Páginas

6 de septiembre de 2019

Roberto Aldunate

Roberto Aldunate Bascuñán
Don Roberto Aldunate 
Teniente de Artillería

IV.
Roberto Aldunate Bascuñán, fallecido en Valparaíso a consecuencia de sus heridas, en la noche del 26 de enero de 1881, a la edad de veintidós años, nació en Santiago el 4 de enero de 1859. Como nieto del jeneral don José Santiago Aldunate, el ríjido i pundonoroso maestro del honor en su carrera de soldado i en su cátedra de la Academia Militar, tenía aquél en ese establecimiento, reservado casi desde la cuna, como los antiguos "cadetes" de la colonia, a quienes al nacer poníanles sus padrinos los cordones de su empleo, otorgados por el reí, cabíale, decíamos, un puesto de honor. En consecuencia, i después de haber adquirido las primeras nociones de su carrera en el Instituto Americano de Valparaíso i en el Nacional de Santiago, el nieto del fundador de la Academia en su planta moderna entró de cadete efectivo el 29 de octubre de 1872, cuando había vivido apenas trece años.

V.
Distinguióse en sus estudios el tierno alumno de una manera notabilísima, especialmente en todo lo que su aprendizaje tenía relación con el arte. Hijo de un artista i de una mujer que ha tenido todas las gracias reunidas en alma tan jentil como su rostro, Roberto se apasionó del dibujo, de la pintura, de la esgrima, de todo lo que era plástico i brillante en los áridos estudios técnicos, i casi siempre obtuvo los primeros premios asignados a esos ramos.

Coronados éstos por una notoria contracción de cinco años, el cadete Aldunate era nombrado subteniente abanderado del 4° de línea el 16 de diciembre de 1876.—La bandera es la poesía, el diseño, el iris glorioso del rejimiento, i por esto Roberto Aldunate se encargó ufano de su asta.

Pero el arte no era en él entusiasmo únicamente: era deber, era anhelo del porvenir, era nobilísima ambición de engrandecimiento. Apenas dejaba cumplidas, en efecto, sus obligaciones de rutina en el cuartel de la Recoleta, el abanderado Aldunate pasaba el río para ir a disputar honrosamente los premios que obtuvo en la Academia de Pintura bajo el intelijente maestro Mochi o atravesaba la ancha calle para rendir sus exámenes de humanidades en el colejio del Salvador, fronterizo a su cuartel.

Un amigo nuestro, nos refería que él asistió oficialmente al examen de filosofía de aquel niño de 18 años que hablaba i comentaba los misterios i los fenómenos de la conciencia humana con la espada ceñida a la cintura, i añadía que, haciéndole cabal justicia, le había arrojado en el platillo su voto de distinción.

VI.
En tan nobles ejercicios halló la guerra a Roberto Aldunate, que acababa de cumplir 20 años, i, de los primeros, partió al norte con su rejimiento. "En Valparaíso,—escribía a su madre desde Antofagasta el 22 de abril de 1879, pintándole con cierto injenuo orgullo las emociones de su partida de guerrero,—hubo grande entusiasmo a nuestra salida. Las calles estaban llenas; en los balcones se veía a todas las señoras i niñas de Valparaíso. Era imponente la marcha del rejimiento; todos íbamos pálidos i como electrizados; todos nos miraban con tristeza i cariño; las señoras i aún algunas niñas se veían con los ojos llenos de lágrimas; había un silencio profundo i no se oía otro ruido que el de la música i el de la tropa al marchar."

VII.
Eran esos los adioses i los prismas risueños de la crédula juventud, crisol de fuego en que bullen todas las jenerosas esperanzas antes de la prueba. Pero sobre esas almas caen más aprisa que en las otras, las cenizas de los desengaños; i en efecto, un mes más tarde, hastiado el impaciente mozo, tan sólo por la demora de unos cuantos días, comunicaba sus impresiones a su efectuosa confidente con estas palabras, que traicionaban su juvenil vehemencia i su temprano desencanto:

"Todos estamos deseosos de marchar luego, estamos impacientes i empezando a impacientarnos al ver la calma con que marchan las cosas. Los señores jenerales no sé en qué se ocupan i se hayan ocupado desde que han llegado. Mamá, cuando pienso en la calma con que se llevan las cosas, me desespero; la idea sola de que podemos tener un descalabro me hace sufrir mucho; por desgracia, lo necesitamos para que confíen menos en Dios i se muevan."

VIII.
Esto escribía el oficial del 4° el 13 de mayo de 1879, i como si el hecho hubiera venido de molde a su jenerosa cólera contraía nostaljia en que vivió la guerra inerte como la crisálida, en los primeros ocho meses de Antofagasta,—añadía el 23 de mayo, al recibirse en aquella ciudad por el Loa la noticia del primer malón peruano llevado dos días antes a las aguas de Iquique por el Huáscar i la independencia.—"¡ Ya empieza lo bueno! Según parece se ha verificado lo que presentía. Nos han dado el primer golpe i le han sacado la lengua los peruanos al almirante Williams."

IX.
I este ardimiento por la acción, que era el tema más constante de sus cartas en la intimidad, formaba el reflejo total de las almas en aquel ejército brioso i juvenil, puesto a amplia ración de sueño en su campamento de arenas. "¡Todavía duermen!—escribía el 14 de junio.— ¡Esto sigue siendo eterno! La impaciencia es ya grande, tanto en la tropa como en los oficiales." I el 1° de agosto, enclavado siempre en la cruz, volvía a insistir en su protesta. "Es difícil,—decía.—llegar a imajinarse cómo están los ánimos por aquí; la desconfianza, el desaliento se ha apoderado de todos i tardarán en volver el entusiasmo i la confianza. ¡Nos vemos vendidos por salitre!... "

La palabra del mancebo era cruel, pero ¿acaso no comenzaba a ser verdadera?

X.
Al fin, el sueño del desierto tuvo un termino, como la escalera de Jacob, i Roberto Aldunate marchó a Pisagua. Había cambiado ahora su túnica de infantería por el uniforme codiciado de artillero, a fin de dejar su puesto i su bandera a su hermano Carlos, niño de 15 años, que fué a reemplazarle en su querido rejimiento.

El coronel Velázquez, su nuevo jefe, apreciando con ojo certero sus cualidades especiales, le colocó en el parque de su arma, puesto que requería una contracción intelijente i una viveza de ardilla en el campamento i la batalla.

XI.
Hallóse en esa condición Roberto Aldunate en el combate de Pisagua i en la batalla de San Francisco, i en ella pasó resignado toda la segunda etapa de la campaña, tardanza más inclemente que las batallas, metido todo el ejercito entre los calichales de Tarapacá, segundo plazo de la somnolencia gubernativa, que duró tres meses, de noviembre a febrero, como la siesta precursora de Antofagasta había durado de febrero a octubre.

Pero dejado allí, en la árida pampa, el adolescente artillero, confióse, en la soledad sin horizontes, a sus gustos de artista i gozó días de felicidad a su manera. El mismo se habla construido con trozos de caliche un rústico chalet, que dibujaba con candorosa satisfacción en una de sus cartas a su madre, i en ella decíale, desde el campamento de San Antonio, el 25 de enero de 1880: —"¡Ah, mamá, en qué alternativas he pasado este último tiempo; ayer triste, hoi contento; ayer desanimado, hoi lleno de esperanzas! ¡Así es la vida! Ahora te puedo escribir con cara risueña, i alegre, ¡estoi contento!

"Ya puedo poner a tu disposición una casa de mi propiedad i edificada por mí."

"En su rústica construcción,—añadía el artista, convirtiendo el médano en idilio,—hai algo de atrayente; el sol aquí ilumina de una manera agradable, la luna también penetra por entre sus rendijas, con tanta suavidad i dulzura, que toca el alma. Aquí se hacen llevaderos los días de ausencia; aquí se evoca de una manera particular el recuerdo de la familia".

XII.
Eso escribía Roberto Aldunate el 25 de enero de 1880, bien lejos sin duda de pensar que un año más tarde en igual día agonizaría entre los suyos... Pero es preciso que, desde luego, se sepa que en aquella alma injenua, que vertía sus inocentes emociones en tan poético lenguaje, no había ninguna de las vanidades propias de sus años, sinó el fondo santo del augusto deber valientemente cumplido. Roberto, junto con su hermano. compañero de sus fatigas, habían comenzado a ser los más eficaces cooperadores del techo de los que amaban i que durante veinte años había sostenido su padre, fatigado por incansable i mal remunerado trabajo, trabajo de artista,—i por su juvenil i animosa madre, reina en la colmena. "Veinte pesos,—decíale Roberto a la última desde Antofagasta, con esa encantadora cortedad de la primera ofrenda,—te manda Carlos, i yo treinta i cinco, de nuestros pobres sueldos. Te pedimos sí que nos des una prueba de tu cariño empleándolos en tí. Cómprate por lo menos lo necesario. Algo es algo".

XIII.
I cuando la maternal, sencilla, dulce retribución había llegado al campamento, el noble mancebo exclamaba:—"Mamá, te he agradecido mucho el pañuelo i los anteojos; pero se me hace escrúpulo el que hayas hecho este gasto en mí. ¡Si supieras, querida mamá, cuánto deseo ser rico para mandarte toda mi fortuna! Es mi único anhelo el que llegue el día en que estés libre de necesidades".

Los Aldunate Bascuñán eran tres al comenzar la guerra, i por eso el mayor de ellos decía con ufanía en esta ocasión a su madre:

"¡Qué orgullosa debes encontrarte con tus tres hijos militares! Ahora sí que eres verdadera madre chilena. Piensa, mamá, en el contento que vas a tener cuando veas entrar a los tres Carrera triunfantes en Santiago"...

I mezclando en seguida en un solo cáliz sus dos amores, por aquella que le había dado la vida i por la Patria que le había entregado una espada, en esa misma o en vecina ocasión agregaba (agosto 1° de 1879):

"Anoche soñé que me habían llegado los retratos. ¡Cuánto gocé con ellos en mi sueño! ¡Cuánto sufrí al despertar viéndome solo!

"Si estás triste, alégrate, mamá, domínate i no sufras; quiero encontrarte tan interesante como te dejé.

"No todas son dichas i venturas en este mundo,—agregaba;—hai momentos de decepciones amargas. Nuestro Chile se encuentra en éstas; pero no debe abatirse. Que levante su majistral cabeza más tranquila i serena que nunca, i designe el hombre que nos salvará".

XIV.
La pasión dominante de aquellas almas fogosas, como la adolescencia, era, empero, el amor a los combates. La juventud de Chile no había ido a contar ni a pesar sacos de salitre en el desierto. Había ido a pelear por la gloria de su Patria i por la suya propia.

"Aquí,—volvía a escribir el tierno hijo a su acongojada madre el 4 de febrero de 1880 desde San Antonio, en una de esas cartas robadas ala intimidad, que reproducimos con particular predilección porque ellas retratan no las ambiciones sino las almas;—aquí me tienes siempre esperando que nos muevan para que concluya de una vez esta maldita guerra que me tiene tantos años separado de tí! I por desgracia, no hai esperanza de que esto se realice tan pronto; siempre siguen durmiendo, i empiezan a contajiarnos a nosotros, pues nos están dando ganas de acostarnos para no despertar hasta que nos lleven a Lima".

I véase cómo entonces, las naturalezas más inexpertas, los niños, los que no están obligados a pensar ni a decidir, pedían bajo la lona lo mismo que solicitaban todos los patriotas de Chile!

"Se dice,—agregaba familiarmente el hijo a la madre el 25 de marzo de 1880 desde Ilo,—que nos vamos luego a Lima para concluir; pero no creo que esto sea otra cosa que una solemne bola.

"¡Quiera Dios que sea cierto! Así concluirá luego esta friona guerra. Los peruanos tienen un pánico terrible en Lima. En Lima no opondrán sinó una lijera resistencia cuando vayamos".

XV.
Pero el intelijente i despierto niño no estaba destinado para lograr en la campaña su supremo deseo. Cuando partió el ejército de Pacocha para Moquegua i Tacna, el alférez Aldunate. promovido ahora a teniente, fué dejado empacochado, según él pintorescamente decía, en aquel mortífero clima, a cargo del parque de artillería. I por esta circunstancia no tuvo la fortuna de pelear en Tacna ni en Arica; Carlos, su hermano, lo haría por él, i con tan señalada bizarría, que bien pudiera decirse ejecutó él sólo las hazañas de dos héroes.

Roberto, entretanto, no podía consolarse con su aislamiento i su inacción en aquel triste paraje.—"Me tienen aquí, solo i abandonado,—exclamaba a fines del otoño de 1880.—¡Qué te parece la suerte de tu hijo! Todos han marchado al campo del honor i a mí me dejan abandonado a cargo del parque... Son ocho los oficiales de este parque, i me dejaron a mí solo; soi el único que no conozco a Locumba, Moquegua, Hospicio, etc., ¡i ahora quedar sin ir a Tacna ni a Arica!

"Por suerte; ayer por casualidad me llegó un compañero que no tardarán en pedírmelo i dejarme otra vez solo.

"Antes de partir la expedición,— agregaba como para consolarse,— trabajé mucho; entre otras cosas, preparé hasta embarcarlos doscientos tiros para treinta i ocho piezas de artillería, etc., i creyendo haber contraído los méritos suficientes, al tiempo de embarcarse le pedí al comandante que me llevara.—"Usted es necesario aquí; alguien debe quedarse"— fué la contestación".

XVI.
El teniente Aldunate no se hallaba, sin embargo, enteramente solo en su destierro de Ilo. A fuer de artista i de niño, había logrado disciplinar un verdadero rejimiento de gatos, de los muchos que la fuga de los moradores del valle i del pueblo había dejado errantes, perdidos i hambrientos. Acordándose probablemente de la beata de Santiago, conocida de su familia, "que hacía hablar los gatos", el aburrido teniente compartía con éstos su ración i teníalos a sus órdenes haciéndolos ejecutar a su voz mil acompasadas evoluciones. Un día perdió, más por sorpresa que en leal batalla, uno de aquellos singulares reclutas, i su aflicción fué grande. "Hoi se metió,—escribía el 27 de abril,—un perro aquí, i me mató un gatito; esto me ha hecho sufrir grandemente; era uno de los más regalones. Le he hecho un solemne entierro"...

Así eran esos queridos niños, gatos juguetones de la materna alcoba, que la muerte ha trocado en héroes.—Jugando a los gatos se preparaban para el último i supremo holocausto del enemigo de la Patria i al suyo propio.

XVII.
El clima de Pacocha trabajó intensamente, junto con el tedio, el alma impresionable de Roberto Aldunate, i su salud, que había sido siempre delicada. Una cruel disentería le puso al borde del sepulcro, i hubo de ser traído a Santiago, donde le encontramos ya recobrado i animoso en las fiestas de setiembre de 1880.

En octubre estaba otra vez en Tacna, i mientras los grandes hombres de su tierra jugaban como grandes a las paces, como él jugaba a los gatos, tentóse Roberto de amores i entró por algunas horas en tan peligroso juego, nunca más peligroso que en una ciudad conquistada, porque entonces los vencedores pasan a ser vencidos i a ser esclavos.

Mas la reacción jenerosa del deber se operó con la rapidez con que en aquel carácter impetuoso todo se sucedía. Roberto era por su índole un verdadero francés, casi un parisiense en sus impresiones i hasta en su talante, como resalta en su retrato, contraste visible con el cachorro que le acompañó a la guerra, su hermano Carlos. I así, haciendo confesión injenua a su madre de su leve culpa de infidelidad, decíale desde Arica el 9 de octubre: —"Pienso sólo en que luego estaré a tu lado. Tú eres mi único tiemple; pude cometer una locura, pero ya pasó la tempestad, i con ella el aturdimiento. Reflexioné un poco, pensé en tí, i me volvió el juicio..."

¡Pobre madre, amada de esa suerte! ¡Qué devolución te harán, ni cómo sabrán encontrarla los que te han quitado tanta dicha i tanto orgullo en ese amor que tus lágrimas de viuda cultivarán eternamente, pero sin ser ya correspondido!...

XVIII.
La última carta de Roberto Aldunate es de Curayaco, enero 1.° de 1881, día de íntimas felicitaciones, que para él fué sólo de esforzadas tareas en la víspera de la muerte. "Aquí me tienes,—escribía ese día a su madre,—gozando de un poco de calor. Tengo algo que trabajar; estoi desembarcando el parque de la primera división: esto me tiene contento, pues trabajando se hace corto el tiempo.

"Los peruanos mui tranquilos; estamos mui vecinos i, sin embargo, no tienen la cortesía de venir de cuando en cuando a hacernos una visita."

I, a la verdad, no serían los peruanos sinó los chilenos los que llevarían esa visita heroica al hogar de Lima, i en ella el denodado mancebo encontraría fin lastimoso, pero digno de sus mayores.

XIX.
Aunque alejado, en razón de su puesto de oficial de parque, del peligro de la batalla, cuando ocurrió en un momento crítico i análogo que faltaron las municiones a la brigada de montaña del intrépido e intelijente mayor Emilio Gana, que mandaban a su lado en dos baterías los valientísimos capitanes Errázuriz i Fontecilla, Roberto Aldunate corrió en persona arriando él mismo las mulas i los arrieros. Pero al llegar a la batería Errázuriz, que estaba directamente bajo el fuego, alguien díjole que su hermano Carlos, subteniente del 4°, que en esa misma dirección peleaba, acababa de ser muerto...

Loco de dolor, i sin escuchar más que los gritos de su corazón, precipitóse el jeneroso mancebo en busca de su hermano, i fue de esa manera cómo en medio de las filas, después de haber caído su caballo, recibió la herida mortal, que destrozándole completamente el brazo derecho en su parte superior, le llevó al sepulcro.

El teniente Aldunate fue uno de los pasajeros del Itata i una de sus primeras víctimas. Operado el 25 de enero, sucumbió a su herida i al delirio en la noche del siguiente día, en brazos de su padre i de su hermano primojénito, a los veintidós años i días de su nobilísima i entusiasta existencia, que embelleció hasta el último suspiro con una afectuosa sonrisa. Roberto Aldunate era una de las más brillantes esperanzas del ejército, i para formarse este justísimo concepto habrá bastado a muchos la simple lectura de los párrafos de ternura íntima, de amor entusiasta, de fe patriótica, de bien inspirado criterio i de sublime abnegación que en ellos campean. Como hijo fué incomparable, i como hermano i camarada selló su existencia sacrificándola alegre en el campo de batalla.

Roberto Aldunate murió digno de su nombre i digno de su bandera.


********************
Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

No hay comentarios.:

Publicar un comentario