Nació en Illapel el 10 de diciembre de 1842, hijo de José y Jesús. Su nombre de pila fue Crisólogo Pedro.
Se ordenó de sacerdote franciscano el 3 de mayo de 1860. Se distinguió por su carácter emprendedor y resuelto. Desempeñándose como Guardián de la Casa Grande, obtuvo de su congregación el permiso para servir como capellán del Ejército Expedicionario del Norte.
El 24 de febrero de 1880 dejó de existir en el convento de La Serena, después de sufrir una cruel enfermedad contraída en Tarapacá.
Cuando se inició la campaña de Tarapacá, era un sacerdote conocido y popular. Prueba de ello es el curioso episodio que le ocurrió en Santiago. Para celebrar el retorno de la Covadonga, se realizó una comida; allí salió a relucir toda la espontaneidad del padre Madariaga quien de improviso "... Púsose de pie y sacudiendo una bandera dijo, estos versos:
"Justa muy santa ovación
a los ínclitos de Iquique
que el templo alegre repique,
que el pueblo entone canción
que el tribuno al corazón
llene de gran entusiasmo
y el poeta cause pasión
del mundo al otro rincón"
No hay para que contar el delirio de entusiasmo que aquellos versos despertaron".
Fue nombrado capellán castrense el 25 de junio de 1879, en reemplazo del padre Avalos; renovó su título el 18 de agosto del mismo año. Le tocó participar en el desembarco de Pisagua. "Desde que principio, todo el mundo pudo ver al padre Madariaga en medio del fuego, de pie en la proa de una de las lanchas con un Cristo en la mano derecha, desafiar el peligro y con arengas adecuadas a la tremenda y difícil situación en que se encontraba, alentar a la tropa para que cumpliese con su deber".
Su personalidad, su celo apostólico y la ayuda que prestó a los soldados en momentos difíciles de la guerra fueron reconocidos por varios de los contemporáneos. Un ejemplo lo da Nicanor Molinare, quien en su obra sobre el asalto a Pisagua, relató: "Otra figura curiosa, atrayente, que descolló con tonalidades propias en esta acción, fue la de fray José María Madariaga y que en Antofagasta había llamado sobre sí la atención por su clarísima inteligencia y caridad sin límites...En los campos de instrucción y de los hospitales militares, fray José María, se había dado a conocer como sacerdote ilustrado; y sobre todo, había demostrado una caridad evangélica, una constancia digna de elogios, para curar a nuestros soldados, consolarlos y confortarlos... De palabra fácil, de purísimas costumbres, llano en su trato, vivía con nuestros hombres de guerra y hacía con ellos vida de campamento...".
El padre Pacheco, quien acompañó al padre Madariaga en varias fases de la guerra, ha dejado la siguiente semblanza: "Era chico de porte, ancho de espaldas, de color moreno bronceado, ojos negros y grandes; parecía su semblante el de un verdadero penitente"; y Benjamín Vicuña Mackenna escribió sobre él cuando supo su muerte: "Si el capellán del Ejército del Norte no ha muerto en el campo de batalla, ha sucumbido a sus fatigas, y debe contarse a título de justicia, entre los héroes cuyo último aliento él recogiera".
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Larraín Mira, Paz. "Los Capellanes castrenses chilenos en la guerra del Pacífico. Perfiles biográficos". Cuadernos de Historia 23. Universidad de Chile. Diciembre 2003.
Saludos
Jonatan Saona
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