Ramón Vargas Machuca |
UN HEROE OLVIDADO
El general don Ramón Vargas Machuca
La historia nacional está llena de episodios y de personalidades notables, que casi nadie recuerda, y que sin embargo son acreedoras a salir del olvido inmerecido en que se les mantiene.
Una de esas personalidades es el general don Ramón Vargas Machuca, comandante en jefe del ejército del Norte, en la guerra del Pacífico, herido mortalmente en la batalla de Miraflores el 15 de enero de 1881, cuando contaba más de setenta años de edad y en los momentos en que a la cabeza de restos de tropas derrotadas la víspera en San Juan y Chorrillos, se proponía secundar el movimiento envolvente del ejército chileno, iniciado por el general Cáceres, en nuestra ala derecha.
Cerca del reducto número 3 y en la parte más avanzada de la línea de fuego recibió el general Vargas Machuca, a las tres de la tarde de aquel día memorable un balazo en el pecho, que lo atravesó de parte a parte y lo derribó del caballo. El general cayó dentro de una zanja, en medio del pasmo y del abatimiento de los que lo rodeaban. Como era hombre fornido y corpulento costó trabajo levantarlo. El general Pedro Antonio Diez Canseco, entonces coronel, que cruzaba en esos momentos por allí, en comisión del Dictador, dió orden de que se trasladara en el acto el herido a Lima en una camilla.
Trataban de acomodarlo, cuando recobró el conocimiento:
-Un jefe de caballería no puede ser trasladado en semejante armatoste, exclamó. A caballo regresaré a Lima.
Conducido en uno de los trenes de heridos hasta la plaza de la Exposición, el pueblo que allí estaba reunido, (en su mayoría viejos y muchachos) le tributó una ovación. En uno de los hospitales militares improvisados entonces — el de la calle de Valladolid - se le hizo la primera curación. Seis días después era reclamado por la familia Laurie, que habitaba en la calle de Ortíz, al lado de la casa del general La Puerta. Allí fué atendido por el doctor Enrique Basadre, quien recordando ese episodio de su vida, nos decía hace poco.
-La herida del general Vargas Machuca fué espantosa. La bala entró por la parte superior del pecho y al salir por la espalda, le causó gran destrozo. La supuración era enorme.
Restablecido a las pocas semanas, el general, no queriendo serle gravoso a la familia que le prestó hospitalidad, abandonó la casa de la calle de Ortiz y se fué a vivir con el capellán Morales de la iglesia de la Soledad, que había asistido también a las batallas de San Juan y Miraflores, y pertenecido al ejército del Norte.
El padre Morales no tenía mucho que ofrecerle a su antiguo jefe. Vivía en una pobreza franciscana, en una casita de la calle de la Barranquita, en la que alojó otro huésped más: un muchacho piurano, llamado Juan Antonio Romero. Este Romero, teniente provisional de línea, que con laudable abnegación acompañó a su jefe en aquellos tristes días, vive todavía, aunque achacoso y paralítico, y sin recibir pensión alguna del Estado. En una modesta tienda de la calle de Juan Pablo, donde trabaja un hijo suyo hojalatero, pasa sus últimos días en honrada pobreza, este modelo de servidores leales, esperando siempre en la gratitud parlamentaria.
Volviendo al general Vargas Machuca. Trascurrió el año de 1881, y el viejo veterano se sostuvo vendiendo y empeñando sus medallas, sus espadas, sus libros, y confiando siempre en restablecerse para dirigirse al interior a incorporarse a las fuerzas nacionales, que aún proseguían la guerra. Pero el patriota general no volvió a levantar más cabeza. Quebrantada en forma incurable su salud, vivía además en la más extrema miseria.
Enterado el jefe chileno Contralmirante Lynch, de lo que ocurrió, le mandó ofrecer su protección en forma delicada; pero el viejo veterano se sintió ofendido en su miseria, rehusó el apoyo que se brindaba y al comisionado de Linch, le repuso:
-Agradezca Ud. al señor almirante su ofrecimiento. De nada necesito. Cuento con recursos suficientes para sostenerme.
Pero otra era la verdad de las cosas: el general se quedaba con frecuencia sin comer. Su herida le producía siempre intensos dolores y reclamaba alimentación más abundante y sana.
Un grupo de oficiales chilenos levantó entonces una suscrición, encabezada tal vez secretamente por el mismo contralmirante Lynch, y para no ofender la delicadeza del jefe peruano, se entregó aquella colecta a dos personas conocidas de esos tiempos. Aquellos dos pillastres se guardaron la erogación y no entregaron ni un céntimo al viejo general, que llegó entonces al colmo de sus sufrimientos.
A las 12 de la noche del 16 de noviembre de 1882, aniversario del asesinato de don Manuel Pardo, después de una larga y dolorosa agonía falleció, a consecuencia de su herida y acaso también de hambre el general Vargas Machuca.
A su cabecera lo ayudaban a bien morir el capellán de la Soledad, el teniente Romero. Muy humilde fué el entierro de este héroe olvidado. Se hicieron cargo de todos los gastos los doctores Antonio y Alejandro Arenas, que acompañaron los restos del general hasta su última morada. Años más tarde esos restos fueron trasladados a la Cripta de los muertos en la guerra del Pacífico y allí reposan.
No tuyo ni siquiera el general Vargas Machuca el consuelo de morir rodeado de su familia, residente en Arequipa y que por las dificultades derivadas de la guerra no pudo trasladarse a Lima, a asistirlo, ni enviarle recursos, ignorando sin duda su exacta situación. Era casado con una dama de la aristocracia arequipeña, apellidada Bermejo Ofelan y tenía tres hijos, dos de los cuales -un hombre y una mujer- viven todavía en la ciudad del Misti, sin que el Congreso haya concedido a aquella huérfana, la pensión extraordinaria que le corresponde por el heroísmo de su padre.
Nacido en Piura, el general Vargas Machuca había tenido una gran actuación política. Fué uno de los partidarios más decididos del general Vivanco y al lado de este simpático caudillo conoció a Piérola de quien fué más tarde amigo entusiasta. Al caer herido en la batalla de Miraflores, formaba parte del séquito del Dictador, al cual había sido agregado tres días antes, despojado de su comando del ejército del Norte.
De escasa instrucción, como fueron casi todos nuestros viejos militares, y de inteligencia mediocre, era en cambio el general Vargas Machuca, el modelo de los jefes pundonorosos y bravos, excelente jinete, gran tirador de toda clase de armas, alto, fornido, de noble presencia y -contra lo que a veces se dijo- de raza blanca. Así nos lo declara el director de la Biblioteca Nacional, don Manuel Gonzales Prada, que era su ahijado.
Se cuentan del general Vargas Machuca muchos episodios que acreditan su valor. En 1857, cuando la revolución encabezada por el general Vivanco, se adueñó de la escuadra, Vargas Machuca al frente de un reducido puñado de soldados desembarcó en el Callao, y trató de apoderarse de la plaza. Vencido, prisionero y herido gravemente en una pierna, fué visitado por un cirujano perteneciente a un buque de guerra inglés, fondeado en el Callao, quien declaró, que había que amputarle la pierna. En igual sentido opinaron diversos facultativos peruanos. Vargas Machuca se negó a sufrir la amputación:
-Un oficial de caballería cojo, no tiene razón de ser, dijo. Prefiero perecer, que vivir, con una pierna de palo. Eso seria grotesco.
Don Manuel Gonzáles Prada que muy niño entonces estuvo a visitarlo en su prisión, nos ha relatado ese episodio, agregándonos que al mostrarle la herida, vió la pierna blanca de Vargas Machuca, quien sanó a las pocas semanas conservando sus dos piernas.
Era nuestro héroe ferviente devoto de la Constitución y en su casa, se veían por todas partes lemas, como éste:« Constitución, escuelas y caminos.» Lanzó en 1868 su candidatura a la vicepresidencia de la república , y alli le comieron algunos entusiastas partidarios los pocos reales que poseía. Era hombre ingenuo y en el manifiesto que en aquella emergencia dirijió al país, decía entre otras cosas, que lanzaba su candidatura, considerando que la presidencia de la república, era el término obligado de la carrera militar. Su casa política estaba situada en la calle de Pando, y es la que actualmente ocupa la imprenta del "West Coast Leader".
Fué también el general Vargas Machuca, prefecto varias veces de Puno, Callao y Arequipa. En este último departamento ejerció la prefectura durante tres años, y todavía existen viejos arequipeños, que recuerdan las simpatías conquistadas por el noble veterano, en aquel período de su vida política.
Juan Pedro Paz Soldán
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Semanario Nacional "Sudamérica". Lima, 29 de diciembre de 1917.
Saludos
Jonatan Saona
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