso como los tesoros del abate Faría en los sótanos del castillo de Iff, que hemos visitado, pasando por encima de las piernas de prosaicos soldados, durmiendo la siesta del mediodía, en la rada de Marsella. Pero sea o no sea, apenas sintió Rafael Torreblanca. allá en la apartada ruca del desierto, el tenue clarín de la llamada de la patria, acordóse de Cuba, i se hizo soldado de Chile contra el Perú como se habría hecho guerrillero contra España.
Uno de sus biógrafos añade que quiso a toda costa entrar de soldado i rehusó el puesto de capitán. Otro, que es su deudo, afirma todo lo ser contrario, i a éste le creemos. Costóle esfuerzo ser admitido como subteniente, i ello es lo propio de los hombres que pisotean los empeños cuando otros los ponen de pisaderas....
VII.
La vida militar de Rafael Torreblanca es conocida de todo el país, como alférez, como teniente, como capitán, como héroe del Atacama. Cada batalla es un ascenso hacia la cumbre i un ascenso en su carrera. En Pisagua es el primero que descerraja las puertas del Perú trepando a la cumbre con cinco atacameños, i es hecho teniente en el campo de la lucha. En los Ánjeles es el primero que sube al pico inaccesible, como el águila, i es hecho capitán en la cima de la sierra, al ruido de los clarines que anuncian a Chile otra victoria.
Pero dejémosle contar a él mismo con su briosa sobriedad cada una de sus etapas que, como el Excelsior! del poeta, le condujeron a la cima resplandeciente de la gloria, desde Pisagua a San Francisco i desde los Ánjeles a Tacna, donde al fin, fatigado de ascender, el ánjel de los heroísmos plegó sus alas sobre sus pálidas sienes y le llevó en sus brazos al empíreo de los inmortales.
VIII.
Narrando, en efecto, una de esas cartas, escritas del corazón al corazón, entre las nubes de pólvora que el viento disipa todavía por los horizontes, contaba Torreblanca a su hermano primojénito, el 4 de noviembre, su participación personal en el combate de la antevíspera, i de esta suerte, sin jactancia pero con lo nobilísima convicción del deber, así se expresaba:
"Instantes después saltaba a mi vez en tierra. Nada avanzábamos con quedarnos ahí. Gritando ¡a la carga! me lancé entonces, espada en mano, sobre esa primera trinchera, arrastrando en pos mía sesenta soldados. Los enemigos abandonaron el puesto sin que pudiéramos ponerlos al alcance del brazo.
"El cerro es medanoso, así es que llegamos ahí estenuados de fatiga. Después de algunos minutos de descanso i de fuego, asalté la primera línea del ferrocarril. Como en todas partes, los bolivianos no nos esperaron.
"Esta tirada fué más larga que la anterior i sólo me acompañaron dieziocho o veinte soldados.
"Aguardé un cuarto de hora que se me reunieran más soldados, aguantando i contestando el fuego que nos hacían los aliados desde la carretera, distante 30 metros, sobre nuestras cabezas.
"De ahí destaqué un cabo de mi compañía. José S. Galleguillos, con diez hombres para que hicieran desocupar la carretera inferior hacia el lado de la población, desde donde se hacía un vivísimo fuego sobre los botes.
"Oculto tras el corte del cerro, pude observar el aspecto del combate. El desorden era espantoso, los soldado se batían solos. Sin jactancia, creo que he sido el oficial que se ha mantenido más a su alrededor."
IX.
El cabo Galleguillos, digno de su padre i de su jefe inmediato, cayó en San Francisco, horas más tarde, como para probar que el valor es una herencia por lo menos tan valiosa para la buena memoria i la fama como la de los potreros i la de los fardos. I dicho esto, volvemos a ceder la palabra a su caudillo.
X.
".... Con mis ocho soldados,—cuenta el último a su hermano,—resolví subir cuatro metros más arriba, a unos peñascos buenos para parapetos. En esta corta subida me mataron dos hombres. Con los seis restantes me mantuve 15 minutos haciendo fuego, i viendo, no sin temor, que se aproximaban haciendo fuego los mismos soldados que hicieron retroceder a los Zapadores.
"La Covadonga, les lanzó, mui a tiempo para nosotros, media docena de bombazos certeros que los desorganizaron.—Entonces nos atrevimos a embestirles, i, con mis seis soldados, ocupé la carretera.
"A fuerza de gritos i de hacer señales subieron algunos soldados más, i entre ellos un corneta. Hice tocar llamada i a la carga, i a las dos de la tarde clavaba una banderita chilena en la cima del cerro en el campamento boliviano."
Fué esta hazaña, que en todo otro país habría dado títulos a quien la ejecutó para recibir en los hombros las charreteras de capitán o de sarjento mayor, presenciada por todo el ejército i la marina; i en una carta de familia da especial testimonio de ella, lleno de admiración, un joven soldado que moriría como Torreblanca i a su lado, el capitán Moisés A. Arce, según en la vida de este nobilísimo mancebo habremos de contarlo.
XI.
Al escalamiento de Pisagua siguió, por vía de contraposición, el descenso de San Francisco, en cuya falda, bajando, hizo el batallón Atacama hazañas semejantes a la que, emprendiendo contra ruda cumbre, ejecutara el día de su formidable desembarco.
"A las 3 en punto de la tarde,—dice, refiriendo Torreblanca en otra carta aquella jornada,—un cañonazo nuestro lanzado sobre la derecha del enemigo que avanzaba lentamente de oeste a este, i un ¡viva Chile! de todo el ejército fué la señal de desafío: una descarga inmensa de todos los cañones i fusiles enemigos, la contestación inmediata. Las granadas i balas llovían sobre nosotros, i cuando el Coquimbo a nuestra espalda, i la artillería de campaña i el 3.° abajo, rompieron también sus fuegos, la tronadera fué espantosa.
"A las 4 y 3/4 el Zepita i otros cuerpos enemigos dieron una carga desesperada sobre la artillería de montaña, llegando valientemente al pie de los cañones. Los artilleros nuestros, la 3.a i 4.a compañía que los protejían, recibían en esos instantes todo el fuego de todo el ejército enemigo i su situación fué desesperada. Los artilleros cesaron de disparar i clavaron dos cañones. Entonces ordenó el comandante Martínez cargar a la bayoneta al teniente Moisés A. Arce, con los restos de su 3a compañía i a mí con una parte de la 2.° que había sufrido mui poco. Los aliados fueron barridos, i del primer empuje llegamos al pie del cerro, i los desalojamos de una oficina, desde donde pudieron fusilar tras de trincheras al puñado de hombres que nos seguían. Arce ha sido el héroe de la jornada. Yo lo alcance mui abajo"
XII.
Esta última confesión íntima de la fraternidad en el denuedo es característica. Es una revelación completa del alma del héroe. Toda fanfarronería es mentira, i, por lo mismo, todo heroismo es verdad. I por esto al ceder el paso de la victoria a su amigo, un simple telegrafista de Chañarcillo pero que moría gloriosamente con él, Torreblanca no hace sino realzar con eco de in-Ra i jennrosa verdad todo lo que anteriormente con sincera modestia pero sin apocamiento había dicho de sí mismo.
XIII.
Una caracterización más todavía del alma i de la mente de los héroes verdaderos.
Después de la batalla, Torreblanca recojió los cadáveres de sus tres compañeros muertos en la colina, el capitán Vallejos i los subtenientes Blanco i Wilson; i como sintiera en sus adentros veleidades de poeta, él mismo escribió sobre tosca cruz este sencillo i. en el fondo del pensamiento i del dolor, elocuentísimo epitafio:
«Cayeron entre el humo del combate.
Victimas del deber i del honor.
¡Denodados i heroicos compañeros!
Valientes de Atacama. ¡Adiós! ¡Adiós!"
XIV.
Marchando con paso casi vertijinoso de altura en altura, como los titanes de la Mitolojía. el Atacama, después de San Francisco, escaló la cumbre de los Ánjeles; i todos los que esta pájina lean recordarán que en esa hazaña memorable Rafael Torreblanca, promovido ya a teniente, fué el primero en llegar a la meta, como en Pisagua, por lo cual pusieron su nombre en la orden del día, solicitando su jefe para él en el parte oficial de la jornada, su ascenso a capitán tomo en el campo de batalla.
XV.
Enfermóse después de su proeza en el valle pestilente el endeble mozo, que nunca, como Moisés Arce, como José i Joaquín Flores i como Dardignac, tuvo sinó frájil salud. Pero su alma no había nacido para consumirse atada por las vendas de los hospitales, i aproximándose el gran día, dejó, pálido i demacrado, el lecho i corrió a las filas. “El susto de Tacna, escribía jocosa i heroicamente a un deudo suyo, me quitará las tercianas."
XVI.
Encaminóse el capitán Torreblanca a su última jornada con el presentimiento, casi con el convencimiento de su fin. "El Atacama,—volvía a escribir a uno de sus corresponsales de Copiapó, que sólo recientemente ha dado a luz en un libro interesante estas íntimas confidencias,—peleará nuevamente i sabrá cumplir su consigna. ¡Ai, amigo! ¿me favorecerán los dados de la fortuna en esta otra jugada? Todo es posible...
"Soi soldado de la Patria,—agregaba, acentuando proféticamente su inmaculado patriotismo,—i tendré suficiente valor para esperar lo que venga, sea ello lo que sea.
"Al incorporarme en las filas del ejército, abandoné todo, dispuesto a consagrarme a un solo deber; por eso he dicho en unos versos:
"En campaña, soldado i no poeta.
Mi lira es hoi el refuljente acero,
I mi música el toque de corneta.
Que a cumplir.su deber llama al guerrero.
-No tengo ya esas notas que arrancaban
El sentimiento al corazón ardiente
I en amorosos cánticos llevaban
Tiernos tributos de pasión ferviente.
El amor ¡ai! si en mi alma se atesora
Es aquel a la Patria que me inspira
El deseo de verla triunfadora,
De verla libre i que al progreso aspire!
"Sí! éste es mi amor. Amo a la Patria, porque adoro en ella mi hogar, mis creencias, mis afectos; todo lo grande i noble que encierra el círculo de la vida humana"
XVII.
Esto había dicho, con ecos inferiores ciertamente en la forma a su sublime inspiración de bardo i ciudadano, el capitán atacameño.
I de igual manera dijera, antes que a la patria a la mujer que amaba i de quien no fuera comprendido, al salir con su liviana mochila de soldado de los dinteles del hogar:
"Voi a buscar en medio de la guerra.
Entre el humo sangriento del combate,
Una bala piadosa que me mate
O algún rayo de luz para mi sien..."
I así su propio vaticinio gloriosamente se cumplió.
XVIII.
..."Las distancias se fueron estrechando poco a poco,—escribíanos, en efecto, el bravo capitán del Atacama don A. M. López a propósito de la participación de aquel cuerpo en la ardua jornada de Tacna, donde peleó en el centro,—sin embargo del gran número de bajas por ambos lados. Hubo un momento en que estuvimos a setenta metros, la menor distancia a que nos acercamos. Ahí se mandó a la segunda división hacer fuego en retirada, porque constando solamente de dos mil hombres, nos encontramos con el grueso de ellos, como de cuatro mil, que en formación unida se aproximaban a nosotros haciendo fuego en avance i a marcha redoblada.
"En este momento nuestro ayudante mayor. Moisés A. Arce, espada en mano, montado en una mala yegüita criolla, se adelantó hacia el enemigo hasta confundirse en sus filas. Su intención era tomar un bonito estandarte que lo tenían bien escoltado. Tres veces hizo esta arriesgada empresa, sin conseguir su objeto, cayendo la última de un balazo i recibiendo varios bayonetazos.
"Arce, al pretender esa temeridad no solo se expuso a las balas enemigas, sinó también a las nuestras. Pero ¡lo que puede el heroísmo! Ese hombre sólo hizo retroceder a las filas enemigas por donde atacó. ¡Fué un héroe! Su espada la conservamos empapada en sangre enemiga.
"Por otro lado cae también herido de un balazo el denodado capitán Rafael Torreblanca, el que es ultimado con dos balazos más i siete bayonetazos. Su corneta, Ceferino Román, viendo que había caído su capitán, se echó al suelo boca abajo, pudiendo así librarse del enemigo que pasó por sobre ellos.
"¿Porqué no respetaron las balas a la joya, al verdadero héroe de Pisagua i de los Anjeles! Torreblanca debía morir: su arrojo era temerario, sus hechos no eran comunes: debía distinguirse siempre por algo heroico, por algo grande, como se distinguiera en los Anjeles i en Pisagua, como se habría también distinguido en Dolores si su compañía no hubiera estado en la reserva...
"¡Oh, amigo, cuántas lágrimas nos cuestas! Sí no pudimos reprimir las lágrimas cuando vimos el cadáver del más querido de nuestros compañeros"
XIX.
Una palabra todavía sobre la vida póstuma, la vida de la inmortalidad en la conciencia de los buenos, del capitán héroe del Atacama. "Todo lo que Ud. dedique a su memoria,—escribíanos en 1880 un digno amigo i compatriota suyo,— será mui bien aplicado. Copiapó entero ha lamentado su prematura muerte, pues sin perjuicio de otros, puede afirmarse que en él cifraba Copiapó su orgullo, su lustre en la presente guerra. Cuando llegó la noticia de Tacna, dos sentimientos opuestos dominaban el corazón de la ciudad: la gloria del triunfo, el duelo por Torreblanca."
En otra parte de su interesante epístola, solicitada por nosotros, el historiador de Copiapó agrega del capitán de Pisagua, de Torata i del Alto de Tacna, estas palabras i este fallo:
“Puede decirse de Rafael Torreblanca que fué el Bayardo copiapino, caballero sin miedo i sin reproche".
Pero nó. Bayardo fué desde la cuna gran señor, i si bien murió como el capitán atacameño en el campo de batalla, vió la luz en el castillo de su nombre i peleó siempre al lado de los reyes a quienes, como a Francisco I en Marignan, armó caballero. Por esto, a juicio nuestro, a quien en realidad Rafael Torreblanca aseméjase respecto de su cuna, de su profesión, de su carácter i su patria, en su austera vida de profesor i en su heroísmo sencillo de soldado, es a aquel humilde maestro de matemáticas que, como él, dejó el colejio i el compás para ir a pelear por los fueros de su comarca natal, i como él murió en temprana edad en el sitio del honor.
Rafael Torreblanca, nivelando su talla a su país i a la edad prematura en que sucumbiera, será para Chile la imajen viva de aquel capitán que. inmóvil como su brigada en la batalla de BulI Ran, hizo exclamar al jeneral Lee en su parte oficial de la jornada i de la victoria, dándole nombre histórico desde entonces: “La brigada Jackson se mantuvo como una muralla de cal i cantón. I así, Calicanto llamóse él desde entonces (Stonewall fackson) i su brigada Stone-wall brigade.
¿I no es verdad que con igual justicia en la futura historia militar de Chile, el batallón Atacama, que en la campaña antes de Lima, llevaba perdidos, sobre 600 plazas, 476 hombres i 19 oficiales, debiera asimismo llamarse: El batallón CAL I CANTO de la tercera guerra del Perú?
XX
Esto por lo que se refiere a la patria, a la posteridad, i a la gloria.
Pero en su significación puramente comarcana, que es la que aquí hemos seguido de preferencia encomiando en cuanto sea posible en la vida i en el alma de un soldado la vida i el alma del pueblo en que naciera i que antes otro caudillo de su mismo temple llevara a las batallas, la memoria de Rafael Torreblanca tendrá una significación mucho más marcada i perdurable.
Pedro León Gallo, atacameño como él i a quien hemos arriba aludido, caudillo en los Loros, en Cerro Grande i en el senado de la república, en cuya brecha cayera, tendrá en efecto más tarde una estatua en el valle en que viera la luz, como Guillermo Tell en Kussnacht al pié del Rhigi
Pero Rafael Torreblanca alcanzará en su pueblo un culto, como el hijo del libertador helvético que soportó en su cabeza el blanco de la saeta.
Para Pedro León Gallo, adalid de Atacama, el bronce.
Para Rafael Torreblanca, el albo mármol de un sarcófago, en el que quepan entrelazadas entre laureles segados en el nativo valle, estos cuatro nombres arrancados a la enemiga sierra: Pisagua i Dolores.—Los Ánjeles i Tacna.
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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