Este ilustre personaje de Chile nació á pocas leguas de Santiago, en una Hacienda del valle de Colina, el día 10 de Octubre de 1833. Fueron sus padres don José María Vergara y Albano y la señora Carmen Echevers de Vergara, vástago de una antigua familia, y heredera de sólidas virtudes sociales.
Don José Francisco Vergara que contaría apenas 14 años de edad á la muerte de su padre, acaecida el año 1848, había hecho sus primeros estudios de humanidades en un colegio particular de Santiago.
Desde temprana edad dió á conocer una inteligencia clara y una aplicación sostenida. Incorporado al Instituto Nacional como alumno externo, el 10 de Mayo de 1848, cursó matemáticas, estudios por los cuales mostraba decidida afición.
En 1853 el señor Vergara estudiaba los últimos ramos exigidos entonces para obtener el título de Agrimensor. Su aplicación y la n seriedad de su carácter habían llamado la atención de sus profesores y fueron causa de que se le llamara á los diversos puestos públicos que desempeñó.
El 12 de Abril del mismo año 1863 fué nombrado inspector de internos del Instituto Nacional, é iba á ser designado profesor del curso preparatorio de matemáticas, cuando se le destinó á otro cargo que podía servirle de escuela práctica de ingeniería. El 16 de Junio de este mismo año aceptó el cargo de ingeniero ayudante en los trabajos del Ferrocarril entre Santiago y Valparaíso. En este cargo, la claridad de su inteligencia, su actividad en el trabajo y su modestia habitual, le ganaron la voluntad y estimación de sus jefes.
Vergara renunció este cargo después de haber encontrado otro campo en que ejercitar su actividad. Fué el arriendo de la extensa Hacienda de Viña del Mar, situada á las puertas de Valparaíso, atravesada por el ferrocarril, y cuya producción limitada entonces, debía tomar un gran desarrollo dirigida por un hombre dotado como Vergara de inteligente iniciativa y de poderosa voluntad.
Como arrendatario primero, y después como poseedor, por su enlace con la distinguida señora Mercedes Alvarez, nieta y heredera de la señora propietaria de esa valiosa propiedad, don José Francisco Vergara desplegó una gran capacidad industrial é hizo de ella, por el trabajo y por especulaciones hábilmente dirigidas, la base de una crecida fortuna.
En medio de sus trabajos, Vergara conservaba pasión por el estudio. En 1856 se vino á Santiago para rendir las últimas pruebas y obtener el título de Agrimensor. Rara vez ejerció esta profesión en servicio de particulares, pero la hizo servir hábilmente en sus propios trabajos industriales. En su residencia de campo formó una numerosa y escogida biblioteca, de la que se servia en sus horas de descanso. Lector infatigable, con una excelente preparación adquirida en el colegio, Vergara obtuvo conocimientos extensos y variados que hicieron de él uno de los hombres más sólidamente instruidos de nuestro país.
En 1861, las luchas de la política interior, aunque ardientes y apasionadas, habían entrado en una era de tranquilidad y de libre discusión. El periodismo cobró mucha mayor animación, y en todas partes se organizaron asociaciones populares destinadas á la discusión y propaganda de los principios políticos. Esas asociaciones encontraron en don José Francisco Vergara un decidido y entusiasta cooperador. Afiliado en el Partido Radical, el más avanzado de los que entraban en la contienda, Vergara se hizo por su talento, por su carácter, por su prestigio y aun por su raro desprendimiento, el verdadero jefe del radicalismo en Valparaíso, y uno de sus más conspicuos caudillos en toda la República.
En 1875 fundó á sus espensas en Valparaíso un diario titulado El Deber, que fué por algunos afios el órgano del radicalismo y de los principios reformistas que este proclamaba.
Hay un documento público escrito y firmado por don José Francisco Vergara, en aquel entonces, que deja ver la noción correcta que en él imperaba sobre la acción de los bandos políticos en el Gobierno. El radicalismo, organizado lejos del poder, había sido en aquella época un partido de lucha. Sólo en Abril de 1875 se le llamó por primera vez á intervenir de una manera más definida en la dirección de los negocios públicos, con la entrada de don José Alfonso al Ministerio de Relaciones Exteriores.—«Eres tú, le decía don José Francisco Vergara, en una notable carta que vió la luz pública, el primer radical que llega al poder; y espero confiadamente que no tardarás en probar al país que nuestra escuela no tanto enseña á demoler instituciones caducas y en desacuerdo con las necesidades de la época, como á rendir culto á la ley, á respetar y ensanchar los derechos de los hombres, á guardar la equidad y la Justicia con todos, sin distinción de parciales ni de adversarios.» Tales palabras fueron durante el trascurso de su vida la expresión más sincera de las aspiraciones de este ilustre ciudadano.
Don José Francisco Vergara fué también el promotor y el más empeñoso cooperador de la fundación de las escuelas libres, debídas á la iniciativa y á las erogaciones de los particulares, sin necesitar la protección ó el auxilio del Estado. Concurrió á esta obra con su trabajo y su dinero, se hizo visitador de esos Establecimientos, y no se desdeñó de dar en ellos lecciones y conferencias sobre asuntos científicos expuestos en su forma más elemental y sencilla para ponerlos al alcance de los oyentes de preparación escasa. Esas escuelas subsisten aún, y sus anales recuerdan el nombre de Vergara como uno de sus fundadores.
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Á principios de 1879 se encontraba don José Francisco Vergara en su residencia de Viña del Mar, de vuelta de un viaje que acababa de hacer á Europa y Estados Unidos, cuando se produjo la guerra entre Chile y la alianza Perú-Boliviana. Todo esto anunciaba una situación asarosa y de peligros para la República. En medio de una crisis económica que había producido una notable disminución en las entradas públicas, con un ejército de línea que no alcanzaba á contar tres mil hombres, sin armas para equipar nuevos batallones y enteramente desprevenida para la guerra, tuvo sin embargo que hacer frente á ella, contestando así al reto de sus arrogantes enemigos.
En esas circunstancias, don José Francisco Vergara, abandonando las comodidades de que vivía rodeado, y desatendiendo la gestión de sus valiosos intereses, se presentó entre los primeros á pedir un puesto en unión de los combatientes que iban á entrar en lucha en defensa del honor y del prestigio de la patria. Sin antecedentes militares, pero conocido ya por la entereza de su carácter y por las dotes de su inteligencia, Vergara recibió el nombramiento de Secretario del General en Jefe de nuestras tropas junto con el título de Teniente-Coronel de Guardias Nacionales. En tal carácter partió casi inmediatamente para Antofagasta, donde debía organizarse el Ejército chileno con los contingentes de voluntarios que se enviaran de todos los puntos de la República.
El Ministro de la Guerra, don Rafael Sotoraayor, se trasladó también á esos lugares y poniendo en ejercicio una voluntad persistente é inflexible y un notable sentido práctico, se empeñó en dar cohesión y solidez á los elementos de defensa, y tuvo la inteligencia y la fortuna para salir airoso en todos sus múltiples trabajos.
Don José Francisco Vergara, impuesto de cuanto pasaba en Antofagasta, vino á Santiago á informar de ello al Gobierno y á reclamar la presencia del Ministro de la Guerra, volviendo con éste á esos lugares el 15 de Julio del 79, y pasó á ser su confidente, su consejero íntimo y su más decidido cooperador.
Siendo necesario despachar destacamentos de avanzada para explorar terrenos y para observar cualquier movimiento del enemigo, Vergara se ofreció para dirigir ese reconocimiento, y á la 1 de la mañana del 5 de Noviembre partía para el interior, acompañado por el Teniente-Coronel de Ingenieros don Aristides Martínez, y á la cabeza de 175 Cazadores de á caballo.
Dos días consecutivos anduvo Vergara en el desierto con rumbo hácia el S. E. sin divisar un solo enemigo y sin tomar mas que cortos momentos de descanso en los establecimientos de elaboración de salitre, donde podía procurarse agua para su tropa y para sus caballos. Al acercarse á la oficina Germania, el 7 de Noviembre, se dejó ver de repente un grueso destacamento de caballería peruana mandado por el Coronel Sepúlveda, resuelto evidentemente á empeñar un combate en que, vista su superioridad numérica, debía esperar una victoria segura.
Vergara se replegó un momento para organizar el ataque y para sacar al enemigo al campo llano, y cayendo en seguida impetuosamente sobre éste lo destrozó completamente en poco rato, persiguiéndolo largo trecho, causándole la muerte de cerca de sesenta hombres y entre ellos el jefe del destacamento, y tomándole unos veinticinco prisioneros. Este combate, que sólo costó á los vencedores la pérdida de tres soldados, y en que Vergara recibió un golpe en la cabeza, asentó el prestigio de la caballería chilena y asentó igualmente la reputación de aquel como militar tan discreto como valeroso. «Su acierto y esforzado arrojo en el desempeño de esta difícil y arriesgada comisión, decía el General en Jefe don Erasmo Escala al dar cuenta al Gobierno de este combate, ha venido á aumentar los importantes servicios que desde el principio de la campaña ha prestado con toda inteligencia y abnegación al Ejército, y que dan un relevante testimonio de su desinteresado patriotismo, que ha comprometido altamente la gratitud del Supremo Gobierno y del que subscribe.» El parte dado por Vergara acerca de esta operación es notable por su excesiva modestia. «Estos resultados, decía, son fáciles de obtener cuando se mandan tropas como las de los Cazadores de á caballo.»
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Después de estos hechos don José Francisco Vergara tomó una participación activísima en los planes de la guerra contra el Perú y Bolivia, y haciéndose verdaderamente notable por su inteligencia y sus acertados conseios en tan difícil situación para el porvenir de la patria.
Después de la batalla de Tarapacá, Vergara regresó á Valparaíso llamado por la gestión de sus negocios particulares, que necesitaban su inspección personal. En ese puerto y en Santiago fué objeto de parte del Gobierno y del público de manifestaciones de simpatía y aplausos por la abnegación con que había servido á su país en aquella crisis, renunciando á su reposo y á sus comodidades y comprometiendo su persona en expediciones y combates en que expuso su vida á cada momento.
Acordada por el Gobierno de Chile la campaña al territorio de Tacna y Arica, Vergara fué llamado nuevamente al servicio, y en los primeros días de Febrero de 1880 se embarcaba con rumbo á Pisagua, donde sé reunía el Ejército expedicionario.
Don José Francisco Vergara volvió de nuevo á tomar una participación directa en la Guerra del Pacífico, y en todos los cargos y comisiones que desempeñó puso de manifiesto las mismas condiciones militares con que ya se había distinguido desde el principio de la campaña.
Con ocasión del fallecimiento repentino del Ministro de la Guerra en campaña Don Rafael Sotomayor, acaecido pocos dias antes de la batalla de Tacna, Don José Francisco Vergara fué llamado á ocupar ese puesto por decreto de 16 de Julio de 1880.
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Ofrecida por el Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en Lima su mediación para obtener la paz, el Gobierno de Chile nombró entonces sus representantes en esas negociaciones. Las conferencias entre los comisionados del Perú, de Bolivia y de Chile se verificaron en el puerto de Arica, á bordo de un buque de guerra norte-americano. Por parte del Gobierno de Chile, don José Francisco Vergara, asociado con don Eulogio Altamirano y don Eusebio Lillo, propuso las únicas bases de paz que la Cancillería chilena podia aceptar.
Rotas estas negociaciones por no haber habido acuerdo, se continuó entonces la campaña de Lima.
El 16 de Enero de 1881, el Ministro de la Guerra don José Francisco Vergara, que había concurrido con su saber y con sus esfuerzos á todas las contingencias de la guerra, exponiendo valientemente su vida en las dos grandes batallas y en numerosos accidentes parciales, comunicaba al Gobierno desde el campamento de Chorrillos el siguiente telegrama:
«Gran batalla y brillante victoria á la altura de Chorrillos el dia 13. Otro rudo combate el 16, más glorioso que el anterior, en el campo de Miraflores. El ejército enemigo, totalmente extinguido con enormes bérdidas de vidas. Mas de dos mil prisioneros y completa disbersión del resto. Piérola ha desaparecido, y la ciudad no tiene mas autoridades que la Municipalidad. El corazón se ensancha cuando se dan al país noticias de tales hechos.»—(Firmado):
Vergara.
Don José Francisco Vergara, intervino además en todos los accidentes militares de la campaña de Lima, y á la vez tuvo que entender en las negociaciones que mediaron con los ministros diplomáticos extranjeros para la entrega de Lima; permaneció en el Perú hasta los primeros días de Abril de 1881, empeñado en regularizar la administración provisoria de los vencedores.
El dia 10 del citado mes regresaba á Valparaíso, siendo recibido con manifestaciones populares á que lo hacían acreedor sus grandes servicios á la patria.
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Tocaba á su térniino la Administración de don Aníbal Pinto, caracterizada por la probidad y moderación de tan ilustre Presidente. Se trataba entonces de elegir el nuevo jefe del Estado, y la lucha se empeñó pronto con grande ardor. Vergara había asumido su puesto de Ministro de la Guerra y contribuyó con su prestigio al triunfo del nuevo Presidente.
Vergara sirvió el Ministerio del Interior durante los primeros meses de la Administración Santa María, retirándose disgustado de la marcha que se imprimía á la política.
En 1882 salió elegido Senador por la provincia de Coquimbo. Retirado á la vida privada, no apareció por entonces en la escena política sino tomando parte en algunas discusiones como Senador de la República.
En el Parlamento dió á conocer una inteligencia clara y serena, una sólida preparación adquirida en el estudio atento y prolijo de los asuntos que se tratan en tan alto cuerpo. Su espíritu recto y franco lo inclinó siempre á las resoluciones resueltamente liberales, y á todo lo que significa respeto á la ley y á los deberes que imprimen el honor, la probidad y el verdadero patriotismo. Sus discursos dieron la voz de alarma sobre la situación política del país, señalaron los errores del Gobierno y produjeron una gran impresión en la opinión pública.
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En la elección presidencial de 1886, la oposición liberal quiso presentar un candidato á la Presidencia de la República, designado por una Convención. Don José Francisco Vergara fué elegido por una gran mayoría. Esos acontecimientos, verificados en medio de una gran excitación pública, parecían ser los precursores de una lucha ardiente y de la más obstinada resistencia del país á la imposición de una candidatura oficial.
Vergara no quería entrar en la lucha en las condiciones que le creaba aquella designación. Sabía que la inflexibilidad de los principios políticos que habia mantenido toda su vida, era un obstáculo para que pudieran agruparse en torno suyo todos los elementos de oposición, sin cuya sólida unión llegaría á ser imposible el triunfo.
Sus amigos tuvieron que hacer valer todo orden de razones para inclinarlo á aceptar la candidatura que se le ofrecía. Vergara se sometió después de larga discusión, al parecer de estos, pero sin fé en el resultado de la campaña que se iba á emprender bajo su nombre.
Las previsiones de don José Francisco Vergara eran perfectamente fundadas y se realizaron con exacta puntualidad. Después de algunos trabajos, que demostraron lo posible que habría sido alcanzar el triunfo en otras condiciones, renunciaron á un trabajo efectivo y resuelto contra la candidatura oficial.
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La enfermedad que minaba la existencia de Vergara había hecho su aparición con caracteres alarmantes en 1884, y desde 1886 los síntomas de gravedad comenzaron á hacerse mas frecuentes. El mismo conocía el decaimiento gradual de su salud, doblegada por una dolencia persistente é incurable, cuya gravedad habían caracterizado los principales médicos del país.
En la tarde del 15 de Febrero de 1889, después de un día en que habia sentido relativo bienestar, le sobrevino repentinamente un ataque anginoso que en pocos instantes le causó la muerte en su residencia de Viña del Mar.
La noticia de su fallecimiento se extendió rápidamente por toda la República. Una impresión de dolor general se dejó sentir en todas partes ante un acontecimiento que desde el primer momento fué deplorado como una desgracia nacional. Numerosos diarios enlutaron sus columnas; y todos, sin distinción de colores políticos, consagraron á su memoria artículos necrológicos en que se tributó el merecido elogio á las grandes virtudes de tan egregio ciudadano y eminente repúblico, que había consagrado la mayor parte de su vida al servicio de la patria.
El nombre de don José Francisco Vergara será siempre recordado con estimación y simpatía, y la posteridad lo elevará al rango de los más ilustres hijos de Chile.
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Estos apuntes biográficos nacen de un estudio que hizo sobre la vida de este distinguido ciudadano, el eminente historiador y literato Don Diego Barros Arana.
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Fuenzalida, Enrique Amador. "Galería Contemporánea de Hombres notables de Chile (1850-1901) Tomo I." Valparaiso, 1901.
Saludos
Jonatan Saona
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