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13 de agosto de 2017

Eduardo L. de Romaña

Eduardo López de Romaña
Eduardo López de Romaña

"El hombre que defendió el valle de Tambo

Eduardo López de Romaña y la defensa del valle de Tambo en la guerra con Chile

Eduardo López de Romaña y Alvizuri (1847-1912) fue presidente de la República, ingeniero de profesión. Nació en Arequipa el 19 de marzo de 1847, en el seno de una antigua y prominente familia. Sus padres fueron Juan Manuel López de Romaña y Josefina Alvizuri Bustamante, quienes fueron los primeros de la familia en adquirir la hacienda Chucarapi.

Siguió la carrera de ciencias aplicadas en el King’s College de Londres, donde obtuvo el grado de bachiller (1868). Al recibirse de ingeniero civil se especializó en diseño y tendido de puentes metálicos para el paso de vías férreas y realizó prácticas profesionales con Lee Smith.

Viajó a trabajar en la India, lo cual le valió para cimentar su prestigio y encumbrarse desde joven en una buena situación económica. En mayo de 1872, a los 25 años, quedó inscrito como socio de número en el Instituto de Ingenieros Civiles de Londres. Luego, por cuenta de la Public Works Construction Company, viajó al Brasil con el fin de verificar las obras ferroviarias del Madeira y del Mamoré. En esta excursión, la mayor parte de los expedicionarios pereció a causa del clima malsano, de las enfermedades, accidentes fluviales y la agresiva oposición de los nativos del lugar, pero López de Romaña consiguió salvar afortunadamente la vida, aunque sin completar la labor que se le había asignado. Fracasada aquella fabulosa empresa, retornó a Europa, hasta que en 1874 –tras quince años de ausencia– regresó al Perú en marzo de 1874 y se instaló a vivir en su natal Arequipa. En esta ciudad, donde era dueño de numerosas propiedades y fincas agrícolas, se casó el 20 de marzo de 1877 con María Josefa Castresana García de la Arena, matrimonio del cual nacieron sus hijos Eduardo, Carlos y Hortensia.

Durante la Guerra con Chile, el eficiente técnico se enroló en la defensa nacional y patriótica con el grado de coronel y como comandante general reunió y organizó las milicias cívicas del valle de Tambo en Islay. Fueron tres batallones de aproximadamente unos 1.500 tambeños que estuvieron bajo su mando, de los que sólo doscientos estaban armados convenientemente.

López de Romaña impidió el ingreso de los invasores en 1880, obligándolos a retirarse por Mollendo, puerto que salvajemente lo incendiaron. El hecho de haber sido repelidos por los tambeños, impidió que los chilenos avanzaran hacia la ciudad de Arequipa con su respectiva captura, obligando al enemigo a continuar por mar hacia Lima. Dos años después, los chilenos trataron nuevamente de ingresar por Mejía al rico valle de Tambo, pero otra vez fueron repelidos firmemente por el insigne arequipeño, que contó con el apoyo de los Húsares de Junín. Posteriormente, después de la firma del Tratado de Ancón con el cual se acordó el fin de la guerra, Arequipa fue tomada por el enemigo, él y su familia se refugiaron en Tacna, donde falleció su esposa, María Josefa Castresana. Al quedar viudo de su primera esposa, en segundas nupcias se casó con la hermana de esta, su cuñada Julia Castresana (1888), la cual le dio otros seis hijos: Juan, Luis, Catalina, Julia, Fernando y Francisco. Fernando fue a quien muchos de nosotros lo conocimos dirigiendo a la hacienda Chucarapi y lo llamábamos don Fernando Grande para diferenciarlo de su hijo del mismo nombre Fernando Chico.

Pasada la guerra, tuvo un papel preponderante en el progreso de la Ciudad Blanca. Fue presidente de la Beneficencia en tres oportunidades, impulsó la sociedad de artesanos, fundó colegios, clubes y, como ingeniero del concejo provincial, logró dotar de agua potable a su pueblo natal. En ese andar, fue elegido presidente de la Junta Patriótica de Arequipa.

Después de la revolución de Piérola, ese mismo año, saltó a la política de ámbito nacional ocupando en el Congreso una plaza de diputado por Arequipa.

En 1897 fue elegido alcalde de la ciudad de Arequipa, cargo que desempeñó notablemente, realizando obras urbanísticas y de vialización. Volvió al Congreso de la República en 1898 con una plaza de senador y un año después, al llegar a su término el gobierno de Piérola, fue lanzado como candidato de la alianza civil-demócrata a la primera magistratura de la nación. La personalidad de López de Romaña fue considerada como ideal, pues se trataba de un hombre tranquilo, exento de alardes públicos o de arrolladora imagen, pero sumamente empeñoso y dueño de una vasta cultura.

En su mandato presidencial, de 1899 a 1903, impulsó firmemente el desarrollo agrícola, para lo cual fundó la Escuela de Agricultura con el apoyo de expertos belgas, y promulgó un nuevo Código de Aguas (1902), que reglamentaba el riego en proporción al tamaño de las propiedades.

Fue el presidente que dio inicio a la llamada República Aristocrática (1899-1919). La política no fue su pasión, pero, acaso sin quererlo, su labor como ingeniero le abrió al camino a la Presidencia de la República. Y aunque hizo una administración eficiente, digna de recordarse, es uno de los gobernantes peruanos menos conocidos por las nuevas generaciones, quizá porque fue un hombre correcto y el escándalo estuvo ausente durante su mandato. Definitivamente, fue un peruano que merece ser recordado siempre por su mesura, la que muchas veces hace falta en el país y él se convirtió en un icono de tal magnitud que merece el mayor de los respetos históricos, habiendo cumplido enteramente con el Perú.

El gobierno de López de Romaña duró hasta el 7 de setiembre de 1903, fecha en que entregó el poder a Manuel Candamo y se retiró de la vida política. Falleció el 26 de mayo de 1912 en el balneario de Yura, Arequipa, a los 65 años de edad.

Volviendo a las remembranzas de la época de mi niñez, que tal como lo comenté anteriormente, transcurrió en la hacienda, en aquel entonces, una de las actividades que más nos divertía a todos los chiquillos, era escalar los cerros aledaños a la hacienda, así subíamos continuamente al cerro a un costado de la Casa Hacienda en cuya cima había una cruz iluminada por las noches con focos fluorescentes, cuya luz permitía ver la silueta de alguno que otro zorro silvestre cuando pasaban a su costado. En una oportunidad llegamos a ascender hasta la punta del cerro Huaynapoto, el más alto de la provincia de Islay, en donde también hay una cruz. Iniciando el ascenso por el lugar donde hacían las prácticas y competencias de tiro al blanco y en gran parte de la subida, muy por encima de las fosas en donde estaban instalados los bastidores de los blancos, podíamos encontrar muchísimas balas oxidadas casi en la superficie del suelo, por lo que suponíamos que podían ser los vestigios de batallas entre las tropas peruanas y chilenas.

Fuentes:
Historiaperuana, El Peruano y miscelánea


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Texto tomado de la página de facebook "Yo amo Arequipa"

Saludos
Jonatan Saona

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