Palacio de Gobierno en Lima, siglo XIX |
La vuelta de la bandera
Patria! mágica palabra, símbolo de afectos y ternuras! Tu nombre es un conjunto de emociones.
No hay fórmula capaz de encerrar las ideas que despiertas, ni de abarcar noción que te corresponda.
Tú eres el suelo querido que nos vio nacer, tú eres los recuerdos más dulces de la vida, tú eres la familia, el hogar primero con todos sus encantos y tradiciones; tú eres el sentimiento solidario de una gran colectividad, robustecido por antecedentes comunes de origen, de costumbres y tendencias, en que campean junto con hechos gloriosos que exaltan el orgullo, sufrimientos y dolores soportados por igual. Tú eres madre cariñosa para los que abrigas en tu seno y para el ausente un consuelo, una esperanza, un refugio en la desgracia. Tú eres á la vez centro y razón de grandes aspiraciones, fundamento de mucha vanidad, y por tí se alientan deseos insaciables de grandeza, de preponderancia y de dominio.
Tú no tienes formas. A tu alrededor todo son líneas vacías é indecisas; pero eres, no obstante, suprema realidad que inspira el heroísmo y anima al sacrificio...
Ante los sufrimientos de la patria: ¡quién no se aflije y se conmueve!
Una guerra terrible y prolongada había causado al país males inmensos. Nuestras riquezas, nuestro poderío, el régimen legal, las instituciones; todo había sucumbido bajo el peso del desastre, en cruenta y funesta lucha.
Tropas invasoras recorrían las provincias, llevando por doquiera la desolación y el exterminio. Lima, tras prolongada ocupación, perdida la esperanza, saboreaba amarguras indecibles. Ominosa servidumbre humillaba su altivez y el capricho y la codicia de su implacable y soberbio vencedor, agotaba sus alientos. Apenas si le quedaban fuerzas para sufrir los rigores de la suerte, la crueldad de su destino, cuando tuvieron término sus males.
Después de dos años, nueve meses y cuatro días de dominación extranjera, se restableció la administración nacional.
Duras fueron las condiciones impuestas por el vencedor; pero... la patria estaba moribunda y era esencial devolverle la vida. Con la existencia todo puede rescatarse, se abre ancho campo y luce delante de nuevo el porvenir.
El tratado de Ancón, ese duro sacrificio, purgó el territorio de las tropas enemigas que lo aniquilaban; abrió las puertas de Lima y devolvió á sus moradores el sacro pabellón que les arrebatara la desgracia, y con él las garantías de un gobierno propio y el aire de la libertad.
Era el 23 de octubre de 1883. A las seis de la mañana se notaba en las calles de Lima animación inusitada. Los vecinos, tanto nacionales como extranjeros, se dirijían en grupos hacia la plaza de Armas, para ser testigos presenciales del suceso en perspectiva.
Los últimos restos del ejército de ocupación chilena desfilaban por Mercaderes, para abandonar la ciudad. Piquetes de policía peruana entraron casi simultáneamente á la plaza y se dirigieron al palacio de gobierno.
A las 9 a. m. llegó á la estación de Desamparados el tren de la línea central, conduciendo un cuerpo de tropas.
Desembarcaron éstas y se dirigieron, formadas en columna, hacia la plaza, donde una inmensa multitud invadía los portales, el atrio de la catedral, las gradas, los balcones laterales, la galería de la municipalidad y las calles circunvecinas.
Retratábase alegría en todos los semblantes. Ese grupo de tropas llevaba estandarte peruano. Era el batallón Regeneración, y su entrada á la plaza produjo un efecto indescriptible.
Todas las manos batieron palmas, todas las voces gritaron ¡viva! y todos los corazones latieron á la vez, animados de idéntica emoción.
Ese puñado de soldados eran la patria ausente que volvía. Representaban ley y garantías. Eran de nuevo el Perú, para la muchedumbre peruana, acosada y desvalida, que había permanecido, casi tres años, huérfana en su propia tierra.
No cabe pintar tan impresionante cuadro, sus colores revisten tal viveza, que cualquier reflejo es pálido a la luz de su verdad...
A las 2 p. m. llegó el general Javier de Osma, Ministro de Guerra, con sus ayudantes y varios oficiales.
El diminuto ejército nacional, formó á las 3 p. m., Cajamarca N° 2 ocupó las calles del tránsito de Desamparados á la plaza. Una compañía de Regeneración montó la guardia en la puerta principal de palacio y otra de artillería en la puerta de honor.
A esa hora, se presentó el general Don Miguel Iglesias, acompañado de numerosa comitiva y seguido de un gentío inmenso, que lo aclamaba con loco frenesí. Venía á romper cadenas de amarga servidumbre, á rescatar un pueblo, á levantarlo de su abatimiento y duelo, con la enseña querida de la rehabilitación, trayéndole de nuevo su perdida autonomía.
Era la redención. Nada más solemne y conmovedor.
Al desembocar á la plaza, en el instante mismo en que pisó su recinto, oyóse el toque de ¡presenten armas! y apenas ejecutado el movimiento con uniformidad que retrataba la ansiosa emoción de los soldados, rompieron las bandas militares con el himno nacional, se elevó la bandera peruana al tope del asta de palacio y las campanas de la catedral sonaron repiques entusiastas.
Todos los corazones palpitaron de emoción. Las cabezas se descubrieron y un ¡viva el Perú! atronador, estupendo, se escapó uniforme de los pechos, para saludar la insignia sagrada de la patria, con todo el respeto y cariño de que es capaz el sentimiento.
Lima entero estaba allí. Todo hablaba de alegría. Honda emoción, sin embargo, dominaba los espíritus.
Lágrimas, lágrimas ardientes, lágrimas de pura verdad, de consuelo y de esperanza, brotaron incontenibles, desde el fondo del corazón, agolpándose á los ojos. Y á la vez. como un relámpago, como suprema aspiración de la justicia, en todas las conciencias, cruzó una idea, una sola, una misma:
¡La revancha!
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No la inspiraba sentimiento odioso y vengativo. No. Toda culpa reclama expiación, para restablecer el equilibrio trastornado, para que la moral recobre sus fueros y es ejercite la sanción de la justicia. El honor, la dignidad ofendida no se vengan cuando imponen y recobran sus derechos. A los fuertes cumple ser magnánimos y generosos.
En el salón de Palacio, el Alcalde Municipal don Rufino Torrico, restablecido en sus funciones, después del largo interregno, saludó al Presidente con estas lacónicas palabras:
«Como Alcalde de Lima, tengo el honor de felicitar á V. E. por su feliz llegada y expresarle el agradecimiento de este pueblo por haberle traído la paz y el bienestar».
El General Iglesias, contestó:
«Agradezco la felicitación del señor Alcalde de la Honorable Municipalidad de Lima.
«Traigo honor, paz y bandera. Ojalá no olvidemos nunca que para conservar bandera, honor y paz, es preciso moralidad, trabajo y orden».
No hubo más discursos.
Acto tan solemne, necesitaba revestir especial circunspección.
El ánimo agitado por sentimientos diversos, vacilaba entre rendirse al dolor por las desgracias pasadas ó entregarse á la alegría por la gran obra conseguida
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En el Callao las cosas pasaron de forma análoga. La noche del 21 de octubre, los señores alcalde y síndico de la Municipalidad en receso, Rafael Fonseca y Ricardo García Rosell, fueron llamados de nuevo á sus funciones para recibir la ciudad próxima á ser desocupada.
Se organizó una guardia urbana, y se efectuó en el mayor orden el relevo de la gendarmería chilena. La noche pasó tranquila.
A las 6 a. m. del día siguiente, embarcándose el último resto de la guarnición, la plaza quedó desde ese momento completamente evacuada. Una hora más tarde, el coronel Adrián Zela Vidal, se hizo cargo de la Subprefectura y enarboló el pabellón nacional, en medio de una muchedumbre trasportada de emoción.
Pocos días después, reparados los baluartes del castillo de la Independencia, al izarse la bandera nacional en la fortaleza, la corbeta de guerra de Su Majestad Británica Constanza, surta á la sazón en el puerto, elevó al tope del palo mayor la bandera peruana y saludó la plaza con una salva de 21 cañonazos, que inmediatamente fueron contestados de tierra.
Comenzaba para el Perú, una nueva vida. Se iniciaba otra etapa, á cuyo fin deberá cumplir con su misión en el concierto de las naciones soberanas.
Ricardo García Rosell
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Revista Prisma, edición especial. Lima, Agosto, 1905
Saludos
Jonatan Saona
«Traigo honor, paz y bandera. Ojalá no olvidemos nunca que para conservar bandera, honor y paz, es preciso moralidad, trabajo y orden».
ResponderBorrarSencillas palabras de un peruano que asumio que habia que aceptar la derrota y partir de nuevo, palabras no solo para Perú sino toda latinoamerica, moralidad, trabajo y orden.
Texto tomado del blog de Jonatan Saona: https://gdp1879.blogspot.com/2022/10/la-vuelta-de-la-bandera.html#ixzz7r4VI0hKc