Fotografía tomada en 1881. Aparecen en la foto, sentados de izquierda a derecha: Pbo. Eduardo Millas, Francisco J. Valdés Carrera, Pbo. Juan Luis Morales, Parados: Pbo. Esteban Vivanco y Pbo. Enrique Christie.
A continuación copio el artículo "La labor espiritual de los capellanes en la guerra" publicado por Paulina Duque en su blog testimoniosdeunaguerra. blogspot.com
"La labor espiritual de los capellanes en la guerra
Al comienzo de las operaciones de guerra, la otorgación de sacramentos era los más importante y necesario, a raíz de que la mayoría de los reclutas eran de origen campesino y no habían recibido ni siquiera el bautismo. A pesar de ello, las tropas demostraron ser bastante creyentes, y debido a esto, las misas pasaron a ser parte de la cotidianidad, realizándose todos los domingos, no importando dónde estuvieran.
Durante el tiempo que las tropas estuvieron en Antofagasta, los capellanes del Ejército chileno Señor Florencio Fontecilla y Señor Ruperto Marchant Pereira dieron los sacramentos a cerca de 8.000 soldados, con acuerdo del vicario boliviano Señor Mendoza. Era tal el interés de los reclutas por ser bautizados, comenta Marchant Pereira, que una vez que se dio la orden de marchar sobre Calama, uno de los soldados, rompiendo filas, se adelantó y dijo al comandante: “Yo no voy al combate si antes no recibo el bautismo”(1). Sin embargo, antes de las batallas era cuando más solicitados se volvían los religiosos. De hecho, la noche anterior a la Batalla de Tacna fue de un trabajo enorme para el capellán Ruperto Marchant. Su carpa se convirtió en capilla, y fue de puesto en puesto en busca de los que estando de guardia no podían acudir a él(2).
Con el correr del tiempo y a lo largo de las campañas, la celebración de las misas dominicales se transformó en una tradición que los sacerdotes castrenses se esforzaron por mantener. Marchant Pereira ilustra esta realidad al sostener que hacia noviembre de 1879 todos los domingos hacía misa en la Estación de Dolores, acto que realizaba sobre una cureña arriba de una loma y al cual asistían nueve mil soldados(3).
Asimismo, la madrugada antes de la batalla de Tacna comenta que celebró la Eucaristía en un altar formado por unos sacos de frazadas, el crucifijo que siempre llevaba en su pecho, y un cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro. Las velas eran dos pinzotes de cera retorcidos en unos pedazos de cáñamo, y el templo, su carpa.(4).
En ciertas ocasiones, se celebraban misas en honor a los difuntos que iba dejando la guerra, realidad que recoge Benavides al plantear que: “A la semana de estar en Lima se verificó una imponentísima ceremonia religiosa para honrar a los muertos en las últimas batallas, la cual consistió en una misa en la plaza principal, a la que asistió el general Baquedano acompañado de un gran séquito civil y militar”(5).
Sin duda, los valientes religiosos que acompañaron a las tropas chilenas desempeñaron un rol destacable en la guerra. Acogieron a los soldados en sus momentos de angustia, escuchándolos y aconsejándolos cuando fue necesario. Pero su labor fue más allá de lo espiritual, ya que se integraron de tal forma en el Ejército que terminaron trabajando en las ambulancias (como fue el caso de Ruperto Marchant Pereira) e incluso, movidos por el fragor del combate, tomaron las armas y lucharon codo a codo con los soldados.
(1) Marchant Pereira, Ruperto. Crónica de un capellán de la Guerra del Pacífico. Editorial del Pacífico, Santiago de Chile, 1959, p.12.
(2) Ibid, p. 41.
(3) Ibid, p. 28.
(4) Ibid, p. 42.
(5) Ibid, p. 136."
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Texto escrito por Paulina Dique, publicado en su blog Testimonios de una guerra.
Saludos
Jonatan Saona
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