El Héroe de Miraflores
EL SOLDADO TORIBIO MACEDO
Era el mes de enero de 1881, y los azares de la guerra deparábanle al Perú nuevos días de infortunio y de dolor en la contienda del Pacífico.
Derrotado nuestro ejército en las campañas del mar, en donde solo resplandecen: Tarapacá, con un fulgor de gloria, y la épica resistencia del Morro de Arica; destruída nuestra escuadra en la acción inmortal de Angamos, el avance del ejército chileno hacia la ciudad de los virreyes, constituía la segunda parte de la lucha, menos ardua que la anterior y que no ofrecía para el invasor mayores resistencias.
Sin elementos poderosos , sin unidad de comando, ni organización científica, era imposible detener al ejército enemigo en su marcha sobre Lima. Toda la campaña del sur había sido de duras enseñanzas por nuestra imprevisión y abandono; y llegaban a las puertas de la ciudad histórica los bárbaros de América.
Y, en esa hora trágica, que tañía lúgubremente para el país, espíritus pequeños no pospusieron la rencilla doméstica al amor de la Patria.
Y, así fué el desastre.
El patriotismo herido y sangrante corría a las filas y de todos los hogares de Lima, se despedían los padres, los hijos y los esposos, a la defensa de la ciudad, en donde la visión de la soldadezca chilena pasaba como una sombra de exterminio.
Los trabajos se llevaban a cabo intensamente. Después de inmensos esfuerzos se logró adquirir armas en los Estados Unidos y Europa y traerlas a Lima, venciendo la vigilancia de la escuadra chilena, que bloqueaba nuestro litoral; armas que fueron entregadas a 18,000 patriotas, ansiosos de la revancha, tendidos en la extensión de la línea de batalla comprendido entre Chorrillos, San Juan y Miraflores, baluartes levantados por un supremo esfuerzo.
Grandes esperanzas abrigaban los próximos combatientes de detener a las puertas de la capital al ejército chileno.
El trabajo era incesante y la muelle y regalona ciudad cortesana de otros días, habíase transformado en campo de actividad y de guerra, en donde los movimientos bélicos, el redoblar de los tambores y las marchas militares, poblaban el ambiente.
Dividióse el ejército en dos grandes grupos: el de línea el de reserva. Εl primero, que defendía Chorrillos y Villa, San Juan, estaba formado sobre la base del resto de la tropa veterana y el ejército de reserva, atrincherado en Miraflores, fué constituído por todos los elementos de la sociedad de Lima, en sus diversas actividades y profesiones. Y desde el político distinguido, el abogado brillante y el médico eminente, al modesto labriego o al honrado industrial, todos fueron a la lucha llena el alma de las ansias de la vendetta.
Mandaba el ejército el dictador Piérola y era jefe de su Estado Mayor el general Pedro Silva.
El ejército de Chorrillos y Villa y San Juan, obedecía a las órdenes de los coroneles Iglesias, Cáceres y Dávila. Y en el comando de la reserva mezclábanse jefes civiles, militares improvisados, y no pocos distinguidos jefes del ejército.
El 6 de enero, el enemigo al mando del general Manuel Baquedano, avanzaba con sus unidades de combate desde Lurín sobre Lima y acampaba en estratégicas secciones del frente a la línea peruana.
puertas de la capital al ejército chileno.
Y en la madrugada del trece, la batalla comenzó. El combate fué rudo у sobre el Morro Solar, muy semejante al de Arica, Iglesias, prolongó la defensa denodadamente, y a las doce del día nuestras fuerzas, replegadas sobre la ciudad de Chorrillos, batíanse sobre los techos, las calles y los pasajes de la aristocrática villa.
Horas más tarde, todo había terminado y la soldadesca chilena, incendiaba la población y a la caída de la noche, inmensas columnas de fuego hendían el espacio e iluminaban la tragedia.
Era el quince de enero y nuestro ejército aniquilado, dejaba, como en Chorrillos, en la extensión del terreno a millares los cuerpos de los combatientes, quedando Lima a merced del enemigo.
Destrucción e incendio circundaban dentro de un anillo macabro y dantesco Chorrillos, San Juan y Miraflores.
Allí cayeron valiente, heroicamente, el íntegro coronel Buenaventura Aguirre, el bravo coronel José González, Domingo Ayarza, Arias y Aragüez, Juan Fanning, Narciso de la Colina y millares de héroes anónimos que ofrendaron sus vidas a la Patria histórica.
Las ambulancias no se daban descanso y los hospitales de sangre se llenaban incesantemente con los numerosos heridos que escaparon al repaso de la sanguinaria soldadesca.
Y entre lamentos de dolor y escenas desgarradoras los practicantes de San Fernando, prodigaban con abnegación sus cuidados.
Era en el hospital de sangre de la Exposición, en donde al lado de otros médicos peruanos, se encontraba el doctor Arístides Vásquez de Velasco, integro caballero y talentoso profesional, que falleciera en Pisco, hace pocos años, después de una vida ejemplar, consagrada , absolutamente, al ejercicio de su noble profesión.
En medio de las salas del recinto hospitalario, las hermanas de caridad les ofrecían el consuelo incomparable de sus cuidados y los auxilios de la fé del Nazareno.
De cerca de una de ellas donde el doctor Vásquez de Velasco y lo dice, muy bajo , con temor de ser escuchada, que un soldado moribundo, a quien él había atendido desde su llegada, pedía, insistentemente, hablarle.
Acude el médico a la llegada y entre contorsiones de dolor le dice el patriota un mestizo de facciones rudas y mirada franca, llena de nobleza, con palabras entrecortadas por el sufrimiento físico y la emoción:
"-Doctor: soy un combatiente de Miraflores, soldado del batallón Guarnición de Marina, quizá próximo a morir; quiero hacerle a usted un legado. Y arrancándose de la cintura, empapada en la sangre que abundantemente manaba de sus heridas, le entregó una banderola del dos de línea del ejército chileno.
La tomé -dice el doctor- en medio del fulgor de la batalla, en momentos en que la lucha intensa y el fuego de la fusilería tendía la muerte en derredor . La llevaba un roto; la lucha se trabó cuerpo a cuerpo y la bayoneta de mi enemigo se hundía repetidas veces en mis carnes, lacerándolas; pude más que él y le maté.
Esta banderola manchada con mi sangre, se la entrego a usted, como prueba de mi gratitud.
Si muero, guárdela usted, como recuerdo del soldado Toribio Macedo y si lograra sobrevivir me la devuelve doctor "
Las últimas palabras de Macedo fueron ahogadas por los estertores de la agonía. Pocos momentos después dejaba de existir.
Esta banderola, símbolo del valor y del patriotismo de un soldado peruano, modesto mestizo de nuestro pueblo heroico, la conservó en su poder, con religiosa unción, el doctor Vásquez de Velasco, durante su vida, y meses antes de morir se la entregó a su hijo Teodoro Vásquez de Velasco, quien la tiene en su rico museo de arte e historia.
Teobaldo González López.
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Ilustración semanal peruana "Hogar". Lima, 2 de abril de 1920.
Saludos
Jonatan Saona
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