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2 de marzo de 2017

Álamos sobre Sierralumi

Sierralumi
Parte de Ildefonso Álamos sobre Sierralumi

“Señor Coronel jefe de la División del Centro.

En la noche del 25 de febrero, recibí orden verbal de S.S. de salir al día siguiente en comisión, con 20 hombres de mi regimiento y en compañía del señor Fernando Jermain, empleado de la comisaría del Ejército con la siguiente instrucción: el servicio militar me correspondía exclusivamente a mí, y las demás que se relacionaban con el lugar adonde teníamos que ir, como del objeto de la comisión, fueron dadas a dicho señor Jermain.

En cumplimiento de la citada orden, salí de Huancayo a las 5 y media A.M. del día 26; anduve todo ese día, alojando en el pueblo de Pomamanta, pueblo que estaba deshabitado por completo. Al día siguiente a las 6 AM emprendimos de nuevo la marcha y llegamos al pueblo de Comas, donde fuimos muy bien recibidos por sus habitantes, de manera que nada hacía presumir que hubiese intención de hostilidad para con nosotros.

Después de haber almorzado mi tropa, salimos en dirección de la hacienda de Romatuyo, donde llegamos como a las 10 P.M. Permanecimos en esta hacienda tres días y al amanecer del cuarto nos regresamos, arreando los caballos y animales vacunos que habíamos reunido en dicha hacienda. Marchamos todo ese día sin la menor novedad.

A la madrugada del siguiente día 6 de marzo(*), volvimos a emprender la marcha; viniendo mi tropa dividida en diversas porciones que conducían pequeños pinos de ganado, para facilitar más el arreo.

Como a las 10 de la mañana, bajamos la cuesta que hay frente al pueblo de Comas, yendo el señor Jermain y yo a retaguardia del arreo con el objeto de atender y observar de la mejor manera la conducción del arreo.

En esta circunstancia me vinieron a avisar que un paisano, que acompañaba a nuestra tropa en calidad de guía, estaba herido. En el acto fui a cerciorarme de esto, y efectivamente encontré a dicho individuo en tierra como a la medianía de la cuesta; me bajé a observar su herida y preguntarle de qué le prevenía. En este instante se desprende de la altura una inmensa cantidad de “galgas” que me arrebataron mi caballo, varias mulas cargadas y gran numero de los animales del arreo e hiriéndome a mí en la cabeza, golpe que me aturdió por algunos momentos.

Luego que hube vuelto de mi aturdimiento, traté de juntar mi tropa y empecé a ascender la cuesta para evitar así la gran lluvia de piedras. Una vez arriba, me encuentro con que el enemigo nos tenía cortados, razón por la cual resolví bajar a la quebrada e intentar tomar el pueblo, único recurso que en ese momento creí conveniente. Hicimos el descenso, aunque con mucho peligro. Casi todos mis soldados tuvieron que echar pie a tierra para poder aprovechar mejor sus tiros y tratar de esquivar las galgas favoreciéndose en la orilla de la cuesta; por este motivo la mayor parte de los caballos se dispararon y fueron arrebatados por las piedras.

Una vez en la quebrada y visto el muy reducido número de soldados que me seguían, y encontrando el puente cortado, esperé la reunión de algunos más con los que traté de tomarme el pueblo, consiguiéndolo después de algún tiempo, a pesar de las dificultades del camino y de la resistencia que hacían sus habitantes. Conseguimos, sin embargo del inmenso peligro, ponernos al abrigo de las casas los pocos que llegamos arriba. A pesar de ser grande el número de cholos que estaban en el pueblo, armados de cuchillos, palos, sables, etc., no se atrevieron a atacarnos cuerpo a cuerpo, o más bien de frente, pero nos daban hondazos y tiros de mampuesto con rifle, con lo que consiguieron herirme dos soldados que me seguían de cerca. Convencido de la inutilidad de nuestro refugio en el pueblo, decidí tomar el camino conocido, arriesgando el todo por el todo. Muestra salida del pueblo fue ordenada; dispuse que los heridos, que eran cinco, subieran en los tres únicos caballos que habíamos salvado. Una vez que la gente del pueblo vio que tomábamos el camino para retirarnos, coronó las alturas una inmensa muchedumbre que principió a hostilizarnos a nuestro paso, siguiéndonos de cerca por el camino gran número de individuos; estas hostilidades nos molestaron durante un trayecto de más de tres leguas. Yo hice la salida del pueblo a la cabeza de mi tropa; pero ya muy fatigado por el ascenso y descenso del camino, monté a la grupa del caballo de uno de los soldados heridos, razón por la que me adelanté un poco del grueso de mi tropa, pero procurando tenerla siempre a la vista. En el pueblo de Tomamanta mi tropa se esperó para tomar resuello y aprovechar el refugio que le ofrecían las casas; por esta razón y porque sobrevino la noche, perdí de vista la tropa que venía detrás de mí y que presumía me seguía de cerca; pues sólo después he sabido que hicieron alto en dicho pueblo.

Tres de los heridos que marchaban conmigo, ya muy fatigados, no podían seguir adelante, por lo que me vi en la precisa necesidad de dejarlos en un punto en que el mayor peligro había cesado. Yo resolví seguir adelante con dos de los heridos que estaban en disposición de marchar, a fin de llegar a Concepción lo más pronto posible y reclamar de la autoridad los auxilios necesarios para socorrer a los heridos y a la tropa que marchaba a pie.

El resolverme a venir yo a Concepción a dar aviso del suceso y pedir auxilio, fue en vista que ninguno de los cinco heridos estaban en disposiciones de valerse solos.

Anduve toda la noche; la nieve que no cesó de caer desde que se oscureció y borró los senderos, y por algún tiempo divagábamos sin encontrarle, llegando por fin a Concepción como a las 2 de la mañana, donde di cuenta inmediatamente del suceso.

Cuando di cuenta al señor Mayor Quintavalla, jefe de la plaza de Concepción, y después a S.S., exageré un poco las pérdidas, pues yo creía que las bajas de mis soldados eran mucho mayores que las que después han resultado. Yo consideraba como muertos al Cabo Riquelme y 4 soldados que marchaban detrás de nosotros, con los animales cansados, y que no estuvieron conmigo en el ataque; en el mismo caso consideraba al Cabo Soto que marchaba solo a la cabeza del arreo y que tampoco vi en todo el día. Estos individuos se libraron tomando unos un camino desconocido, y el Cabo Soto, tomando el mismo camino que yo seguía; pero atravesándolo de noche a favor de la oscuridad y permaneciendo en el día oculto entre unas matas.

En la primera cuesta, una piedra causó la muerte al señor Jermain y a un soldado.

Creo de mi deber poner en conocimiento de S. S. que noté cuando subí al pueblo, que varios individuos montados y decentes por su traje, dirigían el ataque, como también que los que disparaban con rifle no eran indios del pueblo.

Las pérdidas habidas son las siguientes: muertos el Sr. Jermain y 4 soldados, tres de ellos a bala; heridos cuatro, tres de éstos a bala, caballos 23, 21 monturas, 43 sables, 6 carabinas y 7 bandoleras. La mayor parte de la tropa se encuentra contusa a consecuencia de las pedradas recibidas. 

Es cuanto tengo que decir a US. en cumplimiento de mi deber.
Huancayo, 8 de marzo de 1882.

Ildefonso Alamos.

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(*) Fecha correcta es el 2 de marzo.


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Texto tomado de: Alejandro San Francisco "Memorias Militares, Estanislao del Canto" Santiago, 2004. pág 162-164.

Saludos
Jonatan Saona

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