"El ABECÉ
Antofagasta (Chile), Domingo 9 de abril de 1933.
Ha muerto en Chuquicamata la mujer de vida más novelesca que se haya conocido en Chile.
Carmela Pastenes tenía ochenta años de edad cuando su hijo murió en la guerra del Pacífico.- Deseosa de vengarlo, se enroló como soldado en el Regimiento Coquimbo, usando el nombre de Carmelo.- herida en un combate cerca de Huara, se descubrió en la ambulancia su verdadero sexo.- Termina la campaña como cantinera y después viaja por Europa como niñera de los hijos de don Enrique Sloman.- Concluye sus días en el mineral de Chuquicamata, donde servía de médica y “compositora”.
Hace poco se dió cuenta en este diario de que en el Mineral de Chuquicamata, -donde la empresa norteamericana Chile Exploration ha instalado una de las plantas cupríferas mayores de América.- había dejado de existir a la edad de de 132 años, doña Carmela Pastenes viuda de Opazo, quien había servido como cantinera en el Batallón Coquimbo 6° de Línea, durante la guerra del Pacífico. En efecto, dicha ex cantinera murió a las tres de la madrugada del 19 de Marzo y sus funerales se efectuaron con cierta solemnidad, rindiéndole honores militares la guarnición de Carabineros y pronunciando discursos en el cementerio un profesor primario, escolares y deportistas.
Posteriormente, el corresponsal de EL ABECE en el mineral ha podido imponerse de que la extinta era uno de esos seres extraordinarios cuya vida se desarrolla en pleno absurdo, a tal punto que al relatarla teme el cronista que se le acuse de haberse lanzado a escribir novelas de aventuras.
Carmela Pastenes nació en Arauco el 16 de julio del año 1800. Así ha sido anotado con ocasión de su deceso, en el Registro de defunciones de Chuquicamata. Sus padres fueron Vicente Pastenes y Micaela Pastenes.
Casada tuvo un hijo, Ignacio Opazo, que se enroló como corneta en el Ejército de 1879 y partió a la guerra. Fué con mala suerte, porque en la batalla de Dolores una bala peruana lo echó al montón de los héroes anónimos cuyos huesos están todavía diseminados por el inmenso “desierto” nortino. Desierto hasta cierto punto, porque en él no vive casi nadie; pero soporta un tráfico incesante: el cronista lo ha recorrido a caballo, en ferrocarril, en auto y en avión.
Cuando le llegó a Carmela Pastenes la noticia de que su Ignacio había perecido en manos de los “cholos”, vibró con la fiereza de su sangre araucana y decidió vengarse. Tenía ochenta años de edad; pero, era vigorosa como una muchacha de veinte y, acostumbrada a la vida heroica de las selvas sureñas, no le tenía miedo a nada.
Como su condición de mujer no le permitía en aquellos tiempos la libertad que necesitaba, adoptó el traje masculino y se vino al norte, donde se enroló en el Batallón Coquimbo con el nombre de Carmelo Pastenes.
I, “Carmelo” siguió con las tropas, sin que nadie imaginara que ese soldado varonil y animoso, poseído de ardor patriótico, era una anciana que llevaba en el corazón solamente el anhelo de vengar la muerte de su hijo.
Ignacio había sido todo para ella. Ni marido, ni hogar, ni amistades, nada le importaron desde que Ignacio había muerto. En su mentalidad de araucana que había presenciado los últimos choques de los aborígenes con los “huincas” y el desarrollo de la formación de la nueva nacionalidad chilena, por la cual su hijo había rendido la vida, no había para Carmela Pastenes, criada en un ambiente de perenne lucha entre los hombres y con la naturaleza misma, otro deber que la venganza. Se comprende, pues, que fuera un soldado valiente.
Tomó parte en varias acciones de guerra, comportándose como todos aquellos héroes de 1879: decididos, serenos, despectivos ante los peligros. La suerte la acompañó durante algún tiempo; pero, la valerosa mujer no había contado con algo que haría que se descubriera el subterfugio a que había recurrido para satisfacer su propósito vengativo: el caer herida en un combate.
Y fue lo que le ocurrió. En una escaramuza que se produjo en el puente denominado “El Lagarto”, en las cercanías de pueblo tarapaqueño de Huara, el soldado Carmelo Pastenes cayó con la pierna derecha perforada por una bala enemiga. Terminada la acción, los camilleros recogieron a Carmelo, algo asombrados por la resistencia que oponía a ser llevado a la ambulancia, y lo entregaron a los cirujanos militares.
Obligado a descubrirse para examinar la herida, los cirujanos vieron estupefactos que ese soldado era una mujer. La curaron, mientras un ordenanza iba a la ¡carrera mar! para dar cuenta de la sensacional novedad en el frente.
Después de largas entrevistas en las que el soldado Carmelo tuvo que contar una y otra vez a los jefes militares los motivos que había tenido para fingirse hombre e incorporarse al Ejército se decidió, con la autorización del general en jefe, don Manuel Baquedano, que la valerosa mujer continuara en el regimiento en la calidad de cantinera. Después quedó adscrita al cuartel general.
En esta forma, Carmela Pastenes continuó con el Ejército durante toda la campaña, presenciando todas las batallas. Haciendo recuerdos, decía que la acción que más la había impresionado fue la toma del morro de Arica. Entró con las tropas a Lima, siendo luego licenciada.
Se nos ha dicho que tenía dos medallas, las cuales habría entregado a un capitán de Carabineros que le prometió conseguir que se le tramitara una solicitud de pensión de retiro, pues durante el resto de su vida no percibió ningún auxilio fiscal.
Terminada la guerra, Carmela Pastenes se instaló en Tocopilla donde la conocieron muchas caracterizadas personas por el apodo de Carmelo, pues se sabía de su extraña aventura en las operaciones bélicas. Entre los que conocieron a Carmela Pastenes figura el extinto industrial salitrero alemán, don Enrique Sloman, quien la tomó a su servicio. Carmela era ya viuda, porque el marido abandonado por ella al decidir su ingreso el Ejército, falleció en el pueblo coquimbano de La Higuera, en el año 1885.
Tan bien se portó Carmela al servicio del señor Sloman, que este caballero la llevó a Europa, como cuidadora de sus hijos. Esto le permitió aumentar el tremendo caudal de recuerdos y anécdotas que la hacían sumamente interesante para los que llegaban a conocerla.
Siempre andariega, estuvo en varios pueblos del norte y el Destino pareció complacerle en hacer que presenciara diversos acontecimientos de sensación, como los combates de La Noria en la revolución de 1891 y la matanza de Iquique, en 1907, sucesos de los que daba detalles que convencían de la veracidad de su presencia en ellos.
Centenaria ya, se radicó el año 1917 en el mineral de Chuquicamata, donde al poco tiempo comenzó una actividad que hasta entonces no se le conocía: era médica y “compositora”, es decir, arreglaba tronchaduras, dislocaciones, etc.
No se necesitaba más para que aumentara su prestigio entre la gente del pueblo, pasando pronto a ser el cirujano oculto de los mineros y de los deportistas, quienes acudían a ella para que los compusiera cuando se accidentaban en las faenas o en un partido de fútbol. Por supuesto que todos los datos que le dan personas que vivieron cerca de la anciana Pastenes, la vida extraordinaria cuyas aventuras el cronista entrega a la curiosidad del público."
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Publicado originalmente en "El Abecé" Antofagasta, Domingo 9 de abril de 1933. Texto también disponible en "Diario Mejillones"
Saludos
Jonatan Saona
No es tan infrecuente encontrar este tipo de relato fantástico que abusan de la buena fé del lector. El "ABECE" de Antofagasta da curso, en esta muestra de 1933, a lo que probablemente haya sido el producto del delirio etílico del autor. Veamos:
ResponderBorrar* Una mujer de 80 años que se enrola como cantinera en 1879. Ninguna autoridad ni corresponsal de la prensa de esa época se enteró de ello.
* Lo hizo - dice el periódico - en el regimiento "Coquimbo" N° 6. Ocurre que el batallón, luego regimiento "Coquimbo", de gloriosa memoria, fue una unidad de la guardia nacional movilizada. Nunca recibió un número como los regimientos de línea, o aquellos de la G.N. que pasaron, con el tiempo, a ser "de línea". Fue el caso del "Chacabuco", que recibió, recién en 1881, el N° 6.
*¿Herida en el puente "El Lagarto", cercano a Huara, en Tarapacá? No hay registro de tal encuentro o hecho de armas. No se combatió en Huara, Pozo Almonte o Iquique en 1879-83. El combate de Huara corresponde a otra guerra, la llamada "Civil de 1891", sin relación con la Guerra del Pacífico.
Y así, sumando detalles enjundiosos producto de una imaginación desbordada. Debe haberse entretenido una barbaridad el autor de esta crónica publicada por ABECE, especulando sobre las tragaderas del pueblo lector.