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1 de septiembre de 2019

Rafael Zorraindo

Rafael Zorraindo
Don Rafael Zorraindo
Segundo Jefe del rejimiento Atacama

II.
Bajo el concepto nacional que dejamos señalado, despertó también en todos los ánimos profundo i melancólico interés, cuando se supo la muerte gloriosa alcanzada por su dos jefes en el campo de Miradores, la del coronel Martínez, que lo había comandado hasta la víspera, i la del mayor don Rafael Zorraindo, que tomó su mando como segundo, en Pisco.—El intelijente i bravo comandante Dublé Almeida alcanzó el señalado honor que le cupo de conducirlo en las dos postreras batallas de la campaña, i desde la última posada de Lurín.

III.
En el mayor Zorraindo el ejército perdió en consecuencia una de sus más brillantes i juveniles Hombradías, el país una esperanza, su anciana madre una Providencia.

Zorraindo era el modelo del soldado, del patriota i del hijo.

Pero al mismo tiempo que el brillo de sus hechos había hecho lucir desde temprano su nombre i su carrera, parecía estar escrito que el infortunio sería su lote cuotidiano en su breve vida.

I a la verdad, así ha acontecido.

IV.
Cuando era niño, menesteroso todavía del maternal regazo, falleció en Concepción su distinguido padre de súbita enfermedad, después de haber arrastrado en su patria larga cadena de persecusiones i de angustias que, de seguro, aceleraron su fin. Llamábase aquel caballero, como por ironía, "Fortunato", i era oriundo de Mendoza, de cuya ciudad pasó a Santiago i a Concepción, donde le conocimos, joven todavía, en la víspera de su inesperado fallecimiento. En aquella época (enero de 1850) su esposa, la señora Josefa Meneses i Castañeda, era joven i hermosa, considerada altamente en aquella sociedad por sus gracias i su recato. Habíanle nacido sólo dos hijos, Rafael i Manuel, i éstos eran, como los Gracos para la romana Cornelia, toda su riqueza.—"Traicionaría mi conciencia,— escribía el jeneral Cruz al Gobierno de la República el 1° de marzo de 1850,—dejando constancia de la segunda o tercera etapa del infortunio que ha perseguido a esta desdichada familia; traicionaría mi conciencia si no hiciese un lugar especial, en la presente nota, para excitar la filantropía del Supremo Gobierno hacia la infortunada familia del doctor Zorraindo. Su tumba oculta cuanto ella poseía, cuanto ella esperaba, i la mendicidad se presenta desde luego amagando a la mujer i a dos hijos en la cuna."

Rafael había nacido en 1845. Su hermano, un año mas tarde.

V.
Sin embargo de tan justas i apremiantes recomendaciones, palabras de angustia que caían a los pies de! empedernido Fisco de Chile, la infeliz viuda no encontró más protección ni más porvenir para sus hijos que la filiación del soldado para uno i otro. En labrarles la educación precisa de la escuela consumió hasta la última joya i una pequeña heredad que poseía en Renca. Para labrarles un porvenir, entrególos a los azares de la guerra, que le quitaron, con su primojénito, su único sostén.

VI.
Cuando apenas tenía Rafael Zorraindo la edad del púber (quince años), sentó plaza como soldado distinguido en la Brigada de Marina el 13 de marzo de 1860, ascendiendo en ese cuerpo a cabo por su irreprochable conducta, i pasando en seguida de sarjento al Buin en octubre de 1863.

Cinco años costóle ponerse al hombro izquierdo humilde charretera, i en esa capacidad estuvo de destacamento en la plaza de Viña del Mar durante el bloqueo de los españoles, encargado de vijilar la inclemente playa arenosa que se extiende desde aquel paraje hacia Concón. El mismo Zorraindo refería que para hacer mejor su servicio, solía enterrarse en la arena a fin de no ser apercibido en su acecho por los buques bloqueadores.

VII.
Como Rafael Zorraindo no había nacido con la aureola de la fortuna en la frente, bregó nueve años por su segunda charretera, pasando del Buin a los Cazadores a caballo el 12 de junio de 1872, como ayudante mayor, i en seguida (agosto de 1873) nombrado capitán en ese prestijioso cuerpo.

VIII.
Eran estos indicios evidentes de una mala estrella que parecía reflejarse en su rostro, alegre sólo por lampos i de continuo reconcentrado i sombrío. Pero su desventura se confirmó en más de una ocasión con mayor encrudecimiento, porque cierto día, persiguiendo a un desertor de su cuerpo en Valparaíso, asestóle aquél mortal puñalada en el costado izquierdo, i apenas comenzaba a recobrarse después de varios meses en que había peligrado su vida, sobrevínole tan rigorosa peste de viruelas, que estuvo al perder la vista i se vio otra vez amagado de morir.

IX.
La guerra con el Perú pareció ofrecer más risueños horizontes al pobre soldado, hijo de un proscrito, que le dejó huérfano i como desterrado en su propio suelo. I en efecto, hizo Zorraindo tan brillantes servicios como explorador en todas las campañas desde Calama a Tacna, que el Ministro de la Guerra en campaña, don José Francisco Vergara, apasionado de su intelijencia, de su valor i de su asombrosa actividad, después de haberle ascendido a sarjento mayor en su cuerpo, le llamó a Santiago en setiembre de 1880 para organizar i disciplinar uno de los noveles rejimientos que llegaban espléndidos de personal, pero crudos de uniformes i de ejercicios a la capital.

X.
Era Zorraindo un experto e incansable instructor, i no sólo conocía el manejo de todas las armas, sinó su jimnasia. Solía poner una pieza de plata en la trompetilla del rifle i hacía todo el manejo de esa arma sin que aquélla se desviara un ápice de su centro, maravillando así al recluta. En el manejo del caballo era eximio, i en todo su porte pasaba como uno de los oficiales más ilustrados i más pundonorosos del ejército.

Después de haberse ocupado de disciplinar por algún tiempo en Santiago el rejimiento Linares, solicitó su pase a uno de los cuerpos que iban a marchar sobre Lima, i el Gobierno le honró confiándole la dirección del Atacama, cuando su primer jefe se acababa de separar para tomar el mando de una brigada. El coronel Martínez dió a reconocer por su segundo al mayor Zorraindo en Pisco, i puede decirse sin afectación de i majen que cuando el rejimiento atacameño, formado en columna cerrada, oyó su voz clara, cadenciosa i potente que le mandaba descansar las armas, después de verificado el reconocimiento de su puesto, conforme a la Ordenanza, todos los soldados le pertenecían. En las batallas de la guerra como en las del corazón, la voz cautiva i al fin embelesa i domina.

XI.
El mayor Zorraindo conocía su posición al frente del Atacama. Era un puesto de lujo, pero también era un puesto de muerte. En Chorrillos salió ileso, a pesar de haberse batido a caballo todo el día. Pero en Miraflores se le apareció otra vez su mal destino i le mató a la temprana edad de 35 años.

XII.
Se sabe que en esa batalla desordenada pero heroica, la primera división, a que pertenecían en primera línea el Atacama i el Coquimbo, estos dos cuerpos llegaron por el flanco sobre la izquierda peruana a restablecer el combate, sumamente comprometido en esa dirección hacia la mitad de la jornada. El Coquimbo entró espléndidamente conducido por sus dos valentísimos jefes Pinto Agüero i Larraín Alcalde; pero el Atacama, fatigado, diezmado, soñoliento, cansado por larga carrera, se arremolinó un tanto al desplegarse. A fin de excitar la valiente tropa con el ejemplo, Zorraindo se adelantó largo trecho sobre las trincheras con su ayudante el valiente vizcaíno Abinagoitis, mancebo de 21 años; i en el instante en que el último le observaba, viéndole tan comprometido en la delantera, que debía retirarse a retaguardia, gritóle aquél:—¡Adelante!— Córranse a la derecha. ¡No importa...

Mas no alcanzó a pronunciar entera la última palabra, cuando una bala, la bala de la fatalidad, vino a herirlo entrándole por la boca i dejándolo instantáneamente sin vida.

XIII.
I como si el hado adverso hubiera querido poner todavía su sello a su desventurado destino, su cadáver desfigurado por la herida, no fué reconocido por los sepultureros, quedando dos o tres días tirado en el inclemente eriazo.

Pero si el segundo jefe del Atacama había sido olvidado por los suyos, explicaban éstos en parte su doloroso error, alegando que el sitio en que sus restos fueron hallados estaba lleno de cadáveres enemigos...

El mayor del Atacama, vanguardia del ejército de Chile, había caído en su puesto de honor, a la vanguardia de su Tejimiento i en las filas mismas del enemigo que fué a combatir i a vencer

XIV.
Otra fatalidad todavía, i esta llega desde más allá de la tumba.

En el parte oficial de las grandes batallas de Lima, en que el jeneral Baquedano hace justicia cabal i minuciosa a todos los jefes que en ella combatieron, tanto a los vivos como a los que sucumbieron, se nota una sola i singular omisión.

I esa omisión es la del nombre del bravo Zorraindo.

¿Por qué?
¿Fué ello involuntario olvido? Fué extravío del nombre en el orijinal o en la copia? ¿Fué inmotivada ingratitud?

No fué nada de eso. Fué sólo la huella de la fatalidad, porque el mayor Zorraindo había venido al mundo marcado en su frente con su funesto sello.


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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