Capitán del 2° de Línea
IV.
En medio de aquella serie de crueles, si bien heroicas calamidades que había dispersado los últimos restos de los oficiales primitivos, de los "compañeros de Ramírez", en los diversos cuerpos de nueva organización en el ejército, quedábanle todavía tres reliquias, tres capitanes fundadores de la lejión, que renacía de sus cenizas i de su propia sangre.
I esos tres cayeron un año más tarde en la falda del Morro Solar, defendiendo con sus espadas i sus pechos el pendón del rejimiento que les había sido devuelto la víspera de la batalla.
Esos postreros defensores de la insignia llamábanse los capitanes Francisco Inostroza, J. de la C. Reyes Campos i Salustio Ortiz, i los tres, como la escolta de la bandera en Tarapacá, cayeron bajo el plomo, al pie de esa bandera, los dos primeros para no levantarse jamás, el último para encarnar en su nombre la postrera reliquia viva pero mutilada de su cuerpo. El capitán Salustio Ortiz, puesto a la orden del día en la batalla de Tacna por su heroico comportamiento cuando siguió al Coquimbo en su marcha victoriosa con un piquete de su compañía, regresó a Chile para restañar su sangre en la misericordia de los hospitales.
Sus dos denodados compañeros encontraron apenas prestada sepultura en el cementerio de Chorrillos—¡esa ciudad-cementerio!...
V.
El capitán del 2°, don Francisco Inostroza, era hijo de Chillán, i tenía al tiempo de morir 43 años.
Comenzó su carrera, como la mayor parte de sus compatriotas, alistándose de simple soldado el 12 de mayo de 1853 en el batallón 3° de línea Antes de esa época en 1851, cuando tenía sólo 14 años, se había batido como voluntario del batallón cívico de su ciudad natal en la sangrienta batalla de Loncomilla, de la que resultó herido.
En 1857 era cabo, un año más tarde era sarjento, i subteniente sólo en 1862.
Desde que fué nombrado oficial, el capitán Inostroza comenzó a pasar por todos los vaivenes de la carrera militar, que en las hojas de servicio de Chile se traducen por las entradas i salidas de la Asamblea, como si ésta fuera un amero de cerner harina.
En 1867 se hallaba de instructor de la brigada de artillería cívica de Vichuquén. En 1868 había sido despedido de la Asamblea. En 1869 volvió a ser llamado al servicio en Lota, i en seguida había vuelto a salir de la Asamblea con el grado de ayudante.
Diez años pasó el ayudante Inostroza debajo del cedazo, caído de todo favor. Pero cuando comenzó la guerra en que ha perecido, pidió un puesto en el ejército i diéronle uno que era tres veces inferior a su antiguo grado: lo hicieron subteniente del 2° de línea. Había subido sólo en el número de bronce de su kepi.
VI.
Pero Inostroza estaba probado en la guerra civil i en la guerra de lanzas de Arauco, i sabía que en el Perú se abriría camino por entre los rifles de la Alianza. En efecto, antes de Tarapacá ya era teniente (octubre de 1879) i capitán después de Tacna (octubre de 1880.)
I ciertamente, nadie tenía merecido su último ascenso mejor que el viejo soldado de 1853, pues sus compañeros de armas le habían visto batirse con un valor desesperado e indomable en la batalla de Tacna. Asegurábanos el valiente i verídico capitán Reyes Campos, el cronista i glorificador del 2° de línea, que el valor del "viejo Inostroza" había despertado la admiración de todos los jóvenes oficiales del 2.°, a quienes había enseñado a vencer a las puertas de Tacna, como les enseñaría a morir a las puertas de Lima.
I sin embargo, el capitán Inostroza, llamado nel viejo», no era viejo, sinó joven como todos sus camaradas, porque el día de Tacna tenía apenas 42 años i el día de Chorrillos 43.
En lo que era viejo era en ser soldado, en saberlo ser i en sufrir las dolencias, las miserias i las injusticias de mal apreciada carrera. Era el capitán Inostroza un hombre endeble, enfermizo, casi encorvado; i según nuestras noticias de hace tres años, hallábase moribundo en Santiago, atacado de una cruel tisis en la garganta cuando nuestro ejército alistábase para marchar sobre Lima.
¿I cómo ese capitán así inválido pudo llegar con esa tortura en su ser hasta divisar las blanquecinas torres de Lima, destacándose en el pardusco horizonte de sus sierras? Hé ahí lo que nosotros no sabríamos explicarnos, Pero hai hombres así. El fanatismo del ejército estaba cifrado en ir a Lima, i al capitán Inostroza poco le importaba llegar con el escudo al brazo o sobre el escudo:—la cuestión era llegar i llegó!...
¿Podría un viejo capitán de Chile tener más noble divisa? ¿Podría haberla cumplido mejor?
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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