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7 de enero de 2020

José Ramón Santelices

José Ramón Santelices
José Ramón Santelices
Subteniente del 3.° de línea.

I.
Tuvo en su jeneroso sacrificio el intrépido cuanto infantil subteniente del rejimiento Chacabuco, Enrique Prenafeta, cuya vida acabamos de contar, un compañero si no de trinchera i de sepulcro, de dolor i de renombre en otro niño como él, alumno de un colejio de Valparaíso i apenas de edad de 19 años. Esta edad al menos contaba cuando fuera conducido, de regreso a la patria, al hospital de Copiapó en donde falleció el 3 de febrero de 1881, tres semanas después de haber caído mortalmente herido al pie del Morro Solar i a la cabeza de su compañía en el rejimiento 3.° de línea. Llamábase aquel mozo José Ramón Santelices, i sus padres Juan Ramón Santelices i Encarnación Fernández, acomodados propietarios de tierras en Vichuquén.

II.
Enviado por su padre a Santiago a los ocho años de edad para educarse, i en seguida a Valparaíso para aprender en un colejio práctico la carrera del comercio a que aquéllos le destinaban, acababa de salir del acreditado colejio de Blum con notable aprovechamiento cuando comenzó la guerra. El joven Santelices, al dejar el aula, sabía suficientemente el inglés i el francés, la teneduría de libros i todos los ramos teóricos que le habrían habilitado, si hubiera nacido con alma egoísta o siquiera simplemente adocenada, para ser dependiente bien rentado, comerciante de fuste i más tarde talvez banquero i acaso ministro.... Sus compañeros de colejio habían comenzado por nombrarle tesorero de sus ahorros dominicales.

III.
Pero el montañés de Vichuquén no quería, como Prenafeta, sinó ser soldado raso a toda costa, i por consiguiente tuvo mucho menos fortuna que aquél. Dotado de una constitución endeble i de aspecto enfermizo, anduvo en todos los cuarteles de Valparaíso ofreciendo su frájil talla al cartabón. Pero en unas ocasiones le rechazaban por su estatura i en otras por su condición de estudiante no provisto de la licencia paterna para servir bajo las armas. En muchas ocasiones los sarjentos reclutadores confunden la gloria con la cimarra, i rehúsan.

IV.
Desengañado pero no abatido el voluntario del colejio de Blum, vínose a Santiago, i equivocando medio a medio su camino, fué a sentar plaza en un escuadrón de jigantescos granaderos que llegaban de las fronteras. El comandante Muñoz Bezanilla, que mandaba aquel cuerpo, le contestó con una afectuosa sonrisa, señalándole la puerta.

No se desanimó por esto el tenaz voluntario, i embarcándose furtivamente en el trasporte Loa, se dirijió, a mediados de 1879, a Antofagasta. Allí, con el solo acto de llegar, era soldado, lei de todo campamento. I sin más trámite que el de la filiación, esta segunda maternidad del recluta, el heroico niño empuñó el fusil de un heroico Tejimiento de infantería, el 3.° de línea.

Ese venía bien a su talla, medida ésta por el alma.

V.
Como el soldado Santelices era un mozo tan despierto como ilustrado, subió rápidamente a cabo segundo (abril 21 de 1879) i, dos meses justos más tarde, a cabo primero. Por la acción de Pisagua sus jefes le pusieron en la manga de su chaqueta la jineta de sarjento segundo, i por la de San Francisco la de sarjento primero. El digno muchacho era evidentemente de aquellos que llevan en su cartuchera, como acostumbraba decirlo el Prim de Reus en igual condición, su faja de jeneral a su ataúd—"Faja o caja."

Pero en oposición a las fascinaciones cuyos destellos hemos visto iluminar la noble figura infantil del subteniente Prenafeta, el sarjento Santelices no amaba la sufrida carrera del soldado por la gloria sinó por el patriotismo.

"No te metas de soldado,—escribía en efecto con ruda franqueza a uno de sus condiscípulos de Valparaíso (don Anjel Modar).—Déjate de leseras i de rabias. Este consejo te lo da un soldado con la experiencia que ha recojido en todo lo que ha andado, que se ha encontrado frente
a frente del enemigo resuelto a morir antes que dar un paso atrás, i que en un año i diez días ha pasado por los cuatro primeros grados del escalafón militar."

En otra carta, que orijinal tenemos a la vista, escrita en Pacocha el 21 de marzo de 1880, hace el sarjento Santelices grata memoria de aquellos honores que para otro son un repudio. Ser sarjento era para aquel levantado mozo un timbre de orgullo porque era un timbre de patriotismo.

"Cuando estuvo formada la compañía para darme a reconocer,—dice con mal disimulada ufanía a un camarada de colejio,—se mandó formar un círculo, i cuando ya estuvo hecho, entró a él el ayudante, me llamó a mí i pronunció estas sacramentales palabras: "Se reconocerá por sarjento primero de esta compañía al sarjento segundo de la segunda del primer batallón don José Ramón Santelices, a quien obedecerán i respetarán en lodo lo que les mande concerniente al servicio."

VI.
En medio de las filas i en el áspero trato del soldado, el sarjento Santelices mantenía, sin embargo, toda la delicadeza de sus sentimientos de niño i de estudiante pundonoroso i formal. De esto consérvase una tierna muestra en carta a su hermano menor Tomasito, niño de 13 años, que había quedado en el colejio de Blum a su partida:

"Espero que cuando llegue a Valparaíso no encuentre al chiquitín travieso que dejé cuando salí, sinó al colejial juicioso, que trabaja para hacerse un hombre. Te encargo tomes mis diccionarios i libros en inglés i francés, que te serán útiles, pero no novelas o historias que en lugar de beneficio te servirían de perjuicio. Querido hermano: espero que mis consejos no los echarás en vasija rota, sinó que los tomarás, i espero tu aprovechamiento en los ramos en que cursas.

"Por tu carta que recibí he tenido mucho gusto por las noticias que me das de tí i de tu colejio, gusto que tú no lo comprenderás por tu corta edad; para tí debe ser desconocido, pero que se siente cuando se recibe una letra de hermano, cuando se está en un desierto como el de Atacama, en donde me encuentro yo i entre jentes desconocidas.

"Espero que me mandes un ejercicio en inglés (por ejemplo, Ollendorff, lección 25.)"

¿No es cierto que en todo esto, en esa efusión del alma inocente, escrita por un sarjento de 20 años, de familia holgada, acampado en inclemente médano, entre hombres rudos i violentos i en la víspera de un gran combate (el 22 de mayo, cuatro días antes de Tacna), hai algo de consolador i de grande que enaltece a la juventud de nuestra patria?

VII.
Un doloroso detalle todavía. El padre del joven Santelices había muerto poco antes de la campaña, i su viuda, atormentada por mil infortunios, había perdido la razón. I estos dolores ajenos pero cercanos a todos ¿no alzan el corazón hacia las más altas esferas de la vida?

VIII.
Por fortuna, o acaso para mayor desventura, el sarjento Santelices tuvo en el cruel aprendizaje de las armas un digno maestro. Su capitán fué aquel intrepidísimo oficial, hijo de Melipilla, Ricardo Serrano, hermano del "abordador," i que ascendido a sarjento mayor en el campo de batalla de Ate, cayó en Chorrillos, donde cayó su discípulo junto con él.

Herido, en efecto, el sarjento Santelices, ascendido ahora, como su inmediato jefe, a subteniente, con daño al parecer mortal, rehusó terminantemente que le amputaran el pie lesionado, i con una enerjía superior a sus años se hizo trasladar a Chile para morir en su suelo, que eso para muchos no es morir.

I hé aquí como con soldadesco pero resuelto lenguaje contaba a uno de sus compañeros de armas el fatal lance que le costara la vida:

"Señor Anjel Hodar:

"Chorrillos, enero 18 de 1881.

"Después de haber salido sin novedad en el combate de Ate, en el de Chorrillos me han hecho... (1). Me pegaron un balazo en el tobillo derecho pasándolo de parte a parte en el mismo nudillo. Estoi en la ambulancia; no sé si me vaya a Valparaíso, aunque la navegación me haría mucho mal.

"Tu amigo,
José R. Santelices."

IX,
Tenemos a la vista los retratos de los dos heroicos niños, (Santelices i Prenafeta) cuya vida corta i cuyo fin desdichado i parecido hemos contado de prisa. En el aspecto físico en nada se asemejaban. El subteniente Prenafeta es un adolescente de rostro ovalado, de ojos penetrantes, de boca comprimida i enérjica, i en todo su ser muestra una actitud resuelta i hasta provocadora. El subteniente Santelices revela, al contrario, en sus débiles perfiles lánguidos i lonjitudinales, en su complexión melancólica, en su apostura indiferente, al hijo del dolor, al infante fatigado por la mochila i el rifle después de larga marcha, al que llora en la ausencia al padre fallecido, al hijo de la viuda que ha perdido la razón en la agonía.

Pero un rayo de luz vivida reposando sobre los dos juveniles sarcófagos, les ilumina a la vez. I así los dos subtenientes chilenos pasarán a la historia i a la inmortalidad como dos jemelos acariciados por un solo rayo de la gloria.

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(1) Suprimimos aquí una palabra tan ruda como pintoresca, pero que adivinarán sin necesidad de ocurrir al diccionario ni a la hermenéutica todos los que hayan sido soldados en el ejército de Chile.


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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