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5 de febrero de 2024

Pucará por Machuca


Expedición Canto.-Combate de Pucará.

... Procurando conservar la distancia, el prudente Cáceres marcha a Pucará, 14 kilómetros de Huancayo, bajo una copiosísima lluvia. Deja en poder del alcalde municipal unos 150 enfermos, en su mayor parte del tifus, para su distribución en las familias de la localidad; así aliviana la división y apresura la movilidad.

El 5 por la mañana hace alto en Pucará, término de la ruta Tarma, Jauja, Concepción, San Gerónimo y Huancayo, del fértil valle de Jauja, regado por el caudaloso Mantaro.

Pucará está situada en la falda de un cerro, frente al puente del camino real, que da paso a tropa de todas armas, a excepción de artillería de campaña y carros de bagaje. Defiende el extremo sur, donde se estrecha el valle; al pie del pueblo corre el río de su nombre afluente del Mantaro.

La región se presta admirablemente para la guerra de montañas y operaciones defensivas, pues está formada de hoyas fáciles de atrincherar. Así lo estableció el coronel Naulin, en un viaje de Estado Mayor efectuado en 1905, con la Academia de Guerra peruana.

Al romper el alba del 3, el coronel don Eulogio Robles parte con su grupo, compuesto del Lautaro, seis piezas de artillería y un destacamento de caballería, en dirección a Concepción, por el camino del puente de Huaripampa, sobre el caudaloso Mantaro.

Tiene lugar aquí un accidente desgraciado. La artillería pasa con felicidad el puente de cimbra, con una parte de la primera compañía; el puente no resiste al peso del resto de la tropa; se rompe, algunos soldados caen al río y se ahogan. Sigue Robles por la banda derecha y la artillería, con poca custodia, continúa por la izquierda, muy expuesta, en caso de asalto. Sin embargo, arriba sin novedad a Concepción, seguido de la sección de Canto. Dos espías esperan al jefe en esta plaza; le comunican que el enemigo prepara la evacuación de Huancayo.

La tropa chilena estaba sumamente rendida. El 2.o había recorrido 30 kilómetros por terrenos quebrados y pésimos caminos, resbaladizos con las persistentes lluvias.

Pero Canto conoce a su gente. Forma su cuerpo y les dice:
«Soldados del 2.°, si os encontráis capaces de seguir al enemigo con energía, creo que lo alcanzaréis; si os atrevéis a hacerle la cruza, podréis distraeros un rato; por lo que hace a la victoria, yo os la prometo, porque conozco vuestro arrojo y de lo que sois capaces en el campo de batalla». 
Adelante, mi coronel, contesta la tropa alborozada. Alcancemos a los cholos».

Después de una hora de descanso, sale el 2.o a paso largo; era de ver el contento y la alegría. Llueve a chuzos, pero nadie hace caso del agua que empapa hasta los huesos.

Fatigas inútiles. La avanzada chilena avista la plaza cuando Cáceres desfila rumbo al sur.

Canto ordena al ayudante Villota que cruce la ciudad con cuatro Carabineros y se establezca de guardia a un kilómetro de la salida sur del pueblo, pues el camino corre oprimido por elevadísimas barrancas.

La guardia de Villota captura poco después a un oficial de Estado Mayor que vuelve al pueblo a recoger prendas olvidadas. Por él se noticia el jefe chileno de que el enemigo pernoctará en Pucará, sin artillería, pues la envió con los bagajes a ponerse a cubierto más allá del puente de Izcuchaca.

La tropa atraviesa la ciudad en dirección al caserío La Punta, cinco kilómetros más al sur. Son las 7 de la noche; llueve con inusitada fuerza; hace alto y la infantería aloja en la Iglesia, donde los soldados apenas caben sentados y con el rifle en la mano.

El capitán del bagaje don Feliciano Encina, llega a media noche con 4 cargas de carne cocida, exigidas al alcalde doctor Giraldo. Mientras el descanso, envía propios a Robles y Pinto Agüero, para que apresuren la marcha.

Al aclarar del 5, después de un rancho abundante en carne, Canto se dirige a Pucará, con el mayor sigilo posible, en demanda del enemigo. Se requiere, en verdad, bastante hombría para lanzarse tras una División de cerca de dos mil plazas, cuando únicamente dispone de 400 hombres del 2.o, cuatro cañones y 75 Carabineros. Canto cuenta con la sorpresa y con Robles que le sigue a marcha forzada.

A las 6.30 A. M., la descubierta divisa a Cáceres, con sus tropas formadas en la plaza del pueblo, en columna de marcha, listo para seguir a Marcavalle, pueblo situado más allá del Cuello de Marcavalle, agria, alta y estrecha garganta, defendida a ambos lados por farellones a pique de roca viva.

Mientras la descubierta de veinte infantes montados y cinco jinetes explora el campo, recibiendo el fuego del enemigo, el mayor don Rafael González coloca las piezas en batería con alza a 1.500 metros.

Los granados caen en la plaza; destrozan parte del convento de la Merced y algunos edificios, a la vez que introducen el desorden en las columnas.
Pero Cáceres está ahí.

Ordena que salgan al frente una compañía de los batallones de línea Tarapacá N.o 1 y Zepita N.o 2.

El antiguo Lima recibió el nombre de Tarapacá N.o 1 de línea, por conservar en sus filas buen número de sobrevivientes de aquella jornada, por decreto de 31 de Diciembre de 1881. El Zepita, hasta entonces N.o 1, pasa a ser N.o 2, en el escalafón de los cuerpos.

Estas compañías salieron al frente a cargo del coronel don José Cáceres, jefe de Estado Mayor accidental.

El general tenía, bajo su mano, los siguientes efectivos:
Plana Mayor.
Comandante en jefe, coronel don Francisco de P. Secada. 
Primer ayudante, teniente coronel don José Ambrosio Navarro. 
Jefe de Estado Mayor, coronel don Manuel Tafur. 

Infantería.
Batallón Tarapacá, 1.o de línea, coronel don Mariano Espinosa, 450 hombres.
Batallón Zepita, 2.o de línea, coronel don Manuel Cáceres, 350. 
Batallón Junín, coronel don Juan C. Vizcarra, 300. 
Batallón América, coronel don Julián Villegas, 300.
Batallón Huancayo, coronel don Martin Valdivia, 260. 
Caballería.
Cazadores de Lima, teniente coronel don Celso N. Zuleta, 62 jinetes. 
Escolta, mayor don José Manuel Osambela, 30 jinetes. 
Total 1.952 individuos, de los cuales 1.860 forman en la infantería y 92 en la caballería.

La artillería había marchado con anticipación a Izcuchaca.

Al sentir el cañón, Robles envía un ayudante con aviso a Canto de que se le unirá en un cuarto de hora. Con esta comunicación, ordena éste que el mayor don Enrique del Canto con tres compañías del 2.o avance sobre la izquierda enemiga; y el teniente coronel graduado, comandante accidental del cuerpo don Eleuterio Dañín, con las otras tres compañías ataque la derecha, apoyándose en un cerro que el enemigo descuidó ocupar.

El río Pucará separa a los combatientes, que arrastra buen caudal, debido a las copiosas lluvias de los últimos días.

Llega Robles y despliega dos compañías del Lautaro al centro de la línea; Canto ordena a Dañin y Canto (Enrique) cruzar el río, lo que efectúa la gente con el agua a la cintura, el rifle en la mano derecha y la canana en la izquierda.

Cáceres, con su ayudante don Salvador Cavero, dirige la defensa de la banda derecha, enviando compañía tras compañía en refuerzo de la línea, para intensificar la resistencia, en tanto los coroneles Secada y Tafur

llevan a retaguardia los batallones Junín, América y Huancayo al Cuello de Marcavalle, lejos de la acción de la artillería chilena.

La infantería peruana no espera el ataque de la chilena en la margen derecha; corre a parapetarse tras las pircas de las vecindades del pueblo.

Al abandonar su frente, el mayor don Roberto Bell cruza el río con Carabineros y carga. Los barrancos inutilizan la acción de la caballería.

Segundos y lautaros emprenden la ascensión hasta la segunda línea enemiga, que desbaratada, corre a refugiarse a una tercera, la que también es asaltada y capturada.

Cáceres y sus dos cuerpos buscan abrigo en el Cuello de Marcavalle, cuyas cumbres coronan los soldados del coronel Secada.

Son las doce del día. La tropa chilena se halla rendida de cansancio, con cinco horas de pelear cerro arriba, después de marchas forzadas con temporales de agua y viento y dos noches sin dormir. Además, los estómagos vacíos piden rancho y el cuerpo descanso. Canto regresa a Zapallanca en donde acampa el Bagaje y hierven los fondos con carne, papas y frangollo, justo premio a los esfuerzos gastados para deshacer al enemigo.

Los Carabineros permanecen sobre el campo, para proteger a los miembros de la Ilustre Municipalidad, corporación de extranjeros y Cuerpo Sanitario, que acuden a recoger los heridos y enterrar a los muertos.

El mayor Bell vuelve con 38 prisioneros, inclusos dos oficiales; y recoge 100 rifles de diversos sistemas.

Las bajas enemigas constatadas fueron:
Muertos: Comandante don José Ambrosio Navarro, teniente don Manuel Velazquez y 21 individuos de tropa.
Heridos: Los tenientes señores Manuel Montenegro, Federico Morales y Abraham Ballenas; subtenientes señores Demetrio Mercado, Manuel Bendezú, Manuel Domínguez, Ruperto Guerra y 27 de tropa.

Los restos de los señores Navarro y Velásquez recibieron piadosa sepultura en Huancayo y fuerzas chilenas hicieron los honores militares. La División Canto sufrió estas pérdidas:
Muertos: Capitán del 2.o de línea, don Manuel A. Baeza; y de tropa, 8 del 2.o de línea y 7 del Lautaro.
Heridos: 18 individuos de tropa del 2.o y 4 del Lautaro. 
Total 48. 

Los derrotados peruanos transmontan el Cuello de Marcavalle en desbande. Cáceres ordena concentrar en Nahuinpuquio a los serranos, acobardados por el estruendo de la artillería y el estallido de las granadas. Según se dijo, la tropa de línea contuvo a balazos a los desbandados.

Ello es que el general llega a Izcuchaca, donde pernocta, con solo 800 hombres; pero se encuentra fuera de las garras de Canto, que lo perseguía tenazmente.

 

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Machuca, Francisco Antonio. "Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico: Campaña de la sierra". Tomo IV. Valparaíso, 1930.

Saludos
Jonatan Saona

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