Sarjento Mayor del Rejimiento de Granaderos a Caballo
I.
Cuando haya de practicarse el prolijo balance de las dolorosas pérdidas que cuesta a Chile la guerra recientemente terminada, habrá de descubrirse talvez con tardío horror que la ocupación innecesaria i absurda del país que fuimos a vencer i no a conquistar, cuesta a la República en vidas i en padecimientos más que todas las batallas juntas de sus tres prolongadas campañas.
No ha llegado todavía, es verdad, el momento oportuno de ese cruel recuento, pero cuando un año después de la ocupación del departa mentó de la Libertad, que hoi como en 1820 i en 1839, es un verdadero cementerio de chilenos, cebóse la fiebre amarilla en los cuerpos que guarnecían aquellas tierras malditas, bajo un cielo amarillo como el bronce, pestilente como la muerte, el primero de los jefes de fila derribados por el incipiente flajelo, después del capitán de artillería don Jenaro Freire, fué el sarjento mayor de caballería don Rodolfo Villagrán, uno de los más enhiestos retoños de la guerra e hijo del jeneral de división de su propio nombre.
II.
Rodolfo Villagrán había vivido, en efecto, sólo 32 años i había nacido soldado. Vió la luz en un claustro de la Academia Militar. Su padre, entonces comandante i sub-director de aquel plantel bajo el jeneral Aldunate, es hoi jeneral de división. Su abuelo materno era el coronel Lattapiat, hijo de un francés de Tolón i uno de los mas bravos i fogosos capitanes de la Independencia,
De una i otra de esas estirpes había derivado Rodolfo Villagrán su carácter, sus propensiones, su musculatura, su escuela. De su padre heredó la calma i la enerjía. De su abuelo el brío en las batallas, el entusiasmo por la guerra, las proezas de las cargas que han hecho famosa en la América la caballería chilena.
III.
Niño de nueve años i después de haber ensayado hacerse marino en la Escuela Naval, entró de subteniente al ya lejendario batallón 2° de línea, que comandara su propio padre, el 10 de julio de 1868. Pero apenas el uso de las armas i el crecimiento de la pubertad desarrollaron sus magníficas formas de jinete, pidió su pase a la caballería, su arma predilecta. Tenía esto lugar en enero de 1873, i ala edad de 20 años Rodolfo Villagrán era teniente de Granaderos, pero al mismo tiempo era un mancebo jigante.
En 1877 era un capitán de 24 anos, pero era también un centauro.
No hemos conocido jamás un tipo más perfecto del jinete chileno que aquel mozo a la vez esbelto i hercúleo. Federico I le habría incorporado en su guardia. San Martín le habría confiado el mando de su escolta como a Caxara-villa o a don Mariano Necochea.
Tenía la estatura esbelta i arrogante del último, i era moreno i flexible como un árabe.
Su cabeza airosa, de renegrido cabello, iba plantada en sus hombros como el penacho del águila, i sus largos, nervudos, ájiles brazos parecían hechos para manejar el sable afilado a molejón i revolver en la parada o en la acometida el más pujante bridón de los campos de Chile.
Tal le conocimos nosotros en la víspera de esta guerra que ha levantado tantas juveniles figuras delante de ios ojos del país para segarlas en seguida en flor como la esperanza. Fué uno de los primeros en partir, el primero de todos en la caballería (abril de 1879), i nunca, durante tres años, pidió licencia de regreso.
¿Para qué fines?
La guerra era su ejercicio, casi su placer, su hogar cuotidiano. ¿I porqué habría entonces de dejar el campamento i sus soldados en busca del regalo del hogar ajeno?
IV.
Nos ha referido el jeneral Baquedano en Viña del Mar que conoció i trató por la primera vez a Rodolfo Villagrán en Antofagasta, i aunque no perteneció a sus favoritos Cazadores, le amó como a tal (amor de padre) por su modestia i su puntualidad en todos los servicios de guarnición i de campaña. El jeneral ignoraba, sin embargo, que cuando la compañía de Rodolfo Villagrán fué destacada a Calama, enfermo de gravedad, el pundonoroso capitán hízose trasladar del desierto al desierto en una carreta para cumplir su consigna. Rodolfo Villagrán no sabía decir ¡Alto! sinó a los enemigos de su patria cuando, como en Tacna, i en San Juan, los atropellara con el pecho de sus caballos de hocicos e ijares ensangrentados en la carga.
V.
Abierta la campaña, el capitán Villagrán batióse con su compañía en los Anjeles, en los pajonales de Sama i en el Campo de la Alianza. Seis meses antes, explorando el desierto en la víspera de la batalla de San Francisco con su compañía, había estado a punto de hacer prisionero a Daza, quién, ignorándolo ambos, estuvieron a la vista en las pampas de Tana, llenas de mirajes.
VI.
Como es sabido, los Granaderos cargaron con poca fortuna pero briosamente a los Colorados de Daza que formaron cuadro en el pesado médano del Alto de Tacna, i en la arremetida el capitán Villagrán tuvo su quepi perforado en el costado izquierdo por una bala boliviana que le rozó el pelo quemándoselo como el hierro candente de los peluqueros. Sin ostentación alguna arrojó, sin embargo, el bizarro granadero aquel trofeo a un rincón de su cuartel de Tacna, porque las dos cualidades dominantes de su alma de soldado eran la bravura sin vanagloria i la modestia sin encojimiento. "Siempre de espíritu levantado,—nos escribe a este propósito uno de sus amigos que le trató con mayor intimidad, —porque no saludaba jamás el adulo, tenía, sin embargo, un carácter franco i sensible: era jeneroso i desprendido. Su modestia le llevaba hasta la exajeración. No quería que jamás se ocupasen de sus servicios."
Pero al mismo tiempo sabía hacerse respetar, i cuando se contó a media voz que en la famosa carga de Tarapacá, que el mandara en persona, no había llegado entre los suyos el primero, por el cansancio de su caballo, sobre los rifles peruanos, supo probar que tal accidente era una impostura, retando en Tacna con altivez a quien la profiriera.
VII.
En la última campana de Lima marchó el capitán Villagrán por tierra desde Pisco a Lurín, al lado del coronel Lynch, que le profesaba particular estimación, i en la última carga iba el día de San Juan al lado del jefe de su cuerpo, el comandante Yávar, cuando éste cayera exánime en sus brazos i en los de su hermano el bravo capitán Temístocles Urrutia.
VIII.
Promovido a sarjento mayor casi en el campo de batalla, porque sus despachos de junio de 1881 le asignaron la antigüedad del 20 de enero, pasó con su rejimiento a los mortíferos climas del valle de Chicama, pasto i cebo tradicional de las fiebres malignas, i allí cayó impasible bajo los rigores del clima en la primera mitad de febrero.
Después de los honores i de las lágrimas, tributados a sus manes por el amor de sus compañeros de armas, cuidadosamente embalsamados aguardan aquéllos la devolución a la fosa de la patria. Pero ¡ah! ¿por qué la bala de Tacna no tronchó aquella hermosa, fúljida cabeza de guerrero, para ser inscrito allí en la nómina de los héroes que caen entre los resplandores del luego, i reservóle para el oscuro papel de los mártires de ajenos yerros?
Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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