Profecía Patriótica.
En los últimos meses de 1879 se encontraba acantonado en el distrito de Pozo Almonte de la provincia litoral de Tarapacá, el glorioso regimiento Húsares de Junín.
Era comandante militar del Cantón el Teniente Coronel don Ladislao Espinar y tercer jefe del regimiento don Buenaventura Sepúlveda, de igual clase que el primero.
Desacuerdo muy sério debió ocurrir entre los dos jefes nombrados, pues que resolvieron zanjarlo por medio de las armas, é inmediatamente se encaminaron a un terreno cercado ó barraca próxima, donde se depositaba el pasto seco.
Una vez allí, colocados en guardia y desenvainadas ya las espadas, se disponían á acometerse, cuando de improviso se presentó ante ellos un oficial de "Húzares", que, percibido del cambio de palabras de sus jefes, y sospechando lo que iba a suceder, les había seguido cautelosamente.
La presencia inesperada del subalterno y las reflexiones, que, sin faltar á la disciplina, les hizo, recordándoles que no eran dueños de sus vidas, de las cuales solo la Patria podía disponer, pesaron en los ánimos de esos dos leones, que tan alto renombre supieron conquistar en los gloriosos desastres del ejército del Sur.
Espinar fue el primero en hablar y dirigirse á su contendor:
—Compañero, dijo, razón tiene el Cadete. Íbamos a dar un escándalo, quedamos aplazados para cuando tengamos que combatir con el enemigo: veremos entonces cual de los dos se distingue más.
Y envainó su espada. Otro tanto hizo Sepúlveda, y un instante después los dos camaradas, de bracero, se dirigían a beber una copa de cognac por el triunfo de las armas nacionales.
El 6 de noviembre de 1879, cuatro días después del desembarco del ejército chileno en Pisagua, el jefe de Estado Mayor de las fuerzas peruanas ordenaba al Comandante Sepúlveda qué con 54 hombres de "Húzares de Junín" y 50 de "Húzares de Bolivia", marchara á la descubierta, hasta cerciorarse por sus propios ojos del lugar en que se hallaba el invasor, á quien se suponía á dieciocho leguas de las últimas avanzadas de nuestro ejército.
Sepúlveda avanzó hasta la pampa de Agua Santa, oficina "Germania", y cumpliendo la orden recibida, sucumbió allí heróicamente junto con sus bravos oficiales José Loza, Teodomiro Puente Arnao, Octavio del Mazo y toda la tropa de "Húzares de Junín", excepción hecha de un trompeta que salvaron heridos.
Los "Húzares de Bolivia" al ver que el enemigo que se presentaba era diez veces superior en número, oprimieron los hijares de sus caballerías á toda brida se alejaron del campo, que pronto había de ser tumba gloriosa del indomable Sepúlveda y sus terribles húzares.
Los peruanos vendieron bien caras sus vidas, y a pesar de la inmensa superioridad numérica de los contrarios, solo cesaron de relampaguear sus tremendos sables, cuando cayó el último soldado.
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La hecatombe de Agua Santa fué pronto conocida en el campamento peruano.
Espinar no había olvidado su patriótica cita con Sepúlveda, y al saber la manera como éste había por su parte cumplido el compromiso contraído, exclamó así: "Si Sepúlveda ha muerto segando gargantas de los chilenos, yo moriré apagando los fuegos de sus ametralladoras".
En efecto, el 19 de Noviembre del mismo año, á las tres y media de la tarde, se rompieron los fuegos en San Francisco.
Los batallones "Ayacucho", peruano, é "Illimani", boliviano, fueron los primeros en entrar en acción. Espinar, á la cabeza de ambos, escala el empinado cerro, animando con su ejemplo y su valor á los soldados aliados, que recibían impávidos el nutrido fuego de los chilenos, dueños de la cumbre.
La carnicería fué horrible: parecía imposible que los nuestros consiguieran llegar hasta la cima, donde funcionaban las mortíferas ametralladoras.
Ladislao Espinar llegó; y al poner la mano sobre la más avanzada de esas terribles máquinas, cayó sin vida sobre ella, acribillado á balazos su noble cuerpo.
Así se cumplió la profecía del héroe de San Francisco.
MAXIMILIANO OTIHURA.
(El Cadete de "Húzares.")
Lima, Noviembre 19 de 1896,
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"La Bolsa". Arequipa, sábado 5 de Diciembre de 1896.
Saludos
Jonatan Saona
El contingente chileno que cargó a la caballería aliada en Germania, el 6 de noviembre, no era ni de lejos "diez veces superior en número". La relación fue 1.8 a 1, lo que implica que casi le doblaba. Los "Húsares de Bolivia" que integraban el escuadrón aliado, cabe hacer constar, no se dieron a la fuga al divisar al enemigo. Cargaron también, al mando de Sepúlveda, y dejaron buena parte de su gente en el campo. En la dispersión que siguió al primer choque y la lucha individual, casi con seguridad esos jinetes bolivianos fugaron, aquellos que pudieron, para evitar su aniquilación. Imputar cobardía en combate al soldado boliviano no es justo ni se apega a la estricta realidad.
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