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6 de agosto de 2019

Bartolomé Vivar

Bartolomé Vivar
Don Bartolomé Vivar
Segundo Jefe del Rejimiento 2° de línea

II.
El teniente coronel don Bartolomé Vivar, segundo jefe del ya lejendario 2° de línea, devuelto recientemente al seno de la tierra en que naciera, figuró señaladamente en aquella falanje de bravos, i fué uno de aquellos denodados chilenos que, encerrado dentro de un abismo por una fatal imprevisión, sucumbieron en número de muchos centenares antes que retroceder un solo paso en la línea del honor, antes que dejarse arrebatar vivos el pendón sagrado de la patria, sudario de los muertos heroicos. El soldado chileno cuando ataca aseméjase en su vuelo al águila; pero en la retirada truécase en poste inamovible, i respecto de su bandera no la suelta sinó cuando, envuelto en ella, amortaja su cadáver con sus pliegues.

I de ese linaje de hombres fué ciertamente el teniente coronel Vivar, que, como San Martín en el 4° de línea, hizo del batallón antes nombrado su familia, viviendo i muriendo célibe; i de su cuartel su propio hogar, que no abandonó un solo día en el espacio de 28 años, esto es, durante toda su vida militante, (1851-1879).

III.
Hijo de un primer matrimonio del agrimensor Vivar, cuyo nombre i virtudes, al contar en pájina precedente la corta pero honrosísima vida de su medio hermano menor Pedro Antonio, dejamos ya recordados, el joven Vivar educóse en la ciudad de San Fernando, donde viniera al mundo en 1832, hasta la edad núbil, en que, forzado a ello por penurias domésticas i por su amor innato a la carrera de las armas, vehemencia infantil de muchos ánimos de hombres, entró a la escuela de cabos instalada hacía poco en Santiago como una sección anexa de la Academia Militar. Un soldado famoso que ha sobrevivido a todas las batallas pero no a las dolencias físicas de las campañas pasadas, el jeneral Lagos, había pasado ya por aquella humilde ruta, para llegar más tarde, como los soldados de. Napoleón, i por su solo esfuerzo, de la cartuchera i de la boyeneta, a la faja i al tricornio.

El bravo coronel Marchant, muerto gloriosamente en Miraflores era también de esa estirpe i de esa Escuela.

IV.
Un año hizo allí el joven colchagüino su aprendizaje de subalterno (marzo de 1S51 a abril de 1852), i ocurrió la circunstancia no poco interesante de que habiendo sido nombrado cabo 2.° del batallón 3.° de línea el 16 de abril del último año, optó dos semanas más tarde (abril 29) por la jineta de cabo del 2°. I desde ese día hasta el de su martirio, no se separó un solo día, una sola hora, de su cuerpo.

Hai almas hechas de esa suerte i de esa sustancia. Son seres amantes pero silenciosos i solitarios que agrupan su familia en torno a su cuartel i por este procedimiento, el mundo entero queda reducido para ellos al cuarto de banderas i a la bandera.

Tardó por este moroso camino el cabo Vivar un año en ascender a cabo 1°; cuatro años en cambiar la tira de lienzo de su manga por el galón dorado de sarjento 2° i casi otro tanto por alcanzar su nombramiento de sarjento 1°. Entonces costaba harto sudor el ser soldado. Hoi suele bastar un poco de saliva!...

I tan era así, que fueron necesarios los encuentros de la guerra civil para abrir al joven i paciente subalterno, cuando tenía ya cerca de treinta años, la codiciada brecha de la carrera de oficial, siendo ascendido a subteniente después de Cerro Grande, el 1° de octubre de 1859.

V.
Sus ascensos contáronse desde entonces lentamente, ya en la monotonía de las guarniciones, ya en la monotonía de los malones indígenas, que en aquel tiempo se acostumbraba estampar en las hojas de servicio como méritos i batallas, no pasando de simples pasatiempos i escaramuzas de avanzada. De éstas perdió la cuenta Vivar, porque siempre estuvo de facción en las fronteras de Arauco, i allí en el curso de veinte años, ascendió a teniente en 1865, a capitán en 1868, a sarjento mayor en 1873 i a teniente coronel efectivo el 28 de marzo de 1877, cuando la actual guerra, sin que nadie lo apercibiera, venía ya caminando encubierta i disfrazada con su túnica de guano i de salitre.

VI
De la memoria de nadie se habrá honrado todavía, por más aprisa que el olvido, aliado de la ingratitud, pase su plancha de hielo sobre muchos de los que se adelantaron en el servicio de su patria para honrarla, la circunstancia del embarque del batallón 2° de línea en Valparaíso en febrero de 1879, siendo este cuerpo el primero que, como en la guerra con España de 1865 i en todas las campañas sucesivas, se ha encaminado al teatro de las operaciones. Hubo un banquete de adiós en aquella partido, i entre sus frugales, improvisadas libaciones, todos, jefes i soldados, veteranos i voluntarios juraron morir mil veces antes que consentir en empañar el limpio reflejo de su azulada i alba bandera.

VII.
Cupo al comandante Vivar la tarea de disciplinar los reclutas de su cuerpo, cuando este fué elevado a rejimiento en el campamento de Antofagasta, i para esta fatiga elijió el pueblo i mineral de Caracoles, donde, como de vanguardia, quedó acantonado su cuerpo. El comandante Vivar, a guisa de antiguo cabo de escuadra, i como soldado que había cargado sin murmurar durante ocho años la jineta i la varilla de mimbre, era un disciplinario severo, infatigable, casi insomne, que desde la primera luz del alba hacía trotar sus reclutas por las colinas hasta rendirlos de cansancio antes de la puerta franca, i de apetito antes del rancho. Solía decir a sus amigos que el más vivo placer de su austera vida era aquel continuo ejercicio matinal, cuando cabalgando en alas de la fríjida brisa de la madrugada asomaba el sol tropical tras las colinas i convertía en centellas de fuego las bruñidas bayonetas de las enérjicas mitades al ascender las lomas arenosas del desierto.

VIII.
De aquella posición avanzada marchó el comandante Vivar al estreno de Calama que nos dió la posesión del Loa, i en seguida al estreno de Pisagua que nos dió la posesión de Tarapacá.

Pero como a virtud de una disposición superior que había retenido parte del ejército en las alturas de aquella playa de desembarco, no fué posible que el rejimiento 2.° de línea entrase a formar en fila de batalla en la cima del cerro de la Encañada, sinó cuando sus compañeros de armas apagaban los últimos fuegos de la victoria a las oraciones del 19 de noviembre de 1879, quedó en aquel entusiasta cuerpo la levadura de un sordo descontento que sus propios jefes no eran dueños de ocultar. No combatir es un castigo para el soldado chileno, puesto que pelear es su único premio. Por otra parte, el 2° de línea creía tener conquistado su puesto de vanguardia desde el muelle de Valparaíso i desde los puentes de madera del Loa en el día de Calama.

IX.
Bajo estos auspicios mucho más propios del entusiasmo bisoño que de la disciplina rigorosa, organizóse por otros en el campamento de Dolores, una semana escasa después de la batalla campal a que impropiamente se ha conservado ese nombre, la expedición que se llamó de Tarapacá en Tarapacá, porque iba dirijida a cortar la retirada de los peruanos derrotados en la Encañada el día 19, medio a medio de la quebrada i caserío de aquel nombre, antigua capital del desierto del Tamarugal.

X.
Atravesando este en toda su extensión durante el día i la noche del 26 de noviembre de 1879, el 2° de linea con los Zapadores, la Artillería de Marina i el batallón Chacabuco, sin estudio el más leve del terreno, sin consulta de su propio jefe, sin guías ni prácticos de la topografía, sin avanzadas, sin espías, sin agua, sin aprestos de ningún jénero excepto la triple fatiga de la marcha por el médano, de la fríjida trasnochada i del hambre, fué lanzado el primero de aquellos cuerpos al amanecer del memorable día 27 de noviembre al fondo de la quebrada a hacer "la rodeada" de los peruanos fujitivos, como si se tratara de dispersa manada de ovejas espantadas por el lobo, orden temeraria que fué en el acto i sin observación obedecida. El comandante Ramírez era un soldado desde el quepi a la espuela, i su segundo no lo era un ápice menor.

XI.
Descendía en consecuencia por los ásperos zig-zags de la estéril i profunda barranca a la cabeza de su cuerpo el pundonoroso comandante Ramírez, ostentando su hermoso talante de guerra en el caballo chascón de Abaroa, presa lejítima de Calama, i a su lado iba su segundo, marchando a pie i con túnica de simple soldado. En la víspera, fumando algunos oficiales dentro de una calichera, a la sombra de cuyos muros habíanse echado para reposar, poniendo Vivar su casaca por almohada, una pavesa candente había encendido aquella materia explosiva i puesto aun en peligro la vida de algunos de sus compañeros. Con este motivo, quemada su túnica de jefe, el comandante Vivar pidió prestada la burda suya a su asistente, i sin más distintivo que su espada entró al combate.

XII.
Iniciado este de una manera repentina i violenta por los peruanos, a quienes se había dado tiempo de apercibirse. Vivar adelantóse a todos, i poniéndose a la cabeza de tres compañías (las de los dos hermanos Garretón i la del capitán Necochea) lanzóse con ímpetu de chileno por el fondo de la quebrada sobre la aldea enemiga en cuyas callejuelas había comenzado el combate, i en pocos minutos adueñóse de ella.

XIII.
Pero los peruanos, esta vez mucho mejor dispuestos conforme a la estratejia, trepáronse a los cerros i desde la altura comenzaron a arrojar sobre los asaltantes tan espesa lluvia de plomo, que en pocos minutos el suelo quedó empapado de sangre, como si ésta hubiese caído del cielo, al paso que las compañías chilenas que habían marchado en avance tomábanse, sin retroceder un palmo i como por efecto de un hórrido huracán, en montones de cadáveres. El bravo Ramírez avanzó entonces con la compañía del capitán Silva, i, surjiendo el rayo del fondo de la tormenta de fuego, redujo a tizones las nobles efijies de aquellos sacrificados combatientes. Setecientos chilenos sobre dos mil quedaron en el campo maldito. ¿Cuándo hubo, sin victoria, mayor matanza?

XIV.
Menos afortunado el comandante Vivar, había visto perecer a su lado a los capitanes Garfias, Fierro, Carretón, Valenzuela i a todos sus soldados, casi sin escapar uno solo; pero el plomo no le había perdonado en el primer momento sinó para imponerle una humillación superior a la muerte para corazón tan levantado como el suyo.

Herido en efecto al principio de la acción, como Ramírez, en un brazo, había como él continuado batiéndose hasta que una segunda bala atravesóle el bajo vientre en parte tan vital como la vida misma; i sentándose entonces en una piedra del camino, púsose a aguardar el desenlace de la batalla i de su propia existencia con esa estoicidad que, después del valor temerario, es la condición mas caracterizada del soldado chileno.

XV
No tardaron los peruanos en envolverlo en su línea de avance, i llevado a la presencia del coronel Bolognesi (el de Arica), denostóle éste, con más brutalidad que justicia, porque siendo jefe había entrado a la batalla disfrazado de simple soldado....

— "Así se pelea, cobarde, díjole el coronel peruano, mostrándole sus relucientes presillas de jefe sobre sus anchos hombros."

A lo que el pundonoroso jefe chileno replicó, explicando al jefe peruano con voz tranquila la aventura de la calichera el día de la víspera.

Noble soldado perdido tan prontamente para la patria i fundido en el molde de las heroicidades antiguas, ¿necesitábais acaso aquella excusa? ¿Qué más digna respuesta cabía al reto aleve del peruano que mostrarle en silencio tu erguido busto perforado por dos balas?

XVI
Abandonado aquella misma noche el pueblo de Tarapacá por los que se decían vencedores i continuaban su fuga, el comandante Vivar quedó encomendado a la ambulancia peruana dejada allí por el jeneral Buendía a cargo de sus propios heridos, i, según el testimonio de éstos, el moribundo sobrevivió tranquilo durante algunas horas al daño mortal que de prisa le postraba. Como era hombre fuerte i de músculos tan recios como el tejido moral de su alma, llegó aun a creer que podría volver a visitar los patrios lares, i en el calor de la fiebre pútrida que invadía rápidamente sus descuidadas heridas, hablaba a sus vecinos de lecho i de dolor en la ambulancia enemiga de las frescas cascadas que embalsamaban las selvas de Arauco, donde él, mediante su trabajo i una ríjida economía, había logrado labrarse un selvático cortijo.

La agonía siguió empero a la ilusión, i al segundo día del abandono en la quebrada, no amanecía bajo el cobertor de sangre sinó el yerto cadáver de quien en el cuartel i en el campo de batalla había sido un cumplido capitán chileno.

XVII.
Sepultado a la lijera en la pequeña i derruida iglesia parroquial del pueblo por aquellos de sus compañeros de armas que llegaron entre los primeros al rescate, guardóle allí la indiferencia que no tiene deudos poderosos, hasta que un solícito hermano, humilde relijioso de un convento de Santiago, adelantándose a la obra de reparación que es deuda exclusiva de la patria, obtuvo, a virtud de esfuerzos i gastos personales, la traslación de sus cenizas, en setiembre último, hasta su claustro donde hoi descansan.

La autoridad militar asocióse sin embargo, en nombre de la fraternidad de las armas, a la obra de la fraternidad de la naturaleza, i siguiendo los pasos del piadoso monje franciscano, dispuso los honores debidos a sus manes, a su rango i a su martirio en una orden del día que así decía, con fecha 3 de setiembre de 1883:

"Debiendo llegar a esta capital los restos mortales del teniente coronel, segundo jefe del rejimiento 2° de línea, don Bartolomé Vivar, que sucumbió gloriosamente en la batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879, esta Comandancia Jeneral dispone se le hagan los honores fúnebres en la forma siguiente:

"El miércoles 5 del corriente, a las ocho i medía de la mañana, se encontrarán formados en la estación del ferrocarril del norte la brigada movilizada de Artillería número 2 con su armamento menor i la banda de música del rejimiento de Cazadores a caballo, desmontada, que acompañará a dicho cuerpo, i medio batallón del Chillán 8.° de línea con su respectiva banda de música, para acompañar de ahí hasta el temido de San Francisco, los restos del mencionado jefe.

"Un piquete montado del rejimiento de Cazadores a caballo, compuesto de un cabo i seis soldados al mando de un sarjento, irán de guardia a los lados del carro mortuorio. Al depositarse los restos en la mencionada iglesia, el medio batallón del 8° de línea hará los honores fúnebres prevenidos en el artículo 42, título 82 de la Ordenanza jeneral del ejército.

"Las expresadas fuerzas serán mandadas en jefe por el teniente coronel don Ramón Perales, sirviéndoles de ayudantes los del cuerpo de su mando.

"Para el referido acto, se invita a los señores jefes i oficiales francos de esta guarnición.
Lagos."

XVIII.
Fieles los últimos al deber, en las filas como en la tumba, marcharon en la hora fijada al encuentro del compañero mártir i del jefe que, en el primer aciago encuentro, había levantado tan alto su erguida cabeza que desde entonces logró servir a todos de enseña i de divisa.

Los coroneles Barceló, Cortés i Martínez, levantaron en sus hombros el día de su último paso por la tierra, que es el canto fúnebre de los sacerdotes sobre el sarcófago de los cristianos, el liviano puñado de cenizas que éste aun guardaba; i al depositarlos en el sitio del postrer descanso humedeciéronse los ojos de aquéllos de sus camaradas que, como el comandante Arrale i el mayor Necochea, lo habían visto pelear i caer en la horrible grieta del desierto peruano a quinos arrastró en un momento de vértigo una carnicera imprevisión.

¡Quisiera el cielo que esa hubiese sido la última!


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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