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15 de agosto de 2019

Federico Stuven

Federico Stuven Olmos
Don Federico Stuven

Mecánico i Teniente Coronel

I.
Hace no menos de medio siglo vino de Hamburgo, su patria, a Valparaíso, su escuela, un joven de buen ánimo i mejor talante, en calidad de humilde dependiente de comercio, como los que todavía llegan a las "casas fuertes" de esa plaza mercantil: i en corto tiempo alcanzó por su honradez i por su industria, alto puesto de riqueza i de respeto. Cuando el benemérito don Juan Stuven, que es la persona a que hacemos referencia, tuvo en el vecino puerto la posición de gran capitalista, fué, durante muchos años, no sólo administrador gratuito sinó protector jeneroso del hospital de Valparaíso: i aunque su fortuna se menoscabó considerablemente por actos de hidalguía i de condescendencia, raros en la prosa del comercio, el hospital no padeció decadencia, sinó, al contrario, mantúvose en brillante pié hasta el último día de su filantrópico réjimen.

Unida la vida del señor Stuven a una respetable dama chilena, la señora Jesús Olmos de Aguilera, hermana de la esposa de otro notable industrial español (la familia Tornero), formó el señor Stuven un interesante hogar en Valparaíso, en el cual las hijas eran beldades i los varones obreros.

Tenían los últimos apenas la edad i la fuerza necesarias para ceñirse a la cintura el delantal de cuero i levantar sobre el yunque el pesado martillo, cuando envió a tres de ellos, el solícito padre, a los talleres de Alemania a elejir noble destino.

Uno de esos tres niños era Federico Stuven, el hombre de hierro i de fuego de la pasada guerra.

II.
Nació Federico Stuven en Valparaíso en la calle de la Victoria en la Noche Buena del año de 1837, i como hijo de alegre Pascua, fué siempre festivo, jeneroso i de agradable i comunicativo trato. Su respetable padre, hoi octojcnario, era natural de Bremen; su madre, provenía de famosa familia de conquistadores que se había radicado en el valle de Limache.

Desde la más tierna edad dió muestras el niño Federico de su hercúlea robustez i de su afición a las más rudas labores del músculo i del entendimiento. Refería su madre que desde la edad de dos años, es decir, desde que comenzaba a andar, buscaba las piedras del jardín para dormir sobre ellas, de preferencia al regalo mullido de la cuna; i como fué en su infancia, continuó viviendo hasta su última hora, que ha sido corta i enérjica brega con la muerte.

III.
Educado en un colejio inglés de su ciudad natal, a la edad de catorce años fué enviado, según dijimos, junto con dos de sus hermanos, a la de su padre, a cargo de una buena hermana llamada María, que el último conservaba en Bremen, i allí entró, por contrato i pagando como en suntuoso colejio, de aprendiz mecánico en una fragua, donde su primer ejercicio fué el de soplar con el fuelle i en seguida el de forjar el maleable acero sobre el acero.

Referíanos él, riendo alegremente, que el maestro de fragua que le puso el primer utensilio de hierro en la mano le obligaba a desnudarse de la cintura arriba para dar a su piel toda la dureza i resistencia del oficio... La máxima del herrero alemán, como la del roto chileno, era que la piel sana sola de las quemaduras, mientras que el lienzo de la camisa o el cuero de los zapatos necesita remiendo artificial que cuesta plata...

Stuven fué el más entusiasta admirador del obrero chileno hecho soldado, i jamás se sació de hacer su alabanza, fuese en el campamento, fuese en la fragua, fuese en la batalla.

IV.
Después de aquella jimnástica preparatoria, pasó Federico Stuven en 1853 a la Escuela Politécnica de Hanover, donde aprendió por principios la mecánica, la construcción de máquinas i el arte de manejarlas personalmente, sirviendo en algunas ocasiones de fogonero i en otras de maquinista de los trenes que le encomendaban.

En esta misma capacidad trabajó i estudió en Inglaterra, en Béljica i en Francia (cuyos idiomas poseía como el suyo propio i el alemán) a fin de perfeccionarse i no por lucro, porque su padre era entonces rico i proveía jenerosamente a todas sus necesidades.

V.
Después de ocho años de esta carrera práctica, fué devuelto a su país hecho un hombre verdadero, desde la epidérmis al alma, i auxiliado por su bondadoso padre planteó en Valparaíso, con considerable capital, un establecimiento que se denominó Fundición Nacional.

Pero la falta de experiencia i de consumo, no menos que la competencia extranjera, forzáronle pronto a liquidar aquel negocio.

No tuvo esto lugar, sin embargo, sin que Stuven diera pruebas de su entusiasmo e intelijente patriotismo durante la guerra con España, porque a su industria debemos los primeros cañones de gran calibre fundidos en el país, con éxito superior al que pudiera esperarse del apremio i de la escasez absoluta de arbitrios. A consecuencia de esto, Stuven pasó a organizar la maestranza de Limache, establecimiento importantísimo para el país, i que la carcoma sorda que devora nuestros millones con el nombre i el disfraz de economía ha entregado después a las ratas i a la ruina.

VI.
No encontrando desde aquel tiempo una posición estable, hízose Federico Stuven un industrial viajero, i durante diez o doce años recorrió alternativamente los departamentos mineros del norte instalando maquinarias en las minas. Fué en esta época cuando unió su suerte a la apreciable señora que hoi vive aflijida viuda después de haber nacido en la opulencia, la señora Dora González, hija del conocido capitalista del Huasco don Marcos González.

Visitó también Stuven en esa época, en razón de su oficio i en varias ocasiones el Perú. Alguno de los mejores injenios de azúcar de los valles setentrionales de ese país, principalmente en Lambayeque, fueron montados por él.

VII
Decayendo su fortuna a medida que le nacían hijos (que esta es la regla de proporción más usual de los hogares de Chile), sorprendió a Stuven la segunda guerra de su patria trabajando en un molino de papel de estraza que había montado a orillas del Maipo (en Buin) i que le rendía regulares provechos.

Pero desde los primeros días de la alarma nacional cónstanos que ofreció sus servicios como injeniero, los que fueron, como tantos otros jenerosos arranques del patriotismo, tercamente desdeñados por los que creían en la Moneda que la guerra era el sueño i las campañas una siesta.

Descendió hasta solicitar con humildad un puesto de mecánico, i ese ofrecimiento recibió la misma enfadosa acojida, hasta que, como a la fuerza, impúsose él mismo marchándose a Antofagasta, donde los cañones de batir permanecían durante largos meses arrojados en la playa.

VIII.
De todos los ofrecimientos patrióticos, tan numerosos como las arenas del mar en esa época, no había, a nuestro juicio, ninguno más oportuno ni más vivamente requerido que el del propietario de la fábrica de Buin, i junto con éste el de un oficial del ejército francés que había servido en el tren de equipajes con honrosos certificados que exhibía, hallándose lucrativamente ocupado en la litografía Cadot.

Pero por lo mismo que esas ofertas revestían la mayor importancia práctica fueron perentoriamente rechazadas en esos días de sublimes teorías sobre la guerra i sus medios de acción.

Recordamos esta circunstancia porque uno i otro de esos hombres especiales, el injeniero mecánico en una guerra mecánica i el conductor de equipajes en una guerra de marchas, se valieron de nosotros piara sus desairadas peticiones. I si bien el mal elejido conducto pudo talvez influir en el rechazo, no es menos cierto que en ella se cerró los ojos a la luz, como en tantas otras cosas.

Queremos en este particular, i para confirmar nuestro razonamiento o nuestra acusación, citar algunos párrafos de carta que con fecha 8 de mayo de 1879 nos escribiera el señor Stuven piara reforzar las ventajas que ofrecería al ejército en campaña la posesión de una maestranza ambulante como la que llevan consigo, no sólo los ejércitos modernos de Europa i de Estados Unidos, sinó las divisiones mismas de cada ejército, puesto que en el día todo es cuestión de armamento, de rieles i de locomotoras, es decir, de injeniería mecánica. Los párrafos aludidos de esa carta decían como sigue:

"El cuerpo de mecánicos con sus correspondientes herramientas i a las órdenes de un injeniero competente, debiera acompañar al ejército i escuadra; tanto para las composturas a bordo, que son necesarias en buques que están continuamente sobre la máquina, como para el ejército, que necesita de este cuerpo para el arreglo del parque de artillería, pertrechos, carros, etc.

"I sobre todo es preciso tener presente que la guerra se hace en un desierto en que se carece del agua i que ésta tiene que fabricarse. Supóngase que la toma de Iquique sea un hecho i que el enemigo, como es natural, destruyera sus máquinas resacadoras de agua, en este caso es imposible la permanencia de un ejército si estas máquinas no se componen inmediatamente. Aquí el cuerpo de mecánicos estaría en su elemento, i es de indispensable necesidad su formación. Mandar a Valparaíso para arbitrar todos estos recursos, es imposible: es preciso que se hagan en el terreno mismo. Este cuerpo podría enrolar obreros que han trabajado en la maestranza de Limache i a conocedores en la fundición de cañones, pertrechos, etc., i que serían los más competentes para el manejo de la artillería; es mucho el partido que se podría sacar de hombres acostumbrados a esta clase de trabajos.

"Si usted escribe algo a este respecto, suplicaría a usted no dijese que yo había ofrecido mis servicios: con los pasos que he dado los creo ya suficientes: si me necesitan que me llamen: el jeneral Arteaga sabe mui bien esto i sé que en todo caso me llamaría para ocupar el puesto que creo necesario para el ejército i escuadra."

IX.
Tenía esto lugar en mayo de 1879; pero llamado al fin Stuven desde Antofagasta por el ministro Sotomayor (no por el gobierno de la Moneda) en setiembre de ese año, permitiósele montar a bordo de la fragata-trasporte Elvira Alvares una pequeña maestranza, i gracias a esta previsión hallóse el animoso industrial en aptitud de prestar los más preciosos servicios al ejército desde que puso éste su planta victoriosa en las laderas de Pisagua. Buques, locomotoras, telégrafos, todo necesitó de la inmediata cooperación personal de! hasta entonces oscuro i repudiado mecánico.

X.
Mas no bien comenzó la guerra verdadera, movible i atrevida, Stuven recobró su verdadero puesto, i tanto como el jeneral en jefe, se hizo el "hombre necesario" de las campañas.

Se recordará, en efecto, que Federico Stuven fué el primero en saltar a tierra en Junín; fué el primero en enviar agua resacada en improvisado caldero al ejército sediento en las alturas; fué el primero en habilitar máquinas que corrieron hasta Dolores, cuyo inagotable pozo, vena escondida del río de Tarapacá, fué la salvación «leí ejército i la preparación de su victoria.

I desde entonces, como era natural, i aparte de los mil servicios mecánicos que comenzaban en la herradura del caballo i terminaban en las válvulas de la locomotora, el injeniero Stuven estuvo siempre a la vanguardia de todas las operaciones del ejército.

XI.
Fué él quien condujo la división Martínez en su paseo de año nuevo de Ilo a Moquegua, i quien la trajo salva de regreso por medio de mil abismos i celadas.

Fué él quien habilitó la cigüeña a vapor del desembarcadero de Pacocha para desembarcar nuestra pesada artillería.

Fué él quien regularizó la provisión de agua del ejército, poniendo a salvo los estanques del río de Ilo i repartiéndolos por sus cañerías a la ciudad i a los campamentos.

Fué él quien, como el gastador de fierro del ejército, reconoció i compuso la vía férrea desde Pacocha a Moquegua, habilitando sucesivamente tres locomotoras, cuyas piezas esenciales forjó por su propia mano o rescató con injeniosos ardides en los lugares de escondite, secundado en todo por dos eficaces auxiliares, el capitán Marcos Lathan, hombre de acero, i el injeniero Quetart, hombre de bronce.

Fué él quien salvó de la muerte i de la desesperación por la sed la división Muñoz, detenida en el Hospicio por un fatal desrielamiento.

Fué él quien, por último, salvó en otra ocasión la vida de los jenerales Escala i Baquedano, del ministro de la Guerra en campaña i del almirante Riveros i su comitiva, extrayendo de uno de los machones del puente de hierro de Moquegua el depósito de diezisiete cajas de dinamita que en cobarde asechanza habían puesto allí los peruanos, hecho ignorado i terrible que solo hoi es lícito afirmar. Los peruanos, que han sabido indudablemente emplear mejor la dinamita que la pólvora, habían minado con 17 tarros de aquella sustancia el puente colgante de Moquegua, junto al Alto de la Villa, i cuando iba a pasar el tren en que marchaban a felicitar al jeneral Baquedano por su éxito en los Anjeles, el jeneral en jefe don Erasmo Escala, el ministro Sotomayor i su numerosa comitiva, irremediable catástrofe habría tenido lugar, si Stuven, advertido por una confidencia femenina, no hubiese estraído las fatales minas sólo minutos antes de llegar a aquel sitio el convoi chileno.

XII.
Fué también en ese servicio donde Stuven experimentó el rudo golpe que, lentamente i sin que él se apercibiese, fue debilitando los resortes de su poderosa organización hasta el momento en que de repente se tronchara.

Examinando la marcha de una locomotora (La Chilena) que el había habilitado en el ferrocarril de Ilo a Moquegua, cayó de bruces sobre los rieles, en los desfiladeros de Conde; i sufrió tan horrible concusión cerebral, que todo hombre que no estuviese, como él, blindado por el hierro desde su infancia, habría instantáneamente sucumbido.

"Tenía la máquina —escribía por esa época al autor de estos recuerdos su segundo, el intelijente injeniero catalán Quetart,— dos frenos, uno que apretaba las ruedas de la maquinaria en la bajada del Pacai, donde la gradiente era mui pronunciada; el fogonero apretó el freno del cochecito poniendo las ruedas a la rastra, i el señor Stuven reconvino al fogonero por ese mal manejo, i para mostrar al fogonero el mal que causaba, se inclinó todo su cuerpo para ver si efectivamente marchaba la máquina como corresponde a una bajada tan peligrosa, i por tener las manos húmedas de aceite, le resbalaron, perdiendo el equilibrio, cayendo instantáneamente de cabeza al costado de la línea."

XIII
Recobrado apenas en el seno de su familia, regresó al ejército, acompañó a la espedición Lynch al norte i se halló en la captura de Lima, de cuyos ferrocarriles fué nombrado inmediatamente superintendente jeneral.

Mas como su salud flaqueara, llamóle el gobierno a ocupación mas tranquila, colocándolo de jefe de la maestranza del ferrocarril del sur, en cuyo puesto dejó de existir súbitamente, a consecuencia de los daños internos recibidos en su organismo durante las campañas, en una noche de agosto de 1883, en la ciudad de Concepción.

XIV.
La prensa de todo el país hizo el condigno duelo sobre el ataúd de aquel ciudadano modesto i abnegado a quien un diario de la ciudad que guarda hoi sus cenizas denominó con justicia "el gran obrero".

"En la falanje de abnegados obreros,—decía a este mismo respecto en su sección editorial El Ferrocarril de Santiago, al publicar el telegrama que anunciaba el súbito fallecimiento del comandante Stuven,—en la falanje de abnegados voluntarios que apenas estalló la guerra con las repúblicas aliadas se apresuraron a ofrecer sus servicios en el ejército o la armada, el señor Stuven se distinguió siempre en primera línea ya por su importante cooperación como injeniero, ya por su arrojo en los campos de batalla, llegando a ser una de las figuras más simpáticas de la presente guerra.

"Si en Chorrillos no tuvo ocasión de prestar sus servicios, como injeniero, fue uno de los ayudantes de campo que desplegaron mayor valor i entusiasmo. I en Miraflores, al finalizar la batalla, cuando los trenes blindados que venían de Lima sembraban la muerte a su paso, Stuven, en medio de las balas, se ocupaba en levantar rieles frente a la misma estación a fin de cortar la linea, sin cuidarse de los proyectiles que llovían sobre él.

"Apenas el ejército chileno entraba a Lima el 17 de enero de 1881, Stuven se hacía cargo del ferrocarril de la Oroya, i organizaba este servicio importante, pudiendo a la madrugada del 18 conducir el primer tren al Callao mucho antes de que entrara a aquel puerto la primera división; pocas horas después otro tren para Ancón i un otro para el interior, continuando después sin interrupción el servicio tanto para las espediciones militares como para el tráfico público." 

I otro diario serio (El Independiente) agregaba por su parte:
"La vida del señor Stuven, si no mui prolongada en el tiempo, ha sido larga por las incesantes i fecundas labores a que la consagraba i por las importantes obras que realizó durante la guerra, de cuyas principales campañas fué auxiliar eficaz i poderoso. En cada ciudad que se tomaba, él era quien ponía en el acto corrientes las líneas férreas que se necesitaban para el trasporte, i ordinariamente él mismo en persona guiaba la primera máquina, afrontando sereno los peligros de lo desconocido i de las insidias de los enemigos."

XV.
En cuanto a los funerales de aquel hombre modesto i útilísimo que perteneció a la clase obrera de la guerra i cuya memoria por lo mismo nos es especialmente cara, hé aquí como la prensa de Concepción referíalos, como para ejemplo de los que armados del martillo i la picota vinieron en pos de él a engrandecer a su patria:

"Los restos de este querido muerto fueron ayer a las nueve de la mañana, conducidos al cementerio.

La amistad, el cariño, el austero deber, se dirijieron en hermosa i edificante romería a la morada del descanso, para rendir al hombre, al ciudadano, al excelente servidor de la patria Federico Stuven, el último de los homenajes,

El cadáver fué sacado de la casa mortuoria en un magnífico ataúd, construido en la maestranza, ataúd ricamente adornado con flores de oro i otras galas.

Sobre este ataúd se leían estas bellas palabras:
"Tributo al civismo i probidad de don Federico Stuven.
Los empleados del ferrocarril.
Concepción, agosto 13 de 1883."

A las nueve comenzó a desfilar el convoi fúnebre, rompiendo la marcha los obreros de la maestranza que desengancharon los caballos para tirar por sus propios brazos el carro.

Aparte de los numerosos amigos i admiradores del muerto, iban todos los empleados de la estación, don Benjamín Videla, jefes de maestranzas, jefes de talleres, etc. Las oficinas del ferrocarril quedaron despobladas.

Aunque un buen número de coches seguía al convoi, casi nadie subió a ellos prefiriendo hacer la marcha a pié hasta el mismo cementerio.

Un acompañamiento así es más hermoso, más significativo, más solemne.

Llena de santo recojimiento iba la concurrencia, notándose en los semblantes el sello del dolor.

Al borde de la fosa ¡ antes de entregarle el cadáver de aquel hombre—gran corazón i espíritu eminente—hablaron los señores Francisco de Paula Salas i Darío Verdugo.

En esos momentos hubo muchos ojos que se humedecieron, no pudiendo ahogar el sentimiento.

Verdaderamente, pocos entierros más hermosos que el de ayer.

Olvidábamos algo: muchos estranjeros i chilenos fueron con sus familias, lo que daba al acompañamiento un carácter mas hermoso todavía.

La concurrencia, con mui pocas excepciones, se retiró a pié, como para mayor satisfacción, como para hacer puro el tributo de amor i de justicia que se debe a los muertos."

XVI.
Federico Stuven fué amado por todos los que le conocían, i esto desde el primer momento, porque era una de esas naturalezas que nada encubren. Franco, abierto, leal, caballeroso en la honradez, amante de su país con ese fervor que es propio de las razas mixtas, su corazón era como esas máquinas de lujo que se exhiben bajo un fanal trasparente, mostrando hasta el último tornillo de su mecanismo.

I por eso el Congreso Nacional, llegado el turno, si no de la justicia, de las reparaciones, otorgó pronto a su viuda i a sus huérfanos hijos una pensión para asegurarle su pan a la primera i la cartilla, el libro i el yunque a los últimos.


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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