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23 de octubre de 2024

Defensa AGG


Defensa pronunciada ante el Consejo de Guerra de Oficiales Generales por el Capitán de Navío D. Aurelio García y García

En el juicio que se inició á solicitud suya, y posteriormente se elevó a plenario por órden del Supremo Gobierno, para esclarecer y fallar sobre los sucesos del 8 de Octubre de 1879, en relación con el monitor «Huáscar» y la corbeta «Unión.»
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Pocos meses hace, Excmo. Sr., que informado de las versiones propaladas con motivo de los sucesos que el ocho del pasado mes de Octubre acababan de tener lugar en las aguas de Mejillones de Bolivia, entre los buques nacionales «Huáscar» y «Unión» y el grueso de la escuadra chilena; uno de los mejor reputados almirantes extranjeros que hoy levanta su insignia en el Pacífico, decía:—«desgraciada condición ocupan los marinos del Perú: sostienen, casi sin elementos, lucha desigual, y como no pueden satisfacer aspiraciones imposibles, se juzgan sus actos con pasión y violencia, hasta convertir en cargo lo que en cualquiera otra marina seria un servicio distinguido, como el que ha realizado la «Unión» al salir airosa, flameando su pabellón, de en medio del círculo de hierro en que la encerraran fuerzas inmensamente superiores. Para los que conocemos la mar y el modo de hostilizar en ella, estos resaltados no son obra del acaso, sino de una acertada dirección y de la especial tranquilidad de espirita del que manda. Si hubiese faltado al jefe superior una ú otra de estas cualidades, ese buque se habría perdido sin el menor provecho para su país.» 

—Estos conceptos emanados de la mas competente é imparcial autoridad, y que fueron pronunciados ante numerosas personas en uno de los centros sociales mas escojidos de la capital, habrían sido bastantes á disipar las crueles amarguras que en mi produjeran las enunciadas causas; si sucesos que seria mas penoso que difícil explicar no hubiesen elevado inesperadamente un asunto, dilucidado y á todas luces fenecido, hasta la solemnidad de un consejo de guerra, como en este momento ocurre. Verdad es, Excmo. Sr., que la Providencia que jamás puede consentir en que los errores y pasiones de los hombres prevalezcan sobre la justicia, ha dispuesto sin duda este supremo medio de reparación, y sus determinaciones en ese orden son palpables, cuando encarga su realización á tan entendidos como probos jueces.

La brillantez con que mi defensor el eminente letrado, que con marcada atención acabáis de escuchar, ha presentado la verdad legal de las cosas, deducida con irrefutable lójica, del oríjen, procedimientos, fin, y torcido curso que se diera en el último momento ai proceso, hace innecesario discurrir sobre puntos de doctrina puestos en toda evidencia ante vuestra sabiduría y cuya monstruosa irregularidad habéis palpado.

Pero, deberes profesionales y los dictados del honor que siempre he cuidado como atributo el mas querido, me obligan á reclamar por un momento vuestra indulgencia, de la que estoy cierto anticipadamente, conociendo vuestras altas prendas, que me haréis gracia, cuando haya descubierto y explicado que solo la tergiversación de los hechos y el olvido mas completo de los preceptos militares y reglas técnicas de ataque y defensa marítima en los buques de que se sirve la marina moderna, pueden haber creado, con escarnio de la verdad y de la justicia, ese deforme cuerpo llamado conclusión fiscal del plenario, y el curioso símil del mismo origen que lo complementa. Rudas parecerán mis expresiones, y lo serian en efecto, si ellas no fueran las que definen, con singular precisión, los actos y conceptos que las motivan. Voy á demostrarlo.

Consta en el proceso, y forma su primera página; que un sentimiento de delicadeza me impulsó á pedir de oficio al Supremo Gobierno como el mejor medio de responder á las murmuraciones y calumnias lanzadas en mi daño, se sirviera ordenar una investigación de los hechos ocurridos el memorado 8 de Octubre, en relación con el «Huáscar» y la «Unión». S- E. el General La-Puerta, que entónces se hallaba al frente de la administración pública, quiso expedir un decreto declarando, que el Gobierno estaba plenamente satisfecho de mi conducta, y reconocía que había salvado á la corbeta «Unión» de una de las emergencias mas graves. Tales intenciones que me reveló S. E. en presencia de tres de los señores Ministros de Estado, fueron escuchadas por mí con gratitud, pero seguidas de la súplica de que no expidiera tal decreto, y antes bien diese curso á mi solicitud. Así lo resolvió, consignando claramente tan importante circunstancia al ordenar la investigación.

Por la lectura del proceso, estaréis ya penetrado, Excmo. Sr., de la manera como llevó á término su cometido el señor capitán de navío D. Francisco Carrasco fiscal nombrado al efecto.

Con una minuciosidad que casi toca en la exageración del escrúpulo, pero merecedora del mayor encomio, desde que dió por resultado la exhibición de la verdad en toda su pureza, inquirió de los tripulantes de la «Unión» cuanto era dable averiguar, no solo en las fuentes naturales de información inteligente que ofrece el testimonio de los jefes y oficiales, sino que fué hasta recojer datos de las clases mas inferiores del equipaje.

Acopió al mismo tiempo los partes, instrucciones y demás piezas auténticas conducentes á formar juicio cabal en la delicada materia que so le tenia encomendada. Perfeccionado el expediente con esos preciosos documentos, que ningún cargo arrojaban en contra mía, fué elevado al Ministerio del ramo, del que se mandó en vista al Fiscal de la Excma. Corte Suprema. Caprichosa era en verdad la tramitación adoptada, pero de su misma irregularidad me congratulo, pues á ella debo los profundos razonamientos del intachable Dr. D. Teodoro La-Rosa. Este instruido funcionario que se destaca ante las miradas del país de entre nuestras mas honorables figuras en la magistratura, compulsando los hechos y fundamentos legales que los apoyan, opina: «que no hay mérito para que se califique desfavorablemente mi conducta, y pide en consecuencia que se declare; que según la misma información cumplí con mis deberes salvando la corbeta «Unión» que se hallaba bajo mi mando.»

La perfecta armenia que guardaba este conceptuoso dictámen, con todo lo actuado, no se estimó suficiente por el ministerio, para fundar una resolución; y haciéndose caso omiso de las tutelares prácticas administrativas, se pidió segunda vista al otro señor Fiscal de la Suprema, Dr. José Martin de Cárdenas. El sério análisis que desarrolla este ilustrado y severo dignatario, también obra en el proceso cuya lectura hemos escuchado, y la síntesis de ese meditado estudio, no puede haber dejado, por cierto, una impresión fugaz en vuestro elevado criterio. Apoyando las conclusiones del anterior dictámen, que reproduce, agrega el señor Fiscal Cárdenas, que el Supremo Gobierno debe declarar; «que habiendo cumplido por mi parte á la letra las instrucciones del Director de la guerra, no he incurrido en responsabilidad ninguna en mi calidad de Comandante General.»

Cambios radicales sobrevenidos por aquella época en la dirección de los negocios del Estado, ocasionaron cierto estancamiento pasajero en la sustanciación del proceso, cuya fiel historia vengo reseñando á grandes rasgos. Pero con el arribo á esta capital de los esforzados sobrevivientes del «Huáscar,» se dió nuevo jiro a la investigación entonces tan avanzada. Desvanecidas plenamente con el fehaciente testimonio del Jefe de derrota y señales del «Huáscar,» capitán de corbeta señor Gárezon, así como del Mayor divisionario Comandante Carbajal, y oficial de cubierta Teniente Herrera, las mas remotas dudas respecto á la supuesta existencia de órdenes ó señales por parte del monitor; asentó el capitán de navío señor Carrasco, la conclusión fiscal que conocéis, y en la cual basándose en todo lo actuado, que es la revelación amplia y completa de lo acaecido, pide el sobreseimiento absoluto, como único fin reclamado por la justicia. Sometida esta opinión del Fiscal militar y sus antecedentes, al exámen legal del señor Auditor de marina Dr. Suero, cuya discreción y larga experiencia lo constituyen una especialidad, la aprueba éste, y reitera al Supremo Gobierno la petición formal de una resolución absolutoria, que es su consecuencia. 

Esperaba tranquilamente, Excmo. Sr., que llegase el anhelado momento de una lejítima satisfacción para mi, y nada hacia presumir que así no sucediera. Al tocar este ponto y antes de continuar mí relato véome en la necesidad de manifestar al ilustrado consejo, que solo la naturaleza excepcional de ciertos antecedentes pueden decidirme á narrarlos. Ausente yo transitoriamente de Lima, recibí aviso de que el señor capitán de navío D. José Rosendo Carreño había ido personalmente á buscarme en mi propia casa por dos veces, con intérvalo de pocas horas, y revelando el mayor interés por encontrarme. Comunicada que me fué semejante noticia, y creyendo que se trataba de algo urgente, escribí al señor Carreño que inmediatamente que llegase á la capital me apresuraría á verlo para conocer sus deseos. Así lo hice en efecto, y diríjiéndome á casa de dicho señor, fui recibido por él. Luego que nos encontramos solos, me dijo poco mas ó menos lo siguiente:—«Quise hablar con U. el viernes para imponerlo de lo que pasa. Hay algo grave, muy grave. El sumario de U. se ha mandado elevar á plenario para que se vea en consejo de guerra, y á mi se me ha nombrado fiscal en reemplazo de Carrasco. Todo esto es irregular, porque esa es cuestión concluida, y no resulta mérito para tal procedimiento, pero existen enemigos encarnizados de U., y aquí me tiene U. con este engorro. Yo quise renunciar, pero me dijeron que no me aceptarían excusa ninguna, y como además estamos en dictadura, no quiero que me molesten. Pero todo estará concluido en quince días y para ü. es mejor, pues tendrá la sanción de un consejo de guerra
que nadie puede mover.»

Oí estas simuladas expansiones con imperturbable calma y atención, limitándome á contestarle:—«Fíjese U. coronel en una circunstancia: para que este asunto se vea en consejo de guerra, hay que inventar un delito; desde que no existe acusador, ni resulta del sumario un reo, ni un presunto delincuente siquiera. De todos modos, como lo mandado por el gobierno no puede impedirse con mis reflexiones, descanso en la rectitud y justificación de U. para el lleno de los deberes de su cargo.»

La conversación que siguiera rodó siempre sobre las mismas ideas, y poco después nos separamos. Incauto!! había caído sin darme cuenta en el lazo que con mano siniestra se me tendió; y eso no es extraño, no hay hombre leal que escape á tan avieso proceder.

Mucho tiempo antes me era conocido por diversos conductos, el modo agresivo en que el señor capitán de navío Carreño se expresaba desde el primer momento, cuando aun se carecía en Lima de pormenores respecto de los sucesos del 8 de Octubre en la costa de Mejillones; pero esas infundadas apreciaciones solo fueron calificadas por mí como efecto de lijereza de carácter. De modo, que al observar el empeño con que el señor capitán de navío Carreño había corrido en mi solicitud, y fijarme en las palabras por él vertidas, tuve que concluir, como lo habría hecho cualquiera persona justificada, que arrepentido de su atolondramiento mientras solo habló por impresiones, quería reparar noblemente su falta sacando triunfante la verdad, una vez instruido del proceso y valorizado por sí mismo los hechos que de él saltan.

Pero no, Excmo. Sr.; solo procuraba artificiosamente inspirarme confianza para enervar la lejítima acción que podía ejercer, recusando con perfecto derecho á ese fiscal prevenido, cuyas apasionadas apreciaciones había pregonado por todos lados. Así vendado se me maniató, para asestar sobre seguro el golpe que se urdía.

Posteriormente oí de boca del señor Carreño, que él había tomado parte en la redacción del decreto de su nombramiento y de elevación á plenario. Quería sin duda recomendarse como morigerador de la saña de que antes había hablado; y téngase en cuenta que no estándole asignado en ese despacho ningún puesto conocido, no se comprende su participación honrada en disposiciones oficiales que le tocaban personalmente.

Hé allí cómo y en qué estación de este juicio, sentó en él plaza de voluntario el señor fiscal.

Por desgracia, este caso tiene precedentes análogos en nuestros fastos contemporáneos. También hubo voluntarios que, como agentes secretos, concertaron el martirio de una de las mas culminantes figuras de nuestra historia patria; del hombre de Estado que como ningún otro comprendió la importancia de la marina nacional, elevándola á una altura que después no ha vuelto á tener; del soldado que con su sangre nos dió patria, y mas tarde órden y respetabilidad; del por mil títulos venerado, Mariscal Castilla,

Ninguna perspicacia se necesita para descubrir desde los primeros pasos del nuevo fiscal, que era labor de pura fórmula, la que desempeñaba. Sus diligencias no alterarían en lo menor el dictámen, que respondiendo á designios ya madurados, llevaba escrito en el bolsillo. Examínese el interrogatorio de la confesión á que me sujetó, con prescindencia del cúmulo de actuaciones del sumario, y se verá que no es otra cosa que su dictámen en extracto.

Confirmaciones, aclaratorias, ó fieles reproducciones de cuanto obra en el sumario, son los nuevos datos que con pesar del atropellado señor fiscal, se agregaron al plenario; y digo con pesar, porque fué impresión general de los interrogados, como lo será de cuanta persona recorra esos pliegos, el espíritu capcioso á que obedecían sus preguntas.

Llegó su segundo término de vida á este proceso, que una malicia temeraria ha venido á convertir en caso nuevo en los anales de la jurisprudencia militar. ¿Y cómo no serlo, cuando nos encontramos al frente de un sumario, que principia sin acusación, del cual no resulta cuerpo de delito ni reo, y en el que pidiéndose uniformemente, como consecuencia ineludible, el sobreseimiento, por los llamados á ello en uso de sus atribuciones legales, y para satisfacción de quien solicitó la indagatoria, recibe como solución el elevarse á plenario?—y luego, cumplidas las formalidades de éste, sin que tampoco aparezca el menor cargo, se entrega al defensor, el cual no encontrando presunción de delito ni imputación de éste, lo devuelve por no tener de qué defender, á quien por nadie, ni de nada está acusado?

A pesar de tales antecedentes, el señor capitán de navío Carreño, emite su pomposo dictámen, basado no en esos obligados fundamentos, de los que en el orden racional tienen forzosamente que derivarse consecuencias absolutorias, sino en lo que él, aunque vedado, necesita para llevar adelante sus propósitos, en imputaciones prohijadas por su imaginación.

Dá comienzo el señor fiscal á su tarea, pretendiendo bosquejar el orijen y marcha de la expedición compuesta del «Huáscar» y la «Unión», desde la salida de Arica hasta el encuentro con la escuadra enemiga sobre la costa de Mejillones. Pasaré por alto la inexactitud de dar á Coquimbo como limite del crucero, cuando en realidad lo fué Tongoy, puerto próximo á Valparaíso y al Sur del anterior; esto consta de los documentos que ha tenido en sus manos el señor Carreño y que no ha consultado: tampoco haré hincapié en las particularidades del viaje de regreso, que no se hizo barajando la costa como él dice, sino muy al contrario, á distancia prudente para no ser distinguidos de tierra, puesto que existiendo telégrafos en aquel litoral, era necesario alejarse de ellos para poder caer de sorpresa sobre Antofagasta. Lástima es que se ostente con tanta desgracia la manía tecnicista del señor fiscal. Pero no me es dado excusar el olvido que por falta de estudio hace el señor Carreño, de uno de los accidentes mas notables de aquel encuentro, con el objeto sin duda, de poder lanzar, acojiéndose á una inoportuna cita de las ordenanzas generales de la armada, el mas antojadizo reproche.

Las declaraciones, partes oficiales y plano ilustrativo que existen en autos, reflejan sobrada claridad para estimar con toda exactitud las circunstancias adversas bajo las cuales se avistaron por nuestros buques, los cuatro que componían la primera división chilena. Navegando á rumbos encontrados, ya muy cerca, y casi sobre la misma línea de derrota, tuvo el «Huáscar», que iba mas al Norte, y cuyas aguas seguía la «Unión», que caer velozmente al Oeste para aumentar su distancia sobre el tercer cuadrante. Pero siendo fresco el viento de ese lado, era indudable que soplándole de proa no lograría el andar requerido. Comprendido esto por mí, ordené en el acto disminuir nuestra marcha, de modo que aproximándonos á los enemigos y despidiendo mucho humo, nos persiguiesen de preferencia como objeto el mas visible para ellos durante la oscuridad de la noche y en medio de la bruma que nos envolvía. Semejante estratajema alcanzó el fin deseado, y poco después toda la división chilena seguía las aguas de la «Unión», que arrastrándolos al Sur, dejó al «Huáscar» ancho campo para describir por el Oeste la gran curva que le permitió pasar al Norte de los enemigos. Cuando á favor de la claridad del día pudieron apercibirse éstos de la burla de que habían sido objeto, ya el «Huáscar» estaba cinco millas al Norte y libre por consiguiente de esa primera asechanza.

De tan eficaz maniobra, que decidió una situación dificilísima, no ha sabido ó no ha querido darse cuenta el señor fiscal, y esto apesar de correr agregado al proceso un notable documento que todo lo revela con noble franqueza. Ocupándose de este encuentro, dice el valeroso é ilustrado espitan de corbeta señor Gárezon con referencia á los movimientos de la «Unión», textualmente lo siguiente:—"Consiguió con sus arrojadas y hábiles maniobras, acercarse á los enemigos y llamar sobre sí la atención de esos buques llevándolos hácia el Sur. Por este medio nos facilitó el que con el «Huáscar» pasáramos al Norte describiendo una gran curva por el Oeste."

Así habla, Excmo. Sr., el oficial de derrota y señales el último comandante del «Huáscar», cuya palabra autorizada como ninguna otra, no ha tenido resonancia suficiente para repercutir su éco en el ánimo del señor Carreño, narrador de propia cosecha.

Engolfado el señor fiscal en ese tortuoso camino, pasa por encima de la segunda y muy importante faz que tomaren los sucesos desde el instante en que virando por redondo tres de los buques que nos perseguían, emprendieron la caza sobre el «Huáscar», que una vez mas fuimos á cubrir con la «Unión», interponiéndonos entre nuestro monitor y la división enemiga: ya todos con rumbo al Norte. Así las cosas, y libre el «Huáscar» de la primera división, por efecto exclusivo de las maniobras de la «Unión», se presentan á la vista los nuevos buques del Nor Oeste, que rápidamente estrecharon su distancia.

Tan notables y múltiples accidentes los salva el se­ñor fiscal á brincos y aun á saltos, aunque dejando si consignado:—«que el «Huáscar» estuvo obligado, después de algunas maniobras, á dirijirse sobre el continente hácia el Este»—«que la Unión» por la inmediación extremada de tierra se vió en la imprescindible necesidad de desviar lentamente al Norte» y por último,— «que el «Huáscar» viró per contramarcha (supongo que el señor Carreño habrá querido decir por redondo, ó sobre tal ó cual banda) sin que echase señales ni menos dar á conocer lo que se proponía el que mandaba en Jefe.»

Quien así declara expresamente que el monitor estuvo obligado á dirijirse sobre el continente, y que la corbeta se vió en la imprescindible necesidad de desviar al Norte, no parece admisible que concluya deduciendo un cargo, desde que aquello que está uno obligado á hacer, ó se vé en la imprescindible necesidad de ejecutar, son actos ajenos á su voluntad ó libre acción: no obstante, el señor fiscal lo formula, y terrible, contra mi inolvidable compañero el sacrificado Contra-almirante Grau. Hé aquí las propias palabras del señor Carreño: «Navegando la corbeta «Unión» en el 4.° cuadrante por las evoluciones de separación que desarrolló el que mandaba la división de operaciones, sin manifestar el plan que había concebido y sin ocuparse de providenciar la estrecha reunión, como lo encarga el art. 68, tratado 2°, titulo 5.° de las Ordenanzas generales de la armada, se encontró cortada y perseguida por algunos buques enemigos, habiendo cambiado varios tiros con el "Loa".

Incurriría en mortificante responsabilidad ante mi conciencia si dejase sin anotar, como lo be hecho, con severa fidelidad, las inconexas y calumniosas frases que acabo de copiar. Yo que ligado desde los primeros años al malogrado Contra-almirante Grau, por una amistad jamás interrumpida, conocía su competencia profesional y sabia de cuánto era capaz ese levantado carácter, no toleraré que se vilipendie y ultraje su memoria. No es cierto, ni consta en una sola línea del expediente, que, como dice el señor Fiscal con ampuloso lenguaje, «el monitor desarrolló evoluciones de separación, sin manifestar plan ni providenciar reunión.» Lo que sucedió está perfectamente esclarecido, pero ya que en este punto, como en todos, el señor Carreño ha hecho prescindencia de lo ocurrido, para dar rienda suelta á su desbordado ingenio, yo voy á explicarlo.

Que desde el primer momento en que fueron avistados los buques enemigos y se reconoció su inmensa superioridad de fuerza y resistencia, no hubo otro empeño que evitar el ser alcanzados y como consecuencia batidos por ellos, está probado en todas las evoluciones ejecutadas: este era pues, el plan, único posible, y en armonía perfecta con las instrucciones escritas del Director de la guerra, que el señor Carreño ha tenido ante sus ojos pero que no ha querido mirarlas. ¿O se figura acaso el señor fiscal, que en esos angustiosos momentos en que se luchaba contra la deficiencia de andar, una señal izada en el tope mayor del «Huáscar» habría aumentado el número de revoluciones de su hélice, que trabajaba con su máximum de poder? En cuanto á lo que el señor Carreño califica de "desarrollo de evolución de separación," pocas palabras bastan para comprenderlo. Estrechado el «Huáscar» sobre tierra por los blindados, vió su esperimentado comandante que su buque estaba irremediablemente perdido, y que solo le quedaba la disyuntiva de ser echado á pique á cañonazos ó de embarrancar sobre la inmediata costa. Como hombre de mar y jefe experto que ora, optó por este segundo partido que le daba la seguridad de que obrando así, aunque cayesen prisioneros, lo serian en buena ley y el buque no pasaría jamás á manos de los enemigos, desde que su destrozo sobre las rocas seria completo encallando á todo andar. Resuelto á ejecutar ese plan, puso violentamente la proa sobre la tierra mas inmediata, y cuando ya faltaban pocos metros para tocar en ella, detiénese ese gran carácter, y atravesándose á su contendor mas próximo, rompe sus fuegos precursores de una doble y amarga desventura; la desaparición de un grupo de valientes, y el dolor vivísimo de esa espina que punzará nuestros corazones mientras la bandera de Chile flamee en los mástiles del glorioso monitor. Qué produjo ese cambio, se preguntará? Nada mas fácil de comprender. Un recuerdo pavoroso cruzando en tan supremos instantes por esa imaginación que procedía rectamente como militar y como marino, subordinó sus ideas facultativas á consideraciones esencialmente peculiares á la situación creada á los buenos servidores de la nación en la presente guerra, por el singular criterio con que se ha juzgado por muchos, el mérito ó la importancia de sus actos. Vió levantarse ante si esos tipos de estratégicos de tertulia, que sin haber pisado jamás un puente de mando, libran combates siempre decisivos y venturosos: se le presentaron sin duda, aquellas imágenes de exaltados héroes de corrillo, que una vez desaparecido el «Huáscar», le habrían atribuido poder sobrenatural, y súbitamente dominado el espirita de Grau por tan luctuosos pensamientos, prefirió su inmolación, á ser víctima de la ignorancia, de la envidia y de otras pasiones igualmente tristes. Tal sacrificio no ha sido bastante sin embargo, para librarlo de la imputación, de la falta que le enrostra inconsideradamente el señor fiscal, en su poco meditada cita del artículo de la Ordenanza general ya referido.

Continúa el señor fiscal declarando;—que la «Unión»
"se encontró cortada y perseguida por algunos buques enemigos, y que en esta situación, harto complicada y de difícil solución, no siendo posible dar al «Huáscar» ningún auxilio ni cooperación, sin sucumbir ántes en pelea con fuerzas de inmensa superioridad á la que mandaba, y obrando en armonía con las únicas instrucciones ya citadas, determinó pasar al puerto de Arica después de oir á una junta de guerra conforme lo previene el art. 155 tratado 3.° titulo 1.° de las ordenanzas aludidas, la opinión
unánime en tal sentido de los señores Jefes de la dotación según la acta original que corre á f 18."

He trascrito literalmente los conceptos del señor Carreño, porque reconociendo en ellos dicho jefe, que cortada y perseguida la «Unión», se vió en la imposibilidad de dar al «Huáscar» ningún auxilio ni cooperación, sin sucumbir antes en pelea con fuerzas de inmensa superioridad, y agregando que procedía en armonía con las instrucciones, cae después en la inconsecuencia de suponer responsabilidades que tan mal se avienen con esas declaraciones. Aunque al finalizar el párrafo de que me ocupo reconoce el señor Carreño, que convocando la junta de jefes, procedí conforme á lo prevenido en el artículo memorado de la Ordenanza; bueno es no dejar correr como cierto, que lo resuelto allí fué seguir á Arica. El tenor de ese documento, en cada una de las conclusiones que contiene, será la mejor respuesta. 
(Pido al señor Secretario se sirva darle lectura á f. 18. Leyó lo siguiente en el acta original.
—«Las opiniones de los seis jefes que suscriben fueron unánimes en estas conclusiones: 1.° Que en el caso de que se estrechara la distancia con las naves enemigas, de tal modo que pudieran éstas ofendernos con sus fuegos, se trabase combate cualesquiera que fuesen las consecuencias y número de aquellas: 2.° que perdido el convoy por los buques enemigos, se batiera á éstos en detall, pero entre tanto que no ocurriera ninguna de estas emergencias, se continuara la derrota que seguía la corbeta, y con la cual se había salido del centro de la escuadra enemiga, sin que ésta lo pudiera impedir. Así mismo fueron unánimes en acordar, que en nada podía influir en la suerte del «Huáscar» lo que ocurriera con los otros buques de guerra.»)

Figura entre las perniciosas máximas de un filósofo condenado por la moral universal, la que aconseja halagar á quien pueda ser útil, que lo que es, agrega, ensalzar á los muertos, es propio de teóricos sentimentalistas. Ignoro si alguna simpatía consagra el señor Carreño á esa nociva escuela, y mucho hay que temer semejante extravío, á juzgar por sus ideas en el dictámen que vengo analizando.

El mártir del «Huáscar», vuelve á ser objeto de las suposiciones gratuitas, cargos de imprevisión y ataques de impericia, que desde su cómodo aposento ha elaborado el señor fiscal. Para valorizar mejor esas cambiantes elucubraciones copio textualmente sus palabras:
«En las deliberaciones y acuerdos con que se abrió tan infausta jornada se nota el vacío en que incurrió el jefe superior encargado de una comisión tan seria y peligrosa en territorio enemigo, al no haber llenado antes de emprenderla, los terminantes preceptos que contienen los artículos 34 y 35, tratado 2.°, título 5° de las mencionadas ordenanzas, referentes al pliego escrito de instrucciones peculiares á los objetos á que se destinaba la fuerza, con las precauciones y advertencias bien calculadas sobre derrota, reconocimiento, recaladas, puntos de reunión y combate con todas sus incidencias á fin de que con anticipado estudio y oportunidad se zanjasen á los encargados de su observancia y puntual cumplimiento, las dudas é inconvenientes que se presentasen y que acaso pudiesen surjir en el desempeño de las funciones que ocurriesen en los variados actos del servicio de campaña,»

Organizada la expedición aludida, en la junta ó consejo que el Director de la guerra convocó en Arica, y
que fué la repetición de un procedimiento adoptado en todos los casos de expediciones anteriores, quedaron allí resueltos los objetos y manera como la última debía ser desempeñada. La parte que tuve en las deliberaciones de ese consejo y la circunstancia especial de recibir abiertas las instrucciones escritas que condensaban los acuerdos, me daban indudablemente el mismo conocimiento de las cosas que al malogrado Contra-Almirante Grau, de cuanto debía efectuarse por los dos buques que respectivamente montábamos. Llamados estos á operar por sorpresa, y siempre con la mayor rapidez; sus combinaciones que calificaremos de detall, tenían que variar cada día, cada hora muchas veces, pues tales son las exijencias de esa clase de guerra por buques de vapor sobre una costa enemiga. De modo, que si el plan general obedecía á las instrucciones tantas veces citadas, la ejecución que no era posible preveer por las causas dichas, so acordaba valiéndose de las señales reglamentarias. Por este medio rigurosamente militar, se fijaba el punto, la derrota, andar, reconocimientos, recaladas, reunión, etc. y mucho admira que se haya aventurado tan enfática acusación sin tomarse la pena de inquirir la verdad en la única fuente de donde debía emanar; el diario de navegación. Lease cada una de sus páginas y la estrañeza se convertirá en verdadero asombro al persuadirse de que apesar del esmero con que se mantenían esas inteligencias, el señor capitán de navío Carre­ño olvidando las prácticas mas obvias de navegación, dé albergue á tan efímeras responsabilidades. 
(Pido al señor secretario se sirva leer las guardias y señales anotadas, del diario de navegación de la «Unión.» Leyó el diario de navegación, en el cual consta:—que en casi todas las guardias se cambiaron señales durante la expedición de los dos buques, para fijar el punto, determinar el andar y rumbo que debían seguir, practicar reconocimientos, hacer ejercicios y en fin cuanto era preciso ejecutar en órden militar ó marinero.)
 
Abrumadores son estos incontestables testimonios, y con ellos queda en el mas triste descubierto el designio que dió forma á cargos semejantes.

Pero el señor fiscal no se detiene en esto y prosigue levantando su fantástico edificio sobre esos deleznables cimientos que un rayo de luz ha sido suficiente á pulverizar.

Ya quedan apuntados los periodos del dictámen en que el señor Carreño declara que: la «Unión» cortada y perseguida obró en armonía con las instrucciones y con lo resuelto por unanimidad en la junta de guerra; y como si nada de esto hubiese estampado su pluma, ahora continúa: semejante omisión (habla de la supuesta falta de inteligencia entre los buques) produjo el que gobernándose por su propio discernimiento el capitán de navío García y García, y teniendo solo presente las disposiciones que ligeramente se habían acordado con él, optase por la medida que á su juicio creyó mas útil y adecuada, cual fué la de salvar a la nación la corbeta «Unión», ya que no le era posible sin fracasar inevitablemente el acudir en auxilio y protección del «Huáscar», el que por su poco andar y malas condiciones, tuvo que aceptar forzosamente la pelea con un enemigo inmensamente superior bajo todos aspectos.

Apesar de las flagrantes inexactitudes que como introducción ha acumulado el señor fiscal, en el párrafo anterior, no habrá persona que al leer sus conclusiones que tan bien traducen cuanto resulta del proceso, no espere lo único que lógicamente puede deducirse; esto es, la reproducción absolutaria de lo yá dicho por todos los funcionarios que por diversas causas han tomado parte en este proceso. Pero nó, Excmo. señor; el señor Carreño reserva aún una sorpresa mas sobre las muchas que tiene dadas; ha realizado un imposible metafísico; las partes no componen el todo; la consecuencia léjos de derivarse de las premisas, las contradice y anula. Hé aquí ese fenómeno que para no ser tachado de exajeración, me hallo obligado á exhibir en completa desnudez. A renglón seguido de las manifestaciones últimamente comentadas, agrega el señor fiscal:

"Como los hechos practicados por el señor capitán de navío García y García, en el libre ejercicio de la autoridad que investía, sí bien derivados de circunstancias extraordinarias, envuelven un carácter eminentemente grave y le acarrean gran responsabilidad, desde que se hallan en completa oposición á las esplícitas prescripciones de los artículos 34, 35, 36 y 58, del tratado 4.° de la ordenanza naval, el juez fiscal que suscribe, teniendo en consideración que de las abundantes declaraciones de testigos presenciales rectificadas por entero en crecido número sin contradicción alguna: de las mismas instrucciones y confesión de parte, así como de las demás diligencias, tanto del sumario como del plenario, todos acordes y contestes, aparece claramente demostrado que las operaciones navales y militares, fueron ordenadas y ejecutadas al frente del enemigo en el referido combate de Mejillones, con notable olvido de la prohibición que en casos de esta especie previene la ultima parte del artículo 141 del tratado 3.° título 1.° de las ordenanzas generales indicadas anteriormente: por tan fundados motivos, llenando los austeros deberes del cargo que se me ha confiado, pido el que esta causa sea sometida á un consejo de guerra de oficiales generales etc."

Así resume sus elaborados afanes el señor fiscal, que para colmo de aberraciones, no llega á determinar cargo alguno, á pesar de las citas que hace de artículos de la ordenanza, que ninguna aplicación tienen al caso de que se trata. Evade las conclusiones, que no ha podido arrancar, ni aun el oportuno pedido del señor Auditor Rospigliosi, lo cual elude divagando en el mas estupendo galimatías. Bien es cierto, que esas conclusiones tenían que ser la declaración de inculpabilidad que tanto repugnaba á su preconcebido y vano intento. Dispara el dardo emponzoñado, pero cuidando de ocultar el escudo destinado á parar los tiros, por él arrojados; mi deber es descubrirlo.

Las ordenanzas generales de la armada Española, obra monumental del siglo pasado, cuyas sabias disposiciones se concretan al buen régimen y disciplina del servicio naval, abrazan en su espíritu y en su letra, todas las medidas conducentes á afianzar ese fin, en los buques, armamento, y en una palabra, en los elementos marítimos que constituían ese poder en la época para la cual fueron escritas.

Hablar de la completa trasformación realizada de entonces acá en la construcción naval, artillería de abordo, medios mecánicos de ataque y defensa, agentes de locomoción, y demás asombrosos inventos que llevándonos adelante cada día, han cambiado totalmente los objetos y destino que á cada buque corresponden, seria hasta cierto punto inoficioso. Pero estacionario en los tiempos de Carlos II, como ha quedado el señor capitán de na­vío Carreño, sin que sirva de disculpa su ausencia de la cubierta de los buques de guerra, desde una fecha anterior á la aplicación del vapor á la navegación de ellos; es indispensable patentizar á qué abismos conduciría la inédita táctica del señor fiscal, quien encariñado á su teórica interpretación, ofende sin recelo á la ordenanza.

Dos son las únicas pautas de conducta y obediencia que reconoce la ordenanza de la armada, como todo có­digo militar; las instrucciones, ó las órdenes directas comunicadas en cualquier momento por el superior inmediato, quien en virtud de tal mandato, asume la responsabilidad, si éstas contrarían á aquellas. ¿De qué manera, en ambos casos, fueron cumplidos esos preceptos durante los sucesos del ocho de Octubre? Ya se ha visto en cada una de las fojas del proceso, pero bueno es recordarlo en compendio para concluir.

Las primeras, expedidas por el Director de la guerra, fijan del modo mas perentorio la forma del procedimiento que debíamos observar en caso de un encuentro con buques superiores y aun iguales, y fué en obedecimiento á ellas, que el «Huáscar» al avistar la primera división de nuestros enemigos, se apresuró á desviar su rumbo poniéndose á todo andar para impedir el ser estrechado. Por consiguiente, lejos de prepararse á combatir, hizo hasta el último instante todo esfuerzo en contrarío sentido, mientras que la «Unión» como queda probado en todas las declaraciones, y ratificado con un testimonio irrecusable, llamó sobre sí la atención de los perseguidores á quienes alejó de su intento. Este movimiento salvador no corresponde sin embargo á la original interpretación que en el dictámen fiscal se dá á los artículos de la ordenanza puntualizados; para ello el se­ñor fiscal afecta olvidar que tratándose únicamente allí de las reglas á que debe ceñirse cada jefe cuando se le ordene entrar en combate, y ocupándose la ordenanza tan solo de los barcos de vela, con armamento de poco alcance y casi igual en todos, se recomienda la concentración, pues oponiendo mayor masa y mayor número de bocas de fuego, se adquiría entonces mayores probabilidades de éxito. Pero, con las naves de vapor de andar desigual y contendores provistos de gruesa artillería, con costados casi impenetrables, se aconsejará idéntico sistema? máxime, cuando las instrucciones lo prohíben, cuando no hubo órden para proceder así, y era ineficaz toda resolución arbitraria? Qué! una nave ligera debe acaso renunciar á esa codiciada ventaja, en obsequio de enemigos que no tiene medios de destruir ó dañar? —Esto es simplemente insensato.

Cuánta hilaridad causará en las marinas extranjeras y entre los hombres profesionales el saber que existe un jefe que cargando las insignias de capitán de navío, formula cargos de tal especie. Siguiendo sus máximas: —qué valor tendría y qué papel le estaría señalado á la numerosa escuadra de corbetas ligeras, recientemente adquiridas en los Estados Unidos por la Rusia, como medio de burlar en los mares el poder de la Gran Bretaña, que tanto temió aquella se aliase á la Turquía, durante la última guerra Europea? —De conformidad con las ideas del señor Carreño, si en cualquiera de sus cruceros de sorpresa ó destrucción, dos ó mas de esas naves Rusas se encontraban con una parte de la flota blindada Británica y una de las primeras con el jefe superior abordo era alcanzada ó estrechada, todos los demás buques debían apresurarse á que también se les capturara ó echara á pique, renunciando á sus intrínsecas ventajas. La paridad es tan perfecta, y lo absurdo del sistema tan claro, que no es permitido ni aun discutirlo.

No, señor Excmo., bien lo sabéis, vuestra ciencia y estudio enseñan otra cosa, así como la práctica adquirida desde el bote de comisiones, pasando por el banco de guardia, hasta llegar á la toldilla del comandante, que tantas privaciones y fatigas os ha costado, á los jefes del cuerpo general, en variados lances de armas y en todos los mares y latitudes tormentosas del océano.

La guerra naval y las hostilidades sobre enemigos en el mar, descansan hoy en tres principios, de los que es imposible prescindir; el andar de los buques, la resistencia de sus costados y el alcance y calibre de los cañones; lo que sintetizado significa, la velocidad y el poder relativo de las naves. A cada cual está reservada una misión distinta que desempeñar, nacida de los atributos especiales que posee: esa es la suprema ley marítima de la época, que obedeciendo á la impetuosa corriente del progreso moderno, pasa por encima de los que por ignorancia ó espíritu estrecho y retrogrado no siguen su maravilloso desenvolvimiento. No ha construido la Inglaterra las rapidísimas corbetas «Conquest» y «Comus» para oponerlas al «Lepante» y «Duilio» de la armada de Italia; ni ésta el «Colon» y «Stafeta» para presentarlos ante el «Thunderer» é «Inflexible» ni ha adquirido por último el imperio Ruso sus veloces cañoneras, «Europa,» «Asia» y «América» para ir á probar fortuna con el «Alexandra,» «Hércules,» «Dándolo» ó «Italia»

Desde luego, hay mucho de mal intencionado, por decir lo menos, en la cita de los artículos que van anotados, referentes a las atribuciones de los comandantes de buque; y en la aplicación que se hace de ella al comandante general de una división naval, cuya esfera de acción es mas dilatada. Pero aun cuando así no fuera, ocupándose aquellos artículos de los deberes que á cada jefe corresponde durante la batalla, de la obligación en que se halla de mantener el puesto que le sea señalado en la línea de combate, ó de estrechar la distancia cuando los accidentes de la lucha que ha tenido órden de entablar, así lo exijan; se quiere invertir su mente, siendo así que de todo lo averiguado resulta precisamente lo contrario; esto es, que no hubo órden de comprometer un choque, y que los esfuerzos incesantes de ambos buques se encaminaban conforme á sus instrucciones á librarse de la celada que se les había tendido. A este respecto dice el capitán de corbeta señor Garezon, en documento ya recordado, y que como siempre ninguna atención ha merecido al señor fiscal, lo siguiente:— «Ambos buques procurábamos salir de la emboscada que fuerzas poderosísimas nos hablan armado; esta es la verdad y lo que el deber, el honor, y las conveniencias nacionales prescribían hacer,»—Así se expresa quien al lado del inolvidable Contra-Almirante Grau, seguía su pensamiento, minuto por minuto, durante la caza que contra nosotros se había emprendido. Si, pues, todo le hecho estuvo en armonía con las instrucciones; sino hubo orden ni señal alguna para alterarlas ó contrariarlas, y si era de absoluta imposibilidad toda ayuda material al «Huáscar» por parte de la «Unión», ¿de dónde puede derivarse ninguna responsabilidad para el jefe superior abordo de la «Unión»? Esta habría existido, sí, y grande al perder un buque que tenia en su andar los medios de burlar á sus poderosos enemigos.

De la misma ordenanza que señala expresamente el alcázar como puesto de combate para el comandante, y que obliga á éste á dar sus órdenes de maniobra y timón de viva voz, debió también deducir contra mí terribles anatemas el señor juez fiscal, hoy que los puentes en el combés y castillo, ó las torres en los monitores, son usados de preferencia, y se emplea la electricidad y telégrafos automáticos, para las órdenes á la máquina y gobierno de la rueda.

Para que tuviese valor la responsabilidad que supone el señor capitán de navío Carreño, era preciso, pues tal es el caso actual; que probase, que de dos buques que son objeto de una caza por fuerzas muy superiores, si uno de ellos es alcanzado y estrechado por deficiencia de andar, debe el otro, que ningún daño puede causar, ni ayuda puede ofrecer, entregarse estéril y torpemente.

Además; de las instrucciones, partes, y ratificaciones que existen en el proceso, consta que luego que la segunda división logró su objeto de cruzarnos, el total de buques enemigos, se fraccionó en dos grupos; el primero de los blindados encaminados á encerrar y batir al «Huáscar,» y el segundo de las naves ligeras reforzadas mas tarde por un blindado, que intentaron lo mismo con la «Unión.» —Y siendo tal el resultado de esas evoluciones preguntaré, como la hará cualquier hombre de mar: ¿es libre en sus movimientos un buque bajo circunstancias semejantes?—Indudablemente no, por mas que maniobrando en seco, lo encuentre tan hacedero el señor capitán de navío Carreño, que avanza hasta crear una responsabilidad de que tales operaciones las llevase á cabo al frente del enemigo. ¿Y dónde pretendía que ejecutase esos obligados movimientos? Acaso en los pasillos de palacio, testigos de innumerables hazañas náuticas y militares de palabra; allí donde se hacen proezas de navegación hablada y se destrozan las reputaciones cimentadas en el trabajo, la experiencia y el estudio, que tanto ofenden á esos alimentadores del torbellino que va esterilizando en todos los ramos, cuanto hay de útil en la República?

No, señor Excmo., yo tenía que maniobrar donde lo hice, al frente del enemigo, por mas que cause estrañeza al señor fiscal; en el puesto y lugar que el deber me se­ñalaban, el puente del buque que montaba; y salvar desde ese honroso lugar para el servicio nacional, una nave que cualquier acto de ofuscación habría perdido sin el menor provecho ni gloria para nuestras armas. Al proceder de otra suerte y cediendo tal vez al engañoso estí­mulo de una falsa y pasajera popularidad, la «Unión» no existiría ya, sin que con su desaparición hubiésemos causado mal alguno al enemigo. Tales determinaciones que son comunes á todo jefe superior, tienen entre nosotros un carácter especial que podríamos llamar único.

La pérdida de un buque en las armadas de Francia, Inglaterra, España, ó los Estados Unidos, apenas significa una nave menos en la lista; pero para nosotros la desaparición de la «Unión» en las circunstancias que atravezamos, significaba la anulación total del poder marítimo del Perú. Y qué —¿la nación confía á sus jefes de alta graduación, los mas elevados puestos de mando abordo de sus buques, para que desatendiendo sus necesidades los hagan el juguete de su jactancia ó de una ambición inmoderada? —No, felizmente. Y de ello hay diarias manifestaciones en la opinión sensata del país que tan notable reacción ha sufrido luego que la calma, el verdadero conocimiento de las cosas y la reflexión madura, han venido á ilustrarla acercada la verdad, que brilla con igual esplendor á los ojos de todos los hombres imparciales.

Lo que hizo la «Union» eu el aciago 8 de Octubre, fué indudablemente lo que exaltó á algunos apasionados escritores chilenos. Cruzar ese buque con su pabellón desplegado á travez de toda una escuadra poderosísima, desafiando la celada tendida, es algo que jamás me perdonarán esos escritores enemigos y mucho ménos, á quien tuvo la fortuna de capturarles su mejor rejimiento de caballería y arrancar de la popa del «Rímac,» la única bandera que en el mar ha caído á nuestras manos.

No obstante, el haber salvado á la «Unión,» buque solo de caza y sorpresas, de una de las situaciones mas difíciles que es posible atravesar en la guerra marítima, cumpliendo al mismo tiempo las instrucciones, sin nuevas ordenes para proceder de otra suerte, y en la imposibilidad de prestar ayuda eficaz por propia determinación, ha dado materia á un proceso que aunque desnudo de cargos, se ha sometido sin embargo á vuestro fallo.

Pero la verdad, cuyo poder es inmenso, se ha abierto camino á travez de tan enmarañada obra, y su reconocimiento y proclamación no pueden ser dudosas cuando de ello están encargados magistrados que como vosotros no saben mirar por el prisma de las pasiones.

Arsenal del Callao, Mayo 17 de 1880.
Aurelio García y García


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"La Corbeta Unión el 8 de octubre de 1879". Lima, 1880.

Saludos
Jonatan Saona

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