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16 de julio de 2019

José J. Flores

José Joaquín Flores
El Capitán Don José Joaquín Flores.

III.
Tan amargas pero no desconsoladoras reflexiones han asaltado con particularidad nuestra alma en el caso doloroso de que hoi nos ocupamos, al escuchar de los trémulos labios de un anciano las cariñosas manifestaciones de tiernísima memoria, por un hijo que ayer viera partir gozoso, rebosando en todos los atributos juveniles de la existencia, i que un año en pos trajeránle dentro de un féretro de tablas labradas en el campo de la batalla i la victoria.

Es la vida de ese nobilísimo mancebo la que vamos a contar, vida de juventud i de gloria, rápida por lo mismo, pero cuyo honor i cuyo recuerdo ha sido escrito ya con un buril eterno por la orden del día de un ejército en que se recuerda, único entre los subalternos, "al valiente capitán Flores, de la Artillería"....

...Puede afirmarse, sin hacer ostentación de retórica figura, que el joven capitán que ha compartido en la opinión de su cuerpo i del ejército la gloria que brilla como aureola sobre todos los heroísmos junto con Rafael Torreblanca i Ramón Dardignac, puede afinnarse, decíamos, que el capitán Flores es hijo lejítimo de los Andes, porque nació entre sus agrestes gargantas, viniendo al mundo en el selvático cajón de Maipo, i en una heredad de su padre, el 6 de julio de 1852.

X,
Pareció resentirse la índole moral de aquel niño, hijo de las montañas, de su sombrío aspecto físico, porque dió muestras en sus más tiernos años de enojosa melancolía, habiéndole indignado hasta la ira i el arrebato, contando apenas cuatro años, la blanda palmada de la confirmación cristiana que impusiera en sus mejillas el dignísimo arzobispo Valdivieso, cuando visitara aquellos solitarios parajes en 1856. —“¿Por qué me ha pegado este viejo con bonete?" exclamó el irritado niño, sin respeto alguno por la mitra. I por lo que se notó más tarde de su carácter modesto, pero siempre concentrado i a veces altivo, échase de ver que el capitán Flores no había nacido para poner en ejercicio en su persona el santo consejo del Evanjelio:—“Cuando os den un golpe en la mejilla, poned la otra al que os ha pegado", El capitán Flores, hijo i nieto de dos Pedros, gustaba más del dilema del apóstol cortador de orejas:—“¡Quien a cuchillo mata, a cuchillo muere!"

XI.
Desde mui temprano descubrióse también en el hijo de los volcanes su afición a cosas de jeografía, de matemáticas i de guerra, porque recortaba con exquisita paciencia todas las figuras de los naipes viejos que llegaban a sus manos, i poniéndolas a la orilla de ríos que finjía robando a la acequia del jardín materno un pequeño raudal de agua, hacía montar las sotas a la grupa de los caballos, i luego, arreciando el caso, disparaba sobre los reyes i sobre el as de oros, convertido en blanco, con cañones de bronce que encargaba a la ciudad.

Notando su severo padre esta disposición de espíritu, le colocó, cuando tenía 14 años, en la Academia Militar (24 de febrero de 1866) en calidad de pensionista, i allí, como en el injenio de la cordillera, descolló en breve por sus más acentuadas aficiones naturales.—El cadete Flores obtuvo en todos sus cursos premios en el ramo de matemáticas, i especialmente en los de dibujo lineal i de paisaje.

Como Giotto en la campiña de Florencia habíase revelado pintor copiando en los flancos lisos de las rocas las ovejas que pacían, así el capitán Flores se reveló como eximio dibujante militar recortando con las tijeras, hurtadas al canasto de sus afectuosas hermanas, los monos de la baraja envejecida en la malilla del campo...

El magnífico plano de la batalla de Tacna, el mejor, por no decir el único que haya sido trabajado hasta hoi, conforme a todas las minuciosidades del arte topográfico, fué obra del capitán Fiares.

XII.
Después de cuatro años de rigorosa enseñanza militar, bajo el ríjido coronel Fuentes, el cadete Flores pasó a la Artillería, como alférez, buscando siempre el rumbo de su natural predilección, en que le guiaba el experto consejo de su vijilante i afectuosa madre.

Tenía José Joaquín Flores 19 años cuando comenzó su duro aprendizaje práctico entre soldados, montajes i caballos; i como fuera de aspecto frájil i no tuviera todavía barbas, los viejos i ladinos artilleros de las fronteras quisieron venírsele al cuerpo porque le veían sin ellas. Pero, a falta de éstas, la espada hizo su oficio, i unos cuantos cintarazos probaron a los sirvientes de las baterías de Angol i Collipulli que "el alférez Flores" no era de cáscara de flores...

XIII.
Siete años sirvió el alférez de Artillería con lucimiento en su cuerpo, siendo infatigable disciplinador i maestro en su arma. El ejercicio continuo del cañón era para él una experiencia de robusta repetición de los juegos infantiles, i por esto tenía siempre a sus soldados, fuera en el cuartel del Parque, fuera en el campo de tiro de Batuco, con la rabiza en la mano.—El alférez Flores pasaba por el mejor instructor científico de su cuerpo.

XIV.
Pero un día la mano aleve de la política perforó los muros de ladrillo del Cuartel de Artillería, que albergaban sólo el deber i el honor en su recinto, i todo lo que quedó del brillante rejimiento de esa arma fueron los cañones i el rastrillo... Los artilleros fueron dispersados a todos los vientos del chisme palaciego i de la persecución oficial.

El alférez Flores, leal i caballero antes que todo, siguió en el camino del descenso a sus queridos compañeros, a Novoa, a Frías, a Salvo, a Montoya, a Roberto Wood, especialmente a su más querido e inmediato jefe, el dignísimo coronel Velázquez, la más señalada víctima en esa época del encono de la Moneda... Por esto el noble adalid ha devuelto al subalterno su jenerosa fidelidad trayéndole en sus brazos, recojido exánime al pié de la cureña, hasta la fosa de su último descanso.—“¡Adiós caro, bueno i leal amigo! ¡Adiós, hijo querido de mi alma! ¡Espero que la historia de mi país sabrá hacerte justicia para ejemplo de tus compañeros de armas i para consuelo ele tu aflijida familia!"

¿Cuándo oyéronse a las orillas de una tumba más tiernos i doloridos ecos? ¿Cuándo fué retribuida una deuda del corazón con más subidas creces?

XV.
Llamado a “calificar," que esa es la expresión técnica i benigna para disimular el castigo en el servicio de las armas, cuando no hacen éstas buenas migas con el favor o la politiquería, llamado a calificar el alférez Flores el 8 de julio de 1878, víspera de la guerra, se hizo agricultor en un pequeño pero valioso fundo, que su hermano primojénito, el apreciable juez don Máximo Flores, posee en la Placilla de Colchagua; i por esto, conforme a sus costumbres i a sus ideas, el metódico neófito de huaso chileno buscó su preparación en la ciencia.—Con ese fin hízose durante algunos meses alumno del Instituto Agrícola de Yungai.

Hallábase en la quietud del campo el ex-alférez de artillería, cuando se declaró la guerra a Bolivia i se tocó otra vez llamada a los proscritos. El coronel Velázquez dejó, ni recibo del primer telegrama, su estancia de Los Anjeles; pero ¡cosa extraña! el alférez Flores, llamado por él con insistencia, negóse con porfía a tomar las armas. ¿Pensaba, por ventura, el reflexivo mozo que la guerra con Bolivia no valía la pena de montar a caballo? ¿Devorábale como espina dentro de su corazón de montañés el escozor del injusto agravio que recibiera? ¿Presajiaba entre las nubes del ceniciento ocaso el rayo que había de matarle en la tercera etapa de su gloria?

De todos modos, fué preciso que el coronel Velázquez pusiera todo su empeño personal, i su padre todo su prestijio de jefe de familia, para arrancar al campesino de Colchagua a su oscura faena, i sólo en abril de 1879 dirijióse a Antofagasta, habiendo sido nombrado alférez de la brigada de artillería con que se iniciaba la guerra el 31 de marzo anterior.

XVI.
Pero una vez llegado al campo de la acción el tenaz artillero antiguo, se unció con juveniles bríos al atalaje, i no soltó el correaje de sus piezas sinó cuando la muerte heló su mano sobre la empuñadura de su espada. "Son tantos mis deseos de entrar en campaña,—escribía a una de sus hermanas, que fué, después de su madre, el más tierno amor de su vida, i con fecha de 2 de junio de 1879 desde Antofagasta,—que el tiempo que se espera se halla inmenso."

I cuando llegó la hora de partir, volvía a pintarle casi con infantil regocijo i pintoresca expresión (Antofagasta, octubre 27) la alegría guerrera de su alma.—"En el momento en que recibas ésta,—decíale,—figúrate, mi idolatrada Rosa, verme de las mechas con un peruano; pero ten la seguridad,—añadía el dibujante para completar la figura,—ten la seguridad que le tengo debajo." Esta manera de simbolizar el triunfo sobre el enemigo es esencialmente chilena, o, más propiamente, araucana, tierra donde "las mechas" abundan como en nuestras ciudades "las calvas." "¿Qué dirías tú, mamá,—escribía a la suya en la víspera de Arica un heroico niño que hoi sufre dolorosa prueba, poco misericordiosa para sus años (el alférez Carlos Aldunate del 4° de línea),—¿qué dirías tú si vieras a tu ñato agarrado de las mechas con Montero?"

XVII.
El alférez Flores, promovido por las exijencias del servicio de la brigada, convertida primero en batallón i después en rejimiento, a teniente en pos de la jornada con el Huáscar el 26 de mayo, i a capitán en seguida de la del 28 de agosto, fué, según una frase adecuada de su arma, el estuche de la artillería durante la fatigosa preparación de Antofagasta. Era el matemático, el arquitecto, el montador de cañones, el medidor de los ángulos de tiro, el certero regulador de las alzas en el combate. El coronel Velázquez, despojándose tal vez más de lo que es lícito de sus propios timbres, ha asegurado que el ojo del capitán Flores había perforado el Huáscar en la última de aquellas acometida· Pero punto en el que no cabe duda es sobre importantísimo servicio que hizo el dilijente capitán colocando en una noche el famoso cañón de a 300 que los ministros i los jenerales de la guerra habían tenido tirado seis meses en la playa o en el fondo del mar....

XVIII.

Hemos dicho que el austero, laborioso, casi taciturno capitán Flores había sido el hombre de ciencia en la artillería de Antofagasta. Pero había sido también el artista del rejimiento.— A virtud de sus conocimientos en el dibujo decorativo, Flores era el tapicero de los festines después de las victorias, i el decorador de los catafalcos después de los martirios. —"Apesar de que nuestro comedor de campaña,—escribía a su hermana después del combate de Iquique,—que yo mismo había levantado pocos días antes, era mui poco aparente para el caso, tuve el gusto de sorprender a mis compañeros con una sala tapiada de banderas i trofeos militares, cuyo aspecto producía más entusiasmo que el mismo champaña. Encima de la mesa colocamos un cañón, i entre éste sentáronse en frente uno del otro los comandantes Condell i Velázquez. Brindó éste último por la oficialidad de la Esmeralda i de la Covadonga, i nos la presentó a nosotros como el modelo en que debíamos más tarde mirarnos; pero al pronunciar el nombre de Prat, la emoción le impidió continuar... ¡Condell lloró!..."

Así comenzaron los grandes ejemplos fecundadores, i así fructificaron para las víctimas del porvenir, echada ya la simiente en nobles pechos, Iquique fué un almácigo de gloria.

Mas, las lágrimas del vencedor de Punta Gruesa no quedaron aquella vez sin compañía. -Fué en esa ocasión cuando el coronel Velázquez nos escribió esta frase, que es el epígrafe de un poema:—"¡Es tan dulce llorar por los héroes!»

Pero el capitán Flores no adornaba sólo el recinto de los festines, según antes dijimos. "Cuando se celebraron los funerales del capitán Prat i de los mártires de Iquique, —decía el capitán-artista en una de sus cartas de familia, —pusimos una pequeña Esmeralda en terciopelo negro como ataúd, i sobre su cubierta las insignias del marino semi-veladas por un crespón".

XIX.
Según es sabido, el ejército de Chile, fuerte de diez mil hombres, partió al fin en las postrimerías de octubre, i, desde que la campaña activa se abrió, fueron tan señalados los servicios del capitán Flores, que éstos estuvieron siempre en noticia del país. Desde la primera hora de la acción se declaró en él por entero el hombre de guerra. El nieto del vencedor del Tupac Amaro del Cuzco estaba otra vez frente a frente del Tupac Amaro de Lima, "proclamado supremo jefe de pueblos que no hera."

Las exploraciones que el capitán Flores ejecutó con incansable tesón entre Pacocha i Locumba, entre Locumba i Sama, entre Sama e Ite, unas veces solo, otras acompañado de un piquete o de un asistente, le hicieron merecer el título de "el Stanley del ejercito chileno", que le dieron sus compañeros de armas.

Para encontrar sendero a los pesados cañones de campaña, el capitán Flores galopó no menos de doscientas leguas en el desierto, i fué él quien, de acuerdo con el coronel Vergara, señaló para ese acarreo, que era la victoria, la ruta definitiva de Ite a Sama i de Sama a Tacna.

XX.
Batióse en esta última batalla el capitán Flores, a la derecha de nuestra línea en la brigada que mandaba el sereno i bizarro mayor Salvo; pero no contento con haber sostenido con sus cañones esa extremidad de nuestra línea, un tanto comprometida en la medianía de la jornada, a la postre de ésta fué el primer oficial chileno que llegó a la plaza de armas de Tacna a fin de intimarle perentoria e incondicional rendición.

Hemos oído al jefe político de esta ciudad, don Eusebio Lillo, trasmitir a sus amigos, en la expansión de la confianza, la impresión indeleble que entre los extranjeros residentes en aquella ciudad dejó esa tarde memorable la actitud i la tranquila, heroica arrogancia del parlamentario. El capitán Flores entró solo, completamente solo, a la plaza, i cuando se dirijía a un grupo de caballeros, todos extranjeros, que se habían estacionado en la puerta de una casa para averiguar el paradero de la autoridad del pueblo, tres soldados dispersos del enemigo, que llegaban por una boca-calle, dispararon sobre él sus rifles a boca de jarro. Sin inmutarse ni palidecer siquiera el capitán chileno, alzó con fina cortesía su kepi por la visera, i diciendo a los circunstantes con una sonrisa: Hasta luego, caballeros!... arrimó espuelas a su famoso tordillo rabón de Colchagua i marchó a galope a traer sus cañones. Era aquélla una simple cuestión ele cápsulas.—Por cada bala de rifle, él iba a devolver a la ciudad una bomba de a doce, porque éstas son las cortesías usuales de la guerra.

XXI.
Después de Arica, en cuyas cumbres la batería de campaña del capitán Flores, perteneciente a la brigada Salvo—la brigada de las cumbres, célebre desde Dolores,—tuvo una participación señalada por su eficacia, su joven comandante vino a Chile con el coronel Velázquez. Fué ésta su postrera visita a su hogar i a su patria.

Promovido a capitán-ayudante por antigüedad, marchó en el mes de noviembre al lado de su jefe para preparar la expedición a Lima en Tacna i para consumarla a fuerza de heroísmo al lado de afuera de sus puertas.

XXII.
Llegado el ejército a Chilca, la puerta marítima de Lima por el sur, comenzó para el capitán Flores su vida de explorador. Fué él quien descubrió, como en Ite, el sitio de más aparente desembarco para la artillería gruesa, en la caleta de Lurín. Desde Chilca escribió la última de las; poquísimas cartas (cuatro o cinco) que enviara al los suyos durante la campaña. Es un pliego borroneado con lápiz, por el cual parece que la muerte hubiera pasado su fatídico hálito, porque casi todos los caracteres se han hecho indescifrables.

El capitán Flores, como el mayor número de| los buenos dibujantes, era pésimo pendolista, i no mui aventajado redactor ni ortografista.

XXIII.
Desembarcada por sus cuidados la artillería i llevada al campamento de Lurín, se ocupó el infatigable jinete, siempre cabalgando airoso en su fiel tordillo, en explorar los caminos adecuados para el paso de la artillería: ese era su deber como ayudante.

Pero en el primer reconocimiento jeneral sobre las alturas de Chorrillos, ejecutado el 6 de enero por el jeneral en jefe, sobrepasó todo deber, exponiéndose, junto con el valiente mayor Jarpa, que mandaba una brigada de su cuerpo, a una muerte casi segura. Se ha asegurado que  de regreso a Lurin, el jeneral Baquedano lo llamó a su tienda i le reconvino con aspereza por su temeridad; Cuando en su famosa orden del día de la entrada a Lima decía el jeneral en jefe "ese valiente", sabía, por consiguiente, lo que decía.

Sin embargo, "ese valiente", que pasará a la inmortalidad con ese calificativo lapidario, fué propuesto para sarjento mayor desde Tacna, i los miopes que entonces dirijían la guerra sin mas horizonte que el de los tejados i mojinetes a cuyo abrigo vivían, se aplastaron sobre aquel premio que era solo una corona funeraria.

XXIV.
Como guía de la última jornada, el capitán-ayudante marcho adelante en la víspera de Chorrillos, llevando un camino lateral, que hacía necesario trasmontar una alta loma de médanos para caer a la pampa, por la cual avanzaban en la callada i solemne noche veintitrés mil chilenos, infantes i jinetes.

Cuando la artillería de campaña había trepado a la cima de aquel portezuelo con jigante esfuerzo, poniendo en ciertos desfiladeros todas las parejas de una batería a una sola pieza, anuncióse por un vijía que una división del enemigo venía a cortar la artillería. Por precaución se hizo alto, i el coronel Velázquez, que iba a la cabeza de la formidable columna, ordeno al capitán Flores bajase a la llanura a reconocer.

Partió aquél a galope, acompañado por el capitán Roberto Ovalle i el teniente Salvador Guevara, ayudantes como él, i descendiendo por los morros oscuros como sombras, encontráronse los tres jinetes al cabo de media hora en las solitarias pampas. Nada se veía sino la luna entoldada por las nieblas. Nada se escuchaba sino el viento que empujaba hacia los médanos la camanchaca, bostezo matutino del frijido mar en sus amores con la noche.

Pero de repente las sombras aperciben otras sombras que van a galope.

¿Quiénes son?

Pueden ser amigos, pero pueden ser también las descubiertas peruanas.

Ovalle i Guevara sujetan instintivamente el aliento i la brida. Pero el capitán Flores no sólo no conocía el miedo, sino sinó que nunca conoció la vacilación: arrimó espuelas al caballo i lanzándose sobre los aparecidos del desierto, les dio el acostumbrado "¿Quién vive?"

"Chile!" fué la respuesta.

Era una mitad de Cazadores que volvía de la vanguardia, anunciando que en parte alguna se divisaban enemigos. La artillería pesada avanzó entonces en masa, i cuando el alba rompió su primer destello, estaba ya en línea de batalla en la loma que le había sido destinada.

XXV.
Entendemos que el capitán Flores se batió en Chorrillos como ayudante de su jefe inmediato. Pero en Miraflores, sea por el apuro del caso o por otro motivo, cúpole llevar al fuego su antigua batería, que estaba avanzada sobre las trincheras enemigas i a tiro de rifle, desde que comenzó el asalto i la batalla.

XXVI.
Durante dos horas batióse el capitán Flores con su acostumbrada e imperturbable serenidad; pero hacia la mitad del mortífero combate, encontrándose rodeado de densa nube de humo i notando que los fuegos del enemigo flaqueaban por su frente, montó a caballo i se adelantó largo trecho a sus cañones. Su bridón era blanco ¡ el temerario oficial chileno llevaba sobre su uniforme uno de esos sombreros abisinios, inventados por los ingleses en la guerra de la India, i que en el ejército llamaban "sombreros cucalones", de suerte que el atrevido mozo llevaba otro blanco sobre su frente, i cuando una ráfaga de brisa aclaró el campo, quedó de cuerpo jentil delante de la boca de mil rifles. En tan crítica situación, buscada voluntariamente para mejor cumplir con su deber, tres balas le llegaron a un tiempo, hiriendo dos al caballo, una de éstas en los hocicos.

Pero la última, asestada evidentemente a su cabeza por experto tirador, le rozó lijeramente el borde del sombrero junto a la sien derecha i le perforó de parte a parte el cerebro, causándole instantáneamente la muerte.

De aquel sitio funesto fué llevado a su batería, i en seguida por delante de un caballo hacia Chorrillos, en brazos de un sarjento que iba regando con silenciosas lágrimas el pálido pero risueño rostro del héroe. —Señor, dijo el bravo a su coronel al hacerle entrega del glorioso despojo, mi capitán ha muerto riéndose...

Tal era lo que sus subalternos creían de aquel modestísimo i sublime mozo de 28 años, i con esa injenuidad lo expresaban (2).

XXVII.
Al tiempo de morir en tan brillante i florida juventud, el capitán Flores no tenía la belleza física que se deriva de la regularidad de las facciones ni de la rubicundez del rostro. Era bien hecho, pero enjuto, de talla más que mediana, semblante triste, tez pálida, boca enérjica i cortada a tajo. Su cabeza era hermosísima como asiento i cimera de soldado, coronada de ancho penacho rubio sobre altiva i angulosa frente. En el fondo de ella, i como a través de las troneras de empinada almena, sus ojos soñadores i melancólicos parecían estar asomados bajo el párpado al acecho del horizonte o del enemigo. Era el explorador i el guerrero el que así junta mente miraban.

Pero la belleza de su alma era mucho mayor i más acentuada. Fué un muchacho nobilísimo. Franco, leal, entusiasta, amigo de la verdad, adorador de la virtud, sectario platónico de la mujer, señal de todo bravo, como la cresta roja es señal de gallardía entre las aves. No conocía ni la envidia, ni la emulación, ni la vanagloria.

Cuando vino de Tacna a Santiago no quiso adornar su pecho con las cintas a que la lei le daba derecho, por no hacer ostenta entre los que no las tenían, siendo las suyas siete; i en seguida, contando su vida como segura en la última etapa, la rifó voluntario entre sus viejos cañones, para probar que en el fragor del campo de batalla, como en la hora de los campamentos, no esquivaba ningún riesgo ni ningún servicio.

Por todo esto llaméle con razón el coronel Velazquez, al impartirle su última voz de jefe hacia la inmortalidad: —"Hijo amado de mi alma.."

XXVIII.
Tal fué la vida i tal el fin prematuro, si bien gloriosisimo, del joven capitán, del cual la historia hará mas tarde uno de los ángulos luminosos de la trilojia del heroismo, que junto con él encarnaron en la juventud guerrera de Chile, TORREBLANCA i DARDIGNAC, dos capitanes, dos mancebos, dos subalternos como él.

En un pasaje de sus cartas intimas contaba él mismo a este propósito, que el jefe de su cuerpo
había recomendado a sus oficiales, al comenzar la jornada, tomaran por modelo a Prat i sus
compañeros.

Pero desde Miraflores, los oficiales de los dos rejimientos de artillería de Chile no tienen necesidad de salir de su cuartel para divisar digno modelo, porque el capitán de artillería don JOSE JOAQUÍN FLORES, como sus deudos de afinidad i consanguíneos en la gloria, los dos hermanos Gamero, artilleros como él i uno de los cuales llevó su propio nombre (Marcos i Joaquin Gamero), ha pasado a ocupar en la bóveda de los inmortales el puesto que a su arma estaba reservado en la guerra que hoi espira.

Los Gamero fueron los artilleros de la Patria Vieja.

José Joaquin Flores sera en Chile el artillero de todos los tiempos.

Los compañeros de armas del capitán Flores, los nobles artilleros del segundo rejimiento que había sido el primero en la guerra, no consintieron en dejar ni siquiera temporalmente el suelo del Perú sin traer al de la patria, cubierta a la sazón de gloria i de luto, los restos del mas amado de sus camaradas, del mas brillante de sus adalides; i al darle el 6 de febrero, esto es, tres semanas después de su inmolación, cristiana i paternal sepultura en el cementerio de Santiago, su jefe, que ahí lo llamó—"hijo de mi alma", pronunció estas palabras de justicia que resumen en un breve epitafio corta pero nobilisima vida:

“EL JOVEN CAPITÁN FLORES, ANTES DE MORIR. ERA CONOCIDO DE TODO CHILE, NO SOLO CONOCIDO, SINO RESPETADO I QUERIDO I)E TODO EL EJÉRCITO; TODOS SUS JEFES, DESDE EL JENERAI, EN JEFE ABAJO, SENTÍAN POR ÉL APRECIO I RESPETO; LOS SOLDADOS LO AMARAN, SUS COMPAÑEROS E IGUALES LO ADMIRARAN."

_____________

(1)"En cuanto a los que cayeron en la lucha, Martínez, Yávar, Marchant... i ese valiente capitán Flores, de la Artillería, que reciban en su gloriosa sepultura las bendiciones que la Patria no alcanzó a prodigarles en vida.»»—(Orden del día del jeneral Baquedano al ejército, Lima 18 de enero de 1881.)

(2)En la Historia de la guerra con el Perú, vol. IV, referimos la muerte del capitán Flores más o menos como está narrada aquí, pero agregando que el coronel Barceló le había hecho ver el inminente peligro que corría en el sitio que iba a ocupar cuando avanzaba con sus cañones sobre las trincheras de Miraflores, según ese benemérito veterano nos lo había referido. Pero en una carta que con fecha 22 de diciembre de 1882 nos escribió el capitán del Valdivia don Tomás Guevara, desde Curicó, se hace la siguiente rectificación que acojemos bajo la responsabilidad de su autor:

..."Afirma usted, señor, en su historia, que el valiente capitán Flores de artillería murió en presencia del noble cuanto pundonoroso coronel Barceló. 

"Hai aquí un error. El coronel Barceló creo que ni vió cuando Flores cayó.

"Cuando se rompieron los fuegos, el Valdivia apoyaba su derecha en el camino real que conduce a Miraflores. Mi compañía, por ser la primera de este batallón, era la que estaba más próxima al camino.

"Ordenóse que cesaran los fuegos, i después de una sorda protesta de los soldados, así se hizo. Mirábamos el avance de los peruanos, que en bien ordenada formación de guerrilla efectuaban por nuestra derecha, cuando vimos pasar por el camino a todo galope a un jinete. Viendo el que suscribe que se iba a estrellar con las trincheras peruanas, lo hizo llamar.

"Era el capitán de artillería don José Joaquín Flores, a quien conocía yo de vista. Llevaba desnuda la espada, sereno el semblante, erguida la frente. Una lluvia de balas caía cerca de él.

"—¿A dónde va, capitán? le pregunté; ¿que no sabe que ahí está el enemigo?

"—¡Tan cerca! me respondió; vengo a ver cómo se encuentra la infantería i a ver si está expedito el camino; aquí están mui bien ustedes.

"No alcancé a responderle; una palidez mortal cubrió a rostro, soltó la espada i cayó hacia mi lado, casi en mis brazos. Estaba muerto."


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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