Capitán de Zapadores
I.
Extrañas analojías i raras similitudes en el dolor suele ofrecer la vida, la juventud i el destino de los hombres que recordando la edad de hierro nacen asidos al acero i mueren en la batalla o en el lecho sin soltar su férrea empuñadura. Así, para hacer justicia a los que p marcharon hacia la inmortalidad i para ofrecer aliento a los que caminan por el rumbo de las sublimes i postreras abnegaciones, escribíamos ayer la corta pero brillante vida de un joven soldado del ejército, el capitán Francisco Olivos, del 2° de línea, muerto gloriosamente en Tacna, i que llevaba por señas i etapas de su nobilísima existencia las siguientes:— Patria, la Serena.— Edad, 24 años.—Condición, capitán del ejército de línea. —Profesión, lidiar por la causa de su patria.
I así cabe hoi su turno en las pájinas enlutadas de las memorias que fueron, a otro joven capitán del ejército de línea, entusiasta hasta el fanatismo por su bandera, valiente hasta la heroicidad. según el testimonio auténtico de sus jefes, hijo de la Serena, esto es, hijo de la ínclita ciudad de los valientes desinteresados, en el mismo año, tal vez en el mismo mes, acaso en la propia hora que el capitán Olivos, para morir ambos en la lozana flor de años juveniles.
II.
Carlos Samuel Barrios fué, según dijimos, oriundo de la capital de Coquimbo i de un combatiente de su sitio de 1851 (don Candelario Barrios), quién al mando de una trinchera de la plaza asediada, demostró señalada bravura; i, como el capitán Francisco Olivos, vino al mundo en 1856. Por su madre la señora Clarisa Espinosa, procedía de antiquísima i opulenta familia coquimbana.
Don Juan Jerónimo Espinosa, a quien el autor de estos recuerdos conoció en 1851, había "romaneado" la plata (esta es la expresión del norte) de Arqueros en su juventud, i su bisabuelo había probablemente "romaneado" el oro de Andacollo, por lo cual, i a virtud de la eterna lei de los desequilibrios humanos, su nieta no tiene hoi un pan ni una moneda que echar en la variable balanza de la vida....
III.
Menoscabada la fortuna antigua i muerto el padre en edad temprana i sin valimientos, porque careciera aquél, de la suficiente firmeza
en sus principios políticos, condujo la madre viuda al tierno niño a Santiago cuando tenía diez i seis años, i reconociendo en él los bríos heredados del capitán de trinchera de 1851, logró con ruegos incorporarlo en la Academia Militar, en calidad de cadete efectivo, el 27 de marzo de 1873.
IV.
Disuelto aquel poco afortunado establecimiento, según se recordará por muchos, tres años más tarde, a causa de las culpables o atolondradas turbulencias que en octubre de 1876 ocurrieron en sus claustros, vióse el joven cadete forzado a interrumpir su carrera por ajena culpa, i volvió, mal de su grado, a los blandos ocios del hogar materno.
Su mérito i su adhesión no habían pasado, sin embargo, del todo desapercibidos, i como al estallar el motín nocturno de la Academia tuviese ya mui adelantada su carrera, concedióle el gobierno, a mediados de 1877, un puesto de subteniente en el batallón Buin. La interrupción de su carrera militar había durado sólo pocos meses.
V.
Era aquella fecha, a la sordina, casi la víspera de la guerra, i desde su primera hora marchó el bizarro mozo a los campos de batalla.
I hubiérase dicho que éstos habían dádole cita, porque encontróse en todas las acciones de guerra de la primera i segunda campaña: en Pisagua, que fué un atropellado pero valentísimo ensayo; en el combate de San Francisco i en el Campo de la Alianza, dos batallas campales; en el asalto de Arica, en que su rejimiento perdió con ira la rifa de la preferencia en la acometida, i después en Chorrillos i Miraflores, que fueron no sólo dos batallas campales sino dos batallas decisivas.
Fué su denodada conducta en estos últimos hechos de armas lo que arrancó a su propio jefe, el distinguido comandante del rejimiento de Zapadores don Arístides Martínez, el tributo de elojio que copiamos en seguida como un digno homenaje a su memoria:
"El coronel que suscribe certifica: que el capitán del rejimiento de Zapadores, don Carlos Samuel Barrios, muerto últimamente de fiebre amarilla en uno de los departamentos del norte del Petú, fué un oficial distinguido por su conducta i moralidad, i que en las batallas de Chorrillos i Miraflores se hizo notar por su denodado comportamiento. —Copiapó, setiembre 1° de 1882. —(Firmado): —A. Martínez."
Entretanto, el valeroso oficial coquimbano, promovido a teniente después de las batallas de Tacna i Arica, había sido ascendido a capitán, i pasado con este grado efectivo al rejimiento de Zapadores el 14 de noviembre de 1880, es decir, en la víspera de la retardada marcha a Lima.
Después de la captura de esta ciudad, que habría puesto de sobra término a la campaña si la voz de los hombres de guerra hubiera sido oída o siquiera consultada, correspondió al antiguo i probado rejimiento de Zapadores la tarea de ir a ocupar los mortíferos climas del departamento de la Libertad, asiento de todas las fiebres ponzoñosas de los trópicos, que allí destilan la muerte así en los labios que la juventud tiñe de rosas como en los pechos mejor templados por la fibra o por el fuego, para mejor resistir las luchas físicas de la existencia.
VIII.
Como es sabido, el Rejimiento de Zapadores fué casi por completo aniquilado en Trujillo, en Chiclayo, en Eten, en todas sus guarniciones, no por el plomo enemigo sino por la imprevisión superior que aplasta i derriba, pereciendo su pundonoroso jefe, el teniente coronel don José Umitel Urrutia, en Chiclayo i el comandante jeneral de la división, el malogrado coronel Urizar, en Trujillo. Uno de aquellos sufridos i silenciosos mártires del deber que, a fuer de buen zapador, había sido carpintero de oficio, alcanzó a clavar en la última ciudad 106 toscos ataúdes para sus compañeros inmolados antes que él. El número 107 fué el suyo propio.
I todo este acopio de horror, contado por centenares de víctimas, era el precio de unos cuantos sacos de azúcar moscabada, llamada «Rosa Emilia", i de unas pocas marquetas de chancaca que iban a engrosar con sus cuotas de derechos fiscales la renta aduanera de la ocupación, este negocio a la gruesa ventura en que Chile ha perdido millones de pesos i millares de vidas.
IX.
Resistió cual pocos al maleficio mortal de la epidemia el joven capitán de Zapadores, gracias a su juventud, a la templanza de sus hábitos, a su moralidad a toda prueba, i ¿por qué no decirlo? al influjo de calorosa i escondida llama que alentó en su pecho la esperanza, diosa de dulces engaños que de continuo prolonga las horas de la vida... Una joven peruana, hija de Trujillo, pero establecida en el seno de respetable i acomodada familia de Chiclayo, había aceptado, en efecto, sus querellas de soldado i caballero, consintiendo en ser su esposa, no obstante el abismo de odios que separaba las naciones i los hogares.
X.
Pero la desposada del capitán chileno sería sólo el anjel lloroso de su lecho de muerte i de su tumba cavada cerca del altar de los amores i en el sucio osario de una tenaz pestilencia por adverso i bastardo destino.
I, caso triste, pero que acaricia i refresca el alma apenada como el suspiro de la brisa en la noche candente de los trópicos: fué ella misma quien contó a la madre de su prometido, ya malogrado, su abnegación i su luto en tiernísima carta de mujer que ama i llora, i que así dice dentro de la orla de duelo que la encierra i tenemos orijinal a la vista:
"...El miércoles 23 de febrero (de 1882) cayó enfermo, con síntomas bastante graves, mi más estimado amigo e hijo de usted, el señor Carlos S. Barrios; inmediatamente se le prodigaron los mas exquisitos cuidados: cuatro noches pasé en vela a fin de que no le faltara nada. Mas, hai casos en que la ciencia i los cuidados son insuficientes. En la mañana del domingo 26 los médicos lo creían aliviado, pero yo le encontraba algo que me intranquilizaba: deliraba mucho; se hizo junta de médicos i resultó de ésta que le restaban mui cortas horas; se le administraron los últimos sacramentos i a las nueve del día espiró en mis brazos...¡Irreparable pérdida, señora! pues Barrios era un joven sin igual, querido de todos i envidiado de muchos. Con un corazón siempre dispuesto a hacer el bien, un jenio pacífico e inalterable, un trato tan delicado i elegante que, a pesar de lo mucho que sufren aquí las familias, que ni siquiera contestan el saludo de un chileno, mi papá i mamá lo admitieron con gusto en el número de sus mejores amigos. Sólo usted podrá sentir tanto como yo la pérdida de Carlos. El próximo mes había determinado pasarlo con usted, i si se lo permitía usted me haría su esposa... pero ¡oh decretos del Ser Supremo que tanto cuesta resignarse a ellos! ¡Si la tuviese a usted a mi lado para que nos consoláramos mutuamente! ¡Ai! qué feliz fuera si pudiera verla una vez siquiera! ¡Cuánto me consolaría si visitáramos juntas su sepulcro!" (1)
Tal fue la suerte, no merecida, de quien había peleado en siete combates sucesivos con honor distinguido i llevaba en su pecho siete veces repetidos los colores amados de la patria. Pero siquiera más feliz que otros de los que con él sucumbieron en inglorioso lecho para rendir callado tributo a ímprobo i estéril deber, pudo el capitán Barrios, en su acelerada agonía, sentir el aliento de un ser amado i creer asi que las alas de su alma iban a encontrar ambiente i espacio en que latir, al romper la agria túnica de carne que aprisiona en la vida el espíritu inmortal.
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(1) No nos creemos con derecho para revelar el nombre de la niña desposada del capitán chileno, que con tanta verdad describe su honda pena; pero su letra, su ortografía, los delicados conceptos que en cada línea vierte i su invitación constante a la madre del que había sido su amado, para que se fuese a vivir, acompañada de su única hija, a su lado, dan testimonio de una cultura de espíritu que no es raro en la mujer peruana. Su apellido era el mismo de la madre del capitán Olivos, cuya biografía ha precedido a la presente, i esa es la única indicación que nos atrevemos a dar de la pasión, de la virtud i de la desgracia de la infortunada joven trujillana.
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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